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Recomendaciones literarias: «Wicked»

Hoy he comprado Hijo de bruja, la segunda parte de Wicked, en una librería de saldo (seis euros en tapa dura. Es una librería cercana a metro Bilbao, para los interesados), y he pensado que es una buena ocasión para recomendar un libro que me hizo disfrutar tanto.
Wicked: Memorias de una bruja mala cuenta la historia de El mago de Oz desde el punto de vista de la Malvada Bruja del Oeste, Elphaba. Con semejante premisa os podéis imaginar un libro infantil de cuarenta páginas (El mago de Oz, el libro, es un relato tan corto como infantil), pero Wicked esconde mucho más. Es una novela muy cuidada que sí, va paralela al libro de L. Frank Braum (de modo que explica muchos huecos de la historia original, aunque Gregory Maguire, el autor de Wicked, no tiene nada que ver con el señor Braum. Vamos, es lo que se dice un fanfic consentido porque los derechos de autor ya no están vigentes), pero profundiza mucho más en el universo de Oz y redondea de un modo brillante todos sus personajes. Tampoco se queda en el cuento de niños, sino que introduce unos debates filosóficos (en El mago de Oz el león habla y nos parece lo más normal, pero Wicked se demuestra que las cosas no son tan fáciles ni bonitas como las pintan. Hay mucha materia detrás) e incluso convulsiones políticas. La evolución de los personajes y la trama es digna de ovación. Una joyita que se ignora por los prejuicios del personal.
Wicked no existiría sin El mago de Oz, pero el libro de Maguire supera todas las expectativas del original. Es como si dentro de cien años, un fanfiction (un relato escrito por fans, que a veces hablo en modo friki y no recuerdo que uno de los cuatro lectores de este blog es un ser humano de lo más normal) inspirado en El principito mejora en todos los aspectos el texto de Saint-Exupéry, uno de Harry Potter da veinte vueltas al de Rowling. En cualquier caso, Wicked se ha ganado su hueco en la literatura fantástica y su lectura es casi digna de obligación.

Esas personas que entran en nuestras vidas

A excepción de nuestras familias, las personas que más queremos llegan a nosotros por un golpe de azar. Por eso las queremos tanto: porque no fueron fruto de la determinación, sino que la elección, la suya y la nuestra, nos puso en el mismo lugar. Puede ocurrir en el colegio, en la universidad, en el trabajo o en las clases de inglés. Puede ser el amigo de un amigo, la vecina o el redactor de una web.
Lo emocionante de la vida es que este juego del azar no avisa. Si pudiésemos regresar al pasado sólo tendríamos que prestar atención, pero como no tenemos manera de conocer quiénes serán nuestros seres queridos, nos comportamos de una manera muy corriente cuando nos vemos por primera vez. Después de todo, ¿qué nos impide pensar que volveremos a ver a esa persona, o que nos caerá mal, o sencillamente que no congeniaremos y ya está? Nos cruzamos a demasiadas personas a diario, y tantas salen por donde han venido, que no podemos estar expectantes por las que se van a quedar. Ojalá contásemos con una profecía que nos advirtiese qué desconocidos son los que atracarán en nuestras vidas, pero a falta de magia, nuestra intuición es lo único con lo que contamos. Ni qué decir que la intuición no sirve de nada en estos casos: fallamos con los que prometían y los que no prometían, en unas pocas ocasiones cumplen y la mayoría de ocasiones no.
Pero hace hoy un año que ocurrió algo distinto. Ya llevaba un mes viviendo en Madrid y había hecho buenas migas con D., uno de mis dos compañeros de piso. B., sin embargo, no llegaba hasta cuatro semanas después, y durante todo ese tiempo escuché una y otra historia sobre ella. D. la adoraba y me decía que nos íbamos a llevar bien. Yo me limitaba a escuchar, formándome una imagen de alguien con quien compartiría forzosamente mi vida, y el día que llegó, sin conocerla, le propuse ir a buscarla a la estación. D. no quiso ("Nunca hemos hecho esto") y a mí me pareció muy raro ir sin él a por B., de modo que la esperé en casa para recibirla. D. ya se había ido a dormir, pero entretanto yo había cocinado un brownie y aguardaba la hora mientras leía en el salón. Ese día terminaba La vida secreta de las palabras. Sonó la cerradura. Me pregunté qué decía hacer: si seguir leyendo en el salón o ir a recibir a esa desconocida compañera de piso a la puerta. No recuerdo qué pasó al final, salvo que comimos el brownie de madrugada, y que al día siguiente nos encontramos en la calle y pese a ser completos desconocidos, fuimos juntos a comprar. Es una de las pocas ocasiones en las que sabes, porque el destino lo ha escrito con letras de neón, que el desconocido va a acompañarte hasta lo más recóndito, te guste o no. Agradezco poder haber disfrutado de todos esos primeros momentos consciente de que se estaba fraguando algo importante. Después de todo, compartiendo casa, no teníamos opción de huir.
Un año después sí he ido a recogerla a la estación, aunque muy propio de mí me he equivocado de sitio. Era Avenida de América y yo fui a Méndez Álvaro, de modo que para cuando solucioné el entuerto ya se había perdido la sorpresa. Hoy tenemos más experiencia: los dos somos un año más viejos, y ya no podemos decir que seamos desconocidos. El año pasado apenas podía recordar su nombre, hoy conocemos nuestros respectivos árboles genealógicos, pasiones, defectos, virtudes y manías. Ha sido bonito lo que hemos tenido que pasar para llegar hasta aquí, pero el resumen es que al llegar de vuelta de vacaciones un año después, en casa también ha habido brownie.

Una canción chula para un videoclip mejor.

A movement between these two, de Hola a todo el mundo. Y encima voy y me cruzo con el prota del videoclip mientras voy al cine en Fuencarral. Como para no reconocerlo.

La mujer liberada

En una conocida serie de televisión, dos protagonistas femeninas discuten porque una deja su trabajo para dedicarse a su matrimonio y futuros hijos. La otra (y yo) no lo podía soportar.
Resulta muy fácil apasionarse con estos asuntos. Algunos, que hemos llegado cuando la liberación ya es real y sólo quedan unos pocos escollos siniestros, nos indignamos cuando descubrimos mujeres que hacen caso omiso a la sociedad actual y se entregan a proyectos familiares a nuestro juicio anticuados y machistas. Nunca vemos hombres que dejan el trabajo para dedicarse a las labores del hogar, pero estamos hartos de ver mujeres, en el supermercado, la calle o la cafetería, encantadas de haber abandonado todos sus proyectos profesionales con la excusa del me-acabo-de-casar. Es para darse de golpes contra las paredes.
Pero entonces, la protagonista femenina número dos, la recién casada, le daba a la número uno un racionamiento al que no podías contestar. Y yo me quedaba boquiabierto, sin respuesta ni contraargumentos, en el sofá de mi salón. Defendía su decisión de esta forma: "La liberación de la mujer no consiste en que todas tengamos que trabajar, sino que cada una puede decidir libremente lo que quiere hacer con su vida, sea lo que sea". Yo no sabría qué responder. La libertad tiene eso, que no admite réplica.

Pac Man - Remi Gaillard

Este verano

Ha sido un verano un poco raro, porque lo he pasado todo en Madrid, y

  1. no he tomado el sol ni un minuto (lo cuál me llena de alegría y satisfacción, a lo rey en nochebuena),
  2. es el primer año de mi vida que no voy a la playa,
  3. es el primer año de mi vida ¡que ni siquiera voy a una piscina!,
  4. no he pasado excesivo calor. De hecho, en cuanto a la temperatura, nunca he estado mejor en mi vida y
  5. no me ha picado NI UN SOLO MOSQUITO. De hecho, ni los he visto. Y cucarachas las menos.
Como oiga a un madrileño quejarse del verano en la ciudad, lo voy a enviar derechito a Valencia. Ah, espera, que eso es lo que hacen los madrileños, y por gusto. Están locos estos de capi...

"Pablo Reina es idiota"

Estaba en el último curso del colegio, esperando a entrar al aula de ordenadores, cuando vi una nota escrita en la pared. El mensaje me dejó helado: "Pablo Reina es idiota". No había que ser un lince para saber que se refería a mí, por más que mi apellido se escriba con i griega. Había pocos Pablos en el colegio, pero desde luego ningún "Reina".
Hice el examen de economía con la mente puesta en el insulto. Quien lo había escrito tenía una opinión pésima de mí, y me pasé los días siguientes pensando en el responsable. Sí, soy de la clase de personas que no soportan caer mal. Si me lo propongo estoy encantado de resultar desagradable, pero cuando no sé la razón, el asunto me desespera. Había alguien en el colegio que me la tenía jurada. No conseguía averiguar quién, y a quienes pedí ayuda me dijeron que lo olvidara.
Y entonces, tachán, supe quién lo había escrito. Todo tenía lógica de repente. El autor había sido yo, tres años antes, y recordé las circunstancias: era un día idéntico al de economía, solo que esperaba para un examen de informática, y tenía un boli a mano y quería estampar mi nombre en el muro. Pensé que si ponía mi nombre bien escrito, los curas y profesores se abalanzarían sobre mí por estropear las paredes, de modo que escribí mi apellido mal a conciencia: todo el mundo sabe lo insistente que soy en que se escribe con i griega. Por si quedaba alguna duda, escribí un insulto a continuación, pero como tampoco se trataba de recrearme, escogí el más inocente del diccionario. "Pablo Reina es idiota". Nadie que me quisiese ofender lo haría así. Efectivo y sutil. Quedó grabado por los siglos de los siglos y, apenas tres años después, su autor, quiero decir yo, demostró que el insulto era real. Sólo un idiota podría insultarse a sí mismo en el muro del colegio y olvidarse pasadas dos horas. Soy un caso perdido. Soy idiota integral, aunque un idiota que dejó su nombre en el muro de las escaleras que subían al "palomar".

Valencianos que votan a Camps

Si Camps no ha cometido ningún delito, por lo menos no puede negar que aceptar regalos es inmoral.
--¡Pero si Zapatero también acepta...!
A ver, que quede claro: si Zapatero, Durán i Lleida, Rosa Díez o Cayo Lara reciben regalos, también me parece fatal. Es horrible que se beneficien de sus cargos, ya sea por un bolso de Louis Vuitton o un caramelo de regaliz. Camps no es menos culpable porque el resto también lo sea. Esto no es la república bananera del "tú más", es un país que pretende presumir de democracia.
Dicho esto, y viendo cómo vamos a tener que repetir con Camps en las próximas elecciones (a la espera de que surja otro candidato que nos devuelva la ilusión), por favor, no lo votéis. No se puede premiar la cutrez con una reelección. No se la merece. Bastante suerte ha tenido con que el PP nacional se haya decidido a su decapitación política, como le hubiese correspondido en un mundo con dos cojones.
Ya basta de ser valencianos que miramos a un lado cuando nuestros políticos cometen pecados menores. Basta ya de soportar sus comidas diarias en los restaurantes más lujosos a expensas de nuestros impuestos, basta ya de soportar su demagogia e hipocresía lingüística, basta ya de su victimismo a nivel nacional. Basta ya de estos nacionalistas que no saben muy bien si lo suyo es valenciano o español, pero van a pegar golpes a todos lados si con eso pueden alargar su tiempo en el sillón.
Camps no es la única alternativa, ni siquiera en su partido. No quiero vivir la vergüenza de ser valenciano y comprobar cómo vuelve a ganar. Es vuestra decisión. así que pensad antes de votar. Si os compensa su falta de ética, os ruego que os expliquéis para poderos comprender. Me cuesta imaginar a este tío cuatro años más como presidente de mi tierra, así que si no me queda más remedio, por lo menos quiero conocer la razón.

Cementerios nucleares, a mí

Esta mañana anunciaban que el cementerio nuclear se construiría en un municipio valenciano para desmentirlo a última hora de la tarde, después de que el ministro de industria y la vicepresidenta hayan discutido sobre la ubicación. El primero apoyaba Zarra por ser la aspirante con mejores condiciones, pero De la Vega se ha opuesto -y lo ha pospuesto- por no dar un argumento antinuclear a Camps. El caso es que nos vamos a dormir igual que anoche, si no un poco más desconcertados.
Si me preguntan, estoy a favor de un cementerio nuclear. Como alcalde, presidente autonómico o nacional, propondría mi tierra como posibilidad de generar empleo y riqueza. De los perjuicios de salud no me creo nada: la seguridad con los que protegen estos residuos posiblemente los conviertan en vecinos menos nocivos que los cables de alta tensión. Lo que pasa es que lo nuclear provoca desconcierto, y el desconcierto genera terror.
El egoísmo no cabe en la sociedad. No podemos pretender tener cárceles pero no quererlas cerca. No podemos pretender querer granjas pero prohibir que nos construyan una a tres kilómetros de casa. No podemos prohibir y vetar pero al mismo tiempo desear que otros no sean tan cerrados como nosotros, porque somos consciente de la necesidad de las cosas, aunque no las queremos próximas. Y de todas las construcciones molestas que se puedan levantar, de todas ellas, me quedo con el cementerio nuclear. Silencioso, sin conflictos, no provoca olores, genera empleo y además las arcas públicas reciben compensaciones por las "molestias" hasta hartar. Si alguien quiere construir un cementerio nuclear con todas esas ventajas le invito a hacerlo en mi jardín. Claro que vaya, diantres, para eso primero tendría que tener jardín. Bueno, creo que habéis pillado el cuento.

Recomendaciones literarias: «La mujer del viajero en el tiempo»

Es el último libro que me ha enganchado (aunque yo le hubiese quitado cien páginas y me habría quedado tan ancho). Es, sin ánimo de destripar nada, una historia de amor con viajes en el tiempo. Ningún personaje es perfecto, tampoco el romance (que tampoco es pastelón, gracias a Dios y la Virgen), y la autora resuelve muy bien todos los conflictos que se pueden dar con historias temporales, en los que siempre hay una incoherencia o mil. No es el caso de este libro.
A ver si os gusta. También hay película (Más allá del tiempo) pero con mi poca paciencia para el cine, la quité a los tres cuartos de hora. Empezad con el libro, que merece la pena. Y de paso me recomendáis la mejor lectura del verano (o invierno, si vivís en el hemisferio sur). Bienvenidos al club de lectura Cro.

Segunda trilogía de la felicidad

Después de la primera trilogía, viene la segunda. Que no me entere yo de que no le dais al "Me gusta" del Facebook, señores, que ya se ve que estas viñetas son gra-cio-sí-si-mas.

Canciones a tríos

Superheroes, de Daft punk (un tema que nunca me canso de escuchar),Tulipán de Amaia Montero (yo, que no soy fan, y me emociono con cualquier cosa) y Tot torna a començar de Mishima, en el video que sigue.


Egipto a la vista

La última vez que hice un señor viaje os pedí información del destino (recomendaciones de música, libros, películas, etecé), que entonces fue Nueva York, y las respuestas me resultaron muy útiles. Ahora, dos años después de aquello, vuelvo a subirme a un avión para viajar a Egipto y os lo pido de nuevo: ¿alguna recomendación antes de ir? ¿Consejos para los que ya habéis estado o recomendaciones culturales que se puedan disfrutar desde el sillón, y que sirvan para ir abriendo el apetito?

MSN Messenger ha muerto

Nunca fui amigo del Messenger (o "Mésencher", como decía alguna compañera de la universidad). Sólo entraba para hablar con quien tenía que comentar algo (generalmente, por asuntos de Expreso o más adelante HarryLatino) y ahí termina toda mi conexión. Procuraba estar siempre en "No disponible" para que nadie me molestase. El "¿qué haces?", pregunta que se traduce como "Me estoy aburriendo cuéntame algo para que tenga algo que leer" lograba sacar mi peor lado. La mayor parte del tiempo lo vi como una herramienta de trabajo. Las menos la utilicé como plataforma social, y para eso tenía mi propio messenger personal.
Hoy ni siquiera entro a ese. En el macbook no conseguí instarlarlo a la primera y no lo probé una segunda vez. Para qué, si el Messenger me aburre sobremanera. Sólo cuando regreso a Valencia, enciendo mi viejo ordenador y se abre el programa al iniciar sesión me acuerdo de que existe, y ni por esas siento la tentación de regresar. No le encuentro el atractivo. Si quiero hablar con alguien ya tengo el teléfono, el email, los mensajes privados de twitter o facebook. El Messenger pertenece a la primera década del siglo XXI, pero lo que soy yo, no lo he incluido en esta segunda década del milenio. El Messenger ha muerto para mí.
Ayer lo comentaba con unos amigos del colegio: ninguno utiliza Messenger desde hace tiempo. Y sin embargo, de vez en cuando, oigo cómo alguien dice "estuve hablando con equis por messenger el jueves pasado" y siento un déjà vu que me recorre la espalda. No es para tanto. Supongo que es lo mismo que sentirán muchos modernos cuando diga (como si yo lo dijese, cosa bastante improbable) que tengo blog: ya no es actual. Ya no es tan cool.

Los efectos creativos de la droga

Ayer fui a un local de reprografía para imprimir unos documentos y me pasé ahí casi una hora. Primero con la anciana que tenía que ir al médico así-que-déjame-ir-delante-si-no-es-mucho-pedir, a la que misteriosamente se le canceló la cita para tenerme un rato hablando de Requena (oyó que yo la mencionaba por teléfono) pese a que ella nunca ha puesto un pie allí. Luego entró un drogadicto a la tienda que nos puso a todos alerta, especialmente a los clientes, que no teníamos un mostrador enorme en medio como protección. El hombre, demacrado y alienado, pidió que le cambiasen diez monedas de un euro por monedas de veinte y cincuenta céntimos. Luego quiso que le hiciesen "un euro en fotocopias" (me recordó a cuando comprábamos chucherías en El kiosko de David, junto a Escolapios) de un documento manuscrito que tenía toda la pinta de cuadrilla.
Como ya llevaba un rato en la tienda, y el drogadicto me parecía muy interesante, estiré el cuello hasta límites físicamente imposibles para averiguar qué podía querer fotocopiar un desperdicio de la droga. Debí ser muy poco discreto, porque cuando un dependiente le devolvió el original, el hombre me lo regaló.
-Toma, te lo regalo. Para que se lo des a tu novia.
-Oh, muchas gracias, caballero. -Supongo que nadie lo ha llamado "caballero" desde, qué digo, jamás. Creo que en las Barranquillas se estila más lo de "Honorífico" o "Recolgado"-. Es muy amable por su parte.
-No me digas usted. Puedes hablarme de tú. -En texto plano no puedo transmitir su voz de drogadicto pero vamos, os hacéis una idea.
-De acuerdo. Gracias.
Me puse a leer el documento manuscrito, que se trataba de cuatro poemas firmados por "Tu amigo Javier". Tratan de la soledad, del mar y esas cosas de poetas que yo no entiendo porque soy más chico de novela. Las leí unas cuantas veces (me impresionó que casi no tenía faltas de ortografía. No digo que no las hubiese, ¡pero qué maravilla que ese hombre supiese escribir! Me pregunto si al principio sería un hombre respetable) antes de darle mi opinión, un poco comprometida dadas las circunstancias. Ninguno quiere enfrentarse a un drogadicto y mucho menos yo. Nunca sé cómo salir de esas situaciones tan cotidianas.
-Están muy bien.
-Gracias.
Cuando le dieron el euro en fotocopias se marchó, y ahí me quedé yo con los cuatro poemas de mi amigo Javier. Volví a pensar en un asunto que me intriga, y son los efectos creativos de la droga. Sí, las sustancias son malísimas y tal y pascual, pero ¿se puede negar que han sido imprescindibles en la creación de grandes obras literarias, musicales o pictóricas? ¿Sería el arte lo que es hoy sin esos participantes de la droga? ¿Es políticamente incorrecto admitir que la droga tiene efectos positivos como un incremento de la inspiración?
Me gustaría hacer el experimento, pero creo que los camellos y yo no encajaríamos muy bien. Necesitaría una persona intermediaria con el camello, de modo que al final serían dos camellos, y llegado el punto me vería obligado a necesitar tres. No. Prefiero colocarme con donetes, nesquik o cocacola con cafeína. Pero es muy interesante comprobar que la droga no sólo destruye, o que en según qué casos, potencia el ingenio unos segundos antes de atestar ese golpe letal y matar.

Contra las fotografías aéreas de Google Maps

Se supone que si el señor X tiene una finca privada, yo no puedo entrar a su casa a fotografiarla. Ahora bien: como la valla sea baja, me puedo hartar a sacar fotos siempre y cuando no ponga un pie dentro, incluso valiéndome de mira microscópica o cualquier cachivache que inventen los chicos de Canon, Nikon o Fotoflú.
Ahora, ni con vallas de tres metros está nuestra intimidad a salvo: Google, abanderada de la libertad, considera una información de vital importancia la distribución de los árboles de mi jardín, dónde tengo instalada la piscina de bolas y con quién me baño yo en la piscina. Que nadie se atreva a protestar, porque estamos en la era de las tecnologías y al igual que con las descargas, sino te adaptas el problema lo tienes tú. Todavía puedo denunciar que un hombre se meta en mi casa, pero si se trata de un robot que saca la foto desde el espacio, chitón y a hacer camino. Que sí, que no se mete en mi casa, pero a los efectos viene a ser lo mismo: es una propiedad privada y se sacan imágenes de mi intimidad. El hecho de que el culpable esté fabricado con tornillos y sobrevuele la atmósfera no mejora la situación.
No voy a negar que Google Maps es una herramienta muy útil, ya sea para encontrar cierto restaurante como para pasearse a ras del suelo por el barrio en el que estás pensando vivir. Ahora bien: Google Maps no tiene derecho a todo, y aunque no ha inventado las fotografías aéreas, lo que ha hecho ha sido democratizarlas y ponerlas al alcance de todos de un modo que no ocurría antes. Yo no quiero que vean cómo es mi propiedad, si la tengo. No puedo evitar que alguien a bordo de un avión eche un vistazo a mis geranios pero Dios, de ahí a que los fotografíe y publique en Internet hay un trecho algo así como enorme. La misma diferencia entre que no puedo evitar que alguien grabe una conversación telefónica conmigo, pero sí tengo la última palabra para que esa grabación se haga pública porque es mi bendita intimidad. Que Google empiece a aprender la lección de una vez por todas. Más información no significa mayor libertad, cuando ciertos contenidos no benefician a nadie y sí perjudican a unos muchos.

Jugando a la güija


Yo, que me considero un ser racional que no se cree ninguna leyenda, discrepo de las religiones y hasta las noticias de la tele las cojo con pinzas, no puedo evitar sentir un repelús cuando se habla de la güija. Me refiero a ese tablero con letras, sís y nos y diez números (las más modernas también incluyen una arroba y un .com, no sea que el espíritu quiera facilitarnos algún correo electrónico desde la ultratumba. Pues no es tan raro, pienso), con el que la gente mantiene interesantes conversaciones sobre el índice bursátil, café normal o descafeinado o esas-cosas-que-nunca-te-dije con el Más allá, que no es la frontera de Francia sino una forma muy educada de referirse a los muertos. No recuerdo haber jugado a la güija en mi vida (lo cuál no significa que no lo haya hecho. Mi memoria me juega muy malas pasadas) pero tengo claro que si lo hice, no lo volvería a hacer. Me da miedo. No quiero jugar con cosas que no entiendo. O dicho de una manera más racional, volviendo a mi cerebrito:
  1. Si la güija es una farsa, no voy a perder el tiempo con ella.
  2. Si la güija es real, mucho menos voy a perder el tiempo con ella.
No sé qué me asusta más: que la güija sea real (o haya sido real para algunas personas) o contemplarme a mí mismo como un idiota ingenuo capaz de creerse semejante patraña. No, no me reconozco en esta piel de inocente, cuando rechazo mentiras mucho más evidentes. ¿Por qué entonces la güija me impone tanto respeto? Porque la opción del fraude es factible, pero entonces debería sentir el mismo repelús por la PowerBalance y no se da el caso. La güija me da mal rollo. Es auténtico. No podría estar en la misma casa en la que se practica, aunque fingiese que no sé de qué va el juego. Supongo que parte de la culpa la tienen los curas de mi colegio, que en vez de convencernos de que era una tontería de paganos, nos metieron muy hondo que se trataba de algo real y peligroso. O Ana V., aquella compañera de primaria que juraba y perjuraba que una amiga de su hermana se había quedado ciega después de una sesión (todos nos lo creímos. En realidad, Ana V. podía ser esa "amiga de la hermana", a juzgar por ese parche en el ojo del que no se despegó durante todos esos años).
Voy a meditar mi temor. No soy yo si tengo miedo a la paparrucha de la güija. No puedo negar todo lo que no tenga explicación racional y flaquear en una cuestión tan básica. Pero todos tenemos nuestras debilidades y temores y tachán, aquí está una de mis fobias. Contadme si alguna vez habéis jugado a la güija. Lo que soy yo, no lo voy a hacer jamás porque no sé ni qué preguntaría. Quien me puede responder no está muerto y quien está muerto, no creo que se preste a hablar a través de un juego de mesa a menos que tenga el caché de uno de Mattel o Harsbro. Eso sí sería divertido: hablar con los demonios a través del Monopoly, Cluedo (fantástico para los clásicos asesinatos familiares. En todas las familias hay uno o dos) o Pictionary.

Existen lectores que son como si no leyesen nada

Todos conocemos gente que nos sorprende tanto por su volumen de lecturas como por su grado de estupidez.

Posdata: Creo que voy a dibujar libros y lectores a diario durante siglos hasta que me salga algo merecedor de la galería gráfica de Librosfera. Para que no se diga que no recomiendo blogs, mira.

Gitanos con esa actitud, jamás

Soy defensor de la inmigración, siempre que el país ofrezca posibilidades y el inmigrante llegue con voluntad de integrarse y trabajar. Como este tipo de inmigrantes son la inmensa mayoría, no voy a dedicar una parrafada a defender el aspecto positivo de todos los latinoamericanos y europeos del Este, igual que africanos u orientales, que han venido a España en los últimos años. Tampoco voy a insistir en eso de que los delincuentes son una minoría, porque está bastante claro. No voy a recrearme en un argumento que conocéis hasta aburrir.

Lo que no puedo apoyar es la emigración de gitanos como los que han viajado desde Rumania hasta Francia para asentarse en campamentos ilegales, lo mismo que sucede en España sin que nadie diga nada. Estos gitanos no llegan al país galo con voluntad de trabajar, sino de delinquir -ahí donde los robos son más jugosos- y vivir de prestaciones sociales como no pueden en Rumania. No hay que hablar mucho con un rumano payo para conocer la opinión de los rumanos gitanos, de los que se despegan a una velocidad pasmosa: esos no han viajado miles de kilómetros para trabajar, sino para vivir del cuento.
Sé que generalizo, pero no hay otra forma de hacerlo. Existen excepciones, desde luego, ¿pero acaso no confirmas las excepciones lo que son apabullantes mayorías? El pueblo gitano, plantado en España desde tiempos que nadie puede recordar, está hoy menos integrado que los ecuatorianos, marroquíes y chinos que llegaron a España hace cuatro días. La excusa de "España nos margina" se les agota en la boca, a juzgar por lo rápido que han podido adaptarse los demás. Los gitanos no respetan otra ley que no sea la suya, son mayoritariamente machistas, y no soportan trabajar en nuestro sistema. Por supuesto que no podemos renunciar a nuestros gitanos, y ojalá sirviesen de algo todos los proyectos sociales (seguramente, nunca suficientes) para integrarlos, pero ¿es que ahora también debemos soportar los gitanos de los demás? ¿Es que nadie comprende, como el gobierno francés, que estos gitanos llegados de Rumania sólo van a suponer un gasto social al Estado, y que cualquier intento por integrarlos será tan improductivo como el resto de esfuerzos de los siglos anteriores? Y si están abocados al fracaso, ¿por qué tendrían que ser los franceses (o los españoles) los que tendrían que cargar con ellos, cuando su nacionalidad es rumana?
La Unión europea permitirá la libre circulación pero hasta hoy, las pensiones y ayudas los paga cada Estado. Cuando existe un colectivo sin ánimo de trabajar, al que no le sale a cuenta ponerse al servicio de un señor por 700 euros, cuando por los 600 que le dan los servicios sociales se puede quedar en casa, no quiero que sea mi país quien mantenga los vagos de otros. Cuando encima ese colectivo vive encerrado para sí, sin ninguna intención de integrarse y elevando la criminalidad, pues mejor que se queden en casa. Primero esforcémonos por ayudar a los gitanos españoles, que no son pocos, y luego, cuando sepamos solucionar este problema centenario, del que no creo que seamos todos igual de culpables, entonces ya veremos cómo ayudar a los gitanos de fuera. Hasta entonces, que cada país porte su vela.

España debe estar con Cuba

Al gobierno de Zapatero se le está acusando de ser cómplice del castrismo, cuando por muy socialista que sea el PSOE (y Dios sabe que no lo es tanto), desde luego no es comunista. Lo que pasa es que se compara con la antigua política de Aznar, la de "arrinconemos en Europa lo que ya hacen en los Estados Unidos", como si sólo así se pudiese demostrar el desprecio a una dictadura. Y no.
¿Los países demócratas que se acercaron a la España de Franco eran cómplices de la dictadura? ¿Qué hubiese pasado si nos hubiesen abandonado a nuestra suerte? ¿Qué querríamos como españolitos de entonces, que nuestro país tuviese encuentros con los países fascistas o que ampliase sus contactos a los demócratas? Si la respuesta está clara, ¿con qué lógica podría parecernos justo que la prensa o la oposición de entonces culpase a los gobiernos de turno de amigos de la inmundicia?
Lo mismo deben pensar los cubanitos de hoy, tristes cuando escuchan en las noticias de la calle que hay quien ve mal los acercamientos de Europa. Europa, igual que Estados Unidos, debe significar para ellos mucho más aire que Venezuela y las demás. Su corazón de reprimidos políticos se encoge cada vez que ven a Raúl Castro con el ilustradísimo Chávez; sin embargo, ven un poco más cerca el final cuando es un miembro del gobierno español quien posa en la foto.
Creer que el PSOE quiere alargar el castrismo es un engaño auto-inducido. Significa atribuirle una maldad y una ideología que no tiene. Lo que pasa es que el PSOE ve más posibilidades en ayudar a los cubanos (que no al gobierno de Cuba) con el acercamiento, y no con la separación. No estaría bien que el día que muera Fidel, el único del que tengan noticia sea Chávez, porque los españoles también estuvimos ahí, y con intenciones muy distintas. Zapatero quiere lo que cualquier hombre de bien: una Cuba democrática, y no me cabe en duda que preferiría mil veces antes un gobierno cubano de derechas que una dictadura comunista. Es un demócrata, por favor, no lo rebajéis al nivel de los miserables, y sus acercamientos, esos que a algunos les duelen tanto sólo de verlos, han conseguido hasta ahora mucho más que los bloqueos. Cuba ya ha liberado a unos cuantos presos políticos (mérito también de la Iglesia cubana, y el PSOE no lo ha dejado de mencionar, para que luego tenga que oír que son unos hipócritas), y aunque lo ideal sería que fuesen libres en su país y no en el extranjero, algo ha ocurrido. Cuba es consciente de sus últimos días y España tiene la oportunidad de llevarla de la mano a la democracia. En esa sala de espera hay otro gobernador, el de Venezuela, y personalmente prefiero que ese momento le pille en el baño. España debe estar con Cuba, y confabular con el mismísimo demonio si eso sirve para que el día de mañana los cubanos sean libres.
Repudiar las dictaduras hasta el extremo no es positivo, porque una democracia es un ejemplo que se debe exhibir. Tampoco me parece bien cuando los cantantes se niegan a participar en conciertos de estos países, o cuando se los critica por hacerlo. Si queremos que Cuba se ventile, habrá que dejar la puerta abierta. Encerrarlos hasta la asfixia no sólo mataría a Cuba, sino también a sus cubanos.

Este blog no le gusta a nadie

Hace un rato he recibido un email de La Blogoteca, que organiza anualmente el concurso de blogs del diario 20 minutos. En él me informan de que mi blog, éste mismo, está en el puesto 52º de la categoría personal. He recibido dos votos (vale: para votar había que estar preinscrito y ser bloguero, no era tan fácil. ¡Pero aun así!), lo que se traduce en nada, y esto me sirve de lección para no volver a participar en ningún tipo de certamen bloguero. Crónicas Salemitas no da el pego, no debería costarme tanto entenderlo.
Cuando me paseo por la blogosfera, me asombra la cantidad de premios que ha recibido hasta el blog más discreto o reciente. "Premio al blog que provoca más sonrisas", "Medalla al bloguero más comprometido" o "Diploma bloguístico por méritos de simpatía" son algunas de las perlas que me cruzo allí y allá, mientras yo, pobre alma abandonada, vuelvo a mi página para comprobar que el hecho de no tener el clásico panel de "blogs que sigo" o "blogs amigos" pasa factura, y mucho. Supongo que soy una especie de ermitaño de blog.
El tema, fuera de la decepción de que el blog no llegase al menos a los cincuenta primeros de la clasificación, no me obsesiona. Estoy satisfecho con el volumen de comentarios de las entradas, los seguidores en blogger, facebook y twitter, suscripciones de rss y estadísticas de visitas. No es un blog archiconocido ni yo el hombre de la blogosfera, pero estoy encantado con lo que tengo y me quedan energías para no parar. Yo me contento con dibujar mis viñetas y contar, con cuentagotas y examen, alguna anécdota personal. Me gusta hablar de política, literatura, cine, música y mucho más. Y aunque La Blogoteca no lo refleje y allí me coloquen por detrás del Blog del atún y las conservas, no seré tan desagradecido como para obviar vuestro apoyo. Supongo que ese es un premio más guay y gratificante que el que me pueda ofrecer cualquier blog. Saber que cada artículo que escriba lo leen a diario más de medio millar de personas.