Una pequeña introducción: Irán ha condenado al cineasta Jafar Panahi a seis años de cárcel, además de prohibirle viajar al extranjero, conceder entrevistas, realizar películas y escribir guiones. La sentencia es una barbaridad por sí misma, sobre todo cuando la acusación se basa en propaganda contra el gobierno iraní, pero el último punto y medio me parecen especialmente escalofriantes. Simplifiquémoslo en que las autoridades le han prohibido escribir. Tremendo.
La pena baila entre lo absurdo y cruel. Incluso si admitimos que los escritos del señor Panahi suponen un grave riesgo para el régimen de Ahmadineyad, algo que debería considerarse una buena noticia, el hecho de negarle no el derecho, sino el don de creación, es una tortura psicológica. Nadie puede meterse en la cabeza de una persona para comprobar que sus pensamientos están en orden, pero sí pueden negarle la posibilidad de sacar cualquier idea de su cerebro y hacen que plasmarla en un papel se convierta en razón para enchironar. Me pregunto si no será que las autoridades iraníes ya han apresado a este hombre en su propia mente, deseosos de que todos esos embriones creativos se pudran en el cerebro y lo dañen desde el interior.
Es un tema interesante: ¿dónde se satisface la creación, en la mente o en el papel? ¿Se puede dar por terminada una obra que no ha salido de la cabeza? ¿Por qué el creador tiene esa necesidad imperiosa de verter su historia en unos folios, si muchas veces no se toma la molestia de enseñársela a nadie? ¿Es que no la considera hecha del todo hasta que no está depositada en un lugar que pueda sobrevivir su muerte?
Muchos escritores dicen que escriben para vivir. Que si nadie los leyese seguirían haciéndolo, aunque fuesen los últimos seres humanos sobre la faz de la tierra. Casi se trata de una cuestión de salud mental. Escribir para no enloquecer. No basta con imaginar y crear entre las paredes redondas del cráneo: parece que una obra no se hace realidad hasta que no la sacas de la cabeza. No tiene nada que ver con quién la leerá después porque eso, dice la mayoría, es lo secundario (o incluso prescindible).
Por eso la pena del director de cine Jafar Panahi es triplemente cruel. Porque no sólo lo encierran en una celda, quién sabe con qué ratalefantes. Es que también lo enclaustran en su propia cabeza prohibiéndole consumir el acto de crear, y esa pena, que pasará desapercibida para miles de lectores de los diarios, es un cepo psicológico. Puedo imaginar cuántos escritores preferirían como pena la cárcel antes que la prohibición de crear. No los culpo.
Si me condenan a no crear (o la necesidad psicológica del escritor)
martes, 21 de diciembre de 2010
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6 comentarios:
Creo que todos los que escribimos lo hacemos por el simple hecho de sacar de nuestra mente esas palabras que forman parte de nosotros pero que deben hacer su andadura y vida por sí mismas. Evitar que salgan es una tortura, más allá del hecho de la cárcel.
Las palabras, cuando no salen, golpean la cabeza del escritor una y otra vez porque ansían ser libres. Y hasta que no lo son, seguirán golpeando, torturando y quemando la mente que las contiene.
Qué horror. No puedo ni imaginármelo.
Un beso Croni!
Wow, pues sip que es una pena la mar de cruel...
Parece que eso de la libertad de expresión no se estila, aún, en muchos sitios.
Algunos escribimos para despejar nuestra mente y dejar hueco a nuevas historias. Así que no puedo ni entender que no le dejen sacar de su mente tanto pensamiento pesado. Es muy cruel.
Saludos
Crueldad en estado puro. Me duele el corazón de leerlo. Vi en las noticias que le habían condenado a cárcel, pero supongo que esto me lo perdí.
Es una noticia muy triste, pero me ha dado una idea genial, ¡gracias!
Ojalá y encuentre la manera de burlar la prohibición. Galileo y otros han sufrido penas equivalentes. Y algunos lograron que su obra saliera de contrabando de las prisiones y sobrevivieran a sus autores, como Julius Fucik con su "reportaje al pie de la horca".
No había escuchaod nada de este caso y es una pena, un horror y una verguenza que en pleno siglo XXI y de supuesta modernidad se vea este caso, que personalmente, además de ser la pena más absurda que he visto en mi vida, me parece también la más cruel.
Saludos,
Paz.
No lo sabía y me ha dado una claustrofobia inmensa. Joder. Eso sí que es una condena. Y una tortura.
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