El reto era complicado. También necesario, después de los atracones de chocolate de finales de octubre (muy relacionados con el retorno estacional del turrón). Ha pasado año y medio desde el último R.S.C. (Reto Sin Chocolate) y me veía capaz de afrontar un mes de abstinencia. Ya sé que en la vez de 2010 tuve picos de mono y la típica ansiedad alucinoparanoicaviolenta, pero esta ocasión contaba con un aliado de primera línea: el café. Me iba a inyectar un chupito cada vez que el cuerpo me pudiese un poco de chocolate.
Comencé el día uno, que es un día muy recurrente para iniciarse en retos personales (por eso de simplificar las cuentas). Lo hice concienciado, seguro de mi decisión y con el apoyo de los míos. «C., estamos orgullosos de ti», me decían en privado. O lo pensaban, porque el apoyo moral es una cosa que, como el dolor, es más decente llevar por dentro. Yo superé el primer día sin darme cuenta. Al segundo recordé mi reto, R.S.C., y sonreí por mi fuerza. Mantenía el cacao lejos de mi vida igual que los libros de Federico Moccia.
Al quinto día empezó lo duro de verdad. Primero fue un mensaje al móvil ofreciéndome material de primera calidad (cruasanes de chocolate de Mercadona, el éxtasis del mundo de la repostería), que tuve que rechazar igual que un drogodependiente dice no a un regalito navideño del camello. Para entereza la mía. A la semana sufrí una nueva tentación que ni Eva en el Edén: una llamada de teléfono desde el aeropuerto de Málaga: «Tengo delante un expositor con M&Ms Crispy, ¿te compro?» (no sé vosotros, pero yo tengo scouts del chocolate repartidos por todo el mundo). Tuve que hacerme de tripas corazón y responder que sí, que los comprase, pero que no quería ni verlos antes de concluir el mes. Y todo esto con el labio inferior temblándome mientras lo decía.
El resto del mes no fue más sencillo: ignorar las Chips Ahoy! en el supermercado, cambiar tarta de chocolate por la de queso o manzana en los restaurantes, y si alguien me regalaba algo con cacao, separarlo del resto de la masa de la manera más digna posible. Así pasé las cuatro semanas de noviembre, ignorando el chocolate como un auténtico campeón y consumiendo como un loco toda clase de sustitutivos de peor colesterol y calaña.
Mi vida era un tiovivo de exchocoadicto reinsertado hasta el Día Internacional de los Compañeros de Piso (también conocido como Acción de Gracias). Aunque mi preocupación número uno tenía que ser cocinar un pavo de los siete kilos y pico (ahorraos el chiste del «y pico», por favor), mi cabeza estaba más en el postre. Sobre todo después de que una invitada se prestase a prepararlo ella misma.
—Pero ¿y si cocina algo con chocolate? —pregunté preocupado—. No nos cuesta nada hacer un pastel de manzana para salir del paso.
—Me ha dicho que no llevará chocolate —prometió S.— Es una receta tradicional de Acción de Gracias.
La invitada en cuestión, a la que llamaremos T. de «tentación», llegó pasadas las nueve y media. Cuando entró por la puerta, no pudimos evitar la curiosidad de descubrir cuál era ese postre. Suspiré aliviado: cumplía con todos los requisitos. Le di mi certificado R.S.C. en el acto.
Por poco tiempo.
Después de comer el pavo (me refiero a esa capa superficial que conseguimos comer entre todos: todavía queda suficiente pájaro para rellenar las doce uvas de todos los asistentes a las campanadas de Sol), y en el momento de partir la tarta, tuve a bien agradecer (por algo se llama Acción de Gracias) la suerte de convivencia en el piso, la asistencia de invitados y, por supuesto, que el pastel de Oreo no tuviese chocolate.
Lo que siguió fue un silencio sepulcral de antología de cine mudo.
Luego varias caras mirándome con estupefacción, cuando no con culpa.
—¿Se puede saber qué ocurre? —No os imagináis sus rostros—. T. ha dicho que la tarta es de Oreo. Lo de encima no es chocolate —dije con tono paternal—, ¡es mermelada de fresa!
Las miradas continuaron. Yo no entendía nada hasta que alguien dijo:
—Pablo, a ver cómo te decimos esto sin hacerte daño: las Oreo están hechas con chocolate. Es así. Desde siempre. Lo sabe todo el mundo.
—¿¡De chocolate!? —Estuve a punto de reír, pero vi que nadie me seguiría con las risas. Aquello parecía un funeral—. Por supuesto que no tienen chocolate. Están hechas de Oreo. Estoy seguro de que las Oreo no son chocolate porque existe el helado de Oreo y si fuese chocolate sería helado de chocolate. Además, gracias a que llevo todo el mes merendando galletas Oreo —Entre tú y yo: en noviembre compré unas cuaaantas cajas de Oreo—no he sentido el mono del chocolate.
Mis amigos me miraron con cara de Dedúcelo-Tú-Solo. Quise morir.
Corrí a la despensa y busqué un paquete de Oreo. Encontré uno de tamaño familiar casi acabado, así, para empeorar las cosas. No vi nada sospechoso en los ingredientes, pero cuando estaba a punto de cantar victoria, alguien señaló con el dedo el rótulo GI-GAN-TE de «galletas de cacao» en la parte frontal. Tan visible que no lo había visto nunca. Por segunda vez en un minuto, quise morir.
S. vino hasta mí y me puso la mano sobre el hombro. Puso la misma voz que cuando me reveló a quién votó.
—Lo he sabido todo este tiempo, pero no quería hacerte sufrir. —Con amigos así, no necesito ir al infierno—. Conste que el día uno te pregunté si las Oreo llevan chocolate cuando te vi merendar, pero no quise romper tu ilusión cuando negaste con la cabeza.
—Ha sido todo un fraude. Pensaba que lo estaba logrando. Creía controlar el mono cuando seguía enganchado día y noche sin saberlo.
S. se encogió de hombros y me invitó a volver con los demás. El resto de la noche fingimos que nada había ocurrido e incluso, por unas horas, que las Oreo no son chocolate. Mientras tanto, puse a prueba a los lectores de @el_croni y descubrí que de haberlo tuiteado antes, otros me habrían dado la alerta.
Desde entonces no me atrevo a dar un bocado sin asegurarme de que no tiene cacao antes. La fruta, las verduras, los lácteos o el pescado: desde el caso de la Oreo, veo sospechosos en todas partes. Pero mi R.S.C. sirvió por lo menos de algo: durante todo el mes de noviembre no me salió ni un solo grano de los de cuando me doy atracones de chocolate. Al final va a ser verdad eso del efecto psicológico.
5 comentarios:
Uff... te comprendo. Bueno, no del todo porque no puedo entender de qué creías que estaban hechas las Oreo si no era de cacao... pero yo me puse en verano un R.S.C. y ni de coña llegué a los 28 días. Al día 20 ya estaba diciendo: "he aguantado 20 días, a estas alturas ya se puede considerar que he superado el reto, no estoy enganchada, puedo volver!"... Y así lo hice, el helado de chocolate cayó. Y justo estos días me estaba plantenado hacer otro... pero... ¡se acerca Navidad!... =(
De todos modos, me alegra muchísimo saber que no soy la única que se pone R.S.C. (aunque nunca los había llamado así). ¿Existe Chocolateros Anónimos?
Mi reto sin chocolate me lo propuse en el peor momento posible, con los exámenes. No hace falta decir que fracasé estrepitosamente, aunque quiero volver a intentarlo en estos de enero :)
Primero, fui capaz de vencer mi mono a la coca-cola pero al chocolate sé que nunca podré. más de dos días sin chocolate y estoy que me subo por las paredes. Así que te admiro sólo por intentarlo.
Segundo, prueba infalible para saber si algo lleva chocolate: se te hace la boca agua nada más pensar en eso? Pues lleva chocolate! Mira que no saber que las oreo eran de chocolate siendo un chocoadicto... ains!
Con lo que me gustan a mí los libros de Moccia...
"Pablo, a ver cómo te decimos esto sin hacerte daño" Grandes tus amigos xD
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