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Retroceder un paso con tal de no retroceder seis

Francia y Suiza, dos países que han recibido decenas de miles de inmigrantes cuando en España todavía no sabíamos ni lo que era una patera (ni cayuco, ni todo ese léxico que ahora forma parte de nuestro vocabulario tanto como muslamen o matrimonio homosexual), reciben en ocasiones la bofetada de retrógrados por pensárselo dos veces antes de aceptar nuevos ciudadanos en sus territorios, especialmente Suiza. Suiza, la misma en la que los partidos de extrema-derecha (al menos así los describen en nuestra prensa nacinal; todo sea que sus propuestas sean un "lost in translation"), la de las ovejitas blancas echando a la negra, la de basta de velos, la de aquí-no-se-construye-una-mezquita-porque-lo-digo-yo, o mejor dicho, lo dice uno de los sistemas democráticos más peculiares y fidedignos del mundo.
A mí no me importa que vengan inmigrantes a España, qué voy a decir. No creo que nadie se suba a una barquita y se proponga cruzar el estrecho (o se gaste los ahorros que le han costado años reunir) para viajar hasta España en una situación incierta. Cuando te arriesgas de semejante forma, es evidente que no se trata de un asunto de placer. Siento lástima por ellos y doy gracias por lo que tengo. Ojalá encuentren aquí lo que en sus países tienen vedado.
Pero no juzguemos tan rápido a los suizos. A fin de cuentas, nos sacan décadas en materia de inmigración, de lo que a "recibir" se refiere. Pensamos que son un país retrogrado, qué digo, retrogradísimo, por poner todas las trabas para disuadir a la población musulmana, como si eso fuese el colmo de los disparates, pero nadie hace las cosas porque sí. Si Suiza retrocede un paso en derechos al preferir a los musulmanes -y otros inmigrantes- fuera que dentro, es por miedo a que de tenerlos dentro, retrocedan seis. Pensad en vuestro grupo de amigos, en el que votáis cada plan que hacéis y cada restaurante en el que cenáis. Sois cinco y conocéis la intención de voto de cada uno. Entonces llegan tres nuevos amigos al grupo, que opinan radicalmente distinto a vosotros y van a cambiar vuestra tendencia electoral a medida que lleguen más, y eso que no os gusta nada lo que votan. Es más: estáis seguros (y esto es una opinión personal vuestra, porque hay casos que os han dado la razón, pero otros que no) de que esos nuevos amigos a los que invitáis a votar son unos involucionados machistas sin respeto por los demás. ¿Qué hacéis? ¿Los dejáis entrar en un ejercicio de tolerancia, para que con su cada vez mayor población cambien vuestras costumbres, o les decís que no, para mantener lo que consideráis una sociedad moderna y tolerante? ¿Es lógica o incoherente la decisión? ¿Qué seríais capaces de hacer por mantener lo que consideráis una sociedad moderna? ¿Se puede abrir la puerta a todo el mundo, a riesgo de retroceder? ¿Hasta qué punto afecta a un país la llegada de nueva población menos tolerante y abierta de miras que la antigua?
Demasiadas preguntas para un sábado a mediodía. Os dejo con una curiosidad para la que todavía no he encontrado explicación: las mujeres suizas no tuvieron derecho a voto hasta 1971. Pero como no conozco los entresijos de esta barbaridad, mejor me espero a que me lo cuente alguien.

Encuesta en CrónicasSalemitas.com

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Tres temas temazos

  1. Mi realidad, de Lori Meyers. Recuerdo cuando J. me decía que este grupo me pegaba un montón y yo no le hacía caso (como cuando ve una camiseta que también me pega y me lo dice. Voy a tener que averiguar qué es exactamente lo que me pega y lo que no, para no equivocarme). El nuevo disco es reguay.
  2. Lay all your love on me, de Abba.
  3. Dices que soy (a continuación), de Vainica Doble. Es Mocedades a lo indi. Es total.

La prohibición de los toros brevemente meditada

Que hoy es un día histórico para Cataluña, no hay lugar a dudas. Que basta ya de que julio de 2010 le traiga fechas históricas a la región también, que entre lo del estatuto, la manifestación y las celebraciones del mundial, parece que estas tres semanas van a ocupar más en las enciclopedias de Cataluña que todas las batallas del rey don Jaime I el conquistador.
Ni soy taurino ni entiendo la pasión. La respeto, porque me niego a creer que la gente busque la sangre por la sangre, pero creo que ni la más bonita de las culturas merece una muerte, ni de animales ni de personas. Me figuro que quien siente la tauromaquia pensará que todo vale, y desde luego, no le encontrará el mismo valor a un toro que a un humano. Yo sí. Lo cuál no significa que no coma carne: más bien, que me repugna el placer en el dolor.
Al cuerno si estos animales están protegidísimos desde que nacen hasta que mueren, saltando de flor en flor por las tierras de Andalucía: sigue siendo un espectáculo de muerte; el argumento de la supuesta extinción tampoco me vale: si no los criasen los ganaderos, el Estado lo haría con los parques naturales y subvenciones, de modo que no temo que desaparezcan un día; y el argumento de "hipócritas, ¿no sabéis que el resto de animales que coméis también se matan?" me apena, porque demuestra que no entienden la diferencia entre alimentación y espectáculo de sangre. Todavía no ha llegado el día en que vaya al matadero de juerga; ahora bien, lo mejor de todo es eso de "les encanta prohibir". La prohibición nace de una ley, y demos gracias a que existen las leyes con sus "desagradables" prohibiciones porque evitan en buena medida que nos roben por la calle, estafen o rajen en canal. Si ellos se llenan la boca con el "prohibido prohibir", yo vengo con el "viva la prohibición". Viva la prohibición cuando se trata de terminar con un espectáculo repugnante. La libertad de ver un toro morir no puede valer más que la vida del propio toro.
El colmo de las estupideces que he oído hoy es que Cataluña hace esto por su anti-españolismo. ¿Quién se supone que lo hace? ¿Todo el parlamento? ¿O es el PSC, o CiU, o ERC? Porque lo que es el el PSC, ha dado libertad de voto (y su líder ha votado en contra de la prohibición); en cuanto a CiU, Artur Mas se ha despegado rápidamente de que esto es un éxito del catalanismo, negando la relación; incluso el Carod-Rovira de ERC, que viene a ser el anti-santo de mi devoción, ha dicho que hay que acabar con los toros "por más que sea una tradición catalana", de modo que queda claro, de boca de todos los partidos, que nadie considera la tauromaquia algo únicamente español, siquiera español. Hasta el más catalanista ha admitido la catalanidad de la mal llamada fiesta nacional, así que por favor, políticos y opinadores, dejen de agitar las masas con un debate que ya se solucionó y se solucionó a su favor. Los españolistas han repetido hasta la saciedad que es un problema de anti-españolismo cuando ni ERC ha insinuado algo así. Todo ha quedado en que es una salvajada contra los animales. No hay nada más que entender. A menos que los taurinos no quieran que el debate se vaya a lo aplastante de la ética, y prefieran desviar la atención con un asunto de identidad.
Lo bonito es que todo esto haya salido gracias a una iniciativa popular, herramienta casi desconocida. Lo malo es que los diputados voten algo tan polémico cuando sus votantes no han dicho esta boca es mía, ni el asunto estaba en sus programas. Cuando ocurre algo así, o haces referéndum o lo incluyes en los programas de las próximas elecciones. Pero visto la disparidad de opiniones en el parlamento, incluso dentro de las propias formaciones, ha quedado claro que los únicos que no han sido escuchados son los ciudadanos en su conjunto. Me hubiese encantado que la prohibición saliese del pueblo y no del buen o mal humor del diputado de esta mañana.
Termino con una reflexión: los toros se acabarían por sí mismos si se retirasen las subvenciones. Así es como lo habría hecho yo, porque tanto derecho tiene a vivir (ya sea en un prado o mediante un empleo remunerado) el toro como el profesional del mundo taurino, que no es menos valioso que el otro. Que vale que no los maten, pero dejarlos en la calle tampoco es la mejor opción. Que la tauromaquia desaparezca poco a poco, mantenida hasta la muerte por sus cada vez menos aficionados. Y ya veremos qué hacen con la Monumental: con lo turística que es Barcelona, y lo listos y emprendedores que son los catalanes, no me extrañaría nada que la tauromaquia sin sangre comience su tradición aquí. Tiempo al tiempo. La necesidad exprime el cerebro, y algunos van a tener que superar viejos prejuicios y deseos de sangre para continuar comiéndose su pan. Ojalá que el resto de España imite esta decisión.

Yo viví en el noventa y dos de Ortega y Gasset, Madrid (y el mensaje para el nuevo inquilino)

Hoy he cogido mis últimas cosas de la casa vieja, la que siempre conocí como "Ortega y Gasset". Bé y yo nos mudamos a una nueva casa, un nuevo hogar, en el que ya estamos instalados desde primeros de mes. Todavía quedaban pertenencias básicas en la antigua, que si el nórdico o la caja del macbook (que no sé por qué no tiro. De hecho, ocasiones como éstas son las que invitan a reciclar cartón), pero ya hemos acabado. La casa está vacía. Lo que allí pasó, pasó. Me guardo en la maleta uno de los mejores años de mi vida, incluyendo lo que vivimos entre esas cuatro paredes. Y además he hecho un buen puñado de fotos, para que nunca se me olvide cómo era (o lo pésimamente decorada que estaba, aunque los fotogramas de Amélie por el pasillo eran una idea fantástica, y los hemos rescatado para la casa nueva). Ahora que lo pienso: se me ha olvidado la foto que tenía pegada en la puerta de mi habitación, la foto de mi habitación. Me explico: en la puerta de mi cuarto había colgada una foto de cómo se veía la habitación si se habría la puerta, a modo de ventana. Era mi plan maquiavélico para no tener que enseñar la habitación a los invitados. "La habitación es lo que se ve en la foto, no hay más". Solo que en la foto estaba más ordenada.
Cuando llegué a la casa de Ortega y Gasset, o ahora en la nueva, metí la mano en todos los cajones y huecos de los muebles en busca de un mensaje secreto. Me llevé un chafón terrible, porque no encontré nada. ¿Es que la gente no deja mensajes a los nuevos inquilinos? ¿A nadie le hace ilusión leer unas palabras de alguien que vivió en la misma casa cinco, quince, cincuenta años atrás?
Es evidente que yo no iba a dejar las cosas así. Por eso me he encargado de dejar bien guardado un mensaje en la antigua casa, a la espera de que un nuevo inquilino, si acaso la mitad de listo y guapo que yo, lo encuentre. Dice así:

Querido/a nuevo/a inquilino/a:
Debes saber que en esta casa (suponiendo que el mueble sigue en el 92 de Ortega y Gasset) ocurrieron cosas muy buenas. También malas, pero fueron las menos.
Una casa es mágica por su gente.
Esperamos que tú la disfrutes también.
Un saludo desde julio de 2010.

B. y C.
Me hubiese encantado encontrar algo así al llegar a Madrid. Ortega y Gasset, te echaremos de menos.

Un consejo a quien lo quiera

De adolescente, era un hijo de puta vengativo. No es que me pasase la vida devolviéndolas, pero recuerdo una ocasión en la que me cubrí de gloria y cobré con creces el daño que me habían hechos. Vale que ese sea mi único recuerdo como vengador, pero sigo tan arrepentido por más que pasan los años que ya no entra el devolverla entre mis planes. Si me la juegan, sigo adelante. Si insisten, sigo también. No tengo la mala leche de esa vez, ni de lejos. Aprendí más por lo mal que yo lo hice que por lo que me hicieron, que tampoco fue para tanto. De hecho, hoy apenas recuerdo mi parte, porque la otra se ha borrado de mi mente.

Hoy por hoy, cuando sé -y sé, por más que me haga el tonto- que alguien intenta perjudicarme, mantengo mi táctica de la indiferencia. Y si persiste y no puedo obviarlo por más tiempo, muestro mi mejor cara -la de tonto perdido- y me comporto con todo el estilo que puedo para demostrar que no seré yo quien pierda la clase, dejándome ver como el tipo que se comporta bien sin sospechar que se la están jugando. Este es mi consejo del día, para quien lo acepte. He necesitado meter la pata hasta el fondo para comprender que las venganzas, grandes o pequeñas, ni dan satisfacción ni arreglan el mundo. Puede parecer así al principio, pero luego sólo te queda un regusto miserable. Nunca te vengues. No conseguirás nada más que rebajarte. Quizá te frustre el hecho de que esa otra persona no vaya a pagarla -como si "pagarla" fuese una letra de tu hipoteca- pero no me cabe la menor duda de que los miserables siempre caen. Si no caen porque tú te vengas, ya caerán por su propio peso. Déjales que lo hagan. Si son unas personas terriblemente malas, tienes permiso para alegrarte si los atropellan. No nos las demos de humanistas: el mundo va bien sobrado de gente mala. Pero que no tengas nada que ver con los frenos defectuosos de ese coche, por favor. No quiero que la policía abra una investigación a Crónicas Salemitas.
Y hasta aquí el consejo de Cronista. Podéis tomarlo a broma. Pero el mundo iría mucho, mucho mejor si desapareciese la palabra venganza (a veces transformada en la eufemística "revancha", que busca lo mismo), y si aprendiésemos todos a tener un poco de clase. No de la del dinero, sino la de comportarse.
Gracias por leer.

Traición a la patria

Hace un mes o dos se condenó al primer traidor a la patria en la historia de nuestra democracia. Se trataba de un espía del CNI que no se había cortado un pelo al pasar información secreta a otro país, que no estoy seguro de si era Rusia pero no es importante ahora. Fuese quien fuera el beneficiado, el problema estaba en la traición.
Esto me hizo pensar en lo penal de ciertas actitudes. Ya no es delito la infidelidad, como ha podido ser en otras épocas, y tampoco lo son la mayoría de las mentiras, aunque algunas sean mucho más graves y dañinas que no ponerse el cinturón. La traición no es más que una cuestión de sentimiento, y no puede existir traición de no haber afinidad de antemano, pero claro, hay que preguntarse si existe siempre esa predisposición. ¿Estoy obligado a querer a mi país? ¿Tengo que ser fiel al Estado en el que he nacido? ¿Es inmoral preferir tres billetes de quinientos que mantener el secreto de dónde está la oficina 56 del CNI?
El caso de este espía es distinto porque conocía información por su trabajo, pero lo que me preocupa es que su delito sea el de traición y no el de revelación de secretos, lo que sería más lógico. El delito de traición tiene un tufillo fascista que me pone los pelos de punta. Obliga, implícitamente, a que todos seamos fieles a nuestro país. Qué queréis que os diga, pero si empezamos a verlo así, estaríamos en un país lleno de traidores. La traición no se puede tipificar porque es muy ambiguo dónde empieza y dónde acaba. ¿Comprar plátanos caribeños es traición, en detrimento de los canarios? ¿Preferir el pop británico al español? ¿Querer que gane Holanda el mundial, porque la selección española te cae peor que mal? Qué miedo, dios. Que cada uno sienta su amor -u odio- al país como le entre en gana. Abajo el delito de traición. Ya tenemos el de revelación de secretos.

Jean-Luc, de Els amics de les arts

Otra canción chulísima en catalán.

Antología de mis superpoderes #1: la telepatía

En mi momento friki de hoy me he puesto a pensar qué superpoderes me gustaría tener, y cómo los explotaría. De tener telepatía está claro: podría preguntar lo que nunca me atrevo. Y siendo yo, se limita básicamente a una pregunta que me surge cinco veces al día y me tortura. Qué fácil sería el mundo para mí...

Los celos de amigos

En los últimos días he discuto el tema con distintas personas. ¿Existen los celos de amigos? ¿Puede alguien sentirse celoso porque un amigo o amiga se sienta más próximo a otra amistad que no es la propia?
Mi experiencia personal me ha llevado a negarlo de primeras. Nunca he sentido celos de amigos: me trae sin cuidado con quién se relacionen mis amistades, ni pretendo acapararlas por completo. Es más: no me gustan las amistades que se limitan a dos, soy más de grupos. Está bien quedar de vez en cuando a solas, pero no hay nada como estar todos para pasar la noche, la tarde o la mañana. Sobre todo cuando todos son tus amigos.
Sin embargo, las personas con las que he hablado no opinan igual: a veces cuesta aceptar que un amigo dirige su atención hacia otros, cuando lo que queremos es algo más personal. No sé, a mí me resulta inconcebible. Y no tengo problema en aceptar que puedo no ser el mejor amigo de mis amigos, ni siquiera de mis mejores amigos. Con ser su amigo me conformo. Digo "amigo" en el sentido exacto de la palabra.
Esta es una de esas ocasiones en las que os paso el teclado: ¿habéis sentido celos de amigos en alguna ocasión? Y no me refiero a amigos que se echan novia, sino a amigos que comparten momentos con otros amigos. O por el contrario, ¿habéis puesto celoso a alguien? Me interesan vuestras experiencias. A mí me suena a ciencia-ficción.
Lo que sí me resulta complicado, aunque no lo puedo explicar, es juntar a amigos que no se conocen entre sí. No es por miedo a que se caigan bien: es que verlos juntos es casi anti-natura. Pero vamos, esto ya lo dibujé una vez.

posdata: yo no sé ni por qué me molesto en mantener el blog actualizado, si está casi todo el mundo de vacaciones. El caso es que yo no, así que ya lo leerán si quieren cuando vuelvan.

Señoras que estiran tanto la correa del perro que parece que se vayan a meter en el laberinto del minotauro

También conocidas como las señoras que quieren que ganes la medalla olímpica a salto de correa.

Los blogueros gilipollas

Crónicas Salemitas supera las novecientas entradas (todas disponibles a excepción de una, que me pidieron que retirase y algún día podré rescatar. No está borrada) y las cosas siguen como siempre. Dosis tontunas para que el lector pase el rato, no hay trampa. Si quieres puedes seguirme por twitter y lo mismo por facebook, aunque en esta red social las entradas no se cogen muy bien. Es igual. Seguiré incordiandoos por un medio u otro.

Pssss

Oye, tú, que eltemplodelasmilpuertas.com renueva su web con motivo del decimosexto número. Pásalo.

Los libros de auto-ayuda que deberían dar vergüenza

El libro de auto-ayuda es una de esas cosas que me han hecho cambiar de opinión a lo largo de los años. Empezando por el principio, cuando en casa estaban casi prohibidos y completamente denostados, me acuerdo de una ocasión en la que le encargué a mi padre un libro que en la librería le dijeron que era de auto-ayuda. Era una novela infantil sin posibilidad de engaño, pero el librero se hizo un lío y le fue a mi padre con la copla. Mi padre volvió a mí quejándose de mis gustos, al menos hasta que descubrimos que todo era un error.
No lo fue cuando le encargué otro título que esta vez sí era de auto-ayuda auténtica, al menos por cómo lo catalogan: El caballero de la armadura oxidada. Me lo habían recomendado en un montón de ocasiones y estaba decidido a leerlo. Mi padre se molestó bastante, al punto que hasta mi padre tuvo que intervenir, pero como ese libro sólo podía significar una ridícula proporción en mi estantería y no tenía intención real de cambiar de gustos, se pasó por alto. Me lo compró, lo leí y opiné por mí mismo. Ahí comprendí de qué iba eso de la auto-ayuda, a lo que se sumaron al tiempo otros títulos recomendados de largo como Juan Salvador Gaviota o ¿Quién se ha llevado mi queso? No era un género que me entusiasmase, pero esos libros son prácticamente un "must" para los lectores, o al menos eso creí yo. Lo que es a mí me enseñaron lo justo, me entretuvieron el rato y ahí terminó la historia. Soy chico de novela, qué se le va a hacer. Lo que estaba claro es que no eran libros del infierno, y que mi cerebro no se ablandaba por leerlos. Creo que la auto-ayuda tiene el defecto (o la virtud) que quedarse solamente con la parte instructiva de una novela, borrando todo lo que la pueda acompañar. Las novelas, a su modo, también guardan mensajes e historias parecidas, pero están mucho más desarrolladas y son menos evidentes. Defecto o virtud, no tengo claro qué es.
Recuerdo cuando una chica recomendó un libro de auto-ayuda a una amiga mía. Otros amigos comunes sacaron las uñas y consideraron que era toda una provocación: ¡animar a leer auto-ayuda, como si fuese tonta o gilipollas! Pero lo que no recordaban es que la chica que recomendaba el libro era una devoradora del género. No había ofensa en la sugerencia. La habría si el libro se lo hubiese recomendado mi padre. Pero era alguien a quien le gustaba.
Todos estos recuerdos han venido a mi cabeza estos días por una serie de casualidades. No soy consumidor de auto-ayuda, pero he ido mejorando mi opinión de ella con los años. Todavía me asombro cuando veo a alguien entrar a una librería y preguntar por la sección de marras. Para mí, es lo mismo que entrar a un videoclub y preguntar a voz de grito por las películas porno: no quieres que nadie te vea ni oiga, y prácticamente te camuflas (o camuflarías, que hablo en todo momento desde la imaginación, efectivamente. No sé si quedó algún videoclub después del cambio de siglo). Pero no, la gente lo hace con normalidad, y no pasa nada. Mi filosofía de vida es el "hakuna matata". Mientras que no me perjudique, que cada uno lea lo que le dé la gana, lo mismo que si no quiere leer.
Termino esta reflexión en voz alta con una "respuesta" al blog de literatura infantil y juvenil de Gómez Soto. El escritor dice un claro "no, por favor" a la hipotética auto-ayuda infantil que podría llegar a España, supongo que con los mismos prejuicios en los que yo me he visto envuelto durante años (o eso, o estoy entendiendo fatal el titular de la noticia, en cuyo caso pido disculpas). No sé qué tendría de malo que los niños se acercasen a historias para superar sus complejos o superar los divorcios de sus padres, ¿a quién puede molestar? Pero pensándolo bien, es que precisamente esos libros son los libros camuflados que envían en los colegios de lectura obligatoria desde el año de la pera, la aburrida prescripción. Que nadie se eche las manos a la cabeza: la auto-ayuda, con otro nombre, está presente en las estanterías de los niños desde antes de Harry Potter. No voy a poner ejemplos innecesarios, pero si me voy a una sección de infantil encuentro antes un libro adoctrinante y moralizador que de aventuras. Nadie se ha muerto de eso, aunque podemos estar de acuerdo en que son tremendamente aburridos y disuaden de todo ánimo de lectura. Eso sí: no son ningún invento nuevo, y si alguien dice que la auto-ayuda infantil está a punto de aterrizar en España, es más una estrategia de márketing que el reflejo de la realidad.

La entrada definitiva del Mundial (con una viñeta de la primogénita de Zapatero)

Sufrí tanto en la final del mundial que casi creí que me gusta el fútbol. Grité, blasfemé (aunque mis blasfemias son muy exquisitas, no os vayáis a pensar) y salté con el gol más deseado del mundo. Se trata de un acontecimiento nacional de primer orden, así que espero que lo hayáis disfrutado como Iniesta manda. Del pulpo mejor no hablamos, que me recuerda en qué país de paletos vivimos.

Esta es una viñeta de tres que pensaba publicar, la trilogía del Mundial, pero voy mal de tiempo y con una va que chuta. Espero que os guste. Son Sonsoles Espinosa, mujer del presidente de Zapatero, y la mayor de sus hijas. Lo vi con mis propios ojos, palabra.
¡Ah! Y tampoco me olvido de los que acertaron la porra. Felicidades a los blogueros de Yo leo fantástika, Líneas paralelas, Mi blog (osea, el suyo) y Travesura realizada.

El día que descubrí que existían las proporciones

Ayer, mientras intentaba dormir, tuve un flashback tan fuerte que dije: esto lo tengo que contar en el blog.
Recordé un momento de segundo de preescolar, cuando tenía entre cinco y seis años, y estaba en la puerta de mi clase con Ana V. (que no es A. G.-R., que también iba a mi clase entonces y sigue siendo mi amiga. Era la otra Ana). No sé qué dijo de zurdos y diestros (debíamos estar descubriendo ese aspecto de nosotros, o al menos poniéndole nombre) que me di cuenta que Ana V. no sabía que si se miraba en un espejo, todo se daba la vuelta. Tú te mirabas en el reflejo y tu derecha parecía la izquierda. Ella no lo entendía y sin embargo para mí era obvio. Y siguiendo con eso, en una conversación que hoy disfrutaría escucharla, también descubrí que Ana V. y muchos otros niños tampoco entendían lo de las proporciones. Incluso en los dibujos de segundo de preescolar, sabía que lo que estaba más lejos tenía que ser más pequeño. Ana V. no lo entendía. Pero no os quepa duda de que Ana V. ganaría, junto a otros dos o tres, el premio de postales de navidad de ese año y todos los siguientes. Podía creerme un chico muy listo, pero hasta yo era consciente de lo que era un complot desde mi más tierna infancia.

Empadronarme en Madrid (o cómo dejar de ser valenciano sin dejar de serlo)

Hoy lo he valorado en serio por primera vez: empadronarme en la ciudad de Madrid, donde vivo desde hace casi un año, y donde pretendo seguir durante un tiempo más. Hasta ahora me había horrorizado la idea -¿qué me iba a quedar de Valencia, si ya no iba ni a las elecciones?- y siempre decía que no modificaría mi residencia oficial ni harto de vino. Que no es que pretendiese volver -porque no pretendo a corto ni medio plazo, y me duele, porque la amo-, pero me resistía a perder ese último hilo que me conectaba con la ciudad de los murciélagos. La ciudad de las flores. La ciudad de la luz. La ciudad de la luna y de la pólvora, del fuego y de tantas otras cosas bonitas más.
Pero mi situación actual es un problema, sobre todo en este país de autonomías. Tengo un problema cuando necesito documentos de la seguridad social, porque mi domicilio sigue siendo el de Valencia. Casi me quedo sin hacer la declaración de hacienda, porque los papeles llegaron a la casa de mi infancia y no he podido ir en los últimos meses. Tengo problemas con el banco, que no tiene nada que ver con el empadronamiento, pero perdí mi tarjeta de crédito y como mi oficina está en Valencia, llego una semana en que se dignen a reenviarla a Madrid, lo que me demuestra una vez más que tengo que admitir que ya no vivo donde Rita la alcaldesa.
Cuesta tomar la decisión porque no puedes quitarte de la cabeza que estás traicionando un poco a los tuyos. Lo mismo da que las hagas de embajador de buena voluntad a todas horas, pregonando las maravillas de tu tierra allí en la capital, que cambiar tu domicilio de cara al Estado ya son palabras mayores. Estás diciendo de manera oficial que pasas a formar parte de ese enorme grosso de Madrid, o lo que es lo mismo, que ya no te puedes contar entre los valencianos de la tierra. Si hay algo que quiero ser por siempre, eso es valenciano (bueno, y algunas cosas más, pero esto es una entrada de blog y se trata de darle un poco de dramatismo).
No es algo que tenga que decidir ya, pero mientras más vueltas le doy al coco más retraso los inconvenientes. Las próximas elecciones autonómicas y municipales son en 2011. Ya veremos si voto por el ayuntamiento de Madrid o el de Valencia. Haga lo que haga, me quedaré con las ganas de haber votado en lo otro.

Holanda - España, la porra

Apuesten, que sólo quedan unas horas. Luego no vale decir eso de "ya sabía quién iba a ganar". En Crónicas Salemitas se dejan las cosas bien escritas, y por los pelos que no llamamos a un notario. ¿Cómo creéis que van a quedar?
Yo creo que va a ganar España y no es porque sea español (además, ni que yo tuviese un sentimiento español híper desarrollado. Es ver a un tío gritando gilipolleces con la bandera española y me vuelvo nacionalista al instante), lo que no me decido es por el resultado. Pensaba un 0-2 o un 1-2 a favor de España, pero tengo un poquito más de ambición, de modo que mi apuesta final es un Holanda 0 - España 3. La que se va a liar en Colón, Plaza España y Cibeles, waká.
La última vez que hicimos una porra pública en el blog creo que puse un enlace al blog de los ganadores. A ver si me dais el gusto de enlazar a Vidas bohemias, El rincón de Vito o donde sea. ¡Animaos a participar!

Posdata: y sigo sin abrir una etiqueta para 'Deportes'... ¡quizá algún día!

Fire with fire - Scissors Sisters

Mola comprobar que un grupo no desmola cuando saca un nuevo disco.

El humor negro mola

Detesto los chistes. No cuento uno jamás y la gente que lo hace me aburre sobremanera. Todos hemos tenido un contador de chistes en nuestra vida, ¿verdad? De esos de los que no conoces más que su repertorio de chistes verdes, jaimitos, lepes o aquí va un español. Y seguramente a todos se nos habrá pasado por la cabeza lo divertido que hubiese sido -divertido de verdad, y no como sus chistes- que se quedase sin cuerdas vocales o algo así. Por lo menos. Cualquier cosa para ahorrarnos el suplicio de tener que aguantarlo noche y día con "seguro que no os he contado este". Dios, qué cortos se quedaron los reyes católicos con su inquisición. Cuántas piras hubiese montado yo con estos.

Sin embargo, aunque no tolero los chistes -debo tener algún tipo de intolerancia, como el de los gatos o los lácteos-, me encanta el humor negro. Disfruto desarrollando las bromas más crueles e imaginándome a la gente en las peores situaciones, sólo por placer. Si me junto con otros amantes del humor negro, entonces la cosa se convierte en un carnaval. Da igual que el objetivo tenga una enfermedad permanente en la piel que le impedirá integrarse en la sociedad por completo, como si es retrasado: si nos cae mal, lo freímos a descalificaciones e inventamos circunstancias en las que nos podemos caer de risa. Somos así de perversos.

No cuento chistes jamás (bueno, a excepción de dos que están relacionados, que son los únicos que me sé y que también son crueles), pero no me muerdo la lengua para soltar bromas sobre los más descalificados. Que si estás preparando una pizza en el horno a mí me salen analogías con el holocausto. Que si te pica la piel, no puedo evitar pensar qué estará haciendo ahora mismo el chico aquel al que se le caía a escamas. Lo mismo con las torres gemelas, o yendo más lejos, las guerras mundiales, la civil, el apartheid o cualquier cosa que pueda levantar ampollas, como el terrorismo de ETA. El humor negro tiene que ver con la provocación. Un chiste de los romanos no pica a nadie.

Estos comentarios molestan a veces. A ver, es natural, no finjo y me hago el sorprendido: sé lo que uno puede provocar con el humor negro. Pero hay dos hechos que observo en estos casos: de cara a los demás, el humor negro molesta más cuando hay proximidad con el objetivo del comentario. Casi nadie dice mú cuando te burlas de los australianos, pero las cosas se ponen más tensas si dices lo poco estético que es un cáncer. Esto lleva a pensar que a la gente no le molesta que te rías de alguien, lo que sería fantástico, sino de que te rías de alguien que conoce. Ya no lo veo tan altruista; lo otro que observo es que cuanto más se observa el mundo con humor, aunque sea negro (y decidme si hay otro humor para observar las miserias humanas, porque yo no lo conozco) mejor lo afrontar y más lo respetas. Lo tomas con naturalidad. Le pierdes el miedo. Aunque reírse de todo parezca una barbaridad, a veces es la única forma de aceptarlo entero. El humor negro, a fin de cuentas, lo que hace es matar el tabú. Por eso me lo apropio. Si otros lo utilizan con intención dañina de verdad, entonces habrá que andarse con cuidado.

Compartir piso

Hace un año (esta viñeta sirve para recordarlo) me recorrí las calles de Madrid en busca de un piso compartido en el que poderme instalar. Lo recuerdo como algo horrible, porque tenía la presión de instalarme cuanto antes, pero sabía que la decisión no podía ser arbitraria. Un piso compartido es una experiencia en sí misma, y yo estaba tan asustado (y deseaba tanto que fuese bien) que estaba seguro de que las iba a pasar canutas con mis compañeros. Hoy, diez meses después de instalarme en una casa que no era la mía con personas que no conocía más que de un cartelito en la universidad, puedo decir que he vivido en un hogar, que he disfrutado muchísimo y que en mi casa nos lo podemos pasar tan bien o mejor que en Friends. Soy muy consciente de lo afortunado que fui y soy, no lo niego.
Recuerdo la primera vez que hablé con Bé, hoy una de las personas que más quiero. Llamé al teléfono de un cartel (curiosamente, el primero que vi) y dije que quería visitar el piso. Me dijo que nanay, que hasta septiembre nada, que se iban de vacaciones y que entendía que no pudiese esperar, así que suerte. Yo me tenía que instalar a final de agosto, de modo que ese piso que tenía tan buena pinta quedó rápidamente descartado. Seguí con una lista de decenas de posibilidades.
Un mes después volví a Madrid y visité la que creí que sería mi casa. Eran dos chicos y una chica, y cuando llamé después de verlo para confirmar que me interesaba, la chica decidió que tres chicos eran demasiado para ella y que yo no podía entrar. Me quedé con cara de idiota, sobre todo porque cada viaje a Madrid me costaba tiempo y dinero, y todo jugaba en mi contra. Ya no sabía qué buscar, de modo que regresé a la primera página de pisos, me acordé de ese que no enseñaban en verano y volví a llamar, a ver si por una de esas había suerte. De nuevo, una Bé desconocida me dijo que lo sentía pero que no iban a estar en Madrid hasta más tarde. Suerte con la búsqueda.
De modo que seguí buscando, pero unos días después, cuando regresaba de la firma de La guía secreta de Harry Potter en Dénia, me llamó Dé. Me dijo que Bé le había dado mi número y que iba a estar los próximos días en Madrid, por si quería pasarme por la casa. El caso es que me pasé, me gustó, y es ahora mismo el sitio desde donde escribo en este blog. Solo que en medio han ocurrido algo así como un millón de cosas, unidas a un trillón de casualidades que han contribuido a mi bienestar. Siempre creo que me voy a llevar mal con todo el mundo y al final suele ser al revés.
Los papeles cambian un año después. Bé y yo nos instalamos ahora en una nueva casa, cerca de la actual pero más barata, y nos toca a nosotros buscar al tercero que ocupe la habitación. Somos los que preparamos los carteles y los colgamos por ahí, que respondemos llamadas de "he visto que ofrecéis..." y atendemos visitas de interesados. Esos interesados pasan por lo mismo que yo viví: entran a una casa que no es la suya (porque lo nuestro no es un piso de estudiantes, de ninguna manera. Es un hogar) y supongo que nos estudiarán más a nosotros que las medidas del armario o la resistencia del somier. No es para broma: a fin de cuentas, seremos la familia de uno de ellos durante por lo menos un año. Tiene que existir afinidad y buen rollo desde nada más empezar.
Nosotros sí que nos lo tomamos con calma. Ya hemos dicho que no a alguno que otro que quería meterse en la casa porque no nos acababa de convencer. No es que fuesen malos, pero hay cosas como la edad o la filosofía de vida que nos separan como de Lima a Moscú. Lo tenemos claro: da igual tener la tercera habitación vacía seis meses, con tal de que al séptimo llegue alguien que nos complemente de verdad. Que las prisas por tener un tercero no nos hagan perder de vista que antes que un mueble humano en casa, queremos alguien con quien se pueda convivir. Alguien con quien, Dios mediante, podría surgir una amistad.

Todos nuestros monstruos

El que esté libre de monstruos que tire la primera piedra.

Uno tiene que preparar su muerte a conciencia (ii): mi epitafio

Lo dicho: si no quieres que hagan cualquier cosa contigo una vez muerto, deja claras tus intenciones. Yo ya las escribí en parte y hoy voy a por la segunda entrega, pero no menos importante: el epitafio.
Le he dado muchas vueltas al mío y ya he dado con uno. Pensé en cosas que me describiesen, como "Hasta su muerte fue votada" o "Valenciano más allá de la vida", pero me da que no suenan muy bien. Ya he pensado el que quiero, que es bastante menos pretencioso: "Procuró que le perdonasen sus pecados". Si no sirve como epitafio, lo hará como objetivo vital. No quiero morir con la sensación de que he hecho algún mal que no recibió perdón.

Madrid es metro

Mi visión de Madrid tiene mucho que ver con su metro: rápido, bien conectado y repleto de gente. No lo digo por decir: en muchos de los dibujos que he hecho desde que vivo en esta ciudad he incluido su símbolo emblemático. Para mí, el metro representa a la ciudad mucho más que la Cibeles, la Puerta de Alcalá, el oso y el madroño o las torres Kio. Quizá tenga que ver con que aunque viviendo en Madrid nunca veas unas cosas u otras, el metro siempre está presente. Y lo más probable es que no pase un día sin que lo utilices.
En Valencia, el metro es moderno y hay muchas paradas (algunas verdaderamente bonitas, como la de Alameda). El problema es que incluso a primera hora de la mañana, tienes que esperar un rato a que llegue el próximo tren. Lo menos que tarda en Valencia es lo más que tarda en Madrid y, claro, las comparaciones son odiosas. También que el metro de Madrid pertenece a toda la ciudad. El de Valencia, lo evitan unos cuantos, y se llena de otros un tanto peores. En fin. Que si el de la ciudad de los murciélagos era flojo, el de la del oso es sobresaliente, y a nadie le extraña que sea una de las cosas de la que los madrileños se sienten más orgullosos. Orgull-osos. Dios, se me acaba de ocurrir un lema que igual valdría para la próxima campaña de impuestos de Gallardón que para una carroza del orgullo gay. Hoy estoy rechisposo.
Tampoco es que utilice tanto el metro de Madrid. En general, lo cojo cuando voy con prisa o cuando voy acompañado por alguien, que si de mí se trata, voy andando a los sitios que están a una hora de distancia.  Pero aunque no sea usuario diario, sé lo importante que es el metro para la ciudad. Sé lo asqueroso que es privar a la ciudad del metro. Y la huelga absoluta y absolutista que han hecho en estos dos días merece un despido tras otro sin cansar el dedo. Es absolutamente repugnante que con la que está cayendo, algunos se atrevan a protestar por un 5%. Como si hay más trasfondo, me la metro: hay incumplido los servicios mínimos, que no están por nada. Aunque el caos hubiese sido mucho mayor si las clases no hubiesen terminado todavía, la cerdada es igual. Hoy no he podido reprimir musitar 'fill de puta' (lo digo en valenciano, que así nadie entiende que digo una palabrota) cada vez que he visto en la boca del metro el puñetero y huelguista cartel.