Este asunto no tiene nada que ver con colores, pero necesito que por un momento os concentréis en la paleta. Al final le encontraréis sentido, pero hasta entonces, por favor, no os saltéis ninguna línea. Esta es una explicación entre miles de una polémica centenaria. Habrá que explicarla con un cuento.
Villa Arriba era un pueblo hermoso. Celebraban fiestas con bailes típicos, y todas las mozas comían rosquilletas de azúcar hasta reventar. Villa Arriba era famoso porque todas las casas del lugar estaban pintadas del mismo color.

Sólo bastaba ver una casa verde para que todos recordasen aquel pueblo llamado Villa Arriba, y los villaglucosos (no tienen por qué ser villaarribanos. En este cuento, los gentilicios son peculiares, pero como ocurre a veces en el mundo real) estaban muy orgullosos de sus casas de color verde.
Ocurrió una vez que algunos villaglucosos, unidos a los pifmins, emigraron al sur. Allí fundaron Villa Abajo, que no tardó en crear sus propios bailes, canciones, tradiciones y hasta las mozas se atiborraban a rosquilletas, pero de sal. Los villasaleros, como se llamaban los vecinos de Villa Abajo, decidieron dar un color distinto a sus casas.

Los vecinos de Villa Abajo eligieron un color muy parecido al verde. Tan parecido, que los vecinos de Villa Arriba ni siquiera lo diferenciaban. Pero los vecinos de Villa Abajo sí sabían reconocerlo, porque para reconocer un color no tienes mas que ponerle un nombre. Los vecinos de Villa Abajo bautizaron a ese color como verde petillón.
A decir verdad, el verde de Villa Arriba y el verde petillón de Villa Abajo eran muy parecidos. Pero no eran el mismo, porque los vecinos de Villa Abajo habían tomado como propia esa variedad del verde original y la habían dotado de identidad, dándole un nombre. Todas sus casas estaban pintadas de verde petillón, y no había un sólo villasalero que no supiese distinguir un color del otro.

El verde y el verde petillón eran, en verdad, colores muy parecidos. Podía decirse sin miedo que el verde petillón había nacido como consecuencia del verde, pero era evidente que no eran lo mismo. Una vez, los vecinos de Villa Arriba, los villaglucosos, visitaron Villa Abajo. Algunos se sintieron ofendidos. "¡Es el mismo color! ¡Vuestras casas son verdes!". Algunos se marcharon ofendidos de vuelta a casa. Otros esperaron y, cuando el alcalde de Villa Abajo pintó un brochazo verde sobre una pared de verde petillón, todos tuvieron que admitir que no era exactamente el mismo color. Jamás se hubiesen dado cuenta de no compararlos en conjunto, pero desde ese no hubo un villaglucoso que negase la originalidad del color de Villa Abajo, ni ningún villasalero que se atreviese a negar de qué otro color venía el verde petillón.
Si le has echado un poco de imaginación, este es un debate de lenguas. El verde es el catalán. El verde petillón, el valenciano. Dos lenguas con el mismo origen y distintas características. Desde lejos, uno no podría negar que son la misma. Pero habría que verlas juntas, una sobre otra, para admitir que cada una tiene su peculiaridad. Estamos en el siglo XXI y me siento gilipollas, o siento que mis oídos se agilipollan, cuando oigo a alguien decir que el origen del valenciano y el catalán son distintos. Me molesta que haya quien domine una lengua y finja que no puede entender la otra, cuando son hermanas, pero del mismo modo me molesta que no falte el que niegue las diferencias, que las hay, entre dos lenguas de una misma paleta. Dos colores, por muy parecidos que sean, siguen siendo dos colores. Hay diferencias notables entre el valenciano y el catalán, y quizá el hecho más identificador, aunque no tenga nada que ver con la filología, es que los valencianos eligieron hace siglos dar nombre propio a su variedad. Desde ese día, su verde peculiar se convirtió en verde petillón. Puede que en Argentina o México se sientan cómodos refiriéndose al mismo rojo castellano al que nos referimos en España, pero igualmente estudian en las escuelas el rojo con su tono diferenciador. Este debate infinito entre valencianos y catalanes, catalanistas y valencianistas, se terminaría de golpe si unos admitiesen el origen de su lengua, y los otros se prestasen a reconocer el fondo diferenciador. Lo siento por el cuento de la paleta, pero es que en Villa Abajo y Villa Arriba gobiernan un atajo de paletos.