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CRÓNICAS SALEMITAS CUMPLE CINCO AÑOS Y CIERRA POR UNA BUENA TEMPORADA

Crónicas Salemitas cumple cinco años con 1.201 artículos a sus espaldas y una despedida. Escribir (y dibujar) tanto contenido ha sido una tarea titánica. Pero si se trata de dificultad, decir adiós después de tanto tiempo, aunque no cueste más que una entrada y un puñado de líneas, es igual de complicado.
Siempre me ha gustado el blog. No en el sentido de que piense que es mejor el resto, sino porque disfruto mucho escribiendo, dibujando y en último término, compartiendo lo que hago con vosotros. No es la misma sensación que escribir una novela que sabes que nadie leerá nunca; Crónicas Salemitas no es mi diario público. Si no existieses, no me tomaría la molestia en teclear. Pero sigues ahí, con mayor o menor frecuencia, y da igual si estás de acuerdo o en contra que respondes a mi grito en el desierto. En estos cinco años me he sentido tremendamente afortunado tanto por contar con unos lectores tan fieles (sin olvidar que es un blog personal, claro. No he despegado los pies del suelo) como por mantener o aumentar un volumen de visitas que nunca me atreveré a menospreciar. También he madurado muchas opiniones, cambiado algunas otras y me arrepiento mucho de un artículo o dos. El lustro también ha pasado por mi vida.
El blog ha vivido sus épocas, desde luego. Al comienzo, redactaba artículos como quien escribe tuits. Pasado un año me animé a dibujar y, con el tiempo, las entradas y viñetas estaban más razonadas. No recuerdo el inicio con nostalgia. De hecho, fue a partir del artículo mil cuando se inició mi temporada favorita del blog, 2011, una época que creo que ya he consumido. 2012 ha sido un eco de aquello.
Que el quinto aniversario del blog tenía que ser una fecha muy especial lo tenía claro desde hace meses. Me puse en contacto con Vito y le pedí ayuda para rehacer el encabezado principal, sumando mis dibujos a su dominio en programación. Durante semanas me dediqué a pensar con qué sorprendería a los lectores esta vez. No tuve ideas. Pasaron los meses. Seguía en blanco. Así hasta hace diez días cuando comprendí, de una vez por todas, que mi falta de imaginación no afectaba sólo al encabezado del blog, sino a todo Crónicas Salemitas. Y que si quería dignificar el quinto aniversario y tomar la decisión más sabia, lo mejor sería cerrar el blog por una buena temporada. Uno tiene que admitir sus derrotas; una retirada a tiempo es una victoria.
Si a alguien le importa, este no es un cierre definitivo. En absoluto; ya estoy pensando en el regreso, aunque no será a corto plazo. El blog seguirá abierto para quien quiera perderse por el archivo y, por si acaso, he hecho una selección de los artículos de estos cinco años con los que más he disfrutado (me encantaría que añadieses los tuyos, de verdad. Me fascina saber lo que te gusta y cómo difiere de mi lista con tanta frecuencia). Me he tomado mucho tiempo para escribir 1.201 artículos (lee la cifra en voz alta. Impresiona, ¿verdad?) y me gustaría que quien tenga curiosidad y sed salemita, se tome la molestia de echar un vistazo a la hemeroteca. Hay cosas raras, palabra. Pero hasta lo más trivial y estúpido es imprescindible para comprender este blog, si es que hay alguien que necesita sacarle algún sentido a esto.
Crónicas Salemitas no publicará artículos nuevos en unos cuantos meses (ese es el plazo mínimo que me he dado para volver. Tengo una fecha, pero me la reservo por si me retraso) pero no dejaré de escribir y corregir en todo este tiempo aunque guarde una veintena de entradas en el cajón. Quiero que el blog siga por muchos años, aunque para ello tenga que detenerme y trabajar con más mimo. No me importa que este parón se lleve por delante la mitad de los lectores; me preocupa más que cuando yo vuelva, los que queden sientan que la espera ha merecido la pena, porque a la larga serán más que los que quedarían si hubiese seguido escribiendo sin parar, aburriendo cada día. El regreso tampoco convertirá esto en un blog de calidad, pero yo sí lo haré más satisfecho, y después de todo, es hora de tomarse un descanso. Para cumplir otros cinco años con dignidad. Eternamente gracias.


Aunque Crónicas Salemitas cierre por una temporada
seguiré activo en mi twitter @el_croni y en Facebook,
donde escribiré y dibujaré todas las viñetas
que no pueda esperar al regreso del blog para publicar.

Selección de artículos de Crónicas Salemitas (2007-2012)

Selección de artículos de los cinco años de Crónicas Salemitas por orden cronológico:

  1. El anillo (relato) (15 de noviembre de 2007)
  2. Experimento de una escalera (7 de octubre de 2009)
  3. Mil entradas de Crónicas Salemitas (13 de diciembre de 2010)
  4. El día que disparé a mi padre (16 de diciembre de 2010)
  5. Los zurdos tenemos poderes con la diestra (25 de marzo de 2011)
  6. Buscando a Arturito (o R2-D2) (12 de agosto de 2011)
  7. Malos tiempos para la literatura juvenil (26 de agosto de 2011)
  8. Querida Silvia (16 de diciembre de 2011)
Selección de viñetas:

  1. Qué hizo Jesucristo en esos tres días (23 de mayo de 2010)
  2. Un año en Madrid (28 de agosto de 2010)
  3. Dos años en Madrid (30 de agosto de 2011)
  4. Por qué se llama horchata (y otras aventuras del rey don Jaime) (16 de diciembre de 2011)
  5. Diccionario tolkiniano-español para principiantes (4 de marzo de 2012)

Además se publican dos series de cómic, Libreros y La historia secreta de la literatura en cómic.

Decirlo

En medio de la miseria, demasiados territorios ignoraron el jueves el Día Mundial de la Libertad de Prensa. Tampoco lo celebraron el viernes, ni ayer, ni seguro que oyen hablar de la fecha ni hoy ni mañana ni al otro. Sólo silencio. Porque nadie los informará de lo que es un derecho básico tan valioso como los demás, aun cuando creemos que sólo pertenece a los periodistas.
La libertad de prensa deriva de la libertad de expresión, un derecho reconocido en Declaración Universal de los Derechos Humanos. No te da de comer ni salva a tus hijos. Para algunos, es un derecho menor si se compara con otros más rimbombantes, como la abolición de la esclavitud (no es un derecho trasnochado. ¡Todavía hay esclavos en el mundo! Y lo que es más preocupante: ¡cada dos días descubren PERSONAS en situación de esclavitud dentro de nuestro país! ¿Cuán largas son las patitas de la locura? ¿Es que no tiene coto la maldad?) o la erradicación de torturas, que ni tan solo un mísero (y tan miserable) etarra puede merecer.
La libertad de expresión (y su extensión de prensa) no salva vidas, porque a nadie le va la vida en palabras, pero no la subestimemos por ello. No es un derecho de segunda como podría parecer, sino un derecho en todo su haber, sino el Derecho de Todos, porque ningún otro derecho del mundo garantiza la vigilancia del cumplimiento de todos los demás. No es broma: si un tirano (da igual la talla, los hay en todos los regímenes) quiere podar cualquier derecho, el primero al que atacará será la libertad de expresión. Una vez ponga bozal al pueblo, tendrá vía libre para atropellar el resto de derechos. Nadie podrá denunciarlo (al menos en ese lugar), de modo que la oposición estará más lejos y su poder quedará felizmente implantado para torturar, matar o someter. Las revoluciones y derrocamientos tardan mucho más cuando no sabes lo que piensa el de al lado, cuando tienes miedo a que el de al lado sepa qué piensas. La libertad de expresión es un derecho sagrado y el único adalid de todos los demás. Hay motivos de sobra para celebrarlo. Más razones para protegerlo.
Por desgracia, no hay que ir hasta el Tíbet, China o Cuba para que a uno le pongan un bozal. La censura continúa en España aun después de Franco y no nos encandalizamos lo suficiente cuando personajes como el Rey provocan un hermetismo informativo digno de repúblicas bananeras. Treinta años de democracia y todavía seguimos sin saber a qué se destinan los presupuestos de la Casa Real. Que un diputado (da igual que sea de ICV que del Partido Anti-Campechanería) descubra que una misteriosa cinta de correr último modelo se ha pagado con el presupuesto del Patrimonio Nacional y ha acabado misteriosamente en la Zarzuela, como si Su Majestad fuese un rey Midas que convierte en bien público cada cosa que pisa, y que el Congreso ni siquiera admita su pregunta. Es preocupante, como cuando los medios saben de actividades del Rey (tan inapropiadas como las de Urdangarin y desde hace mucho más tiempo) y se las callan como putas. Porque no conviene. Porque no hay cojones. Incluso en programas como Sálvame, donde invocan a exlocutoras de radio muertas para violarlas en directo y teatralizan el aplastamiento diario de la privacidad del resto, incluso en esos programas el director manda callar cuando se dice algo de más del Rey. Sabe que después vendrá una llamada de arriba. Dios sabe qué vendrá a continuación. Nadie que defienda las libertades quiere matar al Rey: lo único que pretendemos es que se gane su prestigio (y permanencia) con la exposición de la justa y medida libertad de expresión y no con un silencio de estupor y temblores digno de emperador clásico. Sólo cuando nuestro Rey se someta al mismo escrutinio que el resto de monarcas europeos podremos comparar monarquías. Mientras tanto, el prestigio de Juan Carlos es de pandereta. La mentira de un teatrillo de treinta años.
La libertad de expresión y la erradicación de la censura tampoco termina en la casa del Rey. Allá donde falten derechos, las voces deberán sonar con todo su esplendor. Ocurre con los grandes medios de comunicación, cuando se cuidan de no mancillar el nombre de ciertas macroempresas con polémicas de cuidao, pero que llenan sus espacios de anuncios. Ocurre también a nivel local, con el cacique de turno, capaz de lo imposible por mantener su poder: hay que ser muy valiente para plantarle cara a los malos.
Nuestro compromiso no acaba con defender la libertad de expresión: tenemos que atacar la censura en cualquier forma y cualquier lugar. Erradicar un mal enfermizo que se apoya siempre en excusas peregrinas para defender lo que, de ningún modo, sobresale sobre lo trascendental: el derecho a expresarnos. Nos volveremos locos si invertimos el orden de los factores y protegemos antes lo secundario que lo principal. Incluso cuando no nos guste escuchar lo principal y nos sintamos muy cómodos en lo secundario, incluso en ese caso, tenemos la obligación de proteger la libertad de expresión. Los dictadorcillos nunca fueron muy listos y cuando los oprimidos logran quitarse el bozal, gritan con mucha más fuerza que antes. Lo que al principio eran susurros enmudecidos se convierten de pronto en gritos de mil decibelios y el mundo abre los ojos, porque la denuncia se escucha allí y otros mil lugares. A los violentos se les hace más difícil noquear el resto de derechos: ahora tienen demasiados ojos observando cada paso que dan. Y lo más importante: el pueblo comienza sus movimientos. La caída del régimen llegará antes o después. Porque gracias a la libertad de expresión, alguien pudo decirlo. El resto es historia.

Películas

Cuando a los diez minutos de empezar una película ya estás pensando en hacer otra cosa, tienes un problema de concentración. Todas se me hacen largas. Por eso es un milagro todas las películas que he visto en los últimos días.
Los juegos del hambre me impresionó para bien, con una reacción muy parecida a la de los libros: entretenida, sin más pretensiones; luego me subí a un avión durante horas y vi más estrenos relativamente recientes: Margin Call, que cumplió la Ley Cheles: película que recomienda mi hermana, película regulera; J. Edgar, muy interesante, sobre todo para conocer el origen del FBI; Millenium. El hombre que no amaba a las mujeres, para saber de una vez por todas de qué va esta historia (aunque como Lisbeth Salander ya forma parte de la cultura general, no me sentía tan en blanco como si no hubiese leído el libro. Para ser sincero lo empecé, pero aborté antes de la página cincuenta); sin embargo, la película reciente que más me ha gustado no es ninguna de estas. Primero tengo que poneros en antecedentes.

Me sentí un idiota. Jamás había visto Los Teleñecos y sólo sé poner nombre a Gustavo y Miss Piggy. Por eso, cuando un tráiler me introdujo en la película, despertó mi interés y de golpe y porrazo, tras medio minuto de historia, descubrí que salían los teleñecos, tuve que admitir mi derrota. Los publicistas eran mucho más listos que yo y me provocaron curiosidad con una película que jamás hubiese buscado en otras circunstancias. Jugaron al engaño, conscientes de que si mostraban a los teleñecos desde el primer momento, la mayoría del público cambiaría de canal. Sólo por lo listo (ni inteligente ni bueno: listo) que era el tráiler ya merecía la pena darle una oportunidad a la película.
No llegué a ir al cine, pero la crítica Jimina Sabadú reavivó mi interés cuando me dijo que merecía la pena. Ella fue quien me recomendó Miss Tacuarembó, así que tenía mi voto de confianza. Cuando vi que la película estaba en la programación del avión, supe que había llegado el momento. Me dije: «No importa que tengas veinticinco años. Todos tienen que conocer a Gustavo en algún momento de su vida».
Y me encantó. Los Muppets es una película divertida, buenrollera (algo que nunca le pido a los libros, pero que siempre agradezco en el cine) y simpática, que te pone de buen humor. Tiene una historia simple hasta decir basta, pero un guión con bromas muy inteligentes que en ocasiones se dirige más al adulto que al público infantil. Aquí empieza y termina mi experiencia con los teleñecos, de modo que no sé cuánto se parecen a los originales, si siguen la estela o son una traición, pero lo que es seguro es que sin esta película jamás hubiese sabido de ellos más que lo que exige la cultura general. Igual que Lisbeth Salander es una hacker asocial, pero sin más información. Hoy sé un poquito más sobre los personajes de Millenium y un poco menos sobre la difícil relación entre la cerda Piggy y la rana Gustavo, porque sobre ellos, ni con una película ni cien entendería lo más mínimo.

Dónde estoy ahora mismo


La crónica a la vuelta. Algunas pistas vía @el_croni.

Libreros (vii): Un libro y una rosa

Más entregas de Libreros aquí.

La verdad sobre @EstherVilla

Hace cinco días, en una librería cercana a la calle Princesa, se me acercó una joven treintañera a la que no había visto y a la que, sin embargo, tuitconocía desde hacía tiempo.
—Soy Esther —dijo a modo de presentación. Esta vez le bastaron los ciento cuarenta caracteres de siempre. El círculo se cerró por fin. El fantasma huyó de Twitter, tomó cuerpo y se paró ante mí para verme la cara. Esther Villa, @EstherVilla, tenía todo el derecho del mundo a ponerme contra las cuerdas. Porque el origen de nuestra historia es una broma que se me fue de las manos y que tenía como objetivo la mujer que vino hasta el centro de Madrid a buscarme.

El origen se cuenta en tres partes:
La primera, que hace tiempo decidí no seguir a nadie en Twitter (y ya expliqué mis motivos en Tengo un Twitter pervertido. Un año después me reafirmo palabra a palabra).
La segunda parte es una contradicción con la anterior, pero se explica de un modo sencillo: me encanta reírme, aunque sea con el motivo más estúpido del mundo. Durante un tiempo, cuando mi lista de seguidos estaba en blanco, recibí la misma petición de varias personas: «Sígueme a mí. Como no sigues a nadie más, me subirán un montón los followers». Yo me remitía a la entrada anterior y les decía que de ningún modo, que abrir la veda significaba abrirla con todos, y que eran unos ingenuos tremendos si creían que yo tenía la más mínima influencia para hacer crecer los seguidores de nadie. ¡Ja! ¡Ya quisiera! Pero seguían con lo mismo y fue entonces cuando decidí tumbar su teoría con una demostración práctica: seguiría a una sola persona y le daría toda la publicidad posible. Cuando los demás comprobasen que mi followeado seguía siendo el anónimo de antes, se cansarían y no me pedirían nunca más que los siguiese. El problema estaba en a quién seguir y por supuesto, mis amigos estaban automáticamente descartados (si yo no quiero tuitear cuándo estoy en este restaurante o aquel cine, ¿cómo iba a retuitear a un amigo que lo dijese por mí?). Tenía un buen puñado de seguidores a quien elegir, pero no sabía por quién empezar. La mayoría de mis lectores vienen de HarryLatino, el propio y blog y, últimamente, como consecuencia de viñetas políticas. No me entusiasmaba la idea de elegir entre ninguno de los sectores. Guardé mi proyecto en el cajón por unos meses más.
Entonces llegó diciembre y la presentación del último disco de La Casa Azul. H. y yo fuimos hasta la sala Sirocco a escuchar los nuevos temas, nuestro sitio era horrible y yo maté un minuto tuiteando una foto del escenario en la que no se veían ni las zapatillas de Guille Milkyway. No sé si La Casa Azul fue trending topic o si lo fue el compositor, pero en ese concierto había una persona con curiosidad por leer lo que tuiteaban los demás. @EstherVilla leyó mi tuit (creo que dije algo así como «Es el único concierto que me quedaba por ver»), le gustó y me followeó. @EstherVilla no había llegado a mí por ninguna web en la que participo. Estaba en blanco sobre mí. No había visto nada que pudiese contaminarla. Era la persona perfecta a la que followear, justo lo que yo estaba buscando.
Primero la seguí. Después (por si nadie se había dado cuenta) manifesté públicamente que era la única persona a la que seguía en Twitter y, a partir de ahí, respondía prácticamente a cada cosa que escribía y retuiteaba todos sus tuits. @EstherVilla no necesitó mucho tiempo para comprender que algo pasaba pero ¿qué podía hacer? ¿Lo mío podía considerarse acoso cibernético? ¿Era conveniente denunciar a la Guardia Civil?
Nada de eso. @EstherVilla no sólo se tomó con naturalidad toda la atención que le dedicaba, sino que aportó su nota de humor: si yo estaba de broma, ella no se iba a quedar de brazos cruzados. Estaba desconcertada, pero no desaprovechó la ocasión. Demostró tener lo último que le hubiese pedido a mi víctima, humor. Y yo no podía estar más agradecido. Si la broma hubiese molestado, tendría que haberla frenado en seco.
Durante semanas, @EstherVilla fue el centro de todas mis atenciones. Leía cada uno de sus tuits, aconsejaba a todo el mundo que la siguiese (por cierto: sus followers crecieron muy poco. Teoría demostrada) e iba descubriendo poco a poco rasgos de su personalidad. Su aspecto era un completo misterio guardado detrás de su avatar. Supuse que vivía en Madrid, pero no podía confirmarlo.
Luego la dejé de seguir y seguí mi broma por otros lares. Primero seguí a todos los David que encontré, después a nadie, y por último me pasé a la @masaenfurecida, con quienes sigo. Pero @EstherVilla no me traicionó y sigue leyéndome hasta ahora. Es una fiel retuiteadora y admito que entro a menudo a leer lo que escribe por lo-que-fue.
Cuando publiqué mi versión de Pulgarcito, sabía que llegaría el día de presentarlo. No tenía ningún interés hasta que caí en una posibilidad: con un poco de suerte, @EstherVilla se animaría a venir a la presentación y podría conocerla. Sin embargo el acto no se hizo con el lanzamiento, me metí en mil líos y olvidé mi vieja aspiración. Mi deseo regresó la mañana del acto, cuando mi vieja followeada escribió que «a lo mejor» vendría. Desde ese minuto mi atención estaba en la puerta de la librería, esperando verla.
Durante toda la sesión con los niños creí que era una mujer joven sin compañía. Podía dar el perfil. Además, cuando me pidió que le dedicase el libro, no le pregunté su nombre, sino para quién era. Carmen podía ser su sobrina, ella tenía que ser Esther. Estuve a punto de escribirle una broma junto a la firma.
No era ella. Esther Villa, la misteriosa @EstherVilla, llegó al terminar la función. Mis testigos comprobaron que es cierto, que existe, que no en ningún alter ego que me he inventado para la red como se insinuó. Era auténtica y encantadora, una valiente por ir hasta la librería y presentarse, una mujer con mucho sentido del humor y buena conversación. No habría encontrado una opción mejor.
—Soy Esther —dijo a modo de presentación.
Esta es la verdad sobre @EstherVilla.

Libreros (vi): De coreanadas y pollos

Los salemitas mexicanos y los niños incómodos

México me preocupa. No es la única región del mundo en conflicto, pero dentro de mi cabeza, en la que el mundo se divide entre los países hispanohablantes y los que no, una nación con más de cien millones de habitantes ocupa un puesto principal. Ya escribí una vez ¿Qué cojones pasa en México? y me sirvió de desahogo. También sirvió para que los lectores mexicanos, los salemitas mexicanos, dijesen las cosas como las ven, sin más filtro que su propia percepción de las cosas, y lo que describieron me puso los pelos de punta: corrupción, guerra silenciosa, desesperante conformismo y al final un atisbo de esperanza.
Está en manos de México cambiar y ojalá pudiésemos hacer algo por ayudarlos. Desde aquí todo mi apoyo, aunque las palabras sirvan de poco contra el enemigo al que se enfrentan. Aunque sea por concederse un último suspiro de paz y dignidad, merece la pena el esfuerzo. Igual que merece la pena ver el video incómodo de a continuación. Dediquémosles cuatro minutos de nuestra atención. No es ni una millonésima parte de lo que se merecen.

La mención prometida

No os vayáis a pensar que me paso el día hablando del blog. De hecho, procuro incordiar lo menos con el tema, porque las pocas veces que le digo algo a alguien al respecto me salta con un «Ya lo he leído en tu blog» que me deja desarmado. Está bien. Lo acepto. Por eso estoy acostumbrado a que la gente que me rodea no entre a Crónicas Salemitas aunque les vaya la vida en ello: porque así puedo discutir con ellos los temas que escribo en el blog sin miedo a que me digan que ya saben lo que opino. Procuro sacar ventaja a las adversidades.
Existe otro prototipo de lector: el que se cree que todas las entradas van referidas a él. A ver, no es que pequen de egolatría, sino que les gustaría salir de vez en cuando, como cuando me refiero a mis amigos con las iniciales o los dibujo en las viñetas. Y de toda la gente que me rodea, ninguna es tan insistente como C. Esta vez ni siquiera voy a emplear una inicial. Voy a llamarla por su nombre, al menos como yo la llamo cariñosamente. Me refiero a Cheles, mi hermana.
Cheles había oído hablar alguna vez de mi blog, pero no se interesó por él en sus casi cinco años de vida. Fue hace unos meses, y sólo porque una amiga le pidió que le recordara la dirección, cuando no le quedó más remedio que llamarme y preguntarme, no sin cierto fastidio, cómo era la web. Esta amiga recordaba que el blog estaba bien. Mi hermana había sobrevivido toda su vida sin conocer Crónicas Salemitas y pensaba mantener su rutina inalterable.
(Los que sí visitáis el blog desde el principio os estaréis relamiendo porque cuento una anécdota privada. Ya puedo escribir mil entradas de política, literatura, música o viajes, que ningunas os entusiasman tanto como las de mi vida personal. Os doy por perdidos).
Sin embargo, esta vez Cheles sí visitó el blog y empezó a cogerle el gusto. De repente me llama para preguntarme qué he fumado que me riñe por burlarme de sus ídolos de la infancia. No todo son broncas: también me escribe entusiasmada porque le ha gustado un artículo y se lo recomienda a todo el que la quiera escuchar. Hace unos meses tuvimos una conversación surrealista por un artículo que ni siquiera recuerdo:
Cheles: Me ha encantado la parte en la que me mencionas.
Yo: ¿Que te he mencionado yo? (risas) Me temo que te equivocas. No me refería a ti con esas iniciales.
Cheles: Claro que sí, tonto. Soy yo. Estoy convencida.
Yo: Cheles, a ver cómo te explico esto sin herir tus sentimientos: contaba una anécdota en la que tú no estabas ni tienes nada que ver, así que es imposible que me refiera a ti. ¡Por no mencionar que las iniciales son de otra persona!
Cheles: ¿¡Tanto te cuesta mentirme y decirme que soy yo!? ¡Así estoy tan contenta! Pero no, el señorito tiene que decirme la verdad, claaaaaro, no va a mentirme aunque sea por darme satisfacción y me mencione aun de mentira en su PUÑETERO BLOG. (La última frase tiene bastante de mi invención, pero me gusta imaginar que golpea la mesa con el teléfono para cortar la comunicación).
De todas las dificultades a las que me he enfrentado como autor de este blog, contentar a mi hermana está entre los puestos más altos. Antes ni se le ocurría entrar; ahora lee hasta la última coma e invita a sus amigos a que lo hagan. Por no mencionar las indirectas y directas diarias para que la dibuje, ya sea en persona, por teléfono, mensaje privado o WhatsApp. «Quiero mi dibujo para Navidad.» «Quiero mi dibujo para Reyes.» «Quiero mi dibujo para Fallas.» «Joder, Pablo, ¡QUIERO MI DIBUJO YA!» Yo le digo que Crónicas Salemitas tiene lectores muy raros y que lo mejor es que nadie sepa de su existencia (seguro que por sus diálogos os habéis imaginado una quinceañera pero no, qué va. Cheles es unos cuantos años mayor que yo) pero no se da por vencida. Es tan cabezota como yo.
Aunque me haga el duro y todas esas cosas, no os vayáis a pensar que no la quiero. Estos días, además, la he recordado a cada momento porque leía uno de sus libros favoritos, basado también en una de sus películas favoritas: La princesa prometida de William Goldman. Sé que hace años que me lo recomendó pero la ignoré de la misma forma que ella ignoraba el blog. Además, leerlo hubiese supuesto saltarme una de mis LEYES BÁSICAS DEL LECTOR, la que prohibe leer un libro después de ver la peli. También pensé que su devoción por el libro era más consecuencia de haberse criado en los ochenta que por auténticos méritos literarios. Eso por no mencionar que los gustos de mi hermana no tienen nada que ver con los míos y pensé que hacerle caso hubiese supuesto, lo admito, rebajarme.
Lo que pasó es que en febrero cumplí los veinticinco y nadie hizo ni caso de mi petición (qué digo: ley) de no hacerme regalos. Y mi hermana no me regaló un libro, qué va, como no lo hizo la mayoría. Tuve que oír una vez más esa frase manida que me saca de quicio: «Es que como tienes tantos libros me pareció que te gustaría otra cosa.» Yo sonrío con educación y acepto los calcetines, pisapapeles o macetas de rigor. Lo que me gustaría decir es: «Si tengo tantos libros es porque me gustan y adoro que alguien piense: "¡Oh! ¡Adoro este libro! Se lo voy a regalar." Pero en su lugar me regaláis calcetines. Si me gustasen los calcetines tendría muchos, ¿es que nadie se da cuenta? Quizá sería la única forma de que nadie me regalase unos aburridos calcetines porque, mira por dónde, pensaría eso de: "Es que como tienes tantos calcetines me pareció que te gustaría otra cosa." y quizá, con un poco de suerte, me regalaría un libro, que es lo que de verdad me hace ilusión.» Por eso mi ley de no hacerme regalos.
Sin embargo, en mi último cumpleaños alguien acertó. D., S. y N. no sólo me regalaron un cedé de música que no he parado de escuchar en mes y medio, también me dieron un libro. Y ese libro, bingo, fue La princesa prometida. Antes de que mis prejuicios diesen la alarma, S. se explicó: «Es un libro que cualquier persona tendría que leer.» (también dijo más cosas pero no vienen al caso).
Le di una oportunidad. Por un lado, el único antecedente de leer el libro después de la peli no había estado nada mal. Y segundo, pero no menos importante: es que ni siquiera estoy seguro de haber visto la película de principio a fin. De hecho, cada vez estoy más seguro de que no. Así que no tenía excusa para no leerlo.

Lo que escribiría a continuación sería una apasionada crítica del libro de Goldman, un relato de aventuras que ya he empezado a regalar (prueba de lo mucho que me ha gustado. Otros libros que suelo regalar son Matar a un ruiseñor, Las uvas de la ira o Luces del Norte porque no es tan fácil que la otra persona los haya leído, pero La princesa prometida tiene el plus de que además transmite un buen rollo que no tienen los demás). Lo recomendaría aquí y seguiré recomendándolo por mucho tiempo, y prestaré más atención a los libros que me sugiere Cheles, pero prefiero no perder ni un minuto más así. Porque esta, después de todo, es una entrada prometida y a mi hermana no le interesa tanto lo bueno que es Goldman con la pluma sino que yo la dibuje de una vez. Por eso, hermana, este dibujo es para ti. Aunque no le importe un comino al resto:

El asunto argentino

Hasta ayer, un promedio de cuatrocientos argentinos leían Crónicas Salemitas cada mes. Me temo que después de esta entrada, serán algunos menos.
Muchos dirán que no tengo ni idea. Que quién me he creído. Que sus soldados eran muy jóvenes y sufrieron como condenados, pues condenados estaban de antemano cuando los milicos los sirvieron en bandeja de plata a la Dama de Hierro. Estoy preparado para escuchar más críticas de un lado que otro, porque a los proargentinos les hierve la sangre cuando suena el asunto, pero al resto, que son muchos más, les importa un bledo el malestar de los primeros y muy seguramente no se molesten ni en terminar de leer el artículo. No los culpo. Lo de las Malvinas no da pie a demasiados matices.
La película en tres actos: las islas Malvinas (las Falkland en inglés) pertenecen a los británicos desde hace dos siglos. Antes sale un tráiler con españoles yendo de aquí para allá, pero no se quedan por mucho tiempo. Los británicos administran la isla ininterrumpidamente durante siglo y medio. En este tiempo eligen gobiernos, fundan colegios y hasta montan clubes de lectura y teatro; el giro de la película llega en 1982, con la repentina invasión argentina. Los militares que gobernaban el país necesitaban un golpe de efecto y eligieron esta entre las tres opciones más atractivas para subir en popularidad. Las opciones descartadas: a) invertir en I+D+I hasta resucitar a Evita y b) prohibir la marcha al Barça de Maradona; la tercera escena de la película tiene un montón de efectos especiales y cuenta con la aparición estelar de Margaret Thatcher, quien tampoco estaba en la cumbre de la popularidad en su país y que, como los milicos, hace de la Malvinas su balón de oxígeno para quedarse en el poder. La primera ministra envía a su ejército hasta las islas, bombardean a los argentinos, estos salen por patas y fin de la historia. Los créditos de la película se intercalan con escenas felices del día a día de los malvinenses, muy british todos ellos.
La película tiene sus versiones, claro, y también sus defensores y detractores. Muchos argentinos odian a los británicos (y muy especialmente a su ex primera ministra) por su actuación. Muchos del resto, o sea, los ciudadanos del mundo que no somos argentinos en el pasaporte, creemos que Reino Unido no sólo ganó: es que tenía que ganar.
Quien hable de fuerza desproporcionada, olvida que Argentina invadió en una situación de superioridad unas islas que no podían defenderse por sí mismas. Lo que no imaginaban es que los británicos pondrían toda la carne en el asador para que la balance cambiase a su favor, pero eso no los convierte en unos santos. Ni a los británicos tampoco, porque pudieron conformarse con una retirada y atacaron sin pudor. Pero qué queréis que os diga. Me parece horrible que Thatcher mandase bombardear unos barcos que huían. Pero era una guerra, en una situación de crisis, y esa situación de crisis con su guerra la habían provocado los militares argentinos desde el principio hasta el final. No hace falta ponerse de su parte sólo porque sean compatriotas: aquí no se nos caen los anillos por evidenciar los ridículos que hizo Franco en política internacional. También somos muchos los españoles los que consideramos ridículas y patéticas las reivindicaciones que cada gobierno de la nación hace de Gibraltar. Si a nuestros políticos se les ocurriese invadirla lo criticaría exactamente igual. Sí, aunque perdiésemos la guerra. Sí, aunque matasen a diez mil inocentes soldados españoles abandonados a su suerte. Seguiría siendo una invasión y Reino Unido tendría todo el derecho a defenderse. Lo mismo si algún dictador tiene la ocurrencia de invadir Ceuta, Melilla o las Canarias. No vale invadir y lamentarse después.
Sé que es un asunto de mucho dolor para muchos argentinos. Que incluso para los que no apoyaron la guerra, o no la apoyarían de ocurrir ahora, significaron demasiadas muertes por demasiado poco. No pretendo ofender a nadie. Mal por lo que hizo Reino Unido. Pero seamos objetivos y reconozcamos la verdad: mucho peor fue la actuación de Argentina, que se vio con derecho a rehacer los mapas del mundo moderno con argumentos de militar. La historia es historia cuando podemos mirar nuestro pasado sin sentir la menor pasión.

Franz Kafka en «La historia secreta de la literatura en cómic (xii)»


Con el escritor checo de lengua alemana Franz Kafka llegamos al duodécimo capítulo de La historia secreta de la literatura en cómic. En anteriores entregas: las hermanas Brönte, el genio Roald DahlJ.R.R. Tolkienel anónimo de El lazarilloAgatha ChristieJulio CortázarAntoine de Saint-ExúperyDante AlighieriLeón TólstoiCorín Tellado y Charles Dickens.

Querido Oriol

No te he querido preguntar. Después de todo, tu decisión es muy privada. Tampoco te he querido condicionar: por eso te llamo Oriol, cuando tampoco es tu nombre. En realidad tú eres muchos. Y son muchos, demasiados, los que están sufriendo.
Estás harto de no poder protestar. De que cada vez que expresas un poquito (sólo un poquito) de malestar laboral, se te echen veinte encima al grito de «¡No te puedes quejar, que tienes trabajo!». Te lo han repetido tanto que casi te lo has creído. Lo de que mientras tengas nómina, te pueden hacer de todo. Has vendido tu alma y troceado tus logros con tal de no visitar el INEM.
La situación general te exige un esfuerzo adicional y tú debes darlo. No eres tanto: sabes que si no te empeñas más, peligra la empresa y por lo tanto tu puesto de trabajo. Quieres que vaya bien, aunque sea por simple egoísmo: mientras les vaya bien a ellos, te irá bien a ti. Sólo un estúpido sabotea su trabajo.
Pero en la cuerda entre lo que puedes dar y lo que pueden exigir, también debe existir un equilibrio. Hay empresarios maravillosos, que no necesitan ni hablar para convencer a sus empleados de lo delicado de la situación. Te pedirán más y tú estarás dispuesto a hacerlo. Pero también hay empresarios con menos escrúpulos que neuronas, y si tienes la desgracia de trabajar para uno de ellos, tu estrés será doble. Las leyes están para cumplirse y los derechos laborales para ejercerlos. Por supuesto, las obligaciones van de la mano. Y si alguien sobrepasa el límite de lo legal, no tienes por qué soportarlo con la excusa de la crisis. La ley ya consiente suficiente: no cedas todavía más. Te van a obligar a cumplir hasta la última letra del contrato y no te puedes negar. Ahora bien: no dejes que te coaccionen para ir más allá.
Cuando la esperanza está perdida y los empresarios sin escrúpulos se frotan las manos con cada reforma laboral (no porque vayan a cumplirla a raja tabla, sino porque van a avanzar tres pasos más de lo que dice la ley), hay más opciones que cruzar los dedos y rezar a todo el santoral. La huelga, por ejemplo, es un derecho básico laboral. Por rango, está hasta en la Constitución. Sé que nunca has hecho una y que no le faltan detractores, pero en ocasiones, y para nuestra desgracia, es una herramienta desesperada para expresar nuestra (valga la redundancia) desesperación. «¿¡Desesperación!? ¡Desesperados están los que están en el paro, no los que tienen trabajo!» Basta ya con esto. No quiero volver a oír esa frase jamás. Los trabajadores tenemos tanto derecho a quejarnos como siempre. Quizá más derecho que nunca, porque jamás se habían rebajado nuestros derechos tanto como ahora.
La huelga no la convocan los sindicatos de siempre, al contrario de lo que se cuenta en los corrillos. Pero sí, la secundan ellos, y nos caen tan mal como antes. No voy a defenderlos, Oriol, porque son indefendibles, pero sí apoyo la labor que realizan decenas de sindicatos españoles, que sin subvenciones ni cuotas de poder, son quienes de verdad se rompen el espinazo por el trabajador. Los sindicatos no son unos parásitos: los parásitos son unos pocos. Y de esos hay tanto en los despachos de los liberados como en la patronal. No es exclusivo de izquierdas o derechas. Tampoco la huelga es exclusiva de los de siempre. Tu apoyo es tuyo propio. El suyo, sólo de ellos.
Si no es por los sindicatos, quizá temas por las consecuencias en el trabajo. Por suerte, la Constitución te ampara: estate tranquilo, no pueden despedirte, ni amonestarte, ni siquiera mirarte mal por secundar una huelga (ni esta ni otras). Te restarán el sueldo equivalente al día, pero nada más. Si hay consecuencias, denuncia. Vuelve al día siguiente al trabajo y demuestra que eres el mejor trabajador, que no hay excusa para decirte pío. Pero a tu derecho a huelga no renuncies. Es enteramente tuyo.
Si no puedes permitirte renunciar a un día de sueldo, no temas, es tu decisión. Lo mismo que si no quieres hacerla. El derecho a la huelga es tan importante como el derecho a no hacerla. Si tienes miedo, haz lo que creas más conveniente. Si estás encantado con la reforma laboral, ficha con una sonrisa en los labios. Yo, desde luego, aplaudiré tu coherencia. Pero si estás harto y no quieres ceder ni un derecho más, no caben medias tintas. No vale el que la hagan otros. Ningún movimiento ha empezado con el inmovilismo. Si esperamos a que los demás lo hagan, no lo hará nadie jamás.
Oriol, tu decisión es tan libre como privada. Voy a hacer lo imposible porque todos respeten tu decisión, tanto si quieres ir a trabajar como secundar la huelga. Pero si quieres apoyarla, y sólo te para la duda de lo que harán los demás, no lo pienses más: hazla. Sé tú quien da el paso. Son tus derechos, no los de tus compañeros. Y si todos están esperando a que otro tome la decisión, nadie irá a la huelga pero todos tendrán la sensación de que han hecho algo mal. Haz simplemente lo que te pide el cuerpo. Que te importe un bledo lo que hagan los demás. Tanto si la hacen como si no.

«Libreros (v)»: Mercadotecnia en la librería


Puedes leer los anteriores capítulos aquí. Los comentarios tampoco le hacen daño a nadie.

El antropólogo sentimental

Una tribu indígena amazónica abandonó el anonimato por una noche para protagonizar un programa de máxima audiencia en la televisión holandesa. El sensacionalismo de la telerrealidad se cebó con su ingenuidad del mundo externo y los acusó de infanticidas ante todo el público neerlandés. Los salvajes matan a sus recién nacidos enfermos, dijeron. Ni vacuna del neumococo ni hostias. Cuando un indígena tiene un problema, corta por lo sano.
Tras la emisión del programa, las organizaciones en favor de las tribus amazónicas levantaron sus pancartas impresas en cartón ecológico para tumbar teorías. Los indígenas no matan a sus niños, respondieron. Quizá haya habido algún caso sin importancia, añadieron a media voz, pero nada digno de mención.
Mientras activistas y productores tratan de ponerse de acuerdo, el gobierno brasileño avanza una nueva ley que obligará a que las tribus amazónicas avisen a las autoridades sobre posibles embarazos de riesgo. Vivan en el más absoluto aislamiento, pero toquen la campanilla si el niño viene del revés.
No sé si la ley es la confirmación de que los indígenas no le echan demasiadas ganas a los partos difíciles o una simple cuestión de salud, pero el debate no está aquí. Los activistas aseguran que las tribus respetan los derechos humanos mientras que la televisión holandesa dice que tururú. No se trata de a quién creer, sino ¿podemos exigirle a un pueblo aislado el respeto por unos derechos a los que nadie ha invitado a redactar?
Brasil y todos los países donde todavía viven tribus indígenas cuyos contacto con el exterior se limitan a una visita pacífica en 1952 tienen una labor difícil: proteger la imperturbabilidad de sus ciudadanos (aunque estos nunca sepan ni que pertenecen a un país) al mismo tiempo que garantizar el respeto de la ley (y de los más básicos derechos humanos) en sus espacios. El trabajo se vuelve imposible cuando sus tradiciones contradicen, como ocurre a menudo, los principios del civismo. Ni qué decir cuando atentan contra la vida.
¿Tenemos derecho a inmiscuirnos en sus costumbres en pos de unos derechos que ni conocen ni les interesan? ¿Qué es más importante, proteger una vida o un pueblo? ¿Se debe evitar un infanticidio o cualquier tipo de asesinato allá donde evitarlo podría significar el fin de una cultura cuya única posibilidad de subsistencia radica en su imperturbabilidad?

El mejor escritor vivo del mundo

Hace poco, alguien me preguntó si incluiría a autores contemporáneos como Philippe Claudel o J.K. Rowling en las viñetas de La historia secreta de la literatura en cómic. La respuesta rápida es no, y por una razón muy simple: la serie sólo homenajea a escritores muertos. Sólo escritores muertos porque (en teoría), ha pasado suficiente tiempo para digerir su obra y declararla oficialmente literatura, aunque admito que con algunos como Corín Tellado fue más una broma que un homenaje sincero. Buenos o no, pero muertos a fin de cuentas.
En verdad, todo este tiempo he pensado en hacer una excepción. Hay un escritor vivo que creo, con toda la fe que permite una creencia, que es y será un auténtico hombre (y nombre) de la literatura universal mucho más allá de su muerte. Eso no se puede saber hasta que lo visite la parca, claro, sobre todo con los caprichos que tiene la historia: autores laureados que se olvidaron después de muertos (hay unos cuantos premios Nobel que hoy no tienen ningún libro traducido circulando, y son premios Nobel) y otros ignorados en vida que luego han hecho caja a sus herederos, a modo de reconocimiento póstumo que de nada sirve en el Parnaso.
Predecir los honores por los siglos de los siglos es muy complicado, y mucho más con tantas plumas escribiendo estos días. Pero si hay un autor vivo por el que apostaría un lugar relevante en los estudios de literatura de los próximos siglos, ese es el colombiano Gabriel García Márquez. Literatura viva. Algo que no se puede decir a la ligera.
No sé si Cien años de soledad es mi libro favorito, pero es una obra maestra desde la primera página a la última. Luego leí Crónica de una muerte anunciada y El coronel no tiene quien le escriba, que me gustaron pero no fue lo mismo, tú me entiendes. Ahora leo El amor en los tiempos del cólera, con Juvenal, Florentino y Fermina, y vuelvo a sentir lo mismo que con la leyenda de Macondo: literatura en estado puro. Como dijo A. hace poco, ya puedes abrir el libro por la página que quieras que cada línea está escrita por un maestro.
¿Crees que García Márquez ya ha pasado a los grandes de la literatura como Cervantes, Shakespeare y compañía, y todavía no ha demostrado tanto? ¿Hay otro autor vivo que pueda decir lo mismo? ¿Me olvido de algún nombre? No te olvides de comentar. Quiero saber cuánto me he pasado de exagerado.

Si pudiese abrazar a todos los gatos

Siempre hablaba de mi podio de videos favoritos de Internet, una lista requetepensada donde Las vecinas de Valencia ocupa el primer lugar (repito más sus frases que el tolkiniano) y Ayúdame-tengo-muchos-quehaseres se lleva la plata. Sin embargo, y aunque parezca obligado con un primero y un segundo, no tenía ningún tercer puesto adjudicado. Nada que estuviese ni remotamente a la altura.
Eso fue hasta que mis valencianos me presentaron a eHarmony. Y cambié de idea.
Supongo que los videos frikis de Internet, igual que los clásicos de la literatura, se miden por el poso que nos dejan mucho tiempo después de la lectura. Luego descubrimos que se trataba de una humorista, que todo era una broma y caímos como imbéciles, pero como imbéciles nos reímos.
La cosa empeoró cuando I., D. y R. me mostraron la versión musical. Desde entonces no podemos parar de cantar. Advertidos quedáis. Crea adicción.

Charles Dickens en «La historia secreta de la literatura en cómic (xi)»



El clásico británico está de bicentenario y es el protagonista de la undécima entrega de La historia secreta de la literatura en cómic. En anteriores capítulos: las hermanas Brönte, el genio Roald DahlJ.R.R. Tolkienel anónimo de El lazarilloAgatha ChristieJulio CortázarAntoine de Saint-ExúperyDante AlighieriLeón Tólstoi y Corín Tellado. Muy riguroso todo.

La muerte de Maude Flanders o el «statu quo» que se rompe

«Esta saga de libros ¿puede leerse al azar o hay que hacerlo de principio a fin?»
La pregunta se extiende a las series de televisión, cómics y demás, y no es ninguna tontería. Aunque ninguna tienda o catálogo las distingue en su distribución de secciones, lo cierto es que hay historias que no exigen ningún conocimiento anterior cuando uno las empieza por la mitad, y otras en las que si no se empieza por el principio, uno no entiende nada y acaba aburriéndose.
No se puede empezar Perdidos por la última temporada ni Harry Potter por el libro seis. Sí, sus autores han contado una historia concreta en cada entrega, pero dependen de un hilo argumental general que carga con la principal carga emotiva de la serie. Con cada final de episodio, los protagonistas se encuentran en un punto diferente a cuando comenzaron.
Eso no es un problema para las series (sea cual sea su medio, desde libro hasta televisión) donde prima el statu quo, es decir: donde al terminar el capítulo, todo vuelve a la normalidad inicial. Esto no sólo es posible, sino también muy habitual: es lo que ocurre con Los Simpson, Mortadelo y Filemón, C.S.I. y gran cantidad de éxitos contemporáneos. El arco argumental general se sacrifica por una trama diferente en cada capítulo, ya sean treinta minutos de televisión o un número de tebeo. Puede que los Simpson viajen muy lejos, pero volverán al 742 de Evergreen Terrace antes de que aparezcan los créditos. Da igual si Homer cambia de trabajo, Bart se mete en problema o Marge se desmadra: todo vuelve a la normalidad, al statu quo, antes del próximo episodio. Lo mismo sucede en muchas otras producciones de éxito.
Sin embargo, hasta los más tradicionales pueden romper la normalidad alguna vez, y que su statu quo se rompa en vistas a los próximos episodios. No siempre logran recuperar el estado normal, aunque los guionistas recurran muy pocas veces a ello. Hasta los Simpson han sufrido experiencias que han afectado a temporadas posteriores, y son unas cuantas: la muerte de la mujer de Ned Flanders, Maude, es un ejemplo de ello. También el romance entre el director Skinner y la señorita Krabappel o la conversión de Lisa al budismo, por citar unos ejemplos. ¿Se te ocurren más ejemplos?
También C.S.I. (en todas sus versiones) rompe en ocasiones la escala de crímenes para introducir romances entre los personajes que cambian la impresión «aleatoria» de la serie, y lo mismo ocurre con casi todas las historias que hacen del statu quo su bandera, un remedio para contrarrestar unos personajes que a veces resultan demasiado planos a fuerza de regresar siempre al estado anterior y fidelizar al público que las sigue desde el comienzo. Algunos siempre preferiremos las historias donde nada permanece, pero ¿no tiene su encanto volver siempre al principio y, más aún, romperlo en alguna ocasión especial? Mi mala memoria me impide recordar otras rupturas del statu quo de Los Simpson y otras series, pero seguro que se te ocurren a ti. Recojamos entre todos esos momentos en que los guionistas rompieron su propia norma. Esta vez sí te toca comentar.

Diccionario tolkiniano - español para principiantes

Aunque nunca me he considerado un fan de El señor de los anillos, lo cierto es que el imaginario de Tolkien me ha aportado más expresiones que todos los cursos de la ESO juntos. Esta es sólo una iniciación para los que en ocasiones me escuchan localismos de la Tierra Media y se sienten más perdidos que Gollum en una visita a Tifanny's.

La sensibilidad de los unos

Las monjitas del convento San Carlos Borromeo en Chicago están que trinan: acaba de abrir un local de striptease junto a su casa espiritual. Las hermanas, después de agotar las cuentas de los rosarios y encomendarse a Dios misericordioso para que acabe con semejante exhibición, se han entregado a los medios para denunciar el hecho y forzar, en virtud de esposas del Señor, el cierre del local prohibido. Hay cosas que no se pueden construir. Y si se construyen, que no se vean al salir al balcón.
Quizá el problema está en que las monjitas se creen con derecho sobre el lugar. Suyo no es el número diez de la calle: suya es la calle y la ciudad. Un convento necesita tranquilidad. No tienen suficiente con sus metros cuadrados, que ahora también quieren ordenar la vida de los demás. Una stripper hiere su sensibilidad. Me dirán cómo. Nos hemos vuelto locos si reconocemos el derecho a unas religiosas, fontaneros, abogados o editores a decidir qué negocios se construyen a su alrededor.
La sensibilidad es un tema peliagudo. Nadie puede cambiar lo que nos duele, pero nos equivocamos si pretendemos determinar a los demás en calidad a razón de nuestros sentimientos. No hace falta ir hasta Chicago para encontrar insensibles e insensibilizados: nuestro país está lleno de casos diarios. Empresarios que se hacen publicidad en medio de manifestaciones de parados. Diputados que no aplauden a muertos. Yernos que hablan de llegar a fin de mes mientras desvían fortunas a Belice. El último ataque a nuestro buena sensibilidad popular ha sido la posibilidad de elegir el 11 de marzo para convocar una manifestación contra la reforma laboral. Mientras los sindicatos se ponen de acuerdo, políticos y víctimas (algunos políticos y algunas víctimas) se echan las manos a la cabeza. «¡Insensibles! ¡El 11 de marzo es un día de mucho dolor!»
Por supuesto que lo es. A nadie se le escapa lo que significa la fecha, ni tampoco olvida su golpe mortal. Pero de ahí a bloquear el día para cualquier otro evento posible, aunque no tenga nada que ver, hay una línea que se llama sentido común. Los manifestantes no van a gritar a favor de Osama bin Laden ni solicitar responsabilidades para el que mandó desguazar cada vagón. Los manifestantes sólo quieren exigir lo que creen que es suyo, estén o no equivocados, y el 11 de marzo les parece un día tan apropiado para hacerlo como el 4 de marzo o el 1 de abril. Si las víctimas se sienten dolidas se siente, pero esa no es la intención. También les duele a las monjas el local de striptease, y le duele a la mayoría de habitantes de Lizarza que la bandera española ondee en la plaza mayor. El dolor es tan íntimo como controvertido.
El mundo no se viene abajo cuando la libertad gana a la emoción. A veces necesitamos un empujoncito para abrir los ojos y comprender que no es tanto dolor, que las rencillas y prejuicios tienen poco que ver con el sentido común. Muchos españolitos vieron la elección del 20 de noviembre para las elecciones (valga la redundancia), efeméride generalísima, como una maquiavélica provocación. Sin embargo, cuando ese día fuimos a votar a las urnas, nadie se acordó de semejante insensibilidad. Será que no era para tanto, como todo lo demás.

«Libreros (iv)»: Los libros más robados


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Mis días como Cayo Martínez o el lanzamiento de «Pulgarcito»

Hace un año me propusieron escribir el texto de una adaptación libre de Pulgarcito, siguiendo las migas que me dejaba la ilustradora Patricia Metola en sus ilustraciones. Los ilustradores cuentan, los escritores escriben. Con unos bocetos tan interesantes y una versión del clásico ligeramente distinta a la de los hermanos Grimm, no me lo tuve que pensar dos veces: acepté al instante y escribí hasta consumir las velas.
Fotografía © Patricia Metola 
Por plazos del mundo editorial, el álbum ilustrado Pulgarcito llega hoy a las librerías de mano de Narval Editores. Lo firma Patricia Metola, que se ha superado con las ilustraciones, y un tal Cayo Martínez, que no es sino yo y mi gusto por los seudónimos. Mi segundo nombre y segundo apellido. Tampoco es una mentira tan gorda.
Ya lo podéis comprar en todas las librerías españolas, en Amazon.es, CasadelLibro.com, Fnac.es y a través de la web de la editorial. Espero que os guste.

Tengo la impresión

Los vascos son los bastos. Los gallegos, los indecisos. A los catalanes les toca tacaños, a los madrileños chulos y a los andaluces, vagos. Con semejante «prejuiciero» español, los valencianos podíamos sentirnos satisfechos por haber pasado prácticamente desapercibidos. Porque a pesar de chistes rápidos sobre bacalaos y pastilleros, nuestra fama era prácticamente nula. Ni buena ni mala. Ni fu ni fa. Una normalidad absoluta.
Hoy somos el ridículo de España, y la frontera de nuestras vergüenzas la ponen sólo los medios de comunicación. Si no, se hablaría de nosotros desde Valparaíso hasta Pekín, sin ser humano que comprendiese nada. ¿Por qué los valencianos votan a Camps? ¿Por qué revalidan la mayoría absoluta de un político imputado?
Ni el paisaje es como lo retrata la prensa, ni los valencianos hacen nada por su paisaje. Demasiados años vertiendo toneladas de hormigón, como para tumbar a golpe de titular lo que constituye el pensamiento (casi) único valenciano. En el juicio moral popular, los acusados no son culpables. O lo son, aceptamos regalo como hecho reprobable, pero entonces ocurre que no es para tanto. Podrían haber robado más, se dice. Qué pasaría si gobernasen los otros, repiten con miedo a países. Lo que diga un jurado de nueve personas importa poco cuando un millón doscientos once mil votos lo proclamaron inocente. Un inocente envenenado, de los de si lo ha hecho qué más da, pero absuelto como él quería. Las urnas no resuelven los pleitos de los tribunales, pero son capaces de socavar la moral y enaltecer el ánimo con más fuerza que cualquier fallo del tribunal internacional de justicia.
No se trata de si Camps salió inocente o culpable. Lo que duele es su aprobación popular, el aplauso a su mala praxis. La de la pompa y la tontería. La de los aeropuertos mausoleos y competiciones de la jet set. La de poco pan y mucho circo. Pero teníamos circo y pan, ahí lo extraordinario, pero el pan nos acabaría sentando mal y el circo nos hipotecó para que no pudiésemos comer ni curarnos. Lo último que perdimos fue el espectáculo. Hoy no tenemos ni eso.
Los valencianos son los nuevos andaluces de España. No sé cuántas veces he oído esa frase en el último año. Dicha con malicia hacia los valencianos, como si tuviésemos que avergonzarnos de ser como en el Sur, y más dañino hacia los andaluces, que se han cargado con nosequé fama injusta. Lo que sí nos hemos ganado nosotros, a fuerza de voto, es un gobierno de incompetentes que nos han llevado a la ruina mientras todavía sonaba la orquesta. No lo remediamos hace un año, en el momento de enviarlos al infierno. Ni seguro que los echaríamos hoy, si nos convocasen de nuevo a las urnas. Camps, o el que fuese, revalidaría su vergüenza. Ay qué malos son los otros. O serán, que no lo sabemos. Tonterías cuando lo único seguro es que los que están son malísimos y no hay manera de superarlos.
Pero algo está cambiando. Apenas se apreció en las últimas elecciones, pero la marea azul perdió un poco de fuego. Ya no era para tanto. Ganó, pero de menos. Como si ya no convenciese a tantos.
Tengo la impresión de que los valencianos despiertan del sueño. Ese que primero fue bueno y sin saber cuándo se transformó en pesadilla. Ya no les gusta (no nos gusta) lo que vemos y se empieza a levantar la voz. Basta ya. Chorizos, impresentables, malos gestores en definitiva, provocadores, seamos justos, de una Valencia que fue la envidia de España porque ni España ni Valencia supo hasta demasiado tarde el precio de su mentira. Quizá no los derroquemos en las elecciones de 2015. Ni tampoco salgan en 2019. Pero el descontento es cada vez mayor y la oposición -no la de los políticos: la del pueblo- crece a cada día que pasa. Silenciosa, discreta. Pero en alza. El pueblo valenciano es muy digno. Sólo es cuestión de tiempo que despierte de su letargo.

«Libreros (iii)», un webcómic de libreros


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«Los mamuts, los ogros, los extraterrestres y mi hermana pequeña»

Esta es la historia de un artículo y una recomendación. El primero, el de una editora que escribe en Internet. No encuentro el texto en cuestión, pero sí recuerdo la conclusión: si algo te gusta, recomiéndalo. Dilo. No te lo quedes para ti, porque el boca a boca (y no una campaña de marketing) es lo único que salva los libros de la desaparición. De nada sirve que una obra entusiasme a un lector si este se lo guarda como un secreto. Si no lo comparte y nadie más se atreve a probar, es muy posible que los libreros devuelvan el libro al almacén de la editorial, y quién sabe el tiempo que puede pasar hasta que alguien lo reclame de nuevo. Eso si no lo destruyen para hacer hueco en el almacén, el destino más catastrófico. Para cuando el lector satisfecho se acuerde de él y lo quiera regalar, el título habrá pasado a engrosar la lista maldita de los descatalogados. Menudo final.
Yo no tengo perdón. Leo el artículo, me conciencio de la importancia de CORRER LA VOZ y luego, vaya, me olvido por completo. Con mi olvido contribuyo a que otros se olviden de él (o que jamás conozcan) y entonces, tachán, ya está hecho. Otro gran libro que entusiasma pero lo hace en secreto. «Éxito» en la intimidad. Y hoy me acuerdo de él, porque en verdad no lo he olvidado, y me decido a decir lo que podría haber escrito antes de Navidad cuando pensabais qué regalar a esa sobrinita que no se está quieta o al amigo que sabe apreciar un buen álbum ilustrado más allá de los prejuicios. Hoy os recomiendo Los mamuts, los ogros, los extraterrestres y mi hermana pequeña, una joyita ilustrada por Nathalie Choux y escrita por Alex Cousseau.
No es un álbum normal. En este cuento, el protagonista es un poco el lector. Y el lector es un poco el protagonista, que no es lo mismo, pero hay que leerlo para comprender. El prota quiere saber si los mamuts existieron (desde la piel de un mamut. Es la magia de la imaginación) y su padre se ofrece a aclarar todas sus dudas: «Estamos en un libro. Eso significa que hay un señor que escribe esta historia y una señora que hace los dibujos». El papá mamut no se corta, ¿eh?
Luego pregunta por los ogros, por los extraterrestres y hasta por su hermana. Cosas que existieron una vez, cosas que siguen haciéndolo, cosas que existen pero sólo si crees y cosas que existirán si nos guiñamos el ojo. Es un álbum muy original que invita a reflexionar sobre la imaginación y, ya puestos, a pasar un rato divertido. El texto es brillante y las ilustraciones están a la altura. No es un álbum normal, ya lo he dicho antes, y ha entusiasmado a todas las personas a las que se lo he recomendado (igual que a quien me lo recomendó). El pequeño mamut se preguntó dónde está el lector (ese que hace realidad su historia, aunque sea en la imaginación, para que nadie le diga que no existe) así que aquí hay uno que levanta la voz. ¡Me ha encantado! Si te gusta, o te gusta otro, no te lo guardes para ti. Porque tu silencio perezoso puede hacer desaparecer al mamut y a otros que son como él. Quien dice mamuts también dice libros. Existen, pero si nadie se acuerda de ellos, es como si no existiesen más.

Corín Tellado en «La historia secreta de la literatura en cómic (x)»

La escritora de novela romántica es la décima autora que pasa por la sección La historia secreta de la literatura en cómic. En anteriores capítulos: las hermanas Brönte, el genio Roald DahlJ.R.R. Tolkienel anónimo de El lazarilloAgatha ChristieJulio CortázarAntoine de Saint-ExúperyDante Alighieri y León Tólstoi.

La imaginación

No sé si existe un estudio de la población que reconoce no tener ningún tipo de imaginación, pero sería interesante conocerlo. Una vez lanzados a encuestar, podríamos preguntar qué entiende cada uno por imaginación, qué es lo más imaginativo que ha hecho en la vida y cuánto la valora. Veríamos si los que no la tienen la echan en falta, o si serían capaces de prescindir de ella los que presumen de buena dosis. Es probable que valorar la falta de imaginación exija un ejercicio de imaginación que impida a uno lamentar lo que no tiene. Bendita su suerte.
¿Existe una sequía generalizada de imaginación, o es que la gente no es consciente de que la tiene? ¿Se nace con ella o se crea con el ejercicio? ¿Será un poco de las dos?
Tener imaginación no es sentarse frente al ordenador y escribir una novela. Tampoco coger el pincel y hartarse a pintar un lienzo. O también, pero no solo eso. Imagino la imaginación (valga la redundancia) como un ejercicio libre entre lo que estamos acostumbrados a hacer y lo que (casi) nadie ha hecho antes. Un mono podría escribir una copia idéntica de Cumbres borrascosas si le enseñásemos cómo. La imaginación está en escribir algo distinto, no en el ejercicio de escribir en sí.
Las artes han absorbido la imaginación como propia, pero lo mágico, lo más extraordinario, es desarrollar la imaginación a cada oportunidad. No hace falta tocar la flauta para componer: la imaginación también puede sacar la música de los ruidos de unas pisadas en el andén. Cuando un trillón de petardos explotan en cuestión de minutos y forman música, ¿quién es el que ha puesto su imaginación? Dudo que el pirotécnico tenga todos los méritos. Algo tendrá que ver el oído de los demás.
Son imaginación las rutas alternativas para ir al trabajo; es imaginación los condimentos que pones a la comida, hoy orégano mañana ralladura de limón; imaginación también es el día que fundas formalmente tu bar y dudas entre llamarlo Casa Dani, Gran Vía 32 o Susan Wich; incluso en el mismo bar de barrio, con su olor a fritanga y clientes carpetovetónicos, hay un ejercicio de imaginación cuando la cocinera elabora el menú del día y se le ocurre sacar partido al caldo de cocido que sobró ayer; imaginación la combinación de la ropa; imaginación la forma con la que saludas al portero de la finca, cuando ya no esperaba que le dijeses algo distinto a adiós; imaginación es el plan del viernes que no has hecho antes y también es imaginación el asunto que le pones a un e-mail. La imaginación, al final, no es sino la expresión creativa del libre albedrío.
¿De verdad existe alguien que no tenga nada de imaginación, ni podemos esforzarnos por hacer de cada día algo inédito?

Vuelve LIBREROS, un webcómic periódico sobre libreros (ii)




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Defensa apasionada del regreso del presidente Camps

Lo habéis visto. A él, al expresidente Camps, guiñando el ojo al techo y dándole las gracias a Dios. No queda nadie por enterarse: un jurado popular lo ha declarado no culpable de todas las acusaciones que lo sentaron en el banquillo. El que fue Muy Honorable recupera, a ojos de la justicia, su honorabilidad. Claro que la justicia, qué cosas, presume de ceguedad.
Cuando la polémica de los trajes saltó a la prensa, y de la prensa a la opinión, no hubo españolito que no juzgase a Camps. El humilde señor de los valencianos, que hasta entonces había gozado de cierta tranquilidad en el cargo (gobierno en época de presunta bonanza y sin atisbo de oposición) se vio entonces con las consecuencias del poder. Acusado de recibir regalos de empresarios, cuando nuestra ley es muy laxa al respecto. Acusado de conceder beneficios en contratación pública a sus benefactores, lo cuál sí es punible. Todo por unos puñeteros trajes por valor de unos miles de euros. Poca cantidad para quien manejaba el timón de una de las regiones más ostentosas de Europa.
Pero él no se acobardó ante nada, y a la vez que afirmaba pagarse su ropa con una risa nerviosa en los labios, se declaró elegido por los valencianos (y a fuero interno, Elegido de Dios) e hizo de la resistencia a las presiones sociales, mediáticas y políticas un martirio del que pudiesen aprender los niños de primera comunión. Camps resistió en su puesto de presidente mientras los sumarios se filtraban a voluntad del cuarto poder. Camps no hizo caso a nadie, ni a su partido, cuando le desaconsejaron optar a la reelección. Y el mismo Camps de la pompa, de velas y ferraris, de aeropuertos fantasmas y otros proyectos de festín, ese mismo, fue reelegido el 22 de mayo por su pueblo con mayoría absoluta. Él lo llamó absolución en las urnas. Los valencianos que votan a Camps lo llamaron, ellos sabrán por qué, defensa propia.
No había pasado ni un mes desde toma de posesión cuando fue declarado imputado con todas las formalidades legales. Esto era lo último que Rajoy podía consentir (menos con las Generales tan cerca) y Camps, en su particular vía crucis, renunció voluntariamente a la presidencia para dedicarse al juicio. Un desconocido Fabra lo sustituyó en el sillón y el buen Camps se encomendó a la Virgen. El juicio (el verdadero, no el social) ya se ha celebrado. Con jurado popular. Y este jurado popular ha votado con cinco votos a cuatro que el acusado no es culpable. No culpable. Inocente, hablando en plata. Que se puede volver a casa, en resumen.
Hoy es 26 de enero y Camps no está pendiente de ningún proceso judicial. Salió indemne del que lo debía masacrar para que nadie lo vuelva a llamar «chorizo». Los valencianos respetamos su mayoría absoluta de mayo igual que el veredicto favorable de hace dos días, porque ¿qué se puede esperar de una votación de nueve valencianos, cuando cientos de miles conocían los mismos hechos y ya se habían expresado a gusto en las elecciones? No hay derecho a mantener el dedo acusador sobre un hombre contra el que no se ha probado suficiente. Aún más: no hay derecho a privar a este hombre inocente de recuperar el cargo de presidente de los valencianos para el que fue elegido hace tan poco.
No me malinterpretéis: no siento ningún tipo de cariño hacia Camps ni lo deseo de presidente. Pero a menos que me gusta, más reconozco que mis compatriotas lo eligieron con conocimiento de causa, y si no tuvieron inconveniente de elegir como representante a un hombre sobre el que pesaban acusaciones de corrupción, no creo que tengan ningún reparo en que ese mismo hombre vuelva a gobernar ahora que está libre de toda sospecha. Es lo propio. Si con un éxito electoral y la absolución judicial sigues condenado, entonces no existe el Estado de Derecho. Él ha demostrado su fuerza allá donde lo han retado. No me siento mejor representado por Fabra ni quiero que gobierne cuatro años cuando ni siquiera lo conocíamos en mayo.
Que vuelva Camps como presidente de todos los valencianos porque es lo que los valencianos se merecen. Se lo merecen y queremos ver cómo lo disfrutan hasta el final. ¿Un castigo o una bendición? Será cuestión de gustos. Hasta la oposición tiene derecho a ciertos placeres. Es lo único que queda cuando se pierde la fe en la voluntad popular.

Larga muerte a MegaUpload

Cuando el primero enarboló aquello de «la cultura es libre», seguro que no pensaba lo que traería. Era otra época, cuando los creadores estaban sometidos a cánones y salirse del margen podía tomarse como un suicidio artístico. «La creación es libertad —querría decir—. Que nadie ponga límites a mi ingenio». 
Hoy se han prostituido este y todos los gritos de guerra. En un atentado contra el sentido común, deciden por nosotros qué derechos tenemos sobre el trabajo de los demás, como si descargar una película o libro fuese un favor favor al creador. «Es la mejor forma de promocionarse». O no. Pero sea cual sea la respuesta, ya han decidido por nosotros cuando no hemos tenido tiempo ni de leer hasta el primer renglón del contrato.
Después de coartar nuestra capacidad de decisión con toda clase de excusas basadas en un caso entre mil, todavía se atreven a hablar de derechos. Ya no es sólo el derecho a la cultura, no. La cultura de Vin Diesel y Dan Brown. La cultura de a saber qué, porque no las encuentran en las bibliotecas. Es que encima tienen el valor de hablar de libertad de expresión y defender la honorabilidad de webs que lo más que han escrito es la página de contacto. «Pero eso también le puede pasar a tu blog», insisten. Como si la ley fuese endemoniada y los jueces el mismísimo diablo. Como si no existiesen, desde hace tiempo, mecanismos para cerrar webs con las leyes de antes si de verdad quisiesen censurarnos. No tengo miedo a que la justicia se corrompa de golpe. También existe el secuestro judicial de publicaciones y nunca se ha hecho abuso de ello. Presumir perversión para tumbar una ley es no tener ninguna confianza en el Estado de Derecho.
Ay, «¡pero es que los precios están por las nubes!» Y también lo están los taxis y por eso voy a pie. O cojo el metro. Pero no pretendo que me lleven hasta la puerta de mi casa y que el taxímetro lo pague el vecino. Ni voy a comer a elBulli cuando sólo me puedo permitir un menú del McDonald's. En la música, el cine y la literatura ocurre lo que con todo: que no podemos permitirnos cada cosa que nos entra por los ojos. Tiene guasa que algunos consideren descargar gratis Millenium como un derecho propio. Derecho tienes. Pero pagando.
Lo último es excusarse en la vida de reyes que tienen los artistas. Y aunque después de conocer cómo se las gastaba el dueño de MegaUpload alguno debería replantearse muchas cosas y se le habrá quedado cara de idiota, ¿cuántos artistas se creen que viven en el paraíso? Mejor aún: ¿qué cojones importa si viven como dioses de vacaciones en Marina d'OR? ¿Es que es delito ganar dinero? ¿Es inmoral ganar tropecientos millones porque el público te quiere?
La piratería no termina con el cierre de MegaUpload. Ya vendrán otros a ocupar su puesto, pero eso no es motivo para no actuar. Es más urgente un cambio en la conciencia de los ciudadanos, demasiado acostumbrados al todo gratis, y también en la estrategia de las empresas, que no son capaces de ofrecer productos con la inmediatez que exige Internet. Incluso el que paga de buena fe, se encuentra muchas veces con que el producto ni siquiera funciona. El encuentro de posturas es imprescindible. Pero algo tendremos que pagar, eso seguro. La cultura es libre, no lo olvidemos. No obliguemos a los gobiernos a subvencionarla porque cortará sus alas. Seamos nosotros quienes la apoyemos y demos sentido auténtico a su libertad.