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Vuelve LIBREROS, un webcómic periódico sobre libreros (ii)




Puedes leer la anterior entrega aquí.

Defensa apasionada del regreso del presidente Camps

Lo habéis visto. A él, al expresidente Camps, guiñando el ojo al techo y dándole las gracias a Dios. No queda nadie por enterarse: un jurado popular lo ha declarado no culpable de todas las acusaciones que lo sentaron en el banquillo. El que fue Muy Honorable recupera, a ojos de la justicia, su honorabilidad. Claro que la justicia, qué cosas, presume de ceguedad.
Cuando la polémica de los trajes saltó a la prensa, y de la prensa a la opinión, no hubo españolito que no juzgase a Camps. El humilde señor de los valencianos, que hasta entonces había gozado de cierta tranquilidad en el cargo (gobierno en época de presunta bonanza y sin atisbo de oposición) se vio entonces con las consecuencias del poder. Acusado de recibir regalos de empresarios, cuando nuestra ley es muy laxa al respecto. Acusado de conceder beneficios en contratación pública a sus benefactores, lo cuál sí es punible. Todo por unos puñeteros trajes por valor de unos miles de euros. Poca cantidad para quien manejaba el timón de una de las regiones más ostentosas de Europa.
Pero él no se acobardó ante nada, y a la vez que afirmaba pagarse su ropa con una risa nerviosa en los labios, se declaró elegido por los valencianos (y a fuero interno, Elegido de Dios) e hizo de la resistencia a las presiones sociales, mediáticas y políticas un martirio del que pudiesen aprender los niños de primera comunión. Camps resistió en su puesto de presidente mientras los sumarios se filtraban a voluntad del cuarto poder. Camps no hizo caso a nadie, ni a su partido, cuando le desaconsejaron optar a la reelección. Y el mismo Camps de la pompa, de velas y ferraris, de aeropuertos fantasmas y otros proyectos de festín, ese mismo, fue reelegido el 22 de mayo por su pueblo con mayoría absoluta. Él lo llamó absolución en las urnas. Los valencianos que votan a Camps lo llamaron, ellos sabrán por qué, defensa propia.
No había pasado ni un mes desde toma de posesión cuando fue declarado imputado con todas las formalidades legales. Esto era lo último que Rajoy podía consentir (menos con las Generales tan cerca) y Camps, en su particular vía crucis, renunció voluntariamente a la presidencia para dedicarse al juicio. Un desconocido Fabra lo sustituyó en el sillón y el buen Camps se encomendó a la Virgen. El juicio (el verdadero, no el social) ya se ha celebrado. Con jurado popular. Y este jurado popular ha votado con cinco votos a cuatro que el acusado no es culpable. No culpable. Inocente, hablando en plata. Que se puede volver a casa, en resumen.
Hoy es 26 de enero y Camps no está pendiente de ningún proceso judicial. Salió indemne del que lo debía masacrar para que nadie lo vuelva a llamar «chorizo». Los valencianos respetamos su mayoría absoluta de mayo igual que el veredicto favorable de hace dos días, porque ¿qué se puede esperar de una votación de nueve valencianos, cuando cientos de miles conocían los mismos hechos y ya se habían expresado a gusto en las elecciones? No hay derecho a mantener el dedo acusador sobre un hombre contra el que no se ha probado suficiente. Aún más: no hay derecho a privar a este hombre inocente de recuperar el cargo de presidente de los valencianos para el que fue elegido hace tan poco.
No me malinterpretéis: no siento ningún tipo de cariño hacia Camps ni lo deseo de presidente. Pero a menos que me gusta, más reconozco que mis compatriotas lo eligieron con conocimiento de causa, y si no tuvieron inconveniente de elegir como representante a un hombre sobre el que pesaban acusaciones de corrupción, no creo que tengan ningún reparo en que ese mismo hombre vuelva a gobernar ahora que está libre de toda sospecha. Es lo propio. Si con un éxito electoral y la absolución judicial sigues condenado, entonces no existe el Estado de Derecho. Él ha demostrado su fuerza allá donde lo han retado. No me siento mejor representado por Fabra ni quiero que gobierne cuatro años cuando ni siquiera lo conocíamos en mayo.
Que vuelva Camps como presidente de todos los valencianos porque es lo que los valencianos se merecen. Se lo merecen y queremos ver cómo lo disfrutan hasta el final. ¿Un castigo o una bendición? Será cuestión de gustos. Hasta la oposición tiene derecho a ciertos placeres. Es lo único que queda cuando se pierde la fe en la voluntad popular.

Larga muerte a MegaUpload

Cuando el primero enarboló aquello de «la cultura es libre», seguro que no pensaba lo que traería. Era otra época, cuando los creadores estaban sometidos a cánones y salirse del margen podía tomarse como un suicidio artístico. «La creación es libertad —querría decir—. Que nadie ponga límites a mi ingenio». 
Hoy se han prostituido este y todos los gritos de guerra. En un atentado contra el sentido común, deciden por nosotros qué derechos tenemos sobre el trabajo de los demás, como si descargar una película o libro fuese un favor favor al creador. «Es la mejor forma de promocionarse». O no. Pero sea cual sea la respuesta, ya han decidido por nosotros cuando no hemos tenido tiempo ni de leer hasta el primer renglón del contrato.
Después de coartar nuestra capacidad de decisión con toda clase de excusas basadas en un caso entre mil, todavía se atreven a hablar de derechos. Ya no es sólo el derecho a la cultura, no. La cultura de Vin Diesel y Dan Brown. La cultura de a saber qué, porque no las encuentran en las bibliotecas. Es que encima tienen el valor de hablar de libertad de expresión y defender la honorabilidad de webs que lo más que han escrito es la página de contacto. «Pero eso también le puede pasar a tu blog», insisten. Como si la ley fuese endemoniada y los jueces el mismísimo diablo. Como si no existiesen, desde hace tiempo, mecanismos para cerrar webs con las leyes de antes si de verdad quisiesen censurarnos. No tengo miedo a que la justicia se corrompa de golpe. También existe el secuestro judicial de publicaciones y nunca se ha hecho abuso de ello. Presumir perversión para tumbar una ley es no tener ninguna confianza en el Estado de Derecho.
Ay, «¡pero es que los precios están por las nubes!» Y también lo están los taxis y por eso voy a pie. O cojo el metro. Pero no pretendo que me lleven hasta la puerta de mi casa y que el taxímetro lo pague el vecino. Ni voy a comer a elBulli cuando sólo me puedo permitir un menú del McDonald's. En la música, el cine y la literatura ocurre lo que con todo: que no podemos permitirnos cada cosa que nos entra por los ojos. Tiene guasa que algunos consideren descargar gratis Millenium como un derecho propio. Derecho tienes. Pero pagando.
Lo último es excusarse en la vida de reyes que tienen los artistas. Y aunque después de conocer cómo se las gastaba el dueño de MegaUpload alguno debería replantearse muchas cosas y se le habrá quedado cara de idiota, ¿cuántos artistas se creen que viven en el paraíso? Mejor aún: ¿qué cojones importa si viven como dioses de vacaciones en Marina d'OR? ¿Es que es delito ganar dinero? ¿Es inmoral ganar tropecientos millones porque el público te quiere?
La piratería no termina con el cierre de MegaUpload. Ya vendrán otros a ocupar su puesto, pero eso no es motivo para no actuar. Es más urgente un cambio en la conciencia de los ciudadanos, demasiado acostumbrados al todo gratis, y también en la estrategia de las empresas, que no son capaces de ofrecer productos con la inmediatez que exige Internet. Incluso el que paga de buena fe, se encuentra muchas veces con que el producto ni siquiera funciona. El encuentro de posturas es imprescindible. Pero algo tendremos que pagar, eso seguro. La cultura es libre, no lo olvidemos. No obliguemos a los gobiernos a subvencionarla porque cortará sus alas. Seamos nosotros quienes la apoyemos y demos sentido auténtico a su libertad.

Miss Tacuarembó

Disfruté como un niño con The Artist, pasé un rato entretenido con Los descendientes y estuvo bien, pero sin pirotecnias, La dama de hierro (que Streep estará fabulosa, pero el guión podría haber sido mucho mejor). Sin embargo, lo he pasado en grande con Miss Tacuarembó, una película que ha pasado sin pena ni gloria por aquí. En este país de «la cultura es libre» sorprende que proyecten una cinta reciente gratis, que acuda el director y reparto a charlar con el público, y que no se llenen ni las cien butacas de la sala en el centro de la ciudad a una hora que MegaUpload estaría saturada. Yo sí he ido. Y qué bien me lo he pasado.

LIBREROS, un cómic periódico sobre libreros




Libreros es una historieta de viñetas que cuenta el día a día de los libreros de Tomo y lomo, una concurrida librería del centro de la ciudad. Espero que os guste y que volváis a Crónicas Salemitas para leer las próximas entregas. Si es así, corred la voz ;).

Crónicas Salemitas estrena LIBREROS, un cómic periódico sobre... libreros

Mañana por la noche publicaré las primeras viñetas de Libreros, una serie de cómic en la que llevo varias semanas trabajando. Lo haré con un número especial más largo de lo habitual, y con la esperanza de que sea el principio de una larga historieta de humor. ¿En qué se diferencia Libreros al resto de viñetas de Crónicas Salemitas? Muy sencillo: esta vez los personajes son siempre los mismos, un grupo de libreros de una librería del centro de la ciudad. Amantes de la literatura, obsesionados con los libros, perturbados por los clientes... vamos, su día a día. Poco a poco iréis conociéndolos. La primera entrega mañana jueves. Espero que os guste (y que corráis la voz).

El peor libro de Roald Dahl

Leí los libros infantiles de Roald Dahl de pequeño. Pasé a sus antologías de relatos (tío Oswald incluido) en la adolescencia y, cuando cumplí los veinte, me hice con textos raros, como Los gremlins o recetarios, que sólo se consiguen por Internet. Tampoco me perdí sus biografías, ni las de su puño y letra ni las de otros. Todo para completar una biblioteca «roalddahliana» de diez.
Sin embargo, entre todos sus títulos, nunca había leído Charlie y el gran ascensor de cristal. Leo los más raros y olvido uno archiconocido. Quizá influyó el hecho de que la primera parte, La fábrica de chocolate, nunca fue mi favorita de niño (y la frustración de que la secuela no fuese para Las brujas, que es mucho mejor y la pide a gritos). Pero después de releerla recientemente, y descubrir matices y chistes que no podía apreciar con ocho, sentí una curiosidad inusitada por la continuación. Yo, que ya creía haberlo leído todo, viví el placer de una lectura restante, un libro que como si fuese un tesoro, quedó enterrado por el tiempo y no descubrí hasta mucho tiempo después. No todos los días se tiene un libro nuevo de Roald Dahl por leer. Aunque hayan pasado cuarenta años desde la primera edición. La lectura te provoca el mismo cosquilleo con un clásico que con el último de la mesa de novedades, no entiende de calendarios.
Repentinamente emocionado, salté sobre la única novela continuación de Roald Dahl y dejé que me sorprendiera. Primero comprobar que no la había leído antes. Después dejarme llevar por una historia completamente inédita.
Y lo que encontré fue el Roald Dahl más humano de todos. Un Roald Dahl torpe, sin gracia, sin demasiada imaginación. Tan malo que me creería que el libro lo escribió otra persona, aunque sé que no fue así. Una obra sin chicha, sin una trama como la de sus otros libros, y con un par de hilos argumentales bastante simplones. Lo peor, las escenas de los secundarios (el libro se publicó en Norteamérica tres años antes que en Reino Unido. Los editores de Dahl eran yankis y parece que él escriba para ellos, no para su público general), cuando he llegado a sentir escalofríos leyendo ciertos diálogos sin ningún tipo de gracia ni sustancia. Pero supongo que en eso consiste también ser un genio. En escribir libros peores, sino malos. Y me ha ocurrido con absolutamente todos los escritores que admiro. Roald Dahl, que siempre ha ido acompañado en este blog con la coletilla de «genio», se queda esta vez en humano.

El libro tiene virtudes, por supuesto, como la descripción más aproximada del infierno según su autor, algo por lo que merece la pena leer el libro. También contiene un poema muy divertido sobre políticos que os reproduzco a continuación, The Nurse's Song. Lo canta la niñera del presidente de los Estados Unidos:

This mighty man of whom I sing,
The greatest of them all,
Was once a teeny little thing,
Just eighteen inches tall.

I knew him as a tiny tot,
I nursed him on my knee.
I used to sit him on the pot
And wait for him to wee.

I always washed between his toes,
And cut his little nails.
I brushed his hair and wiped his nose
And weighed him on the scales. 

Through happy childhood days he strayed,
As all nice children should.
I smacked him when he disobeyed,
And stopped when he was good.

It soon began to dawn on me
He wasn't very bright,
Because when he was twenty-three
He couldn't read or write.

"What shall we do?" his parents sob.
"The boy has got the vapors!
He couldn't even get a job
Delivering the papers!"

"Ah-ha," I said, "this little clot
Could be a politician."
"Nanny," he cried, "Oh Nanny, what 
A super proposition!"

"Okay," I said, "let's learn and note
The art of politics.
Let's teach you how to miss the boat
And how to drop some bricks,
And how to win the people's vote
And lots of other tricks.

Let's learn to make a speech a day
Upon the T.V. screen,
In which you never never say
Exactly what you mean.
And most important, by the way,
In not to let your teeth decay,
And keep your fingers clean."

And now that I am eighty nine,
It's too late to repent.
The fault was mine the little swine
Became the President.

El agnosticismo es para los cobardes

No creemos y, sin embargo, no queremos que nos llamen ateos. Es que somos agnósticos, vaya, lo que significa que no tenemos suficiente capacidad para comprender la existencia de Dios. A ver, somos humildes. Y con esta corriente ya no tenemos que situarnos ni de un bando ni de otro, creyentes o ateos, quedándonos en la posición más cómoda de todas: ni sí ni no, sino no sabe/no contesta.
Pero no se trata de saber sino de pensar, a fin de cuentas, lo único a lo que tienen acceso ateos y creyentes incluidos. Pensar que Dios existe. Pensar que no. El resto nos escudamos con un vago «Yo qué sé» que podría ser la gran mentira.
El agnosticismo existe ¿o es un eufemismo? ¿Nos inventamos la etiqueta con tal de no ofender a nadie, ni los unos ni los otros? ¿Es posible que sí sepamos, pero que prefiramos guardárnoslo por no molestar?
Aunque lo de los agnósticos parezca un ejercicio de pereza espiritual, exige un esfuerzo mucho mayor que el de ateos o creyentes. Los otros reconocen la existencia de Dios sí o no, pero los agnósticos damos la vuelta a la tortilla para fingir que no lo podemos saber. Y en esa misma afirmación, cuando decimos que nuestro entendimiento no puede comprenderlo, estamos reconociendo implícitamente una esfera superior que daría toda la razón a los feligreses. El «Pienso, luego existo» de Descartes trasladado al Todopoderoso: «Es tan superior a mí que no lo asimilo». Es la afirmación de un creyente humilde, pero un creyente a fin de cuentas.
Si esto es así, la larga lista de agnósticos pasaría a engrosar directamente la de creyentes, pero no creo que sea tan fácil: en verdad, los agnósticos preferimos no molestar, y nuestro lema viene a ser muchas veces una mentira piadosa para no reconocer que no nos tomamos en serio lo más sagrado que tienen, su Dios. Hay que perdonarnos: decirle a uno que está perdiendo el tiempo en algo que no existe no es plato de buen gusto, y mucho menos cuando no gana ninguno. ¿Para qué voy a provocar, cuando no tengo nada que ganar con ello? Por más seguro que esté, ¿a quién ayudo yo con mis deducciones?
Porque los creyentes cuentan con la ayuda de Dios, aunque Dios nunca haya existido. Incluso si se trata del mayor placebo de la Historia, bienvenido sea Él. Los eslóganes también los ha inventado el hombre, y sin embargo se utilizan como fuente de inspiración. No vamos a tomarlos menos en serio por ello. Podríamos mencionar un millón de ideas globales, compartidas en la nube de la humanidad, que han provocado guerras y destruido imperios, y aun así no tienen ni la mitad de influencia que Dios. A ver quién es el listo que convence a los creyentes de que ningún ente superior los ha creado. Lo que ellos han montado entre sí es mucho más interesante que eso.
Los ateos, sin embargo, no tienen tanta suerte. Confiar tu destino a la ciencia es cuanto menos desesperanzador. Tampoco cuentan con un país propio ni tribunas dominicales desde donde soltar sus arengas. Caen peor, no lo vamos a negar. Y si entre tanta catedral, iglesia, parroquia y convento se les ocurre colgar un pequeñito cartel de publicidad en la 146 del autobús, los tachan de intolerantes radicales. Ellos, que están rodeados de eslóganes religiosos a cada paso que dan y conviven con lo que creen la Gran Mentira. Pero ateos del mundo, no os apuréis: la Gran Mentira no es Dios ni los suyos. La Gran Mentira somos los agnósticos, los que no admitimos la Verdad. La sabemos, cada cuál la nuestra, pero estamos más cómodos bajo el paraguas del a saber. Qué duda ni qué Dios muerto, tenemos nuestra opinión como el resto de vecinos. Pero con nosotros y nuestra ambigüedad no se mete nadie, ni los ateos ni los creyentes. Cuando en nuestro fuero interno, seamos uno de los dos, pero en la esfera íntima. A estas alturas, creo menos en los agnósticos (también en mí mismo) que en cualquier divinidad. Somos una panda de pusilánimes políticamente correctos. Una horda de cobardes de los que no se puede fiar.

Carta Abierta a mis contactos de Facebook (y también los tuyos)

Supongo que has llegado aquí porque he compartido este artículo en Facebook. O quizá lo haya hecho un amigo, en cuyo caso es lo mismo. Supongo que has pinchado por la curiosidad que provoca una carta abierta, y qué querrá decir alguien a sus contactos. Algo que sirva para todos, cuando todos son muchos y de lugares tan distintos. Supongo que tu primera reacción es pensar que esto no va contigo. Con tantos contactos, ¿quién va a pensar en todos y cada uno de ellos?
En verdad, esta carta abierta es para ti tanto como por los demás. Es una carta dirigida a quien me agregó una vez a Facebook, o a quien agregué yo una vez (o quien sea que haya compartido esto contigo), porque Facebook se ha convertido en una red maravillosa de vínculos interpersonales. Ahora puedes saludar a amigos de la infancia o primos que viven a miles de kilómetros de distancia. Ver sus fotos, compartir sus vídeos y pinchar al Me gusta cada vez que actualizan su estado. Es una suerte de comunicación, ¿no? Pero tanto avance también provoca que perdamos un trocito de nuestra privacidad, y que sin darnos cuenta, mostremos de nosotros más de lo que queremos a contactos con el que con el tiempo, ni siquiera mantenemos comunicación por Facebook. Cada vez que entro a la red social compruebo cómo antiguos conocidos comentan y comparten todo tipo de cosas con terceros que ni siquiera conozco, y me siento incómodo porque aunque no querría verlo, Facebook no me permite ocultar los movimientos de mis contactos en la página principal. Me siento como un testigo involuntario de su vida privada (de tu vida privada), cuando seguramente tú no quieras que lea todo sobre ti ni has publicado aquello con el propósito de que yo lo vea. Pero está en Facebook, eres mi contacto, y tengo acceso hasta a lo que no quiero.
Reconozco que después de tanto tiempo en Facebook, he perdido el contacto de facto con muchos de mis contactos propiamente dichos. Quizá tú seas uno de ellos, si has leído este artículo a través de mí. Es natural: a veces agregamos a personas por una circunstancia o acontecimiento concreto, y aunque por un tiempo mantenemos contacto, lo natural es que poco después olvidemos lo que nos llevó a agregarnos y perdamos la comunicación. Lo máximo que hacemos es felicitarnos los cumpleaños. A veces ni eso.
No quiero que tomes esta carta abierta como una invitación a eliminarme de tu Facebook, sino simplemente a valorar si te merece la pena o no que tenga acceso a un pedazo de tu privacidad, si crees que hoy me volverías a agregar si se diese el caso. He compartido esta carta abierta contigo para meditarlo entre los dos, y que si decides que sí, que quieres seguir compartiendo tu Facebook conmigo, me lo digas de cualquier forma (en un mensaje privado, con un tuit o frente a la máquina del café) para que me dé por enterado (y quién sabe: retomar la relación). Si la respuesta es no, puedes borrarme de tus contactos que no me molestará en absoluto. Lo mismo si compruebas que te he borrado un tiempo después de leer esto. No es que esté enfadado: es sólo que no quiero ser un voyeur de tu Facebook. Esto también sirve para Twitter, Tuenti o donde sea que somos contactos.
Muchas gracias por tu comprensión. Procuremos entre los dos que Facebook siga teniendo sentido para que no se convierta en un colección de contactos con la que no mantenemos comunicación. Si quieres retomar el trato conmigo, serás bienvenido. Si por el contrario crees que es un poco tarde, no tengas miedo de borrarme. Los dos nos lo agradeceremos con la educación y el respeto por nuestra privacidad.

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