Recuerdo el boom de Los Simpson en España. Yo era muy pequeño y mis padres discutían sobre si se trataba de una serie infantil o no, pero el hecho de tener hermanos mayores hizo que la balanza se volcase a su favor. Al principio me gustaba: Homer me parecía un imbécil sin gracia y Bart el típico payaso, pero tenía suficiente con el resto del reparto. Hoy, por desgracia, siento que he visto demasiado.
No es que me afecte la ley de Murphy de las series. Más bien, que Antena 3 y Fox han repetido tantas veces los capítulos -porque hay público que los ve, no culpemos a las cadenas- que han llegado a hartarme. No les doy ni tres segundos de tiempo. Incluso si se trata de un capítulo nuevo (y hay muchos nuevos para mí, porque hace años que dejé de verla) prefiero tragarme anuncios de detergente que ver cómo hacen lo mismo una y otra vez. No sólo se repiten los capítulos: es que en cada nueva entrega, los personajes pecan de hacer exactamente lo mismo. Es su juego, sí, pero yo no participo.
Supongo que el día que dejen de emitirse -ese día llegará. Todo llega, aunque nadie lo crea- se repasará su contribución cultural. Es imposible vivir en el siglo XXI sin hacer algo que recuerde a nosequé episodio de Los Simpson, sin que esto te recuerde a la vez que Lisa tal, o sobrevivir a una noche de fiesta sin que alguien te cite una frase de la serie (y qué frases. Me quito el sombrero, pero nada más). Incluso los que no la vemos, sentimos su presencia constante. Yo vivo con miedo a que me obliguen a dejar Los Simpson en un momento de zapping, y si fui a ver la película, fue sólo por no sufrir una exclusión social digna del apartheid. Si no pido en serio que retiren la serie no es porque me guste, sino porque temo una crisis humanitaria mundial. Pero los de mi calaña ya saboreamos el momento. Sabemos, con una seguridad que da miedo, que Padre de familia es mucho mejor. Más absurda, más guarra y en ocasiones estirada hasta el insulto, pero mucho mejor. Si Padre de familia estuviese a mediodía en vez de Los Simpson, los lunes se recibirían con clamor popular. Pero no, seguiremos soportando a los de Groening por más tiempo. Mientras no nos metan Padre made in USA, sobreviviré. Eso sí que es morir.
No es que me afecte la ley de Murphy de las series. Más bien, que Antena 3 y Fox han repetido tantas veces los capítulos -porque hay público que los ve, no culpemos a las cadenas- que han llegado a hartarme. No les doy ni tres segundos de tiempo. Incluso si se trata de un capítulo nuevo (y hay muchos nuevos para mí, porque hace años que dejé de verla) prefiero tragarme anuncios de detergente que ver cómo hacen lo mismo una y otra vez. No sólo se repiten los capítulos: es que en cada nueva entrega, los personajes pecan de hacer exactamente lo mismo. Es su juego, sí, pero yo no participo.
Supongo que el día que dejen de emitirse -ese día llegará. Todo llega, aunque nadie lo crea- se repasará su contribución cultural. Es imposible vivir en el siglo XXI sin hacer algo que recuerde a nosequé episodio de Los Simpson, sin que esto te recuerde a la vez que Lisa tal, o sobrevivir a una noche de fiesta sin que alguien te cite una frase de la serie (y qué frases. Me quito el sombrero, pero nada más). Incluso los que no la vemos, sentimos su presencia constante. Yo vivo con miedo a que me obliguen a dejar Los Simpson en un momento de zapping, y si fui a ver la película, fue sólo por no sufrir una exclusión social digna del apartheid. Si no pido en serio que retiren la serie no es porque me guste, sino porque temo una crisis humanitaria mundial. Pero los de mi calaña ya saboreamos el momento. Sabemos, con una seguridad que da miedo, que Padre de familia es mucho mejor. Más absurda, más guarra y en ocasiones estirada hasta el insulto, pero mucho mejor. Si Padre de familia estuviese a mediodía en vez de Los Simpson, los lunes se recibirían con clamor popular. Pero no, seguiremos soportando a los de Groening por más tiempo. Mientras no nos metan Padre made in USA, sobreviviré. Eso sí que es morir.