Querida Silvia:
Siento escribirte ahora, cuando menos te lo esperas. Siento que estés tan decepcionada y no quieras oír ni una palabra más del asunto. Siento hacerlo por este medio, a la vista de todos, siendo tu decisión tan personal y secreta. De verdad, lo siento. Y supongo que te enfadarás, o que mirarás a otro lado, eso si no echas estas palabras al contenedor y das media vuelta. Pero me da igual, asumo las consecuencias. Tengo que convencerte de la importancia de votar. ¡Por favor, no dejes de leer ahora! Aguanta un momento.
Sé que te has rendido. Has decidido que no merece la pena, que no vuelves a pasar por la desilusión de hace unos años. Te da lo mismo quién gane: todos representan lo mismo y no te fías de ninguno. En parte te comprendo, con esos políticos que se pasan la mitad del tiempo equivocándose de buena fe y la otra mitad haciéndolo con dolo. El Mesías no se aparecerá el 20 de noviembre, y menos salido de una urna. Tienes razón, lo sé, pero sólo en parte. Porque la decepción que te empuja a no votar esta vez es consecuencia de los que no votaron la última. Los políticos malos deben más a la abstención —a ti y tantos como tú— que a sus propios votantes. No les des el gusto de ganar con tu renuncia. La democracia necesita de todos. Si le damos la espalda a este derecho que nos costó tanto conseguir, abriremos la puerta a la dictadura de los mediocres. Democracia, porque pudimos votar. Pero dictadura porque sólo habrán elegido unos pocos. Quien calla, otorga. No des la victoria con tu silencio, Silvia.
No te trato de idiota. Ya sé que sabes lo que afecta la política en tu vida y que no puedes escapar de ella aunque quieras, como cuando quitas el telediario en los deportes o rechazas los cupones-regalo de Carrefour: lo que provoca tu indiferencia es otra cosa, la sensación de que tu voto no va a cambiar nada. Pero no es así, o la democracia no tendría sentido. Un ganador (o un diputado, o un grupo parlamentario) no se consigue con un «ente etéreo» de votos. Sólo se consigue con miles de personas como tú, y ninguna vale más ni tampoco menos. Tu voto, entre los demás, es tan importante como un minuto de estudio para un examen final de carrera: no lo apruebas con tan poco tiempo, pero cuando lo apruebes, recordarás cada segundo que le dedicaste.
Mi querida Silvia: tampoco pretendo endulzar las propuestas. Los partidos son mejores o peores, pero no los hay perfectos. Esto, que para ti ya es motivo de insumisión, es la verdad de la vida. No hay políticos tocados por la mano de Dios porque tampoco lo están las personas. A nuestros amigos les perdonamos infinidad de defectos, ¡y cuántos nos perdonan ellos a nosotros! Ni hablar de los que yo tengo, y que tú pasas por alto a diario. ¿Por qué engañarnos y creer que la política va a ser distinta? ¿Para qué decepcionarnos, cuando conocemos el final desde el principio? No son dioses, pero la mayoría de ocasiones, Silvia, son personas dignas. Como tú y como yo. Gente que dijo: «Quiero una solución a los problemas y la quiero ya». Gente que también dudó, como nosotros, pero que en vez de mirar a otro lado afrontó la situación. Gente con proyectos, que espera tu voto, o el mío, para terminar con este pesimismo democrático y recordarnos que democracia no es un asunto de altas esferas: democracia somos todos, y tú también.
Si todavía no te he convencido, ya llegarán otros que lo harán. Te mirarán y te dirán: «Y tú ¿a quién votaste?», y tendrás que reconocer, si eres sincera, que preferiste quedarte en casa. Con la que estaba cayendo, y te quedaste en casa. Quizá te lo pregunte tu hijo, que no tendrá una infancia tan cómoda como la nuestra. Qué cosas, si tú has vivido mejor que tus padres. Si eso ocurre, no te excuses en que las cartas ya estaban echadas. Alguien te enseñará las cifras de abstención, los que no rompieron la baraja ni quisieron hacerlo, y se te helará la sangre. Pudimos y no lo hicimos. No te cargues con esa culpa cuando todavía estás a tiempo.
Espero que me perdones por esta carta abierta. La decisión, hasta el final, es sólo tuya. Pero las oportunidades son muy pocas, y no se volverán a presentar hasta dentro de mucho tiempo. Te escribo porque me importas. Vota a quien quieras. Si no te gusta ninguno, aun perdonándoles sus defectos, aprovecha los mecanismos democráticos para ser tú esa opción electoral que falta. Pero por favor, Silvia, no renuncies. Nos jugamos mucho el domingo. Y esta vez no sirve apagar la televisión.
No te trato de idiota. Ya sé que sabes lo que afecta la política en tu vida y que no puedes escapar de ella aunque quieras, como cuando quitas el telediario en los deportes o rechazas los cupones-regalo de Carrefour: lo que provoca tu indiferencia es otra cosa, la sensación de que tu voto no va a cambiar nada. Pero no es así, o la democracia no tendría sentido. Un ganador (o un diputado, o un grupo parlamentario) no se consigue con un «ente etéreo» de votos. Sólo se consigue con miles de personas como tú, y ninguna vale más ni tampoco menos. Tu voto, entre los demás, es tan importante como un minuto de estudio para un examen final de carrera: no lo apruebas con tan poco tiempo, pero cuando lo apruebes, recordarás cada segundo que le dedicaste.
Mi querida Silvia: tampoco pretendo endulzar las propuestas. Los partidos son mejores o peores, pero no los hay perfectos. Esto, que para ti ya es motivo de insumisión, es la verdad de la vida. No hay políticos tocados por la mano de Dios porque tampoco lo están las personas. A nuestros amigos les perdonamos infinidad de defectos, ¡y cuántos nos perdonan ellos a nosotros! Ni hablar de los que yo tengo, y que tú pasas por alto a diario. ¿Por qué engañarnos y creer que la política va a ser distinta? ¿Para qué decepcionarnos, cuando conocemos el final desde el principio? No son dioses, pero la mayoría de ocasiones, Silvia, son personas dignas. Como tú y como yo. Gente que dijo: «Quiero una solución a los problemas y la quiero ya». Gente que también dudó, como nosotros, pero que en vez de mirar a otro lado afrontó la situación. Gente con proyectos, que espera tu voto, o el mío, para terminar con este pesimismo democrático y recordarnos que democracia no es un asunto de altas esferas: democracia somos todos, y tú también.
Si todavía no te he convencido, ya llegarán otros que lo harán. Te mirarán y te dirán: «Y tú ¿a quién votaste?», y tendrás que reconocer, si eres sincera, que preferiste quedarte en casa. Con la que estaba cayendo, y te quedaste en casa. Quizá te lo pregunte tu hijo, que no tendrá una infancia tan cómoda como la nuestra. Qué cosas, si tú has vivido mejor que tus padres. Si eso ocurre, no te excuses en que las cartas ya estaban echadas. Alguien te enseñará las cifras de abstención, los que no rompieron la baraja ni quisieron hacerlo, y se te helará la sangre. Pudimos y no lo hicimos. No te cargues con esa culpa cuando todavía estás a tiempo.
Espero que me perdones por esta carta abierta. La decisión, hasta el final, es sólo tuya. Pero las oportunidades son muy pocas, y no se volverán a presentar hasta dentro de mucho tiempo. Te escribo porque me importas. Vota a quien quieras. Si no te gusta ninguno, aun perdonándoles sus defectos, aprovecha los mecanismos democráticos para ser tú esa opción electoral que falta. Pero por favor, Silvia, no renuncies. Nos jugamos mucho el domingo. Y esta vez no sirve apagar la televisión.
Con cariño,
C.
12 comentarios:
Una de tus mejores entradas, para mi gusto. Me siento identificada con esa "Silvia" imaginaria.
Creo que el descontento político de esta última legislatura es legítimo y entendible.
Seguro que si Silvia no ha decidido votar ya por si sola, al ver aproximarse la fecha, lo hubiera hecho al leer tu entrada. Eso si, tal vez no vote a quien a tí te gustaría ¿podrás vivir con eso? :)
Un saludo.
Flubi.
p.d. siempre he pensado que si Upyd fuera música sería una canción de Celine Dion.
Increíble entrada Cronista. Ser buenos ciudadanos es lo que nos va a salvar.
Me dan ganas de leerlo en una asamblea del 15M. ¡Qué rabia me da la abstención! Y vale, los hay que lo hacen no porque no crean en ciertos partidos sino porque no creen que puedan ahcer nada con este sistema de mier... Pero yo soy de las que piensan que es más fácil cambiar las cosas con actuaciones paralelas al sitema dando ejemplo de cómo se puede llevar a cabo un sitema democrático de verdad, pero también con actuaciones para cambiar las cosas desde dentro.
Totalmente de acuerdo. Jamás me he perdido unas elecciones. Para mí, el voto, además de un derecho, es un deber. Es algo que no me canso de repetir.
Hola, la anónimo del cuarto comentario.
Hoy he colgado veinte copias de este texto en mi uni. :) Ni que una persona cambie de opinión gracias a tu prosa y decida votar, para mí, ya habrá merecido la pena.
Anónimo, ¿en qué facultad? ¡Tienes que enviar una foto! :-D
Pues en varias facultades; es lo que tiene estudiar en la Universidad Autónoma de Barcelona. Si el lunes todavía no los han sacado, tomo unas fotos y el martes te las mando por correo electrónico ^^
Me haría mucha ilusión. Gracias.
Muy muy buena entrada... de tus mejores... Acá en argentina hubo elecciones en octubre, me hubiese gustado que muchos leyeran esto entonces.
¿Y bien? Ya pasaron las elecciones. ¿Algún cambio? No. Me parece todo esto una farsa.
La realidad es que la clase política dirigida por sus amos banqueros, multinacionales y corporaciones de este sistema totalitario capitalista harán y seguirán haciendo lo mismo, se vote o no se vote. Frente a esto que llaman democracia, y que encubre el peor sistema totalitario que jamás ha existido con el control absoluto de la información que circula por la sociedad, sean imágenes, textos, audios, etc. seguirá existiendo vote Silvia o voten millones de Silvias.
Es una lucha perdida y participar en ese fraude electoral es perpetuar el crimen que mató a Sócrates y silenció a muchos de sus contemporáneos.
La democracia es un mal sistema, reconozcámoslo. Lo es como lo fueron pasadas formas de gobierno. El voto de un imbécil no puede valer lo mismo que el de un genio. El voto de un ser despreciable como un violador o un abusador de menores no puede valer lo mismo que el de alguien íntegro y sacrificado con sus congéneres en una sociedad.
Y el esfuerzo inútil del anónimo que reparte cartelitos de esta entrada, me hace reír porque demuestra lo esclavo que se puede llegar a ser creyendo en un sistema que NO va a cambiar. El voto no es un deber, demasiado que es un derecho. Ya me gustaría saber si votas en todas las cosas de la vida sea para elegir un presidente de una comunidad de vecinos, para elegir un político, o para elegir lo que sea en unas elecciones cualquiera... Probablemente no sea más que otra tontería de escaparate más y el "deber" deje de serlo en el fondo para lo que te interesa.
Los borregos siempre acuden al cerril. Es mejor ser lobos dadas las circunstancias. O dicho de otro modo: ni votar ni dejar de votar, rechazar de plano todo lo que significa esta falsa democracia de la burocrática y monstruosa UE.
Si te duele que escriba en este tono, deberás saber que si eres amante de la libertad de expresión sabrás encajar esta crítica de misma manera que yo he encajado la lectura de tu entrada.
Un abrazo.
PD: De un lector tuyo bastante quemado.
Que tremenda entrada, woow vaya que es bueno regresar a este Blog. Voy inmediatamente a compartirla al Face a G+, Es que esta entrada es para compartir y abrirle los ojos a quienes ya han perdido la fe por la lucha política de un país, y que me digan a mi, donde a diario miles y miles de Mexicanos nos desilucionamos de nuestros políticos, pero como dice tu entrada, ellos logran más con el abstencionismo.
muy buena tu entrada, estoy en la misma posición que silvia, en mi casa sin decidirme a salir a votar, decepcionada de los candidatos, sin elegirme por uno, al final la decisión seria votar por el menos malo, lo que es una lastima u.u
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