Hoy lo he valorado en serio por primera vez: empadronarme en la ciudad de Madrid, donde vivo desde hace casi un año, y donde pretendo seguir durante un tiempo más. Hasta ahora me había horrorizado la idea -¿qué me iba a quedar de Valencia, si ya no iba ni a las elecciones?- y siempre decía que no modificaría mi residencia oficial ni harto de vino. Que no es que pretendiese volver -porque no pretendo a corto ni medio plazo, y me duele, porque la amo-, pero me resistía a perder ese último hilo que me conectaba con la ciudad de los murciélagos. La ciudad de las flores. La ciudad de la luz. La ciudad de la luna y de la pólvora, del fuego y de tantas otras cosas bonitas más.
Pero mi situación actual es un problema, sobre todo en este país de autonomías. Tengo un problema cuando necesito documentos de la seguridad social, porque mi domicilio sigue siendo el de Valencia. Casi me quedo sin hacer la declaración de hacienda, porque los papeles llegaron a la casa de mi infancia y no he podido ir en los últimos meses. Tengo problemas con el banco, que no tiene nada que ver con el empadronamiento, pero perdí mi tarjeta de crédito y como mi oficina está en Valencia, llego una semana en que se dignen a reenviarla a Madrid, lo que me demuestra una vez más que tengo que admitir que ya no vivo donde Rita la alcaldesa.
Cuesta tomar la decisión porque no puedes quitarte de la cabeza que estás traicionando un poco a los tuyos. Lo mismo da que las hagas de embajador de buena voluntad a todas horas, pregonando las maravillas de tu tierra allí en la capital, que cambiar tu domicilio de cara al Estado ya son palabras mayores. Estás diciendo de manera oficial que pasas a formar parte de ese enorme grosso de Madrid, o lo que es lo mismo, que ya no te puedes contar entre los valencianos de la tierra. Si hay algo que quiero ser por siempre, eso es valenciano (bueno, y algunas cosas más, pero esto es una entrada de blog y se trata de darle un poco de dramatismo).
No es algo que tenga que decidir ya, pero mientras más vueltas le doy al coco más retraso los inconvenientes. Las próximas elecciones autonómicas y municipales son en 2011. Ya veremos si voto por el ayuntamiento de Madrid o el de Valencia. Haga lo que haga, me quedaré con las ganas de haber votado en lo otro.
Empadronarme en Madrid (o cómo dejar de ser valenciano sin dejar de serlo)
lunes, 12 de julio de 2010
Holanda - España, la porra
domingo, 11 de julio de 2010
Apuesten, que sólo quedan unas horas. Luego no vale decir eso de "ya sabía quién iba a ganar". En Crónicas Salemitas se dejan las cosas bien escritas, y por los pelos que no llamamos a un notario. ¿Cómo creéis que van a quedar?
Yo creo que va a ganar España y no es porque sea español (además, ni que yo tuviese un sentimiento español híper desarrollado. Es ver a un tío gritando gilipolleces con la bandera española y me vuelvo nacionalista al instante), lo que no me decido es por el resultado. Pensaba un 0-2 o un 1-2 a favor de España, pero tengo un poquito más de ambición, de modo que mi apuesta final es un Holanda 0 - España 3. La que se va a liar en Colón, Plaza España y Cibeles, waká.
La última vez que hicimos una porra pública en el blog creo que puse un enlace al blog de los ganadores. A ver si me dais el gusto de enlazar a Vidas bohemias, El rincón de Vito o donde sea. ¡Animaos a participar!
Posdata: y sigo sin abrir una etiqueta para 'Deportes'... ¡quizá algún día!
Fire with fire - Scissors Sisters
sábado, 10 de julio de 2010
Mola comprobar que un grupo no desmola cuando saca un nuevo disco.
El humor negro mola
jueves, 8 de julio de 2010
Detesto los chistes. No cuento uno jamás y la gente que lo hace me aburre sobremanera. Todos hemos tenido un contador de chistes en nuestra vida, ¿verdad? De esos de los que no conoces más que su repertorio de chistes verdes, jaimitos, lepes o aquí va un español. Y seguramente a todos se nos habrá pasado por la cabeza lo divertido que hubiese sido -divertido de verdad, y no como sus chistes- que se quedase sin cuerdas vocales o algo así. Por lo menos. Cualquier cosa para ahorrarnos el suplicio de tener que aguantarlo noche y día con "seguro que no os he contado este". Dios, qué cortos se quedaron los reyes católicos con su inquisición. Cuántas piras hubiese montado yo con estos.
Sin embargo, aunque no tolero los chistes -debo tener algún tipo de intolerancia, como el de los gatos o los lácteos-, me encanta el humor negro. Disfruto desarrollando las bromas más crueles e imaginándome a la gente en las peores situaciones, sólo por placer. Si me junto con otros amantes del humor negro, entonces la cosa se convierte en un carnaval. Da igual que el objetivo tenga una enfermedad permanente en la piel que le impedirá integrarse en la sociedad por completo, como si es retrasado: si nos cae mal, lo freímos a descalificaciones e inventamos circunstancias en las que nos podemos caer de risa. Somos así de perversos.
No cuento chistes jamás (bueno, a excepción de dos que están relacionados, que son los únicos que me sé y que también son crueles), pero no me muerdo la lengua para soltar bromas sobre los más descalificados. Que si estás preparando una pizza en el horno a mí me salen analogías con el holocausto. Que si te pica la piel, no puedo evitar pensar qué estará haciendo ahora mismo el chico aquel al que se le caía a escamas. Lo mismo con las torres gemelas, o yendo más lejos, las guerras mundiales, la civil, el apartheid o cualquier cosa que pueda levantar ampollas, como el terrorismo de ETA. El humor negro tiene que ver con la provocación. Un chiste de los romanos no pica a nadie.
Estos comentarios molestan a veces. A ver, es natural, no finjo y me hago el sorprendido: sé lo que uno puede provocar con el humor negro. Pero hay dos hechos que observo en estos casos: de cara a los demás, el humor negro molesta más cuando hay proximidad con el objetivo del comentario. Casi nadie dice mú cuando te burlas de los australianos, pero las cosas se ponen más tensas si dices lo poco estético que es un cáncer. Esto lleva a pensar que a la gente no le molesta que te rías de alguien, lo que sería fantástico, sino de que te rías de alguien que conoce. Ya no lo veo tan altruista; lo otro que observo es que cuanto más se observa el mundo con humor, aunque sea negro (y decidme si hay otro humor para observar las miserias humanas, porque yo no lo conozco) mejor lo afrontar y más lo respetas. Lo tomas con naturalidad. Le pierdes el miedo. Aunque reírse de todo parezca una barbaridad, a veces es la única forma de aceptarlo entero. El humor negro, a fin de cuentas, lo que hace es matar el tabú. Por eso me lo apropio. Si otros lo utilizan con intención dañina de verdad, entonces habrá que andarse con cuidado.