Instalarte en una nueva casa no implica sólo compañeros de piso, sino también nuevos vecinos. Yo, que fue elegido El Joven Más Amable de la Escalera 2005-2009 (con excepción de 2004, cuando le dije a la del sexto que dejase de tratarme como si tuviese ocho síndromes graves, cuando el único que tengo es el de los pies inquietos) en mi finca de Valencia, me veía en la incógnita de cómo me tratarían mis nuevos compatriotas de escalera en esta etapa. Y
- Ya les he conocido mucho más de lo que jamás hubiese esperado. Sobre todo a los de mi planta.
- Son bastante amables, y casi todos merecen un personaje de novela
- A los madrileños les desconcierta que uno les diga 'gràcies' o 'adéu'. Digo desconcertar por no decir jode, que es precisamente lo que me propongo. El día que alguien se queje se expondrá a mi discurso más ensayado sobre las lenguas cooficiales y la intolerancia a las otras lenguas.
En mi casa tenemos una figurita, más bien una hucha agujereada, con forma de dos payasos montados en un cochecito leré. Es treméndamente fea, nada que ver con las jirafas de la misma mesilla, pero supongo que mis compis le ven cierto valor sentimental porque pertenecieron a los anteriores inquilinos, unos supuestos drogodependientes que sólo salieron de allí cuando un juez dictaminó sentencia (lo segundo lo he comprobado en Google, donde encontré la sentencia completa. Lo primero lo podemos dejar en cultura de Radio patio). El caso es que yo quiero sacarle partido a esa figurita horrenda, y como lo de tirarla sería muy fácil, he pensado en crear el Torneo de la Figura de los Payasos. ¿Que por qué el torneo?
- Porque es una excusa para invitar a los vecinos y conocernos de algo más de un 'hola' en el portal.
- Porque es una buena forma de deshacernos de los payasitos sin hacer añicos la figura. Tengo miedo que las almas de los drogadictos se conserven en su interior cual monedita de diez céntimos, y que al romperla salgan los fantasmas y nos atemoricen en el retrete cada vez que les entre mono de ectoplasma.
Claro que como somos muchos vecinos en la escalera, tampoco es plan de invitarlos a todos. Por eso he hecho mi pequeña selección, que incluye a tres personajes imprescindibles. Necesito una lista más:
- El chino de la tienda de alimentos de abajo. Tiene un nivel nulo de castellano. La gente se cree que sabe decir 'hola', pero eso eso sólo porque 'capullo' en mandarín se pronuncia exactamente igual.
- La pareja de ancianos de la puerta de al lado. Son los clásicos abuelos de edificio. Los que utilizan el ascensor por separado no sea que se queden encerrados allí y nadie les pueda rescatar.
- El loro (sería el único invitado animal) del segundo, al que sacan a pasear al descansillo varias veces al día.
- El chico del Cuarto-Centro, el auténtico motivo por el que se da la reunión (aparte de deshacernos de los payasos, claro).
Si Mercedes Milá necesita una veintena de personas para hacer un experimento es porque no le conoce a él. Yo con uno me basto: le sigo desde la mañana hasta la noche, y apunto mentalmente todas sus evoluciones. Desarrollo mis propias teorías y las comparto con todos los que pasan por casa. También me atribuyo ciertos descubrimientos que son el resultado de más de quince días de obstinada investigación.
Lo que hace tan especial a mi vecino del Cuarto-Centro es que nunca deja de jugar a la X-BOX. Mires a la hora que mires, siempre está con lo mismo. Y el videojuego, salvo alguna rara ocasión en el que se pasa al fútbol, siempre es el mismo de la metralleta en mano. A todas horas. Todos los días. Y según mis compañeros de piso, que me cedieron a regañadientes esta reservadísima investigación, ya lleva así tres años.
Como grita mucho al jugar, al principio pensaba que en realidad no eran uno sino dos. Luego advertí que por más que hablase, en realidad nunca había respuesta, de modo que sólo se trataba de una persona. La explicación a sus monólogos interrumpidos está en que usa (o debe usar, porque no hay nada comprobado) algún tipo de comunicación internetero que le une a otros jugones, que imagino también inspiración de sus vecinos detectives. De hecho, creo que los vecinos de estos jugones deberíamos crear algún tipo de fundación para unir datos, porque siento que me estoy perdiendo muchos porqués de la historia.
Tengo que admitir que sólo veo la pantalla del videojuego. A él nunca le he visto, pero sus gritos son tan fuertes que no hay planta a la que no lleguen: yo, que estoy justo al lado, estoy condenado a enterarme de cuántas veces le matan, pero oye, aquí encantado, porque uno se siente así más acogido por el vecindario (aunque se trate de un obseso de los videojuegos. Bueno, retiraré lo de obseso por si luego del Torneo dela Figura de los Payasos se convierte en mi mejor amigo. No le podré ocultar este blog por demasiado tiempo. Por cierto, saludos a la librera salemita que el otro día me reconoció en Madrid. Juro que mi estupefacción al presentarse no iba con ella, sino conmigo. En ese momento yo estaba haciendo un ridículo espantoso que dudo que le pasase desapercibido). Yo tengo muchas ganas de celebrar el Torneo, pero mi compi #1 no está muy por la labor. No sé, creo que al final le convenceré. Pero lo que está claro es que entre las pruebas de estas grandes olimpiadas no podrá haber ni diccionarios (a menos que queramos fusilar al chino al más puro estilo 2 de Mayo), ni pruebas físicas (diría que por los abuelos, pero creo que yo estoy peor) ni de videojuegos, porque el del Cuarto-Centro nos puede dar un palizón. Y no es plan. Por más que queramos perder de vista a los payasitos.
Pensaba el otro día el tiempo que hace que no juego a videojuegos. Recuerdo cuando no me perdía un número de la Hobby Consolas, y mírame ahora, que no sé por qué número van de la Play. Antes las teníamos todas: la Game Gear (que la trajeron mis padres de un viaje a Nueva York, y que era algo así como un trillón de veces mejor que la Game Boy), la Master System, la Mega Drive, la DreamCast (mi favorita), la Game Boy Color y la Advance, la Play 1 y la 2, en la que me quedé yo estancado.
Si tuviese que elegir un juego, ese sería sin duda el Chu Chu Rocket. Era un juego que para colmo, era gratuito: llamabas a un teléfono de Sega y te lo enviaban a casa por la cara. Era simple hasta decir basta y sin embargo, adictivo. Creo que eso es lo que tienen los mejores juegos.
Otro que me encantaba era el Jet Set Radio, el de los grafitis: pura originalidad. O el Metal Gear Solid, pero lo que me pasaba con esa clase de juegos es que no podía jugarlos solo. Tenía que estar mi hermano presente para rebajar un poco la tensión. El Crash Bandicoot (los primeros) era genial, aunque las fases de agua siempre me han provocado un agobio inmenso. Tengo miedo al mar abierto en la realidad y las pantallas, cosas que pasan. O el Spyro the Dragon, otra chulada. Pero poco más. Seguramente habrá más títulos, pero hoy soy 0% jugón. No creo que tenga que ver nada con la madurez. Me temo, simplemente, que a veces nuestros gustos cambian. Gracias a Dios que tengo al vecino del Cuarto-Centro para recordarme lo mucho que antes me divertían. Por él y por la figura de los payasos va este post. Ya os contaré cómo fue el torneo.