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Diana y Letizia

Quizá Letizia Ortiz soñaba con ser la nueva Lady Di: una princesa moderna y comprometida, a la vez que amada por el pueblo. Una princesa con estilo propio y genio, capaz de callar al mismísimo heredero. Quizá ese era el sueño de Letizia mientras grababa sus últimos telediarios en la Primera. Nunca lo sabremos.
O en realidad no. Letizia esperaba crear un nuevo tipo de princesa, el de republicana y sindicalista, una figura monárquica que imitarían todos los países "coronados". Tampoco le funcionó demasiado bien, si es que esa fue su intención.
Lo que es evidente es que España no le tiene el cariño que Reino Unido le transmitía a la Princesa de Gales. Ni a diez años de su muerte tampoco. Mientras que de Lady Di se admiraba su glamour, compromiso con los más desfavorecidos y carisma, de Letizia se habla de lo anoréxica que está en las últimas fotos, lo trepa que tuvo que ser para casarse con el Príncipe y que si se hizo una ligadura de trompas en sus años de juerga, motivo por el que no tuvo a Leonor hasta pasado un tiempo. Más aún: conozco a bastantes personas, os asombrariáis cuantas, que aseguran haber visto a Letizia entrar al Instituto Valenciano de la Infertilidad, el más importante de España, pero ya sabéis: puede saberlo todo el mundo que en España, la prensa no dice nada. ¿Y van EL MUNDO y EL PAÍS de republicanos? Los medios son los primeros culpables de que a estas alturas sigamos pagando un rey. Y mira que a mí no me caen mal, conste... pero de que no me caiga mal una persona a tener que pagarle una vida de lujo a él y a todos sus parientes, hay un abismo. Eso sí que no.

P.D.: ¿Recordáis el día en que murió Lady Di? Yo tenía 10 años, estaba en Dénia y recuerdo que me lo dijo mi hermana en la cocina. De hecho, ya no recordaba esa cocina, porque hicimos obras hace mucho tiempo y nada tiene que ver. Pensé que si fuese Lady Di, fingiría mi muerte para que nunca más me acosasen y me iría a vivir a un lugar paradisiaco. Quién sabe. Quizá Lady Di esté en las Bahamas.

La camiseta del Che

Mis amigos los intelectualoides dicen que el comunismo es el mejor sistema de vida. Y si no mira Cuba, lo bien que les va. Discuto con ellos sobre la diferencia entre la teoría (que nos gusta a casi todos) y la práctica (que es poco menos que imposible), pero ellos siguen erre que erre con que viva Cuba y la madre que le parió. Pues si no somos capaces de diferenciar, allá nuestra suerte.
El caso es que es muy cool llevar una camiseta del Che Guevara, ya sabes tú, porque así le dices al mundo entero o sencillamente a los vecinos de tu barrio cuál es tu orientación política. Che era un libertador y luchó por el comunismo y eso es precisamente lo que a mí me mola, olé mis huevos. Por eso voy al barrio del Carmen con mi camiseta para que todos la vean. Hay dos tipos de personas que llevan el sello Guevara: los neobohemios convertidos (esos de gafas de pasta y patillas largas, los mismos que no paran de citar a Woody Allen) y los sucios con el perro al lado y la botella de cerveza en la mano. Tantos los unos como los otros son intelectualoides a su manera y es divertido ver cómo, a pesar de sus visibles diferencias, en realidad todos cojean de lo mismo.
Ya no se trata del comunismo. Ya no se trata de Guevara. La cosa consiste en una camiseta de tendencia y es super pop llevarla. El pop está a medio paso del consumismo, si es que no está metido hasta las rodillas. Y si el Che supiese que se ha convertido en un icono más del consumismo, igual que la gran M de McDonalds o la manzanita de Apple, no levantaría la cabeza.

Malcolm (is not) in the middle

Siempre me ha llamado la atención lo poco que se ha cuidado en España a la serie Malcolm in the Middle, a mi juicio una de las mejores. Te la ponían en el Club Megatrix, y sólo Dios sabe que no me habré levantado a tiempo en la vida. Horarios imposibles para los que queremos dormir, y sin embargo, perdiéndonos una buena serie. Lo mismo daba que a las dos repitiesen por trigesima octava ocasión el capítulo de Los Simpson en el que Homer se hace obeso, que la demanda es la demanda y a los ejecutivos no les interesa cambiar la programación (porque no culpemos a Antena3 por repetir una y otra vez los mismos capítulos de la serie dos veces al día siete días a la semana, que si la gente le sigue dando audiencia no van a ser tan estúpidos de quitarlos).
Ahora en la Fox consigue ver alguna vez más Malcolm, pero existe la Ley de Murphy (me he propuesto demostrarla) de que si de una serie sólo has visto un par de capítulos en tu vida, la próxima vez que la veas será uno de los mismos. Aunque haya cientos. Pues bueno, me quedaré siempre con las ganas y la idea de que se trata de una serie original. Que a diferencias de otras, no le hemos hecho justicia.

Morir de tres en tres

Emma Penella muere. ¿Que quién es Emma Penella? ¡Dios, si todo el mundo lo sabe! Nos las damos de cultos y decimos la estanquera de Vallecas. Pero Dios, seamos francos, que si se le da bombo es por ser Doña Concha en Aquí No Hay Quien Viva. ¿Pero y lo bien que queda destacarla por una vieja película que vieron cuatro gatos?
A las horas muere Umbral y el país se rinde ante él. Homenajes por minuto y todo quisqui diciendo lo grande que era, que qué pérdida, que qué buen periodista y que nunca se callaba nada.
Pero muerto un futbolista, por favor, un FUTBOLISTA, el resto importa un comino. Vivimos en España y Puerta puede hacer sombra al columnista incluso en El Mundo.

Los infantes traidores

Son rubitos y pequeños. Les gusta saltar y bailar. Se visten de Invierno, gorrito incluido, cuando todavía es Agosto y veinte focos les enfocan de pleno. Sonríen descaradamente, sostienen reglas, libretas, libros de matemáticas y juntos cantan el "Volver a empezar". Son los infantes traidores.
El Corte Inglés vuelve un año más con su campaña sádica y terrorista de "La vuelta al cole". Lo mismo da que cinco de cada seis niños de verdad no tengan el menor interés en volver, que los grandes almacenes nos bombardean por mar, tierra y aire con una cancioncilla tan pegadiza como letal. Los niños de verdad ven el anuncio y gruñen malhumorados. Su madre revisa la lista de los libros del colegio mientras el padre saca cuentas de los gastos con una vieja calculadora de la universidad. Mientras tanto, en la caja tonta los infantes proyecto-de-esquirol siguen danzando en un mar de compases y cartabones. Son todo lo que los niños de verdad odian, futuros objetivos del bullying. Que paren ya, por favor. Pero las criaturas angelicales siguen con su rito, evidentemente extasiados por los corticoles, y los niños de verdad se angustian al ver que sus días llegan a su fin. Es la vuelta al cole.

Un verano sin helados ni televisión

Apenas he tomado helados este verano. Los aborrecí por primera vez el año pasado, después de que me operasen de la infección en un nervio de la boca. Y apenas los toqué (aunque me lo mandó el médico) tras la operación de anginas de este año. Así que este verano no ha habido apenas helados, vaya. Y conste que los hay muy buenos, como el Nestlé Brownie que no he vuelto a tomar.
Tampoco he visto la televisión. Y no es que me las de de intelectualoide que no se relaciona con la caja tonta: es que en Dénia no sé que hicimos que no se puede ver ni un canal. Y eso que la tele es grandecita, un desperdicio. Está en Canal Satélite, pero como en verano no hay liga de fútbol mi padre quitó todos los canales interesantes de películas y series. Podría ver películas, pero Un puente para Terabithia lleva todo el verano descargando. Ahora que me voy a Valencia creo que va por el 98%, qué narices.
Digo que termina el verano pero me quedan exámenes y un viaje a América antes de volver a clase. Pero eso lo veo como dentro del curso, no sé. El verano acabó.
Qué demonios, ha sido un verano de narices. Nunca olvidaré lo que vivimos en el 24 de Calton Hill.

Cosas que hacer ahora que termina un ciclo

Dejar HarryLatino no ha sido una decisión complicada, lo juro. Más bien meditada concienzudamente y aceptada con ilusión, como algo lejano, algo que llegaría mucho después. Y cuando llega ese mucho después, y me doy cuenta que tendré más tiempo para otros proyectos, hago una lista mental de cosas que hacer ahora que termina un ciclo.
En este nuevo curso 2007-2008 pretendo hacer un poco de ejercicio. No quiero correr y que mi corazón se asfixie. He descuidado (como mis amigos saben demasiado bien) el deporte. Aunque reconozco que lo detesto, algo hay que hacer. ¿Un gimnasio? No sé, ya veré. Desde luego nada obsesivo y lo justo para ser sano.
También quiero sacarme de una puñetera vez el carné de conducir. Serán los anuncios de Tráfico o un trauma infantil, pero el caso es que le tengo cierto miedo y mucho respeto a la carretera. Pero bueno, será cosa de ponerse y quitárselo de encima.
Leer. Encontrar más tiempo para leer.
Y sobre todo, escribir. Sacar polvo a libretas, carpesanos y folios sueltos dispersos por cajas y planificar hasta el más último detalle una nueva historia. Con este verano tan ajetreado, apenas he escrito. Me ha dolido, porque en el anterior fue cuando terminé mi primera novela de cabo a rabo y en este invierno la segunda. Pero en verano hice un amago en Dénia que quedó en el intento. Para cualquier cosa necesitaba apuntes que estaban en Valencia. Es lo que tiene cuando planeas tanto una historia: dependes absolutamente de tus papeles.

Sobre volver al ruedo cibernético, ya se verá. Con una amiga incluso pensé en un proyecto que tomaría ahora, como continuación del otro. Pero a los días le dije que mejor no, que quería tomarme un descanso. Una vez me lo tome podré pensarlo todo mejor.

Los Tenenbaum

Igual que sucede con La Princesita, hay otra película que me encanta y sin embargo la gente no es que no la haya visto: es que no la conoce: se trata de Los Tenenbaum: Una familia de genios (o su título original, The Royal Tenenbaums). Y lo sorprendente es que tiene muchos elementos para ser una película archiconocida.

Quitando que el argumento sea muy bueno (porque eso a fin de cuentas siempre será una opinión personal) tiene un reparto muy importante con rostros de sobra conocidos: Anjelica Huston, Gwyneth Paltrow, Bill Murray, Ben Stiller (y quien dice Ben Stiller, también dice Owen Wilson). Sus personajes son excelentes y capturadores y la banda sonora es una de las mejores que he escuchado yo en una película. No son temas creados para la película, pero sí canciones sobradamente conocidas (y buenas) que van a la perfección con el hilo de la historia.
Descárgala, cómprala, alquílala en el videoclub o constrúyete una máquina del tiempo y ve a verla al cine de 2001: pero esta es una película que no te puedes perder.

En defensa de Lindsay Lohan

Igual que Paris Hilton, Lindsay Lohan es una famosa que ha entrado en la prensa rosa española de la noche a la mañana. De no hablarse jamás de ella, a acaparar varios artículos por número. La diferencia entre la pelirroja y la rica (des)heredera(da) es que Lindsay tiene talento y no acapara las portadas por ser hija de nadie.
No es que apruebe la vida que lleva la actriz, pero bueno: me importa un bledo lo que haga por las noches. O por las mañanas. O cuando le entre en gana meterse coca o beberse el mundo. No seremos compañeros de juerga ni coincidiremos en el garito más chic de Nueva York, pero oye, ¿desde cuando los artistas tienen que llevar una vida tranquila y sin excesos? Si hiciesen la prueba del dópin en la alfombra roja de los Oscars de ahí no salía limpio ni el apuntador. Por eso no entiendo la obsesión con Lindsay. Ah, sí, tiene su razón: que la muy idiota se pasea por medio Estados Unidos desmadrada para deleite de tantos paparazzis, pero quitando eso, su vida no es muy distinta a la de miles de actores y músicos que veneramos a diario. Y Lindsay tiene algo a su favor: guste o no, es una actriz decente, quizá no la mejor del mundo, pero sobradamente capacitada. Por eso me parece injusto que se le meta en el mismo saco que a otros juerguistas.

ETA se expresa

El grupo activista ETA ha expresado su disconformidad con el fascismo del gobierno español después de numerosas detenciones en los últimos meses. Sus presos, humillados en las cárceles del estado español, y sus actuales miembros activos, perseguidos como ratones por defender sus ideas, han querido mostrar así su crítica a la nula gestión del PNV y del PSOE en lo que a independencia se refiere.


Esto es más o menos lo que sonará en las cabecitas de los que apoyan a los chicos y chicas de ETA cuando escuchen lo del coche bomba de Durango. Pues qué le vamos a hacer... que se lo cuenten a los dos heridos y a todas las familias trasladadas. Pero que no lo hagan con petardos, anda.

Objetivo: América

Llevo un rato organizando el viaje por América Latina con Andrés y Vito. Parece increíble que ya sea un hecho. Supongo que tendré que subir al avión para creermelo. O llegar a Buenos Aires y pellizcarme. Es de los lugares del mundo que más interés tengo en conocer. Y queda nada para ello.
La escapada a Iguazú va tomando forma, aunque quizá nos sobre un día. ¿Qué más da? Estaremos muy cerca de Brasil y Paraguay: siempre puede visitarse.
Otro asunto es el viaje a Uruguay. Nos estamos decantando por pasar la noche en Montevideo, para que cunda más el tiempo. Sin olvidar La Plata, donde hay un cumpleaños que celebrar.
¿Me lo creeré cuando todo esto llegue?

Los Beatles - Eleanor Rigby

Mi canción favorita del mítico grupo de Liverpool.

El sueño más repetido

Cuando se habla de sueños, sueños de la noche, de los del dormir, nunca falta el que no es capaz de recordar ni uno solo. También está el que los recuerda vagamente, y el que podría hacerte un resumen diario de lo que ha soñado con cada amanecer. Soy, afortunadamente, del tercer grupo. Al despertarme recuerdo nítidamente la mayoría del sueño y mientras me ducho y desayuno le doy vueltas al asunto. Normalmente, cuando salgo de casa ya lo he olvidado a menos que sea algo muy impactante. Pero bueno, son sueños, algunos es mejor olvidarlos.
Sin embargo, hay un sueño que se repite con cierta frecuencia: es mi sueño más repetido. Y no es que se me caigan los dientes (curiosamente, nunca he tenido el sueño más repetido por los analistas) ni caer por un barranco. El sueño consiste en que regreso al colegio que dejé en primaria, Escolapios.
Durante los primeros años de mi nuevo colegio, Cumbres, tenía su lógica: me acababa de cambiar y Escolapios todavía estaba reciente. Pero siempre me he sentido a gusto en Cumbres, y a pesar de todo cuando ya llevaba seis años en el "nuevo" colegio seguía viviendo por las noches un regreso al primero.
Lo extraño es que cuando ya llevo dos años de universidad y voy a empezar el tercero, cuando se cumplen ¡ocho años! desde que me fui de Escolapios, sigo soñando lo mismo. Apenas una semana atrás se repitió. Y lo curioso es que rarísima vez es el colegio como lo dejé. He conocido durante las noches versiones muy curiosas de mi ex-colegio: un crucero que navegaba durante las horas lectivas, un colegio en otra ciudad, un colegio en el que ya no estaban mis amigos, o al que iban mis amigos de Cumbres. Será porque tantos años después, esperar que Escolapios siguiese igual sería como esperar un milagro. Y a ser sincero: tampoco lo quiero. Pero cambiarme de colegio (y con todo, pese a mi voluntad) ha sido de los cambios más significantes en mi vida y de los que más me alegro. Nunca perdí a mis amigos del primero. Y tuve ocasión de conocer a unos nuevos.
¿Y tú, sueñas lo mismo con frecuencia?

Lo increíble del género juvenil

Soy un lector masoca de la revista Qué Leer. Desde que tengo uso de razón le pregunto a mi padre si ya ha comprado el último número de la revista, y él siempre me responde: "¿Pero para qué lo quieres saber, si siempre la criticas?". Y es cierto, la critico, y motivos no me faltan. Pero la sigo leyendo porque no hay muchas más publicaciones sobre literatura, y oye, porque si con el insomnio soy capaz de leer el Qué Me Dices, ¿por qué no iba a poder con Qué Leer?
El motivo principal de tanta tirria a la publicación tiene que ver con su sección de NOVEDADES. Principalmente, a su mini-apartado de cuatro-libros-y-seis-en-el-mejor-caso de novedades en lo Infantil y Juvenil. Y comprobar que las novedades del mes para jóvenes no pasan de Teo visita el Zoo o Aprende a contar con Pipo.
Alarmado, me replanteo lo que es ser "joven". Porque ojo, yo me considero joven, y es probable que tú que estás leyendo esto también te consideres. ¿Son esos los títulos que me pueden interesar? El estómago se me revuelve al comprobar, mes a mes, año tras año, que Qué Leer no escarmienta. Y que Infantil y Juvenil viene a ser, básicamente, Infantil e Infantil. Me hago de nuevo lamisma pregunta: ¿Existe de verdad el género juvenil?
Por el amor de Dios, ¡no!
Existen libros para un determinado público, ¿pero eso los convierte en género? Esos libros ya tienen sus propios géneros: aventura, misterio, romántico, terror, humor... ¿los meterías todos en el mismo saco?
Me pregunto quién dirá que un libro es juvenil. Supongo que habrá varios motivos. Uno será la edad del protagonista. Pero entonces no entiendo porqué libros como La Sombra del Viento se venden para adultos. O El niño del pijama de rayas (nota= no leerlo ni en broma, es pésimo) sería para infantil. No, no es ese el motivo.
El motivo es en gran medida la intención de la editorial. Porque existen libros para niños, ¿pero para jóvenes? Ni la mitad de libros que se venden para jóvenes son únicos para jóvenes. De hecho, todos ellos podrían pasarse a otra sección de la librería igual que han hecho tantos libros. Juvenil acabaría siendo el libro que va con moralina, el que quiere inculcar algo al jovencito, y de esos no hay tantos, lo crean o no. Y del mismo modo, la enormísima mayoría de libros para "adultos" pueden ser leídos con toda libertad por jóvenes, sin enterarse siquiera de que no son de los llamados "juveniles".
El género juvenil ha muerto.

Relato corto - Irreverente en lo relevante

En el despacho del Padre Montgross el aire era pesado y olía a desinfectante. Un ventilador de tres aspas giraba en el techo, aburrido, provocando bailes de sombras con las dos únicas bombillas que alumbraban la habitación. El cura estaba sentado en una cómoda silla acolchada de terciopelo, y sus pies se entrelazaban debato de la mesa de Ikea, discordante con el resto del inmobiliario. Cambió el cartucho de la pluma con la que escribía (regalo personal del Obispo) y empezó a escribir una nota en una cuartilla con su nombre estampado cuando alguien llamó a la puerta.
- Padre, tiene una visita –dijo su secretaria al otro lado.
- Que pase. No estoy ocupado.
Dejó la nota a un lado del escritorio (apenas había tenido tiempo para escribir la fecha, “Miércoles de Ceniza ~ 2007”), cuando la puerta se abrió y apareció la silueta de una mujer alta y delgada. El despacho estaba a oscuras y la luz de afuera apenas le permitía distinguir sus rasgos. Le invitó a pasar y sentarse.
- ¿En qué puedo ayudarla? –dijo con su voz imponente y serena. En ese momento jugaba con la pluma entre los dedos, más concentrado en que no se le cayese que en la mujer que tenía en frente. No debía tener más de treinta y cinco años y poseía una particular belleza. Al sacerdote le incomodó el hecho de que llevase un escote discreto – un escote, a fin de cuentas. Su cabello castaño rizado caía libremente sobre sus hombros, y no llevaba maquillaje. Al menos, no se le notaba. El Padre Montgross no recordaba haber visto anteriormente a la mujer, pero como director de colegio estaba acostumbrado a ver rostros nuevos de padres cada día. No quitó su atención a la pluma que giraba audazmente entre sus dedos.
- Mire, soy la madre de Gabriel Martínez. Me llamo Isabel Martínez, y he leído con preocupación la nota que escribió a mi hijo en la agenda.
De repente ató cabos y dejó suavemente la pluma sobre la mesa. Miró a la mujer a los ojos, y avistó una grave preocupación. Recordaba la nota que había escrito, no más de tres días atrás: el niño, un graciosillo infernal de trece años, había causado un gran alboroto en la hora del recreo. Había reunido más de una veintena de compañeros a su alrededor (la mayoría de su edad, otros más pequeños pero los había incluso mayores) y había pedido que perdonasen a sus enemigos. Un profesor que vigilaba el patio se acercó a escuchar, y oyó con terror cómo el niño decía que su padre le había encomendado que traspasase su mensaje a los otros niños. El profesor era Don Andrés, tenía al crío en clase de Matemáticas y estaba al tanto de que no tenía padre. Se quedó extrañado escuchando, a una distancia prudencial, hasta que entendió que Gabriel Martínez insinuaba algo parecido a que su padre era Dios. Entonces deshizo la reunión, cogió al mequetrefe del brazo y lo arrastró hasta su despacho.
- Escribí esa nota porque estaba muy alarmado por su hijo, señora Martínez –explicó el cura con cierta altivez-. Me resulta escandaloso que en un colegio católico como este un alumno pueda decir semejantes blasfemias. Usted sabe qué educación damos, lo sabe. ¿Verdad que lo sabe? –la señora Martínez asintió, asustada-. El problema es que su hijo dijo una serie de barbaridades que no consentiré que repita.
- Le pido disculpas –dijo ella, excusándose con sinceridad. Apretaba con fuerza el bolso entre sus manos, en un amago de tranquilizar los nervios-. Es que mi hijo siempre ha hablado así, no me pregunte porqué, porque yo le he dado la mejor educación que he podido.
El Padre Montgross giró la pluma sobre la madera, produciendo un ligero chirrido. Miraba a la mujer con severidad.
- ¿Y su marido? ¿Le enseña esas cosas?
Isabel Martínez tragó saliva. El Padre sabía que no existía tal marido, pero era un asunto importante y debía llegar al quid de la cuestión.
- Tuve al hijo yo sola… cuando era joven. Lo he educado con ayuda de mis padres, aunque he puesto todo mi empeño.
El cura la miró de arriba abajo, como sopesando su nivel de promiscuidad. Ahora el modesto escote se le hacía todavía más provocador, y golpeó la mesa dos veces con la pluma para contener su enfado.
- Pues de algún sitio tiene que haber sacado Gabriel esas fantasías. No me importa de donde, apuesto que de los videojuegos, pero en este colegio no se repetirá. Si su hijo vuelve a decir algo semejante…
- Sí, lo entenderé –dijo con rapidez. En el rostro de Isabel se percibía lo aterrada que estaba.
- ¿Y ha reñido al chico? ¿Ha aprendido la lección? –sus ojos inquisidores se clavaron en la mujer, que estaba a punto de desmayarse.
- Le he reñido. Pero no atiende a razones. Dice que tiene una misión, y que…
Isabel Martínez irrumpió en un llanto. Emitía agudos alaridos y se sorbía la nariz con un pañuelo azul de encaje que había sacado estrepitosamente del bolso. El Padre Montgross ya se había enfrentado a madres sumidas en la histeria. Esta sólo era una más.
- Señora Martínez, usted no tiene la culpa de tener un hijo así –dijo a modo de consolación frustrada.
Por fin, conteniendo por un momento las lágrimas, la mujer pudo comenzar su historia:
- Si es que siempre ha sido así… yo no he hecho nada, pero tampoco he podido cambiarle. Desde pequeño que quería ir a misa, cuando los otros niños se salían a mitad homilía gritando. Pero Gabriel no, era distinto, incluso empezó a ir a la iglesia sin mí entre semana. Mis padres, que vivían con nosotros, decían que Gabriel iba para cura, pero a mí me parecía muy pronto para mostrar semejante inquietud –la señora Martínez se secó las lágrimas- pero lo acepté sin más preocupación. Y a veces, en casa, le sorprendía hablando solo. Yo le decía que cómo se llamaba su amigo invisible, pero él me decía que era Dios. Y que él era su hijo. Ahí me preocupé de veras. No lo sabe usted… -dijo regresando a los sollozos- No sabe usted lo que he sufrido con Gabriel…
- Según tengo entendido, no es de malas notas –dijo el Padre en un nuevo y desesperado intento de tranquilizarla.
- Pero si Gabriel es un trozo de pan… no solo no haría daño a nadie: es que sólo hace el bien a todos. Es un cielo, pero… Gabriel tiene ciertas rarezas que como madre me perturban. Mi madre le preguntó una vez si quería ser cura, hace un año. Se pasaba la mitad del día hablando con Dios y la otra mitad hablando de Él. Pero no, Gabriel no tenía ninguna motivación sacerdotal. Él dice que su misión es distinta, y más especial.
Aquello enfadó al Padre Montgross. ¿Quién se creía ese chico para fingir semejante historia? La primera culpable era la madre, indudablemente, que nunca había mantenido a raya a su hijo pecador. Pero la señora Martínez, ajena al enojo del cura, siguió con su historia:
- Gabriel es capaz de cosas… extrañas. Le asustaría si le viese, Padre. Y no es que no le quiera… pero a veces me asusta. En mi cumpleaños, hace cinco meses. Usted no lo imagina. Ni me va a creer. No, nunca me creerá. Pero se lo contaré igual.
- Cuéntelo, por favor –pidió perdiendo la paciencia.
- Estábamos en casa mis padres, mi hijo y yo. Todo cuanto teníamos para la celebración era un pedazo de pastel de chocolate que había sobrado del cumpleaños de mi padre una semana antes. Y Gabriel… no me tome por loca, pero le aseguro que así fue: Gabriel, sin saber nosotros cómo, hizo que hubiese cuatro pedazos de pasteles en vez de uno.
- Partió el trozo en cuatro partes pequeñas –dijo tenazmente-. Vaya milagro.
- ¡No, Padre! –y la señora Martínez parecía estar muy convencida de lo que decía-. De verdad que eran cuatro trozos completos, incluso más grandes que el original, y más sabrosos, apuesto. Gabriel dijo que no quería que el pastel echase la fiesta a perder.
- ¿Y no se le ocurrió preguntarle cómo lo hizo? –el Padre Montgross había recuperado la pluma y la giraba como una hélice en su mano derecha-. Posiblemente los robaría de alguna pastelería, o se los pediría a una vecina. No pretenderá decirme que pasó lo mismo que en las bodas de Canaán. No a su edad.
La señora Martínez estaba desconsolada. Se había sincerado y sin embargo, aquel hombre no creía una sola palabra de lo que decía. Con los ojos vidriosos, guardó su pañuelo en el bolso y lo cerró con un pequeño ‘clic’. Esperó a que el cura hablase. Ella ya había dicho todo lo que tenía que decir.
El Padre Montgross meditó durante un largo minuto. El silencio no le incomodaba, tampoco la respiración pesada de la mujer que tenía enfrente. Una vez tuvo las ideas claras, pulsó al botón que le comunicaba con su secretaria y habló:
- Toñi, búscame a Gabriel Martínez. Va a Primero de E.S.O. Si está dando clase, sácalo de todos modos y tráelo a mi despacho.
- Sí, Padre –respondió obediente al otro lado del aparato.
Menos de cinco minutos después, un chico de trece años, bastante menudo para su edad, llamaba a la puerta. El director le dio permiso para pasar y le mandó sentarse a la derecha de su madre. Gabriel Martínez tenía la piel un poco más blanca que su madre, y su cabello era rubio. Sus ojos, marrones, estaban pendientes de la boca del Padre Montgross para responder rápidamente a cada pregunta que le hiciese. Quería irse de allí cuanto antes.
- Habrás percibido –dijo el Padre, señalando con la cabeza a la Señora Martínez- lo preocupada que está tu madre. Y el motivo de todos sus disgustos eres precisamente tú.
Gabriel sabía que todavía no tenía que hablar. Aguardó el momento.
- Don Andrés, tu madre y unos cuantos compañeros tuyos repiten la misma versión: presumes ser, ni más ni menos, el Hijo de Dios.
Tampoco tenía que responder ahora, a pesar de que el sacerdote hizo una larga pausa para ver su reacción.
- Pensaba… creía… que en este colegio teníamos gran respeto hacia Dios Misericordioso. Pero tú has demostrado la más vulgar de las herejías –de repente, el cura gritó-: ¡SU HIJO, NADA MENOS! ¿¡ES QUE NO ES MÁS DIVERTIDO SER HIJO DE SATÁN, SI DE BLASFEMAR SE TRATA!? ¿¡QUIÉN TE HAS CREÍDO QUE ERES!?
Y el chico, con una naturalidad que desencajó al director, replicó:
- Soy el Hijo de Dios. Y he venido a cumplir la misión que mi Padre me ha encomendado.
El Padre Montgross golpeó con furia la mesa, asustando todavía más a la señora Martínez.
- NO ERES EL HIJO DE DIOS. Eres un miserable niñato bastardo que no tiene respeto a Dios.
La señora Martínez sollozaba con más intensidad que antes, pero ahora su hijo le abrazaba con cariño. Sin embargo, no apartaba la mirada del cura ni perdía cuenta de sus palabras.
- No dejaré de ser el Hijo de Dios porque usted lo diga, ni dejaré de cumplir la misión que Él me ha encomendado por el simple capricho de un cura que ya nada tiene que ver con las enseñanzas de mi Padre.
- ¡¡¡HEREJE!!!
El niño ayudó a su madre a levantarse y salieron juntos del despacho. Sabía que era su último día en ese colegio, pero no le importaba. Había empezado a pasar el Mensaje. Los que se habían molestado en escucharle no olvidarían sus palabras. Muchos años habían transcurrido desde su última visita, y aunque ya no había romanos, fariseos ni cruces con clavos, los enemigos a los que se enfrentaba ahora eran todavía peores. Sabía que esta vez sería más difícil completar su Misión y que sus miedos serían mayores. Conocía el final de su historia, cómo terminaría todo, dónde sería el Renacimiento. Y cuando cruzaba el vestíbulo del colegio y buscaba el coche de su madre, sólo lamentó que los que debían preservar el Mensaje desde su última visita, hoy se habían convertido en sus primeros detractores.

De la vez que Jesús se enfada, se enfada pero bien

Recuerdo muy bien cuando Jesús se enfada (de verdad que se enfada, y mucho) al ver lo que se ha convertido el exterior de un templo. Un mercado, a fin de cuentas, y eso no gusta nada nada al Hijo de Dios.
Por eso no entiendo cómo algunas catedrales, iglesias, capillas o simples ermitas son capaces de montar una tienda no fuera, sino dentro del mismo templo. Lo mismo da que vengan Coca-Colas que estampitas de la Cheperudeta. Me importa un comino que necesiten dinero para restaurar los desperfectos de la fachada o que quieran reunir dinero para irse al próximo encuentro del Papa: apuesto a que al Jesús de la Biblia no le gustaría, y los curas no consienten esa excusa cuando es la puta la que necesita el dinero. "Podrías conseguir dinero trabajando en otra cosa". Pues que se apliquen el cuento, que los de arriba toman nota.
Siento la agresividad de la nota, pero me resultó muy chocante ver tiendas dentro de catedrales en el último viaje. Detesto la incoherencia.

Mitos (y futuros mitos)

Elvis está vivo, ya lo dijo un amigo de Calamaro, pero en la memoria de todos nosotros. Está “vivo” incluso antes de estar vivo, porque la mayoría de nosotros ni siquiera lo conoció con vida. El Rey, como lo llaman, pasa al panteón de las deidades mortales con otros como Marilyn Monroe, Audrey Hepburn u otros más recientes como Diana de Gales: no importan los años que pasen, que siguen vivos para nosotros. Aunque muchos no hayan visto sus películas o escuchado sus canciones, ni saber siquiera porqué son famosos, lo son. ¿Se puede intuir quién será el próximo mito, quién entre los que están vivos? Quizá Sonsoles Espinosa a lo Jackeline Kennedy o Leticia Ortiz emulando a Grace Kelly. En fin: no soy buen mitómano, por si no lo habéis notado.

En España de nuevo

He vuelto a España con un poco de la bretaña francesa en la mochila. Destino recomendadísimo, no se me va de la cabeza Dinan, Nantes, St. Michael (aunque tecnicamente se encuentre en Normandía) y Pleven, entre otros tantos pueblecitos por los que he paseado. Me gusta Francia y quiero volver, aunque mi francés sea básicamente nulo.
Mi vista está ahora fija en Buenos Aires. ¡Hay que empezar a hilarlo todo!

Desde Nantes

Estoy en Francia, en un hotel con internet vuala y pelendome con el teclado. Perdonadme estA vez los horrores ortograaaaficos: resumiendo, que sigo vivo. MaNYana vuelvo. Adeu.

De camino a la Bretaña

Esta tarde viajo de Valencia a París, donde cogeré un coche hasta la Bretaña. Ya os contaré. ¡Qué ganas!

La mujer y el negro

Las elecciones a la presidencia de los Estados Unidos están cargadas de emoción porque aunque sólo voten los estadounidenses, el que salga va a llevar el cetro de todo el mundo. Estas tienen algo de especial porque hay una candidata mujer y un candidato negro, dos por el mismo partido, que buscan apoyo para llegar hasta el final de tan desafiante carrera.
Se habla de progreso, de que por fin alguien que no es un hombre blanco puede llegar al despacho oval, pero ¿quién habla de la política que proponen? ¿de sus aptitudes? ¿de su capacidad de mando?
No. Sólo se habla de que ella es mujer. Y de que él es negro.
En una sociedad en la que pretendemos olvidar los prejuicios, no es más que un retroceso el fijarnos en el sexo o color de piel. La noticia no debería ser que Hillary Clinton lucha por la Casa Blanca siendo mujer. Ni que Obama lo hace siendo negro. La noticia debería ser que Hillary apoya la seguridad social infantil, y que Obama las ayudas a los desempleados. O que retirarán las tropas de aquí y de allá, y de Irak. Cualquier cosa: pero cualquier cosa digna de un candidato a la presidencia. Qué poco podemos esperar cuando la carta de presentación es el sexo o el color de piel. Tan progresistoide que es un retroceso.

Obituario de un buen perro

Cuando hace sólo cuatro días me fui de la finca de mi abuelo en Requena no pensé que al viejo de Walter, un pastor alemán que lleva toda su vida en la casa, le fuese a quedar tan poco.
Pero cosas que tiene, sentados en el salón a su alrededor todos hablábamos de él como si ya estuviese muerto. En realidad ya era muy mayor. De hecho se le dejaba dormir dentro por lo viejo que era.
- ¿Recordáis lo que le odiaba Láser? -dijo alguien, refiriéndose al anterior gran perro de la finca, un póinter-. Dos veces intentó perderle. Se lo llevó hasta una aldea y lo dejó solo, para que no pudiese volver. Lo encontré de milagro en esas dos ocasiones. No me puedo creer que estos bichos sean tan listos.
- Walter era muy fuerte. Nunca olvidaré la vez que vino con un jabalí muerto. Él mismo lo había matado y traído hasta casa.
- Nunca hizo daño a los niños. Y siempre nos protegía.
El perro estaba en medio de la comitiva, respirando pesadamente. Fuera, otros perros toman el relevo en una nueva generación. Entre ellos Shiffer, la pastora alemana hembra. Y Black, el hijo de ambos, quien ya es el nuevo rey.
Alguien dijo "este perro no aguanta hasta el invierno", pero le respondí: "¡qué exagerado!".
Hoy me como mis palabras. Walter ha muerto. De viejo. La muerte de algunos perros pesa mucho. Son parte de nuestras vidas, y de demasiados recuerdos.
En la finca deja a un hijo que le hará justicia, y una leyenda que contaremos a los que vengan.
Cuando mi padre me ha dicho que ha muerto (justo le acababan de informar por teléfono) me he alegrado de haberle visto tan recientemente. Y en ese momento me dice: "Has tenido suerte de verle hace poco". Sí. Pero para mí siempre será ese gran perro, no el que vi el pasado fin de semana que apenas podía con su alma. No existe declive para los grandes. Ni la edad lo puede.

El puercospín en el jardín

Estaba ayer en el interior de la casa cuando mi padre me llamó desde el jardín.
- ¿Quieres ver un puercospín?
Salí corriendo. Me gustan los animales, pero más ver una criatura que nunca antes he visto en vivo. Le sigo hasta el garaje. Allí, entre dos cubos, reposa una gran bola repletísima de púas. Busco la cabeza, o la cola (no sé si tienen los erizos cola) y ni rastro.
- Le he seguido hasta aquí. Ahora debe estar asustado -me dice mi padre.
Mi padre lo toca. No pincha, dice. Siempre había imaginado los pinchos de los puercoespines distintos a como son en realidad, más como una púa blanda. En absoluto: son verdaderos pinchos y no quiero ni imaginar la de depredadores que se habrán lamentado de atacarles.
Lo acaricio con cautela. En realidad pincha, pero hay que tocarlo con cuidado. Siento su respiración bajo el enjambre de clavos naturales.
Mi perro se acerca a olisquearlo. "Ten cuidado", pienso. "O lo lamentarás". No sé si intuye las consecuencias, que no le molesta demasiado.
Espero un largo rato en silencio a ver si se mueve y puedo verle la cara. Nada ocurre. Con guantes de poder le volteo, pero rápidamente se hace una bola. Es un animal lento, de acuerdo, pero una máquina perfecta de defensa.
Al cabo de un buen rato me marcho a la casa aburrido. El erizo sigue ahí, respirando pero quieto. Esta mañana ya no estaba, naturalmente.

Extorsión en la Malvarrosa

Llega el domingo y el sol está radiante. La temperatura es buena, la brisa suave. A los valencianos les apetece salir a comer, comer una de sus paellas, y qué mejor lugar que en la misma playa de la Malvarrosa.
Los valencianos, tan domingueros, salen de casa con los niños y la abuela. La madre marca el teléfono de La Peonza, un chiringuito de primera línea de la playa, pero le dicen que ya no hay sitio. Prueba suerte con La Trompeta y consigue una mesa en la sombra para las dos y cuarto. El coche cruza la ciudad, tan bella, tan luminosa, tan clásica y moderna. Banderas colgando de las estilosas farolas negras anuncian el gran acontecimiento, esa Copa América 2007. La abuela, sentada entre los dos críos, dice que la ciudad no era ni la mitad de lo que es ahora cuando llegó hace unas cuantas décadas. El padre, que ha nacido allí, sonríe por lo esplendorosa de la avenida del Puerto, tan cambiada en poco tiempo. Del corazón de la ciudad al mar en pocos minutos, sin salir ni un instante de Valencia.
Llegan a la Malvarrosa, la playa de la ciudad. La madre le dice donde hay un buen sitio para aparcar, pero al padre no le gusta. Hay un gorrilla, un gitano con los ojos vidriosos, invitándole a estacionar a la derecha.
- No voy a aparcar aquí, de ninguna manera -le dice a su esposa-. No para darle un euro a un tipejo que se va a marchar antes que nosotros.
Ella se muerde los labios, porque todas las veces es la misma historia. Los niños preguntan con impaciencia cuanto falta. La abuela quiere ir al baño, ya se sabe, incontinencia.
- Aparca ya, por el amor de Dios. No te vas a librar de los gorrillas por más que lo intentes.
El padre gira y vuelve a girar, yendo al acecho del sitio perfecto. Ese no es el que tiene más sombra, ni el más cercano al restaurante: simplemente busca un lugar lejos de gorrillas.
- Ahí hay uno -dice sintiendo cierto triunfo. Apura la velocidad para que nadie se lo quite y aparca. No hay ningún gorrilla cerca.- Salid rápido, ¡venga!
Padre y madre salen. Abren los asientos para que salgan los hijos y la abuela. Antes de diez segundos, todos están fuera y el coche cerrado con llave. Ya se marchan cuando viene un crío corriendo, vestido con una camiseta sucia, pantalones cortos color naranja y pies decalzos. No dice nada: simplemente extiende la mano, esperando la propina.
Madre mira al padre con preocupación. Es solo un niño, pero a veinte metros dos gitanos adultos les miran amenazantes. A padre no le queda más remedio que buscar algo de calderilla en el bolsillo y le entrega cincuenta céntimos. El niño no se va. Madre apresura:
- Dale un poco más, anda.
Padre, enfadado con el mundo, busca otra moneda idéntica. Se la da al pequeño y este se marcha corriendo, como si nada. La familia deja el coche sin fijarse cómo el niño se la entrega a su tío, el cuál la arroja al interior de la riñonera. Hace un pequeño clic clic al chocar contra las otras monedas. Cruzando la calle la abuela piensa en voz alta:
- Hace años también te obligaban a darles dinero, pero al menos cumplían con su trabajo. Les dabas dinero para que vigilasen el coche de ellos mismos y ahí se quedaban hasta que volvías. Pero ahora... se marchan antes que tú, y sin cruzar palabra.
- ¿Y qué ha hecho la alcaldesa con todo esto? -dice la madre, resignada a la escena que viven semana tras semana-. Mucha competición de vela, pero esta gente sigue extorsionándonos cada vez que venimos.
- Pues Dios sabrá de qué ha servido la Copa América -concluye el padre-. Pero estos ladrones no se han ido: si les das dinero, apoyas el negocio de la droga. Si no les das, olvídate de ver tu coche entero al volver.
- Y vivimos en un país moderno... -dice el hijo pequeño, pero nadie le escucha.
- Ya sabes -le dice el otro, un año mayor-: Extorsión en la Malvarrosa.
La familia, resignada, entra el el bareto La Trompeta. Allá donde nadie le ve un gitano lleva el recuento del día. A mayor gloria del mar, mayor gloria para su bolsillo.