Header

Mi patronus o daimonion (Guía básica para descubrir el tuyo)

Cuando nos sumergimos en el imaginario de las novelas, lo hacemos como si fuésemos un personaje más de la historia. Por eso es normal que nos preguntemos de qué raza idhunita seríamos, en qué rincón de la Tierra Media nos gustaría pasar las vacaciones de Navidad o cuál sería nuestra casa en Hogwarts. Pottermore, la nueva web de J.K. Rowling, ya responde a esta pregunta en su versión beta (HarryLatino lo ha hecho muy decentemente durante años), pero todavía falta un tiempo para que la página alcance los eventos del tercer libro y podamos conocer qué forma adopta nuestro patronus.
Mientras tanto, Cheryl Klein, editora estadounidense de la saga, propone una alternativa muy interesante: como ella está segura de que la forma del patronus es idéntica a la del daimonion (el daimonion es el animal que acompaña a cada humano en el mundo de Lyra, en La materia oscura, una especie de alma visible), se puede adoptar el sistema Philip Pullman para descubrir daimonions. El escritor británico propone un sistema muy práctico y lógico para que cada lector averigüe cuál es su daimonion, y por extensión, su patronus.
El procedimiento es muy sencillo: sólo tienes que juntar a dos amigos (dos personas que te conozcan. Que hayan echado un vistazo a tu «alma», vamos) y que sean ellos mismos los que decidan entre los dos y de mutuo acuerdo el animal que más se ajusta a tu personalidad. No el que más te gustaría. El que más te representa, con tus virtudes y tus defectos.
Yo ya he hecho el experimento y el resultado me ha dejado satisfecho. Porque si bien mis animales favoritos son africanos, me hacía a la idea de que no tengo la buena memoria del elefante, la sangre de horchata de la jirafa ni la bravura de un león. El patronus (o daimonion) que han elegido para mí es un perro de raza fox terrier. Quienes lo han elegido no saben que es el animal que siempre he considerado mi auténtico patronus porque tenemos mucho en común, bueno y malo (quienes hemos tenido uno en casa sabemos que a los fox terriers les sobra tanto de lo uno como de lo otro). Ahora te toca a ti someterte al veredicto y pedir a dos amigos que elijan tu animal. Luego, si quieres, puedes volver aquí y contar tus impresiones.

La ciudad bajo la ceniza

Visitar Roma está bien. Uno no pasea en vespa ni vive historias de amor para mocciacos (¿por desgracia?), pero tiene tantas cosas que ver que cualquier guía de viajes se queda corta en folletín. De hecho, es la sensación que transmite Roma: que tienen más patrimonio del que se pueden permitir. Están desbordados de tanta historia, de tanto arte.
Florencia resulta muy distinta a la capital y en sus calles no se respira menos cultura. Y qué voy a decir de Venecia, archirreproducida en todas las artes. No importa las veces que nos lo cuenten: hay pocas cosas comparables a pasear por la ciudad. Es una vivencia que ni las canciones, ni los libros ni tampoco los cuadros pueden transmitir con fidelidad.
Sin embargo, de todos los rincones que he conocido de Italia de Norte a Sur no hay ninguno que me sorprendiese tanto, y tan positivamente, como Pompeya. No es porque no tenga italianos, que os veo venir. Lo de la antigua urbe romana es algo superior. Mejor que cualquier recreación cinematográfica o parque temático de Benidorm. Pompeya es una maravilla, una oportunidad imprevista para que los de nuestro tiempo paseemos -de verdad, no es maquetas o decorados- por las calles y casas de una auténtica ciudad de la antigüedad.
Pompeya, que desapareció bajo las cenizas del Vesubio en el 79 después de Dios, está casi como la dejaron los que la disfrutaron entonces. Con sus panaderías y prostíbulos. Con sus «Cuidado con el perro» y hoteles Parador. Su vida pública y la doméstica, sin versiones edulcoradas que la quieran reinterpretar.
La ciudad momificada no es un simple envase fosilizado. Guarda además buen registro de todo lo que sucedió allí hasta un minuto antes del desastre, y nos revela con más fidelidad que muchas crónicas cómo era vivir en la Roma imperial. Pompeya, por ahora, sigue abierta a los turistas, y mientras los arqueólogos desentierran nuevos capítulos de su historia, nuestro tiempo, el mismo que la disfruta, la destruye con más fuerza que un volcán. Es su suerte.
Si podéis, no os perdáis Pompeya. En los últimos años se han destruido algunos muros que habían «rescatado» por culpa del viento. Si su maldición es que pisemos su suelo antes de convertirse en polvo para siempre, habrá que visitarla para que los dioses se salden de una vez por todas su deuda.
Después, nos quedará esta canción para imaginar lo que fue.

Los que brindan y los que ya nunca podrán brindar

Supervivientes de MSN Messenger

Pensaba que ya lo había visto todo con los usuarios de Yahoo, pero no.

Quién matase a Astérix

Cuando el escritor y guionista René Goscinny murió en el setenta y siete, muchos creyeron que Astérix el galo, su creación más popular (con permiso del pequeño Nicolás), no viviría más aventuras junto a Obélix y compañía. Se equivocaron. Albert Uderzo, hasta entonces dibujante de la serie, asumió todo el trabajo y se encargó también de los guiones, asegurando la continuación del principal cómic francés por unas décadas más.
Pero Uderzo tampoco es inmortal, y a sus ochenta y cuatro años sospecha que hasta él puede abandonar a Astérix. Lo que debería ser el final del personaje galo por antonomasia (y cuando digo «galo» no me refiero sólo a su tribu. Hablo de toda Francia) y un icono imprescindible de su cultura, podría convertirse en su tránsito en la inmortalidad. Y es que Uderzo se ha propuesto encontrar sustituto a sus manos y cerebro. Astérix vivirá nuevas aventuras incluso cuando Uderzo y Goscinny se reencuentren en el Parnaso de los historietistas.
La pregunta se formula hasta en los coloquios literarios más elitistas: ¿Puede continuar la historia sin su último creador? Con Astérix, el debate viene de antiguo, porque muchos acusaron a Uderzo de no respetar al personaje cuando siguió la obra sin Goscinny. A nadie debe extrañarle que ahora busque un sucesor incluso para él mismo, con tal de que el cómic (y la franquicia) continúen por mucho tiempo.
En la historia del cómic tenemos dos ejemplos muy próximos que tuvieron desenlaces diferentes. El primero Tintín, que nunca vivió más aventuras después de la muerte de su creador Hergé. Los tintinólogos conocen bien lo que es dejar una creación a medias. La pasión por el joven reportero y su amigo capitán es tal que El arte alfa, un volumen que su autor dejó con unos pocos bocetos, se vende a pesar de todo.
El caso de Spirou es radicalmente opuesto. Fue iniciado por Rob-Vel y popularizado por Franquin, uno de los grandes del cómic del siglo XX (quien, a pensar de convertirlo en una celebridad, no fue el legítimo creador de la serie, aunque sí quien le imprimió más personalidad y tramas). Como los derechos de Spirou y Fantasio pertenecen a una editorial, esta ha encontrado guionistas y dibujantes para cada época, de modo que el botones convertido en investigador nunca se iba del todo. Los volúmenes de Franquin son los más venerados, pero los del tándem Tome y Janry merecen consideración. Ahora es imposible imaginar la serie sin sus múltiples padres. Si Rob-Vel no hubiese soltado a Spirou, Spirou sería hoy en día un auténtico desconocido en la historia del cómic. Sus infinitas adopciones tampoco han puesto en peligro los números de Franquin. Son distintas visiones para un mismo personaje. Que cada uno se quede con la que más le guste.
Uderzo, que conoce bien todos los casos, apuesta por esta última opción. Si él pudo «usurpar» el puesto de guionista, no ve por qué otro no iba a poder hacer lo mismo con el de dibujante. Muchos pusieron el grito en el cielo cuando él se puso a escribir, pero yo prefiero La odisea de Astérix, su primer volumen en solitario, a otros goscinnyanos como Astérix y los juegos olímpicos. No es que sea partidario de que los autores cesionen sus derechos para que unos recién llegados perpetúen la línea «oficial», pero en el caso de Uderzo, que ya abrió el pastel cuando sustituyó a Goscinny, no creo que haya mucha diferencia. Quién sabe si los mejores astérix no están por llegar.

Artículo relacionado: Autores que se aprovechan de otros.

Si mañana se despide E.T.A.

Dicen que ETA anunciará su fin antes de las elecciones de noviembre. Que la peor pesadilla de los españoles desde la muerte de Franco dirá adiós para siempre a través de un comunicado que reproducirá la BBC. Agur, señores, hasta aquí llegó la sangre. Ahora voten bien.
Los españoles esperamos este punto y final desde que tenemos memoria. Es echar un vistazo al extranjero y comprobar que el terrorismo no es cosa de todos, y menos aún de países desarrollados. ETA nos separa del resto. Pero al margen del lastre que supone frente a otros, ETA es un cáncer que nos daña por dentro. Un cáncer que duele pero que, más quieran, no destruye. ETA es la quintaesencia del fanatismo, con un puñado de monstruos que han dejado la conciencia en casa para llevar el odio por montera. No hay justificación que valga en un Estado de Derecho. Lo de imponer credos tendría que haber muerto con Franco.
ETA dirá adiós, si Dios quiere, como un enfermo terminal que se entrega a la eutanasia. Por qué no ponerse fin hoy cuando la naturaleza los va a finiquitar mañana. O los finiquitó ayer, pero es que en ETA no se habían dado cuenta. En cualquier caso, la despedida de nuestro grupo terrorista, así, como una vergonzosa propiedad, es una noticia que esperamos con ansias y no poca alegría. Un titular así puede hacer sombra a la elección de un presidente. Pero ante todo, los españoles, que estamos tan ansiosos por verlos salir, somos prudentes. Cautos porque ETA nos hizo así.
Sabemos que engañan. La mentira es su código de honor desde los inicios. Y aunque el comunicado del fin final es inédito hasta en su poco creíble historial, no sabremos cómo tomarlo hasta que pase un tiempo y los hechos acompañen a las palabras. Nos morimos de ganas por contemplar la caída, pero no queremos decepcionarnos. Los últimos años sin atentados son importantes. También lo es la eliminación del «impuesto revolucionario»‎, que no es sino un eufemismo para referirse al dinero que algunos vascos tenían que pagar a los etarras con tal de que no les hiciesen nada a ellos o a sus familias. Queda por ver la libertad, expresarse por cualquier pueblo vasco sin que se cierren todas las ventanas, y que los que apoyaron a ETA comprendan hasta qué punto apoyaron el horror más profundo. El camino es largo, pero menos cuando te quitas de encima el peso del terrorismo.
Si mañana se despide ETA en su primera carta sincera España tendrá que celebrarlo como la mayor alegría desde nuestra democracia. Porque ETA, a fin de cuentas, era quien más la empañaba. Junto a la libertad que tanto nos había costado. Si mañana se despide ETA, que lo haga sin condiciones, y que lo haga entregando las armas. No hay lugar para condiciones o medias tintas. Tampoco debemos consentir que nadie se ponga medallas ni busque atribuirse el mérito. La única responsable ha sido la ley y su determinación, además de la unidad de un pueblo que cuando se trata de terrorismo, no entiende de matices. Es ETA, son asesinos y punto. Punto y final, ojalá pronto, porque ni los vascos, ni el conjunto de los españoles, queremos compartir ni un segundo más de nuestra historia con ellos. Ni este blog quiere tener la sección de artículos sobre ETA por más tiempo.

Julio Cortázar en «La historia secreta de la literatura en cómic (vi)»


El argentino Julio Cortázar es el protagonista del sexto capítulo de La historia secreta de la literatura. Si no pilláis el chiste, podéis retuitearlo, darle al Me gusta, al +1 o comentarlo hasta que alguien os lo explique. Antes pasaron por aquí las hermanas Brönte, el genio Roald DahlJ.R.R. Tolkien, el anónimo de El lazarillo y Agatha Christie.

Genio ¿de qué?

Que Steve Jobs creó un filón lo sabemos todos. Que era un genio visionario de los de primer nivel no estoy tan seguro.
Si repasamos su trayectoria, destaca más por su talento como director que como creador. El Apple I, por ejemplo, fue creado por su compañero de entonces. Jobs tuvo el genio de comercializarlo. Participó más intensamente en el desarrollo del ordenador Apple II y Macintosh, pero lo hizo con un equipo que no merece menos créditos que él. En un momento dado, Steve Jobs sale de Apple para regresar años después como presidente ejecutivo. Es a partir de aquí cuando el empresario trabaja a fondo en la imagen que lo rodea: la de sus productos y la suya propia, el único ítem de Apple que no se vende pero que también afecta a la bolsa.
De Apple han surgido grandes éxitos comerciales. El iPod no fue el primer reproductor musical, pero su diseño y prestaciones (más su diseño que sus prestaciones) lo convirtieron en el más vendido. El iPhone tampoco fue el primer móvil, ni siquiera participó en las primeras generaciones, pero de nuevo un gran trabajo de desarrollo detrás y una no menos meritoria labor de publicidad delante lo situó como el teléfono por excelencia. Apple se ha permitido sus propias excentricidades, y ha creado necesidades como la de la tableta, un mercado en el que nadie se había fijado porque no prometía futuro.
Sin embargo, Jobs queda como un visionario comercial, no como el genio indiscutible de la tecnología que quieren grabarnos. Sus productos tampoco han sido siempre los mejores en su gama, pero sí los más codiciados por el gran público. Glorificar una carrera por su éxito comercial está bien, pero no se debe extrapolar a otros ámbitos donde la contribución de Steve Jobs es más cuestionable. Pero nos lo hemos creído, claro que sí, porque si en algo ha sido un genio ha sido en imagen. La suya no iba a ser menos. Sus productos con el característico blanco, él con su característico cuello alto negro. Hasta el punto de convertir la figura de un director ejecutivo en un show man, hasta el punto de hacernos creer que Apple es sólo una persona, o que Apple no funciona sin él. Hasta el punto de hacernos creer que lo ha revolucionado todo, cuando lo que ha hecho ha sido meterse en carreras que ya estaban empezadas y correr como si participase desde el primer minuto. Es como decir que Google inventó Internet.
Steve Jobs ha sido un incuestionable fenómeno en sí mismo. Pero no me interesa como fenómeno tecnológico, que no lo ha sido tanto, sino como fenómeno sociológico. Ahí radica su principal hito: crear aduladores de una marca, personas que compran un producto sólo porque lleva un sello. Ser capaces de crear una necesidad cuando no existía, como con las tabletas. Su principal éxito es sociológico y no es fácil lo que ha logrado ni pretendo quitarle mérito. Pero seamos razonables: ¿en qué cambiaría el mundo sin iPods, Macs e iPads, cuando ya existían productos muy parecidos? Cuesta dar una respuesta que encaje con el genio visionario del que hablan hoy todos los obituarios, pero pensémoslo por un momento: sin Apple, nosotros seríamos, lo admitamos o no, los mismos. Los contemporáneos de los grandes visionarios de la Historia no podrían decir lo mismo, porque ellos vivieron revoluciones que traspasaron lo comercial y afectaron a su modo de vida. Si a nosotros nos quitasen todos los productos Apple, no retrocederíamos ni medio paso en la evolución.