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Relato sin título

Nos abrió el tío Paco, quien acababa de encender un cigarro. Se cruzó un par de palabras con mi padre y nos mandaron al comedor. Mi padre nos siguió a las dos de cerca.
— ¿Dónde están los abuelos?
Siempre que iba a su casa, mi abuela salía a recibirnos y nos coloreaba la frente con sus besos. Mi abuelo solía estar en la mecedora, esperando nuestro abrazo. Sin embargo, esa tarde no estaban ninguno de los dos. Mi padre nos encendió la televisión y nos dijo que no hiciésemos ruido. Ni siquiera se preocupó de buscar el canal de dibujos: se marchó de la sala de estar dejándonos solas, sin ninguna explicación y con el canal de documentales casi sin sonido.
Había un silencio sepulcral, en el sentido auténtico de la expresión. Intuía que pasaba algo. Lo sospechaba por mi padre, y por mi tío, pero más por la extraña ausencia de mis abuelos. Esa era su casa y no había ni rastro de ellos. Para colmo, nos abandonaban a nuestra suerte en una habitación que sin las canciones de mi abuela, nada tenía de interesante.
Alicia, que por aquel entonces tenía cinco años, encontró algo con lo que entretenerse: un periódico del día anterior, manchado de café y con las páginas desmontadas. Sin preguntarme si quería jugar se lo llevó a un sillón y empezó a romperlas una por una, olvidándome por completo.
Enfadada como estaba, observé cómo mi padre salía de una habitación y entraba en lo que yo sabía que era la cocina. Salió al instante con un vaso de agua, volvió a la habitación, y se llevó esta vez una taza. Muerta de curiosidad, me acerqué hasta ese cuarto con la puerta entreabierta, y armándome de valor, entré para ver lo que tenía tan ocupados a los mayores.
Todavía hoy, treinta años después, tengo esa imagen grabada.
Mi abuela, en una silla junto a la cama, lloraba desconsoladamente. Nunca antes la había visto llorar, y nunca más volvería a hacerlo. Pero era lo que hacía esa vez, angustiada, con la respiración entrecortada y mirando con desesperación el anciano que estaba acostado.
Me costó reconocer a mi abuelo en ese hombre famélico e inerte. Tenía la boca abierta y desdentada, los ojos cerrados, y alguien se había preocupado de afeitarle el bigote que siempre le había sido característico. Su aspecto era cadavérico y costaba creer que el cuerpo bajo las mantas fuese el de un hombre adulto, y no el de un niño de siete años. Algo a la altura del pecho subía y bajaba con tenebrosa continuidad. Nunca sabré qué era. La respiración artificial hacía sonora su despedida, para antes o después, y yo observaba con terror lo que no creía que pudiese ocurrir nunca.
Cuando mi padre me descubrió y sacó a rastras del dormitorio, todavía vi a mi abuela acariciar con la mirada el cuerpo moribundo de su marido. Sus manos, largas y frías, que yo había visto cocinar y siempre me habían impresionado por su fuerza, oteaban el aire como si pudiesen capturar la esencia del amor de su vida, antes de que fuese demasiado tarde. Supe entonces que nada volvería a ser como antes.

10 comentarios:

María dijo...

Hace tiempo que no leía un relato tuyo. Me ha gustado mucho tu forma de relatarlo. La historia está bien, pero mucho mejor la forma de narrarlo.

Pruna dijo...

Me ha llegado al alma, me has hecho llorar...Se han venido a mi mente muchos recuerdos.

Eres muy bueno escribiendo, porque transmites muchas emociones.

Anónimo dijo...

si te digo que me he llorado por has abierto el cajon con un recuerdo me crees? vi morir a mi abuelo en una cama con respiracion asistida a los 7 años

ciao!

sofidepotter dijo...

De no haber leido el comentario de Maria, ni me enteraba que al relato lo habías escrito vos. No sabía nada de tu don para la escritura.
A ver cuando te escribes un libro para que podamos leer ;)

Nazaret dijo...

Se fue mi tía y se fue mi abuelo. No fui capaz de despedirme de ninguno de ellos. Con mi tía apenas acababa de empezar la universidad, y me dejaron elegir entre ir o no al tanatorio. Me quedé en casa, presa del pánico. Con mi abuelo no me dejaron elegir, tuve que ir al tanatorio, y después a la cremación. Y hubiera preferido no hacerlo. No porque no les quiera, les quiero igualmente y les recuerdo. Pero ahora el recuerdo que me queda de mi abuelo es el de sus brazos cruzados sobre su pecho, mientras el ataud se iba introduciendo en el habitáculo de la cremación. No pude verle en el tanatorio, pero no me quedó opción con la cremación, por mucho que intentara mirar para otro lado.

Prefiero recordarles en vida. Aunque algún día tendré que enfrentarme a la muerte. Pero espero que sea dentro de mucho tiempo.

Besotes.

Anónimo dijo...

No me gusta hablar de la muerte, curiosa reacción para una persona que tiene fe. Pero aún así, el relato está muy bien. Gracias.

dRocio dijo...

hola!
me has dejado fria...
desde hace algun tiempo leia tus estradas pero nunca habia comentado porq? no lo se jeje
pero cuando hoy lei esto al principio me quede con cara de o.O
pero si tu lo escribiste mis respetos!! yo tambien escribo pero soy mas del tipo amor-drama y como q no soy muy buena
me gusto la historia recuerdos vinieron a mi mente buuu
espero q algun dia pases a mi blog a leer mi historia y me dejes tu opinion vale??
cuidate
besos
bye

Anónimo dijo...

es extraño me recordo la muerte, no es por ser media loca ni nada pero me recordo eso, que algun momento vamos a perder algo que en realidad queremos,algo en lo cual no pienso desde hace mucho. que rao encontrar eso aqui

Anónimo dijo...

me haz puesto triste chaval, justamente hoy en el trabajo recorde a mi abuelo Nicola, no le conoci pero él a mí si, yo tenia dos años cuando se fue, pero siempre lo siento cerca, mi medre me solia contar que era tan fanatico del cine que para poder ver las peliculas las veces que quisiera se volvio acomodador de cine, y ue tambien compartia la misma pasion por lo habanitos que tengo yo, mier#$da ya me haz hecho lagrimear nuevamente

Enovy dijo...

wooooooou que increíble .__. creo que fue muy buena tu narración , me has transmitido mucho sentimiento, simplemente, increíble.