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Los diez temazos más machacados de 2014

Qué libros ni qué películas: esta es una lista musical, de quemar rápido y tararear hasta el infinito. Las diez canciones que más han sonado en mi cabeza (y reproductor) en los últimos doce meses, las diez imprescindibles de mi sesión dj de hoy. Tampoco es que todas sean de 2014, pero al menos sí las he escuchado yo por primera vez. Ya veis: no he sido muy riguroso. Lo único que une a esta canciones es que las he quemado pero bien. Escúchalas one to one o pásate por la lista de spotify.

Zapata se queda de Lila Downs


Lust for You de Skip the Use

Corriendo a ciegas de Bravo Fisher!

El aguante de Calle 13

Monument de Röyksopp con Robyn

Formidable de Stromae

¿Por qué a mí me cuesta tanto? de Asier Etxeandía y Alaska

Applause de Lady Gaga

Ening (Vida) de El Chojín
Wrong Club de The Ting Tings



Si tuviese espacio para más, añadiría The Exodus Song de Andy WilliamsChandelier de Sia, o Me gusta que me pegues de Los Punsetes (ausente en los diez básicos, con gran dolor), otras de Skip the Use o Stromae (que he machacado mucho este año), Dark Horse de Katy Perry y hasta el retorno de Rafaella Carrà, guilty pleasure del bueno. ¡Pero lo bueno se acaba! Tienes los comentarios abiertos para dejar los temazos que serán en 2015.

Felices fiestas


Los diez libros que más me han marcado

No son mis diez libros favoritos, en absoluto; hay alguno que no recomendaría siquiera. Pero la lista no habla de los más prestigiosos, ni de los más literarios, ni siquiera de mis básicos. Lo interesante de esta lista que pulula por internet y que cada uno hace suya es que son los diez libros que más le han marcado a uno, y si uno es honesto, el resultado puede ser radicalmente opuesto a una selección de preferidos. Porque en esta lista no está Dahl, Calvino, Saramago, Böll, Mo... ni tampoco novelas que me han entusiasmado como La colina de Watership, El dios de las pequeñas cosas, Rebelión en la granja... y un montón de libros que me llevaría a una isla desierta para leer hasta que se despegasen las hojas. Esta lista habla de libros que me dejaron marca, libros que me influyeron. Y eso, me temo, lleva a una selección a veces vergonzosa, pero sin ninguna pretensión. Eso es lo que más me gusta.
Mi selección es terriblemente honesta. Desconfiad de las listas de libros influyentes que empiezan en la adolescencia o vida adulta, como si no fuese la infancia la época en la que más marca nos dejan las cosas, en la que más nos puede influir el entorno. Tampoco podemos «soltar» los títulos y adiós muy buenas: si te animas a completar los tuyos, recuerda explicar el porqué de cada uno.
Estos son, en definitiva, los míos:

1. La bruja aburrida de Roser Capdevila y Mercè Company
Es el primer libro (y serie por extensión) que recuerdo buscar yo mismo cuando era muy pequeño, cuando empecé a leer y acompañar a mi padre a la librería era lo más emocionante que me ocurría durante la semana. Entonces sabía que las autoras eran las mismas que Las tres mellizas, libros que tenían mis hermanos, pero que para mí eran las aburridas de verdad (sin embargo, es curioso que ya tuviese conciencia de qué era un «autor»).
Como libro objeto, me impresionó que pudiese rellenar el «Este libro pertenece a» (un hito cuando eres el pequeño de cuatro hermanos) o la animación que podías crear pasando rápido las esquinas del libro. Lo mejor de todo es que no era una serie con statu quo: igual te contaba la infancia, la boda, como el día que conoció a un personaje que reaparece tres números más tarde.

2. Buenas maneras. 201 normas de urbanidad de Ana Serna Vara y Margarita Menéndez
Este libro repleto de normas de educación me impresionó muchísimo de muy niño y su influencia dura hasta nuestros días. Con versos repipis sobre no chillar o cómo comportarse a la mesa, lo que me marcó fue el concepto de urbanidad.
En la urbanidad cabe tanto respetar las horas de sueño cuando se llama a la casa de un amigo como pagar todos los impuestos aunque uno no se apellide Botín. Para mí no hay ninguna diferencia.
Odio que este libro esté en la lista, pero es que no puedo obviar lo que más me ha marcado.

3. La sabana
No he encontrado la cubierta ni el autor, pero recuerdo que M. me lo regaló en un cumpleaños de Primaria y que aluciné con los animales: los elefantes, los leones y las jirafas. No sé hasta qué punto mi obsesión por la sabana africana es culpa de este libro; la biografía Volando Solo de Roald Dahl también tiene su parte de culpa, pero el poso ya lo había dejado este cuento. Mi amiga S. dice que todos tendríamos que elegir un país: a falta de país, yo elijo la sabana africana.


4. Los Leo Leo
Era una colección, pero tuvo una influencia brutal en mi afición a la lectura y curiosidad por las publicaciones. Recuerdo la intriga que me provocó cuando la cabecera cambió de editorial y las preguntas que hice a mi padre al respecto. Ahí empecé a ver los libros como un negocio y una profesión. Ya os digo que tenía inquietudes muy raras para mi edad.

5. La materia oscura de Philip Pullman 
Conocí la serie en un viaje a Londres y me compré el primer volumen de regreso a España. Tendría unos diez u once años  cuando lo leí y el papel de la religión y de Dios en la historia me marcó muchísimo. Ya he escrito largo y tendido sobre mi admiración por esta trilogía, pero es que es imposible leerla y que no te deje huella. Me da igual que tengas diez que sesenta años: lo que Pullman propone en el desenlace es de lo más rompedor, arriesgado y políticamente incorrecto (y brillante) que he leído en mi vida. Mi pensamiento ateo le debe mucho a esta trilogía.

6. Bone de Jeff Smith
Cuando conocí Bone, todavía se vendía por fascículos en los kioskos, lo editaba Dude Cómics y era en blanco y negro. Era finales de los noventa y yo tenía unos doce años. Entonces creé mi primera web fan, Deren Gard, y a la editorial le hizo tanta ilusión que incluían publicidad gratis con los cómics. Ese fue mi primer contacto con una editorial. Años después interrumpieron la publicación y tuve que comprar los últimos números en inglés, pero la tontería de mezclar internet y literatura (el cómic es literatura) tendría sus consecuencias para mí. Tiempo al tiempo.

7. Harry Potter de J. K. Rowling
Dudo mucho que mi vida fuese igual si Harry Potter no se hubiese cruzado en mi camino. Aparte de lo mucho que me marcó como historia (la saga que vivió), me sumergió de lleno en las comunidad fan de internet y participé de lleno en la web más emocionante que he conocido nunca, HarryLatino (ahora está de capa caída, pero tendrías que haberla conocido hace cinco o diez años). La lista de oportunidades que me surgieron a partir de esta saga es larguísima, pero su trascendencia en mi vida personal (la gente que conocí, los viajes que hice) y profesional (conocí un montón de profesionales del mundo editorial antes de los dieciocho) es incuestionable. Hasta publiqué un libro que vendió 7000 ejemplares en dos semanas (cuando lo prohibieron) y traduje varios. Pero al margen de todo lo que rodeó a la saga, Harry Potter significó y significa mucho para mí como lector. Han pasado un montón de años y todavía me pongo bravo cuando oigo que alguien se mete con los libros. En el 100% de los casos, son personas que no los han leído.

8. Cien años de soledad de Gabriel García Márquez
Fue mi iniciación a García Márquez y mi favorito hasta que leí El amor en los tiempos del cólera; desde entonces no me decido. El uso del lenguaje y el paso del tiempo en la novela marcó mi concepción de la (buena) literatura y aupó a Gabo a los altares de mis ránkings. No es solo un libro que me gustó muchísimo: es un libro que me abrió a América Latina, que me hermanó más si cabe con un pueblo que comparte idioma y que me convenció de que para escribir una obra maestra eterna no hace falta ni haberse muerto.

9. Matar un ruiseñor de Harper Lee
Aparte de que es una novela brillante de principio a fin, influyó mucho en mi sentimiento de justicia. Es un libro donde unos se creen con derecho a aplastar a los demás, hasta que llega Atticus Finch para combatir los prejuicios. A lo mejor no sale todo como querría el lector, pero la de Harper Lee tiene que ser una historia creíble, porque es una historia que pudo ser. Y aunque los malos se salgan con la suya, el poso de dignidad que deja en el lector no lo consiguen todos los libros, tampoco los que tienen final feliz. Cuando terminé el libro, quería ser la mitad de bueno que Atticus. También fue el principio de mi afición por la literatura del conflicto racial, un género en sí mismo.

10. Las uvas de la ira de John Steinbeck
Steinbeck es uno de mis favoritísimos y Las uvas de la ira seguramente sea mi libro de cabecera. Sin embargo, no está en esta lista por lo que lo disfruté, sino por lo que me tocó en lo referente a la emigración. Cuando lo leí, España llevaba un tiempo recibiendo avalanchas de inmigrantes y trataba de acostumbrarse a una nueva realidad. Aunque los veía en las calles, lo cierto es que en mi día a día no tenía contacto con ellos, y tenía una visión muy deformada por la televisión (no digo que negativa, pero sí alejada de la realidad). Las uvas de la ira cambió mi modo de ver a los inmigrantes gracias a los Joad, una familia que sale a la carretera en busca de una vida mejor. Lo que más me impresionó fue cómo los personajes se iban denigrando a medida que llegaban a su destino, y cómo éste no era para nada como lo habían imaginado. En verdad, los Joad no perdían la dignidad, ni tampoco los inmigrantes que llegan a España. Lo que más me marcó del libro fue ver cómo éramos nosotros, los de aquí, los que intentábamos robársela. Cómo los denigrábamos para no verlos como personas, simplemente porque no nos convenía. Es una novela desgarradora que no te deja igual.


Crus me retó a escribir esta lista. Ahora me toca a mí pasar el testigo, así que reto a todos los que lean esto a que publiquen sus diez títulos en los comentarios del blog o donde más les guste. Tengo mucha curiosidad por conocer esos libros que tanto os han marcado. ¡A pensar!

Quinto madridversario

En Madrid me ha pasado de todo: me han visitado fantasmas, he vivido el Apocalipsis y también un poco de todo lo demás. Me he metido en los barros de la lengua para crear un curioso diccionario y me he sentido tan de aquí que hasta me he tomado la libertad de expedir carnés de madrileño a razón de cinco requisitos. Todo para decir que soy el más madrileño.
Ni hay uno sin cinco, ni cinco hasta por siempre jamás. Más o menos.

Desconexión


Las cinco mentiras más repetidas por los monárquicos

Cuando Felipe VI parece inevitable, los monárquicos sacan sus argumentos a relucir. Cuesta creer que una institución tan arcaica pueda encontrar defensores a estas alturas de siglos, pero no te dejes impresionar por sus mentiras. Primero porque se las creen, no tienen maldad. Segundo, porque te resultará muy sencillo desmentirlas. Estas son las más repetidas.

1. Una república es más cara que una monarquía parlamentaria (o la otra versión: «Un jefe de Estado electo sería más caro que el rey»)
Falso. Comparar los presupuestos de nuestra jefatura con la de otros países es una manipulación (¡y en términos absolutos! Que comparen el sueldo de un obrero, a ver). Nuestro jefe de Estado costará lo que decidan nuestros políticos en sede parlamentaria, y puede ser mucho o poco, según la coyuntura económica y el gobierno de turno. En ningún tratado internacional se establecen mínimos de máximos de ningún tipo. Si nuestro rey es más barato que otros jefes de Estado, no quiero pensar la ganga de jefatura de Estado que podemos tener sin familia real.

2. Los países más democráticos del mundo son monarquías parlamentarias
Falso. Es cierto que Suecia, Dinamarca y Noruega lo son, pero países como Islandia, Suiza o Finlandia también copan los primeros puestos en clasificaciones de nivel democrático y son repúblicas como la copa de un pino. Una monarquía parlamentaria es menos democrático que una república por lo menos en una cosa: en la jefatura de Estado. Podrán subir puntos en el resto de instituciones, pero en ese punto suspenden de largo. ¿O hacemos otra clasificación de democracia en jefaturas de Estado, a ver qué tal quedan Suecia, Dinamarca y Noruega?

3. La monarquía es democrática porque los españoles la votaron con la Constitución
Falso. Los españoles votaron una Constitución (y a la desesperada), no si querían monarquía o república. Los españoles estaban deseando salir de una dictadura y la alternativa a la Constitución era bastante oscura. Nadie les dejó votar por bloques.
Incluso si hoy se sometiese a referéndum, la monarquía seguiría sin ser democrática porque no es una cuestión de sí o no, sino de que es una institución en la que sólo caben los suyos. Democracia no es sólo votar; también significa poder ser votado, pero la corona no permite competidores.

4. Mejor un rey que un jefe de Estado del partido de la oposición

Falso. La mayoría de monárquicos que sostienen esto conocen perfectamente países presicencialistas donde el jefe de Estado es el mismo presidente del gobierno, sin bicefalias. Es el caso de países tan atrasados como Estados Unidos, Chile o Corea del Sur.
Pero incluso si queremos que sean personas distintas ¿qué problema hay? El presidente del gobierno de España, que pinta más que el rey, ya pertenece a un partido político. Con un argumento tan ponzoñoso parece que algunos se sentirían más cómodos con un rey para todo: total, así no habría que ver al partido de la oposición gobernando.


5. Hay asuntos más urgentes que la monarquía (argumento cuando las otras mentiras se caen)
Falso. A falta de razones, mejor escurrir el bulto. Los que siempre quieren posponer el debate son genuinamente monárquicos, y el retraso garantiza su statu quo. No es que los republicanos quieran parar el país hasta que el rey abdique (abdique pero bien), sino que creen que es un asunto que se puede resolver con naturalidad en una comisión dedicada a ello. Cuando se aprueba una ley, por importante que sea, el resto de comisiones no detienen su actividad. Tenemos trescientos cincuenta diputados en el Congreso: no hacen falta ni una quinta parte de ellos para avanzar en el asunto. Incluso si los grupos quisiesen dedicar un buen puñado de recursos al asunto, todavía les quedarían muchas manos libres para dedicarse al resto de asuntos que preocupan a los españoles.

País sin euroescépticos, país de las maravillas

La primera vez que leí una guía de viaje para un destino dictatorial me impresionó la ingenuidad de la introducción, una breve historia del país que concluía con la política de los últimos años: decía que el presidente (la cursiva es mía) recibió el respaldo del 99'91 % de los votos en las últimas elecciones. El autor se quedaba tan ancho. No lo llamaba dictadura y tampoco señalaba el fraude con el dedo. Me indignó que El País-Aguilar (¿o era otra editorial?) se prestase a una manipulación así, cuando la realidad, comprendí después, es que no se puede llegar a un régimen, ni siendo uno turista, con un librito en la mano donde se acuse al presi de dictador. Una guía está pensada ayudarte y no para meterte en un probleblón. El turista tiene que ser lo suficientemente espabilado como para comprender que un 99 % de apoyo en las urnas es exactamente lo mismo que no tener ninguno, una pantomima de poco nivel. Cualquier demócrata está obligado a sospechar de cualquier cifra que se acerque al todo.

La prensa alemana se hace eco hoy del fervoroso europeísmo español, con titulares como España: Europa es la solución, que no necesita más explicaciones. Es un hecho que los españoles nos sentimos cómodos en Europa y en la Unión Europea por extensión, seguramente por la idea de libertades que inspira. Estamos tan despegados de nuestra propia personalidad, de la que no podemos huir, que nos afanamos por acercarnos al resto del continente, aunque a la hora de la verdad nos gusta más nuestro modo de hacer las cosas y despreciamos su civismo. Europa nos encandiló con las inversiones económicas mucho más que con los reglamentos.

Europa ha sido una panacea para nuestros políticos: significa un grifo inagotable de dinero que malgastan por encima de sus posibilidades, sirve para echar la culpa de cualquier ley incómoda (si viene de Europa no se cuestiona. Se acata y punto) y las hace de cementerio de elefantes de los vejestorios de la maquinaria. Los inconvenientes de Europa los hemos conocido siempre, pero ha faltado esfuerzo por subsanarlos. Europa es y punto, sin enmiendas. Que PP y PSOE sean europeístas lo entiendo, pero que lo sean los nacionalistas, tan obsesionados como están en recuperar competencias, es de estudio psiquiátrico: los políticos tendrían que contarle a sus electores que la permanencia en Europa, tal y como Europa evoluciona, dista mucho del autogobierno que la tradición, los milenios y Dios les han dado. A lo mejor es que no se han enterado de qué va el proyecto.

Como un presidente que recibe el 99'91% de los sufragios, me preocupa un país donde el euroentusiasmo roza el pleno. De tanta confianza, parece estupidez. Por supuesto que la Unión Europea es un proyecto positivo y progresista, pero de ahí a entregarse sin condiciones hay un trecho que no podemos saltarnos. Existe un euroescepticismo radical que aboga por la inmediata salida de la institución como salvación para todos los males; ese sentimiento se debe debatir con argumentos y datos, a todas luces clarificadores. Pero tampoco es creíble y dice poco de la opinión de un país cuando no existe prácticamente ningún euroescéptico moderado, que no pretende la salida, sino la permanencia en condiciones mejores. Ahí caben tanto los que quieren una Unión Europea a medias tintas como los que creen que una Unión Europea que no es del todo democrática no merece que firmemos el contrato antes de leer las cláusulas.

Cuando uno lee los programas de los partidos que se presentan a las próximas elecciones del parlamento europeo descubre muchas propuestas que mejorarán la calidad de la democracia europea. Lo que es imprescindible es que estas propuestas trasciendan al debate público para que los españoles comprendan que la Unión, a fecha de hoy, no es ninguna maravilla, y que esconder sus defectos y ocultar el polvo no es el camino para su progreso. Un país que convoca un referéndum para una constitución europea que tiene el apoyo amplio de los partidos de antemano no debe gastar ni un céntimo en convocarlo; es ridículo, cuando luego no nos consultan para asuntos con opiniones mucho más divergentes.

Los políticos de los grandes partidos llevan años excusando la mediocridad de su gestión en las decisiones que vienen de Europa, pero pasan por alto que ellos participan en las decisiones. No tiene sentido que cada democracia nacional entregue competencias a unas instituciones que no son plenamente democráticas. No tiene sentido que votemos partidos nacionales a unas elecciones de carácter continental, porque tienden a los nacionalismos. Sí, también al español. Mientras nosotros votaremos con la incertidumbre de sí nos irá mejor con estas siglas u otras, en otros países, enfermos de euroescepticismo, los debates electorales sirven para poner en tela de juicio las decisiones de Europa y discuten la ruta a seguir para mejorar la institución. Pero a nosotros eso se nos queda grande. Desde que empezó la crisis no hemos hecho otra cosa que culpar a Merkel, como si las deficiencias de las instituciones de Europa no fuesen las auténticas responsables del golpe. El Golpe. Si de verdad Merkel fuese la responsable de nuestros males, Europa es más culpable todavía por no haberla parado. Engañaos o sonreíd. Esto no es la Unión Europea, no. Solo son veintiocho estados.

Los 6 mandamientos del buen uso de WhatsApp


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La buena educación 2.0

Mi amigo A. es una de las personas más educadas que conozco, de esas que se escandalizan si los invitados mueven un dedo y que no aparecen en una cena sin un detalle para el anfitrión. Un caballero de los de antesPor eso ayer lo sentí mucho por él cuando le dije que le cortaría los huevos si no eliminaba una foto de Facebook en la que aparezco y que había subido sin permiso. Resulta que yo no soy tan caballero.
Unos minutos después, como había sonado muy duro, le escribí otro mensaje más simpático para que no tomase mi amenaza en el sentido literal, pero para entonces A. ya se estaba disculpando y había borrado la foto. «No me di cuenta de la copa», me dice. Yo salía con un cóctel impronunciable en la mano, algo con lo que no me dejo fotografiar jamás, pero este detalle cambia muy poco la historia: no quiero que nadie suba sin permiso una foto en la que aparezco yo, punto. Mucho menos si estoy en un after work con amigos, pero sería lo mismo si la foto fuese repartiendo sacos de arroz y aspirinas en Ruanda: mi imagen me concierne a mí exclusivamente, porque una imagen contiene una historia o instante, que por trivial que sea, no quiero compartir con nadie.
La cosa viene de lejos: estás con un grupo de amigos (o conocidos; la palabra ya no tiene ningún sentido en Facebook) cuando alguien propone una foto y todos se tienen que poner en postura de recibir la comunión. Ahí tienes dos opciones: o no querer salir en la foto o exponerte a que la suban a cualquier red social sin tu permiso. Primero pruebas a no salir, pero te acribillan a gritos por escabullirte de la foto. Entonces intentas la otra opción: pedir que no la suban a Internet. Ay, y eso sí que no. Ya no se hacen fotos si no son para exhibirlas en Facebook. Primero quedas de imbécil por sugerir semejante anacronismo, pero cuando llegues a casa comprobarás que además de imbécil eres tonto, porque la han subido de todas formas. Estás vendido.
Desde hace tiempo, mi estrategia consiste simplemente en desaparecer y rezarle a todas las vírgenes de España para que nadie me cace a tiempo para la foto, porque entonces tendré que sufrir la presión para salir con los demás (explicación) para que luego suban la foto de todas formas (frustración). Hay gente que no acepta un no por respuesta. Tampoco que no quieras salir en su vida 2.0.
Sé que no estoy solo. Cada día hay más personas concienciadas con las nuevas normas de educación, conscientes de que lo normal es pedir permiso para subir una foto a Facebook en vez de tener que pedir que la quiten. Se habla mucho de cómo la ley se queda atrás de la tecnología, pero también queda mucho trabajo por hacer con las normas de educación. Hay que saber emplear las nuevas tecnologías con sentido común, pero también aplicar buenas maneras. Esto se aplica a las fotos, algo que nos preocupa mucho a algunos, pero también al correo electrónico (cruzo e-mails de trabajo con personas que lo utilizan igual que un chat, con cinco mensajes seguidos de «ok»), Twitter (si yo no he dicho que voy a un concierto, ¿por qué mis amigos me tienen que citar en un tuit cuando le cuentan al mundo lo bien que se lo están pasando? ¿Y si yo no quiero que sepa nadie dónde estoy, tanto porque no le interesa a nadie como si es porque le he dicho a otros amigos que me he quedado en casa leyendo?) y la madre del cordero: WhatsApp. Decálogo de buena conducta en WhatsApp ya, por favor. Si nadie lo escribe, me presto ahora mismo.
Son buenos modales preguntar antes de añadir a un chat de grupo, porque a lo mejor esa persona no quiere estar ahí pero le da reparo salir de la conversación. Tampoco estaría mal que nos acordásemos de que cada vez que escribimos a alguien para ametrallarlo a preguntas, le estamos haciendo perder un tiempo precioso que podría ahorrar si nos molestásemos en llamar (¡se puede!) y cerrar la conversación en dos minutos (mi norma es: si tienes más de tres preguntas seguidas, llámame. O pídeme que te llame, pero no me hagas perder el tiempo tecleando una parrafada detrás de otra solamente para ahorrarte veinte céntimos. Nuestro tiempo vale más que eso). También son buenos modales respetar las horas de sueño, las de trabajo y, evidentemente, el derecho a no querer responder inmediatamente aunque dos rayitas verdes digan que ya has leído el mensaje. La tecnología avanza y las leyes no se pueden quedar atrás. Que no ocurra lo mismo con la educación.