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El Prado de los Megalómanos

© B. Díaz
No tienen motivos para preocuparse. Si creen que nos vamos a olvidar de ellos, que se queden tranquilos: han hecho méritos de sobra para escribir sus nombres en la historia reciente de España con tanta fuerza que traspasa el papel y estropear las páginas de detrás. La trayectoria de los políticos españoles y de la partitocracia desde que que España is different es tan extraordinaria, obra del mejor humorista, que no necesitan grabar sus nombres en piedra para que las futuras generaciones los tengan presentes en sus oraciones. Los españolitos tenemos una memoria muy corta y menos estímulo de reacción que un caballito de mar, pero de esta no nos olvidamos. Otra cosa no, pero rencorosos somos un rato.
Ellos, que no son precisamente discretos, tampoco van a dejar que su memoria se la lleve el viento, y decidieron que sus honorables (qué digo: honorabilísimas) personalidades merecían algo mucho más digno que una silla cómoda y un iPad por escaño: crearon el Prado de los Megalómanos. De ese modo, y como generalísimos ecuestres, nuestros políticos dieron el pistoletazo de salida a una época artística en la que los mejores pintores españoles (o no necesariamente los mejores, pero sí los más caros, los de más renombre) los inmortalizarían en lienzos monstruosos para satisfacción de su ego y castigo a nuestras retinas. Las placas de «Esto lo inauguró Fulanito» se habían quedado cortas.
No es la primera vez que los poderosos protagonizan los cuadros. El mecenazgo ha existido desde siempre, y sin él seguramente no contaríamos con obras claves como las de Goya o las de Velázquez. Por citar a dos entre un millón, porque antes o te pagaba el rico o no te pagaba nadie. Pero salir de una dictadura personalista y continuar con estas tretas de culto al poder, y a costa del dinero público, es imperdonable. Ni en un final de siglo XX ni mucho menos en el XXI. Los políticos, enamorados de ellos mismos, se han convertido en parodias de la maja desnuda a un precio elevadísimo para los españoles. Los pasillos y salones de las instituciones públicas se han llenado de retratos de presidentes de Gobierno, pero en este Prado de los Megalómanos también tenemos la planta dedicada a los retratos (o bustos, no se cortan con nada) de los ministros de Industria, y también el pasillo con los secretarios de Estado de Energía, y a poco que busques, encuentras la salita donde están inmortalizados los subsecretarios de los subsecretarios del departamento de bombillas incandescentes, todos ellos retratados por artistas con presupuestos que no se pagan con los impuestos mensuales de los empleados de una fábrica de tuercas.
Así es habitual que Antonio López pinte al exministro Álvarez-Cascos (los que mandan dicen que es la tradición, pero es que la tradición la han inventado ellos) o que Ripollés haga una estatua esperpéntica inspirado en Paco Fabra, todo a costa de nosotros. Así es habitual que un Mariano Rajoy, como presidente de España, no sólo cuente con su retrato o retratos presidenciales colgados en varios edificios institucionales (y siempre firmados por los mejores, estaría bueno), sino que se puede montar una exposición digna del Museo Thyssen-Bornemisza con todos los lienzos que le han dedicado en cada uno de los cargos que ha desempeñado antes: su retrato como vicepresidente de la Junta de Galicia, el de ministro de Administraciones Públicas, el de Ministro de Educación (que por supuesto necesita un cuadro distinto, porque si no queda un hueco horrible en el pasillo del ministerio), también su retrato como ministro de Interior, el de la Presidencia, el de vicepresidente primero, y así hasta siete retratos en su honor, de siete épocas distintas (he visto galerías con menos), para su satisfacción personal y sin ningún beneficio para nosotros.
A nuestros políticos les gustaría ser las meninas de los siglos venideros. Que la gente se pasee por los museos del futuro y tenga que mirarlos a los ojos para disfrutar de las obras de los pintores de hoy. Eso sí que es una herencia, y no lo que dejó Zapatero. En este país hay suficientes retratos y bustos de políticos para llenar cinco Prados con sus sótanos.
El segundo problema es que, al final, el dinero se lo llevan los de siempre. El mecenazgo de las instituciones consiste en pagar a los que ya cobran mucho, no en dar una oportunidad a los recién llegados. El tercer problema es que los políticos se creen que esta es la única forma de promocionar las artes, cuando podrían hacerlo de muchas otras formas. Y mucho menos ególatras. El fusilamiento de Torrijos es un buen ejemplo de ello: fue un encargo del gobierno de Sagasta como recuerdo a la defensa de las libertades. Pero sería mucho pedir que los político de hoy le encargasen a Antonio López un cuadro del que podamos sentirnos orgullosos. A lo mejor es que no encuentran inspiración en nuestra historia reciente. La Transición, la lucha cívica contra el terrorismo, incluso el hartazgo del 15-M: para qué. Mejor cogen nuestro dinero y encargan sus retratos. Así sus vergüenzas se verán por los siglos de los siglos. Bien pensado, es un alivio que los cantares no tengan la popularidad de los años del Cid Campeador, o nuestros políticos les encargarían versos en su tributo a Marías o Vargas Llosa. La pintura sería sólo el principio. Lástima que no se les haya ocurrido antes.

La frase de tu vida

Cada casa tiene sus normas. En algunas se vuelve antes de las once, en otras está prohibido el reguetón so pena de muerte y en la mía uno no puede irse sin elegir su frase. La que más lo representa; su leitmotiv, para entendernos. No es que obligue a cada recién llegado a juntar palabras a la virulé, sino que lo llevo a la cocina y lo planto frente al catálogo de veinte frases de sobrecito de azúcar hasta que da con la suya.
No sé si esto habla bien de mis invitados, pero nadie ha pedido nunca explicaciones. Entienden la petición a la primera, guardan un respetuoso silencio y no paran (a veces tardan diez segundos, otras veces cinco minutos) hasta que de pronto interrumpen lo que estoy haciendo con un «Ya tengo mi frase». Y nunca dudan entre dos opciones ni tampoco renuncian al reto. Hasta hoy, todos han salido de casa con una frase bajo el brazo.
La elección de frase de mis invitados me provoca una curiosidad insana. Ellos no lo saben, pero con un imán de tres palabras revelan más que con su libro favorito o el tipo de desayuno que hacen. No juzgo a nadie por su elección, tranquilos, pero me gusta conocer un poquito más de la gente que ya conozco. Porque por mucho que conozca a mis amigos (por mucho que creáis conocerlos) es prácticamente imposible adivinar cuál elegirían. Haced la prueba e intentad adivinar la frase de vuestros mejores amigos. Después pedidles que elijan la suya. No os frustréis si os habéis equivocado, que aquí entra aquello de que una cosa es lo que creemos que somos y otra lo que otros creen. Pues con la frase no iba a ser menos.
Las veinte frases dan para mucho. Veinte frases para veinte grupos, lo que deja a los nueve del eneagrama en una categoría de chichinabo. Entre las opciones, me gusta la gente que elige «Soy feliz». ¿Quién no quiere a gente feliz cerca? Me gusta mucho cuando alguien escoge «Cuida a tus amigos» (que todos tomen nota de esta, aunque no la escojan de lema). La de «Recibes lo que das» me da un poco de mal rollo, porque no sé si tomarla a buenas o a malas, igual que «La vida es breve». Hay frases empalagosas como «Te quiero» y preocupantes como «Quiéreme» (puedo jurar y juro que nadie las ha elegido en mi casa). Con tanta variedad es difícil no dar con una, pero lo cierto es que cuando encontré estos imanes ya había elegido mi frase. Casualidades de la vida, había un imán con una que ya había adoptado unos años atrás. Hasta tuve un iPod con la frase grabada, justo antes de mi nombre. Era justo «Sé tu mismo», que todavía hoy revalido. No es la mejor del mundo (¿por qué ser uno mismo, cuando se puede ser mejor?) pero no puedo desprenderme de mi leitmotiv a la torera. A veces sería capaz de hacer idioteces por tomar el camino fácil y, como me conozco, sé que después me arrepentiría. Por eso está bien recordarse lo que uno es, que en verdad es aquello en lo que uno cree, para no hacer el idiota. O hacer el idiota, sí, pero sin hacer daño a nadie. En eso consiste mi «Sé tu mismo», aunque podría ser «Vive y deja vivir» o «Sé bueno». Lo de ser bueno está infravalorado. La gente prefiere ser inteligente, lo cuál, irónicamente, es una enorme estupidez. Una cosa es tener unos principios sólidos y otra muy distinta llevarlos hasta el final. Mi reto es para toda la vida.
Hace unos días hice un alto en el Prado para volver a ver mi cuadro favorito, El fusilamiento de Torrijos del valenciano Antonio Gisbert. Unos minutos después hablé con A.A. por teléfono, quien conoce bien el cuadro y me regaló una postal antes de saber que es mi preferido. Cuando le dije que es una pintura que me llena de optimismo, A. no se lo creía. «Pero si terminan fatal», me dijo. Razón no le falta: todos muertos, con sus ideales. Puede que el desenlace de los personajes sea catastrófico, pero me parece un final admirable: esos hombres murieron haciendo lo que creían, siendo ellos mismos. Ser tú mismo es fácil en algunas circunstancias, pero no cuando la vida te aprieta y los caminos fáciles son los más tentadores. Para mí, Torrijos y sus compañeros terminaron bien, aunque no sirviese de nada. Terminaron fieles a lo que creían y eso no se ve todos los días. Nosotros no nos enfrentamos a reyezuelos absolutistas, pero sí a retos diarios en los que decidimos entre ser egoístas y pasar de puntillas o marcar la diferencia. Ojalá hubiese más Torrijos en el mundo. Ojalá la gente creyese en algo, algo bueno y noble, y estuviese dispuesta a todo por defender su causa hasta morir.
Ahora te toca a ti: ¿cuál es tu frase?


A por la #CadenaPerpetua

Debemos de ser muy listos. Un pueblo de antología. Basta ver lo bien que votamos para comprender que estamos tocados por la gracia de Dios. Y como el PP es el principal beneficiado de este nuestro don  para separar la sal del azúcar y los benditos de los de cuidao, quiere marcarse otro hito en su legislatura de los sueños (esta se va a recordar por muchas décadas. Todos la pifian antes de salir, pero los de Rajoy han sido de traca desde el primer día) y se inventa eso de la «cadena perpetua revisable». A estos les gustan los líos de altura.
Las cosas en su contexto: España sigue siendo una democracia joven, con sus complejitos de posdictadura, y el hecho de que la Constitución apostase por la reinserción social en vez de por el aquí-te-quedas tiene mucho que ver con el cuadro del que salíamos; cualquiera se quiere parecer a Franco. Hay muchos países de larga tradición democrática donde conviven con la cadena perpetua y nadie se escandaliza ni los llama a consultas. Ninguno debería escandalizarse si el partido gobernante quiere someternos a un debate en profundidad sobre lo que queremos hacer con nuestros reos más peligrosos: es lo lógico y lo natural, y lo propio sería discutirlo en las instituciones. Pero claro, el PP no quiere esto. El PP no hace las cosas como un país normal. El PP dinamita la reinserción social (que de todos modos era un fraude y uno de los principales fracasos de nuestra democracia por una carencia evidente de medios) para sacarse de la manga la cadena perpetua a lo Rajoy Style: #CadenaPerpetua con trending topic
Así, en el invento más genuino de este equipo de gobierno (y ahí no falta el ministro Gallardón, el lobito con piel de cordero que no estaba a ese lado de la línea por casualidad), crean la cadena perpetua inexistente en España pero lo hacen por la puerta de atrás. De tapadillo, como las cosas que nos dan vergüenza. Y lo que inventan no es una cadena perpetua para delitos gor-dí-si-mos y continuados (yo qué sé: ahogar a cincuenta viejas con calcetines sudados o envenenar los bocadillos de nocilla en un campamento durante años. No tengo la imaginación del villano), sino que deciden que esta cadena perpetua Rajoy Style, este salto cuantitativo en los derechos y obligaciones de los españoles (tremendo en el campo penal), se aplicará únicamente cuando «la sociedad considera que no hay años bastantes para que una persona recupere la libertad por el daño realizado». Lo has entendido bien: la razón para que uno se pase cincuenta años en prisión en vez de veinte no es el delito, sino lo que piense la sociedad. Si las prisiones estuviesen en los pueblos, uno no salía hasta después de muerto.
La duda es razonable: si es la sociedad quien considera que el reo debe permanecer en prisión ¿cómo pone el juez ese termómetro? ¿Va preguntando uno por uno, o echa un vistazo a las pancartas en la puerta del juzgado? ¿Se fía por los minutos que dedican al caso en el telediario o propone dos hashtags (#CadenaPerpetua y #LibertadPorFavor) a ver cuál es antes trending topic? ¿Nos hemos vuelto locos?
Por lo menos, el gobierno dice que sólo lo aplicará a casos de terrorismo. La Asociación de Víctimas ya está preparando sus #QueNoSalga y las pancartas, pero esta excepción no nos puede tranquilizar. Una vez abierta la veda de la cadena perpetua para el terrorismo (la cadena perpetua más chapucera y cuestionable del mundo, porque se basa en una percepción popular en vez del delito en cuestión. ¡Así es España!), cualquier delito para seguirlo después. Si aprueban esta reforma, cualquier modificación posterior para ampliar los delitos será muy fácil. Las penas ya no serán las que marque el Código Penal, sino los locos que acusan con el dedo a la puerta del juzgado. El pueblo, que lincha a la menor. Si queremos cadena perpetua (y lo podemos debatir, que nadie se eche las manos a la cabeza) tiene que ser con unos fundamentos, y no a base de trending topic. Si el gobierno sigue adelante con esto, podemos hablar de la reforma más grave y dañina de la legislatura.