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Diez (a tiempo para 2013)

He tardado una eternidad, pero por fin he terminado una novelita que me ha tenido ocupado más de nueve meses. Nueve de pura redacción, porque el tiempo para ideas y planificación ni lo cuento. He necesitado más meses que nunca no porque sea lo más largo que he escrito (no lo es), sino porque 2013 ha sido un año muy complicado. Tan complicado que por muy mala que sea la novelita me doy con un canto en los dientes por ponerle punto y final.
Mi satisfacción es doble porque con Mftlp, la décima novelita que escribo, es la primera que es una continuación propiamente dicha. Es la segunda parte de Lcdmf, tres años después, con (casi) los mismos personajes. Era mi reto: escribir un relato largo con personajes que ya había trabajado. Vale, ya he superado el reto y puedo decirlo: es lo peor que he escrito en mucho tiempo. La libreta (y pico) donde he escrito la novelita irá a parar a un cajón y no me tomaré la molestia ni de corregirla, porque no merece la pena el esfuerzo, pero me he quedado a gusto al poner el último punto. Simplemente demostrar que podía escribirla. Y mejor aún: escribirla en 2013, a pesar de 2013. Nunca he tenido tantos obstáculos (y afortunadamente trabajo) para impedirlo.
Como normalmente la gente me pregunta por qué no publico, la verdad es muy simple: he propuesto algunas novelitas, pero no han interesado. Otras nunca las ha leído nadie porque las guardé bajo llave nada más terminarlas, algo que suele sorprender cuando lo cuento. No sé por qué. Se puede escribir por el simple placer de hacerlo. Y mi satisfacción mayor con esta última era esa, por idiota que parezca: saber que nunca llegaría a ninguna editorial, primero por ser malísima, y segundo porque continúa la historia de un libro que no está publicado. Una reivindicación de la escritura como autocomplacencia: aun así, la escribo. Qué liberación.
Como creo en la escritura como un ejercicio de puro egoísmo, me sorprenden los escritores que sólo escriben segundas partes «si la primera funciona». No pienso igual. Escribes la segunda parte si toca, si te apetece, si es necesaria. Escribirla por simple cuestión mercantil no es hacerle justicia. Y por eso especialmente quería escribir esta: por trabajar una historia con cero pretensiones, de verdad de la buena. Sin que nadie la pida, sin que nadie la vaya a leer. ¿Que para qué sirve, entonces? Para nada. Pero para mí lo significa todo.

F. N. y p. a. n. dos mil catorce


Lo mío con las postales viene de lejos.

No digáis que es justo

No somos los malos. No relativizamos ni despreciamos el sufrimiento de las víctima. No estamos desprovistos de corazón, ni tampoco olvidamos los años más oscuros. Hacemos nuestro aquello de «vencedores y vencidos» para apoyar a los primeros y denostar a los segundos. Pero sobre todas las cosas, por encima de las lágrimas y el sentimiento de impotencia, tenemos un sentido de justicia desarrollado. De tanto repetir lo del Estado de derecho, hemos acabado por creérnoslo. Y ahora no nos podemos quedar de brazos cruzados cuando la calle se llena de protestas, de comentarios indignados y de acusaciones de filoetarras sólo porque la justicia debe tratar con justicia a los miserables. Oigo que no la merecen, cuando llevan toda la vida diciendo que contra las armas sólo están las leyes. Ahora, por lo visto, no toca.
El Tribunal Europeo de los Derechos Humanos ha dado la razón a la etarra Inés del Río en su litigio contra España. Un tribunal (¿Qué suena a más justicia que eso?) de derechos humanos (los etarras, incluso con su grupo sanguíneo abertzale, todavía entran en la categoría de humanos). Un fallo que empuja a nuestro país a liberar a la demandante ipso facto y a indemnizarla por todo el tiempo de descuento que ha pasado en prisión. Encima, a pagarle con nuestros impuestos. Quema.
Que un tribunal dé la razón a un individuo que ha matado a veinticuatro personas (y no de una, sino por entregas) cabrea. Que ni siquiera cumpla treinta años de prisión cuando la condenaron a 3.828 primaveras entre rejas, es para mosquearse. Pero que el Estado de derecho, máximo garante de la justicia, haga trampas para conseguir sus fines, eso sí que es para preocuparse y temer por nuestra democracia misma.
A la etarra Del Río no le importan los derechos humanos salvo cuando la benefician, pero no por eso queda al margen del sistema. Para los que llegan tarde o vienen de lejos, la polémica surge porque no le aplicarán la doctrina Parot. Sintetizando mucho, lo que pretendía la justicia era que Del Río y otros reos no pudiesen beneficiarse de las reducciones de condena (trabajo en prisión, buena conducta, hacer la ola al alcaide) en la práctica, ya que la doctrina rebaja los años a partir de las penas completas (en el caso de Del Río, 3.828 años) en vez de a descontarlos a la pena máxima real del sistema español, que son treinta años. Las cosas como son: cuando te quedan casi cuatro mil años entre rejas, tiempo suficiente para dos venidas y pico de Cristo, te importa un pito si los 3.828 años de pena te los dejan en 3.500. Para lo que vas a vivir, el descuento te vale poco. Como si te quitan dos mil.
Nuestra justicia no funciona bien: parte de una constitución que no nos creemos ni los más constitucionalistas; legislan unos políticos que sólo piensan en su electorado; los jueces interpretan muchas veces según las presiones de los anteriores, que separación de poderes y eso qué es; e incluso cuando nosotros los demócratas escribimos las reglas del juego y apartamos a los asesinos del proceso de elaboración de las normas, cuando hacemos la ley como nos da la gana porque para eso es nuestra ley, incluso en esos casos, queremos saltarnos la ley a la torera y hacer las cosas a voluntad de los gritos del populacho. Con dos cojones. El Estado de derecho dicta las normas, pero también hace sus trampitas.
Que no os engañen: no he leído un sólo argumento de peso entre todas las columnas (¡y editoriales, así, a lo grande!) que se han publicado estos días en defensa de la doctrina Parot. Lo más que dicen es que es una injusticia que una mequetrefe como Del Río tenga libertad. Que sí, que ha cumplido su pena (¡lo admiten!) pero a renglón seguido matizan que eso no se puede consentir. Más tiempo, tiene que quedarse más tiempo. Que de 3.828 años de pena no cumpla ni los treinta es algo que no se puede consentir.
Los políticos han echado más leña al fuego. Cómo no, con la Asociación de Víctimas del Terrorismo azuzándolos por detrás. He leído declaraciones vergonzosas de políticos de PP, PSOE y UPyD. Lo mismo de periodistas. Saben (porque no se ruborizan al admitirlo) que la justicia española vulneró la ley, pero consideran que los derechos humanos son algo demasiado valioso para aplicárselos a una hijaputa. La justicia ha obrado mal, pero el fin justifica los medios. Dirán. Sin embargo, a mí no me enerva tanto que una etarra salga de prisión como que la banda que-nunca-se-ha-ido se cargue de argumentos para seguir con su discurso de Estado terrorista. Me indigna que tengan un poquito de razón. Me mata que les den argumentos como balas. España, ni ningún país democrático, se puede permitir titubear. La derrota de ETA será con la ley hasta el final y no con truquitos legislativos que luego nos cuestan millones en indemnizaciones a los miserables. Si estos políticos fuesen honestos de verdad, y no los cobardes que se esconden bajo doctrinas, propondrían la cadena perpetua. Las cosas por su nombre. Pero cualquier otra cosa, tramposa y de tapadillo, es un bálsamo para el pueblo que pide sangre. Los que hoy dicen que no hay derecho a que Del Río esté ya en la calle, no dicen que tienen las herramientas para reformar la ley y tener a los asesinos del futuro entre rejas hasta la muerte. Mostremos todos nuestras auténticas caras. Hasta entonces, y mientras no se atrevan a hacer en tiempos de calma lo que no hicieron en años de sangre, luchemos hasta el final por una sociedad con vencedores y vencidos, sí, pero también por un Estado de derecho hasta el final. Hasta el final. Las trampas son una derrota del Estado de derecho, y un filón de argumentos para los que no tenían que seguir aquí. Cómo me jode volver a escribir de ETA en este blog después de más de dos años. Cómo me jode que unos asesinos tengan por una vez razón.

Cormoran Strike no es Harry Potter (Mi crítica de «The Cuckoo's Calling», la novela negra de Rowling-Galbraith)

Fotografía © @el_croni
Estábamos advertidos: J.K. Rowling aireó su intención de escribir novela negra desde mucho antes de que Harry se enfrentase contra lord Voldemort en su duelo final, y a ninguno de los lectores de entonces podía sorprendernos. Siempre he pensado que la saga que vivió lo hizo más por las tramas de misterio que por la magia. Si Rowling podía manejar el suspense de ese modo en Hogwarts, qué no podría hacer con detectives.
Tampoco hemos sido unos linces para descubrir a la autora que se escondía bajo el seudónimo de Robert Galbraith. The Sunday Times se enteró por el tuit de la-amiga-de-la-mujer-de, una cadena de cotilleo digna de peluquería, pero tendríamos que haberlo deducido con un simple vistazo a la web del agente literario de Rowling: Galbraith y ella comparten representante y editorial, y de él se omitía la foto y se destacaba como un misterioso escritor de policiaca. Uno pensaría que blanco y en botella, pero tuvieron que irse de la lengua para que nos enterásemos. Todo menos unos buenos detectives.
The Cuckoo's Calling, la primera novela negra de J.K. Rowling, va precisamente de eso: de buenos detectives. O por lo menos de uno en particular, Cormoran Strike, protagonista indiscutible de este libro y de los que vienen. Sí, tendremos saga. Lo que está por ver es si Rowling (perdón, Galbraith) tiene un arco argumental cerrado, a lo siete cursos, o si durará mientras a la escritora (perdón, escritor) le apetezca.
Como no tuve la lucidez para descubrir The Cuckoo's Calling en sus meses de incógnito, tuve que esperar a la filtración para conocerlo y comprarlo. No soy lector de novela negra, pero cuando has leído todo Harry Potter (y cuando digo todo me refiero a mucho más que los siete libros. Si yo os contara) y la novela casi infantil The Casual Vacancy (porque no toma a los lectores por adultos), no te puedes hacer el indiferente con un nuevo lanzamiento de Rowling. Hay que leerlo para opinar, ya sea para bien, mal o regular. Y eso hice.
The Cuckoo's Calling es una novela decente. Con un estilo cuidado y una trama absorbente, nos traslada a un Londres de altos vuelos (Londres, que no Edimburgo. A pesar de ser escocesa de adopción, a Rowling le sigue tirando Inglaterra para sus novelas. No me digáis que Hogwarts está en Escocia, porque no se menciona ni una sola vez en los siete libros. Publicidad cero). Sin ánimo de destripar, la historia gira alrededor del presunto suicidio de una top model de familia bien. El caso llega hasta Cormoran Strike, un detective con un pasado muy interesante pero con un presente más bien caótico. Un investigador con una vida personal desastrosa: ya sé lo que estáis pensando. Pero Cormoran tiene un perfil cautivador, que sumado a Robin Ellacott, su nueva secretaria eventual (no se puede permitir pagar a una indefinida), crea un tándem que es el peso fuerte de la novela. Robin es el contrapunto de Cormoran y un personaje imprescindible, el otro pilar sobre el que se apoya el libro. Prometida con un contable, se encuentra trabajando de casualidad en lo que siempre soñó en secreto de pequeña: una agencia de detectives.
Como toda saga que se quiera considerar tal, Cormoran Strike (supongo que tendremos que llamarla así, porque Cormoran y Robin suena a superhéroes) necesita de filones argumentales a medio y largo plazo y de otros que concluyan en la misma entrega. The Cuckoo's Calling tiene de todo, pero cuando uno lee la última página, se queda con la sensación de que el plato fuerte está por venir. El caso del primer libro merece un aprobado, aunque la atención decae a medida que se resuelve. No es tan brillante como uno podría esperar de Rowling (es un cumplido, no un ataque) pero llega al notable. El panorama que se atisba para las próximas entregas, sin embargo, promete mucho: los cabos sueltos del primer libro, los misterios por resolver (y muy bien colocados para quien espere la segunda o novena parte) y, en definitiva, la relación entre los personajes, trabajada a fuego lento por quien supo mantener una tensión sexual infantil y adolescente durante siete libros: puro mérito.
El primer libro de la saga me ha dejado buen sabor de boca, y puestos a elegir, prefiero que me gusten los personajes al caso, porque este termina aquí, mientras que a ellos seguiré viéndolos (o leyéndolos) en los próximos años. The Cuckoo's Calling no se parece a Harry Potter (le falta un poco más de inteligencia, un final de los que te quitas el sombrero. No lo hay) y ni a The Casual Vacancy (tiene menos literatura, pero sin ciertas escenas patéticas de los vecinos de Pagford). Es, como las otras, una lectura en la que merece la pena pararse. Y muchos, como yo, descubrirán las virtudes de la novela negra con Cormoran. Si Harry enganchó a una generación a la lectura, Galbraith puede hacer lo mismo con un género a veces considerado de segunda. Habrá que estar atento a la segunda parte para opinar de la saga con propiedad. Porque Rowling será Galbraith, pero Cormoran no es Harry. Gracias a Dios.