Desde hace tiempo, la política penitenciaria con ETA consiste en dispersar a los terroristas por todas las cárceles de España (y por una vez y sin que sirva de precedente, el País Vasco no les debe parecer España, porque queda fuera de cuestión) como medida de presión con los propios criminales y sus entornos. De este modo, a los miserables que atentaron contra el Estado de Derecho no sólo les queda claro de qué va el Código Penal, sino que además, y de regalo, se suma un castigo extra llamado «dispersión »que no estaba contemplado.
Al reo lo mismo le da una celda en Basauri que en Picasent: me figuro que el blanco de las baldosas no será muy distinto en un sitio que en otro. Lo que preocupa al reo es la distancia con quien lo quieren visitar, y esto, a fin de cuentas, afecta a quien se desplaza. Itxue López tiene derecho a que lo vea su madre. Es un terrorista, con todos los adjetivos monstruosos que eso conlleva, pero la juez no ha decretado aislamiento ni su régimen de visitas es distinto a lo normal. Entonces ¿por qué la política de dispersión crea una especie de aislamiento de facto? ¿Acaso no es lo que provoca la situación cuando la familia vive en la vasca Lizarza y el terrorista cumple pena en la isla de Lanzarote? ¿No es eso una pena a la familia, cuando nuestro Código Penal y Penitenciario -todavía- no sentencia a los parientes por el mero hecho de serlo?
Las familias de los presos de ETA podrán ser las máximas simpatizantes del grupo terrorista, o quizá no lo sean. Lo más probable es que dentro del colectivo existan adalides y detractores de ETA, estos últimos doblemente sufridores por la pena, pero en cualquier caso, no se les puede penar por un lazo de sangre o amistad. La política penitenciaria no los puede emplear como instrumento de presión, porque al final lo que ocurre es que ETA hace lo propio. Y lo que está claro, por repugnantes que sean sus vidas, es que lo humano -incluso para quien no se merece ese nombre. Pero los demócratas deben marcar la diferencia con los verdugos- es que sus seres queridos puedan visitarlos. O les prohibimos que lo hagan por ley si tenemos huevos. Pero obligarlos a cruzar el país, cuando no el mar, para abrazar a sus monstruos, merece repulsa. No hay excusas de cárceles pequeñas ni celdas con vistas. Que se invierta en aislarlos de entre sí y resociabilizarlos. Cualquier cosa menos este despropósito inmoral. A los monstruos, humanidad. Eso es lo que nos diferencia de los monstruos.