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La buena educación 2.0

Mi amigo A. es una de las personas más educadas que conozco, de esas que se escandalizan si los invitados mueven un dedo y que no aparecen en una cena sin un detalle para el anfitrión. Un caballero de los de antesPor eso ayer lo sentí mucho por él cuando le dije que le cortaría los huevos si no eliminaba una foto de Facebook en la que aparezco y que había subido sin permiso. Resulta que yo no soy tan caballero.
Unos minutos después, como había sonado muy duro, le escribí otro mensaje más simpático para que no tomase mi amenaza en el sentido literal, pero para entonces A. ya se estaba disculpando y había borrado la foto. «No me di cuenta de la copa», me dice. Yo salía con un cóctel impronunciable en la mano, algo con lo que no me dejo fotografiar jamás, pero este detalle cambia muy poco la historia: no quiero que nadie suba sin permiso una foto en la que aparezco yo, punto. Mucho menos si estoy en un after work con amigos, pero sería lo mismo si la foto fuese repartiendo sacos de arroz y aspirinas en Ruanda: mi imagen me concierne a mí exclusivamente, porque una imagen contiene una historia o instante, que por trivial que sea, no quiero compartir con nadie.
La cosa viene de lejos: estás con un grupo de amigos (o conocidos; la palabra ya no tiene ningún sentido en Facebook) cuando alguien propone una foto y todos se tienen que poner en postura de recibir la comunión. Ahí tienes dos opciones: o no querer salir en la foto o exponerte a que la suban a cualquier red social sin tu permiso. Primero pruebas a no salir, pero te acribillan a gritos por escabullirte de la foto. Entonces intentas la otra opción: pedir que no la suban a Internet. Ay, y eso sí que no. Ya no se hacen fotos si no son para exhibirlas en Facebook. Primero quedas de imbécil por sugerir semejante anacronismo, pero cuando llegues a casa comprobarás que además de imbécil eres tonto, porque la han subido de todas formas. Estás vendido.
Desde hace tiempo, mi estrategia consiste simplemente en desaparecer y rezarle a todas las vírgenes de España para que nadie me cace a tiempo para la foto, porque entonces tendré que sufrir la presión para salir con los demás (explicación) para que luego suban la foto de todas formas (frustración). Hay gente que no acepta un no por respuesta. Tampoco que no quieras salir en su vida 2.0.
Sé que no estoy solo. Cada día hay más personas concienciadas con las nuevas normas de educación, conscientes de que lo normal es pedir permiso para subir una foto a Facebook en vez de tener que pedir que la quiten. Se habla mucho de cómo la ley se queda atrás de la tecnología, pero también queda mucho trabajo por hacer con las normas de educación. Hay que saber emplear las nuevas tecnologías con sentido común, pero también aplicar buenas maneras. Esto se aplica a las fotos, algo que nos preocupa mucho a algunos, pero también al correo electrónico (cruzo e-mails de trabajo con personas que lo utilizan igual que un chat, con cinco mensajes seguidos de «ok»), Twitter (si yo no he dicho que voy a un concierto, ¿por qué mis amigos me tienen que citar en un tuit cuando le cuentan al mundo lo bien que se lo están pasando? ¿Y si yo no quiero que sepa nadie dónde estoy, tanto porque no le interesa a nadie como si es porque le he dicho a otros amigos que me he quedado en casa leyendo?) y la madre del cordero: WhatsApp. Decálogo de buena conducta en WhatsApp ya, por favor. Si nadie lo escribe, me presto ahora mismo.
Son buenos modales preguntar antes de añadir a un chat de grupo, porque a lo mejor esa persona no quiere estar ahí pero le da reparo salir de la conversación. Tampoco estaría mal que nos acordásemos de que cada vez que escribimos a alguien para ametrallarlo a preguntas, le estamos haciendo perder un tiempo precioso que podría ahorrar si nos molestásemos en llamar (¡se puede!) y cerrar la conversación en dos minutos (mi norma es: si tienes más de tres preguntas seguidas, llámame. O pídeme que te llame, pero no me hagas perder el tiempo tecleando una parrafada detrás de otra solamente para ahorrarte veinte céntimos. Nuestro tiempo vale más que eso). También son buenos modales respetar las horas de sueño, las de trabajo y, evidentemente, el derecho a no querer responder inmediatamente aunque dos rayitas verdes digan que ya has leído el mensaje. La tecnología avanza y las leyes no se pueden quedar atrás. Que no ocurra lo mismo con la educación.

Diez (a tiempo para 2013)

He tardado una eternidad, pero por fin he terminado una novelita que me ha tenido ocupado más de nueve meses. Nueve de pura redacción, porque el tiempo para ideas y planificación ni lo cuento. He necesitado más meses que nunca no porque sea lo más largo que he escrito (no lo es), sino porque 2013 ha sido un año muy complicado. Tan complicado que por muy mala que sea la novelita me doy con un canto en los dientes por ponerle punto y final.
Mi satisfacción es doble porque con Mftlp, la décima novelita que escribo, es la primera que es una continuación propiamente dicha. Es la segunda parte de Lcdmf, tres años después, con (casi) los mismos personajes. Era mi reto: escribir un relato largo con personajes que ya había trabajado. Vale, ya he superado el reto y puedo decirlo: es lo peor que he escrito en mucho tiempo. La libreta (y pico) donde he escrito la novelita irá a parar a un cajón y no me tomaré la molestia ni de corregirla, porque no merece la pena el esfuerzo, pero me he quedado a gusto al poner el último punto. Simplemente demostrar que podía escribirla. Y mejor aún: escribirla en 2013, a pesar de 2013. Nunca he tenido tantos obstáculos (y afortunadamente trabajo) para impedirlo.
Como normalmente la gente me pregunta por qué no publico, la verdad es muy simple: he propuesto algunas novelitas, pero no han interesado. Otras nunca las ha leído nadie porque las guardé bajo llave nada más terminarlas, algo que suele sorprender cuando lo cuento. No sé por qué. Se puede escribir por el simple placer de hacerlo. Y mi satisfacción mayor con esta última era esa, por idiota que parezca: saber que nunca llegaría a ninguna editorial, primero por ser malísima, y segundo porque continúa la historia de un libro que no está publicado. Una reivindicación de la escritura como autocomplacencia: aun así, la escribo. Qué liberación.
Como creo en la escritura como un ejercicio de puro egoísmo, me sorprenden los escritores que sólo escriben segundas partes «si la primera funciona». No pienso igual. Escribes la segunda parte si toca, si te apetece, si es necesaria. Escribirla por simple cuestión mercantil no es hacerle justicia. Y por eso especialmente quería escribir esta: por trabajar una historia con cero pretensiones, de verdad de la buena. Sin que nadie la pida, sin que nadie la vaya a leer. ¿Que para qué sirve, entonces? Para nada. Pero para mí lo significa todo.

F. N. y p. a. n. dos mil catorce


Lo mío con las postales viene de lejos.

No digáis que es justo

No somos los malos. No relativizamos ni despreciamos el sufrimiento de las víctima. No estamos desprovistos de corazón, ni tampoco olvidamos los años más oscuros. Hacemos nuestro aquello de «vencedores y vencidos» para apoyar a los primeros y denostar a los segundos. Pero sobre todas las cosas, por encima de las lágrimas y el sentimiento de impotencia, tenemos un sentido de justicia desarrollado. De tanto repetir lo del Estado de derecho, hemos acabado por creérnoslo. Y ahora no nos podemos quedar de brazos cruzados cuando la calle se llena de protestas, de comentarios indignados y de acusaciones de filoetarras sólo porque la justicia debe tratar con justicia a los miserables. Oigo que no la merecen, cuando llevan toda la vida diciendo que contra las armas sólo están las leyes. Ahora, por lo visto, no toca.
El Tribunal Europeo de los Derechos Humanos ha dado la razón a la etarra Inés del Río en su litigio contra España. Un tribunal (¿Qué suena a más justicia que eso?) de derechos humanos (los etarras, incluso con su grupo sanguíneo abertzale, todavía entran en la categoría de humanos). Un fallo que empuja a nuestro país a liberar a la demandante ipso facto y a indemnizarla por todo el tiempo de descuento que ha pasado en prisión. Encima, a pagarle con nuestros impuestos. Quema.
Que un tribunal dé la razón a un individuo que ha matado a veinticuatro personas (y no de una, sino por entregas) cabrea. Que ni siquiera cumpla treinta años de prisión cuando la condenaron a 3.828 primaveras entre rejas, es para mosquearse. Pero que el Estado de derecho, máximo garante de la justicia, haga trampas para conseguir sus fines, eso sí que es para preocuparse y temer por nuestra democracia misma.
A la etarra Del Río no le importan los derechos humanos salvo cuando la benefician, pero no por eso queda al margen del sistema. Para los que llegan tarde o vienen de lejos, la polémica surge porque no le aplicarán la doctrina Parot. Sintetizando mucho, lo que pretendía la justicia era que Del Río y otros reos no pudiesen beneficiarse de las reducciones de condena (trabajo en prisión, buena conducta, hacer la ola al alcaide) en la práctica, ya que la doctrina rebaja los años a partir de las penas completas (en el caso de Del Río, 3.828 años) en vez de a descontarlos a la pena máxima real del sistema español, que son treinta años. Las cosas como son: cuando te quedan casi cuatro mil años entre rejas, tiempo suficiente para dos venidas y pico de Cristo, te importa un pito si los 3.828 años de pena te los dejan en 3.500. Para lo que vas a vivir, el descuento te vale poco. Como si te quitan dos mil.
Nuestra justicia no funciona bien: parte de una constitución que no nos creemos ni los más constitucionalistas; legislan unos políticos que sólo piensan en su electorado; los jueces interpretan muchas veces según las presiones de los anteriores, que separación de poderes y eso qué es; e incluso cuando nosotros los demócratas escribimos las reglas del juego y apartamos a los asesinos del proceso de elaboración de las normas, cuando hacemos la ley como nos da la gana porque para eso es nuestra ley, incluso en esos casos, queremos saltarnos la ley a la torera y hacer las cosas a voluntad de los gritos del populacho. Con dos cojones. El Estado de derecho dicta las normas, pero también hace sus trampitas.
Que no os engañen: no he leído un sólo argumento de peso entre todas las columnas (¡y editoriales, así, a lo grande!) que se han publicado estos días en defensa de la doctrina Parot. Lo más que dicen es que es una injusticia que una mequetrefe como Del Río tenga libertad. Que sí, que ha cumplido su pena (¡lo admiten!) pero a renglón seguido matizan que eso no se puede consentir. Más tiempo, tiene que quedarse más tiempo. Que de 3.828 años de pena no cumpla ni los treinta es algo que no se puede consentir.
Los políticos han echado más leña al fuego. Cómo no, con la Asociación de Víctimas del Terrorismo azuzándolos por detrás. He leído declaraciones vergonzosas de políticos de PP, PSOE y UPyD. Lo mismo de periodistas. Saben (porque no se ruborizan al admitirlo) que la justicia española vulneró la ley, pero consideran que los derechos humanos son algo demasiado valioso para aplicárselos a una hijaputa. La justicia ha obrado mal, pero el fin justifica los medios. Dirán. Sin embargo, a mí no me enerva tanto que una etarra salga de prisión como que la banda que-nunca-se-ha-ido se cargue de argumentos para seguir con su discurso de Estado terrorista. Me indigna que tengan un poquito de razón. Me mata que les den argumentos como balas. España, ni ningún país democrático, se puede permitir titubear. La derrota de ETA será con la ley hasta el final y no con truquitos legislativos que luego nos cuestan millones en indemnizaciones a los miserables. Si estos políticos fuesen honestos de verdad, y no los cobardes que se esconden bajo doctrinas, propondrían la cadena perpetua. Las cosas por su nombre. Pero cualquier otra cosa, tramposa y de tapadillo, es un bálsamo para el pueblo que pide sangre. Los que hoy dicen que no hay derecho a que Del Río esté ya en la calle, no dicen que tienen las herramientas para reformar la ley y tener a los asesinos del futuro entre rejas hasta la muerte. Mostremos todos nuestras auténticas caras. Hasta entonces, y mientras no se atrevan a hacer en tiempos de calma lo que no hicieron en años de sangre, luchemos hasta el final por una sociedad con vencedores y vencidos, sí, pero también por un Estado de derecho hasta el final. Hasta el final. Las trampas son una derrota del Estado de derecho, y un filón de argumentos para los que no tenían que seguir aquí. Cómo me jode volver a escribir de ETA en este blog después de más de dos años. Cómo me jode que unos asesinos tengan por una vez razón.