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Conmensurable dolor

Tendemos a relativizar los sentimientos de unos al enfrentarlos a los de otros, pero los acontecimientos o las circunstancias no son las que determinan la cantidad de dolor. El hombre que pierde el hijo no tiene el primer grado de sufrimiento, ni el despedido el número dos, ni tampoco el tres para la que olvida guardar los últimos cambios en el documento y lo echa todo a perder. Si sufrir es doloroso, menospreciar el sufrimiento de otros por no considerarlo suficientemente justo es igualmente horrible, porque nadie nos ha dotado de la autoridad ni el conocimiento para evaluar cuánto daño ha infringido algo en alguien. Sólo nos lo puede decir la persona, y lo que haya sucedido es lo de menos.
Digo esto porque lo he visto con demasiada frecuencia. "No tiene derecho a quejarse por su situación: la mía es el doble de mala", "Tampoco es para tanto; mira lo que le ocurrió a Jacinta", "Si a mí me hubiese pasado eso no me andaría quejando". Pero el dolor es algo subjetivo y, lo que es más importante, cada uno tiene su capacidad de dolor individual.
De modo que si podemos comprender que un gordo se asfixie corriendo cien metros pese a que hay otros que ni siquiera de despeinan, y nadie se atreve a relativizar el agotamiento de este hombre porque comprendemos que su capacidad es menor, también tenemos que admitir que con el dolor ocurre lo mismo. Al igual que con la resistencia, la paciencia o tantas otras cosas, nuestro máximo de sufrimiento es limitado, y normalmente se alcanza el borde en una distancia mucho más corta de lo que querríamos: no creo que una persona que ha perdido a toda su familia pueda sufrir más si además pierde la casa: ha llegado al borde, finito. A lo mejor su borde está a la misma distancia que quien sólo ha perdido a su padre, y no por eso vamos a menospreciar el dolor de éste último ni decir que tiene menos derecho a sufrir.
Esto del dolor se aplica al resto de órdenes de nuestras vidas. Al agotamiento en el trabajo (el que trabaja cargando cajas como el que escribe informes), a la morriña por regresar a casa (se vive en Palencia o Nepal) o a la capacidad de sentir presión (el presidente del gobierno o el cura de pueblo en quien confía toda la población). Dejemos de menospreciar o valorar a peor unos sentimientos por otros, porque desde el momento en que nuestras capacidades no son infinitas, todos podemos alcanzar nuestros límites mucho antes de lo que ordena la situación. No somos súper hombres ni para sentir todo el dolor que podríamos, ni para relativizar nuestros males en comparativa de los de los demás.

4 comentarios:

Twita dijo...

Cuánta razón tienes. Somos demasiado egoístas para ver que los demás lo pasan igual de mal que nosotros o incluso peor... Gracias por el post. Es genial.

Beatrix dijo...

"De modo que si podemos comprender que un gordo se asfixie corriendo cien metros pese a que hay otros que ni siquiera de despeinan, y nadie se atreve a relativizar el agotamiento de este hombre porque comprendemos que su capacidad es menor,"
Creo que ahí está la clave. También juzgamos la reacción al dolor de los demás en función de su resistencia esperada. Nos parecerá normal que un niño llore desconsoladamente si pierde su osito de peluche, pero no si quien reacciona así es un adulto. Entendemos que un alérgico sufra más en un campo lleno de polen que un no alérgico, o que alguien con dolor crónico esté de más mala leche que alguien sano.

Cuando nos quejamos de que alguien "se queja mucho", lo hacemos basándonos en el nivel de dolor que pensamos que esa persona debería poder soportar. Aunque, por supuesto, puede que nos equivoquemos, y que esa persona sí tenga motivos de queja, porque no conocemos todas las circustancias de los demás.

Pero si nos quejamos, es porque a nosotros también nos supone un estrés, un dolor, tener que hacernos cargo de ese dolor ajeno. La empatía hace que suframos el dolor de otros, y para no acabar cargando con una sobredosis de sufrimiento, usamos la estrategia de minimizar el dolor ajeno. A menudo solo estamos dispuestos a compartir la carga del dolor de los demás si creemos que realmente lo necesitan, porque bastante tenemos con nuestra propia carga.

Traduciéndolo al ejemplo que dabas, no nos importa llevarle la mochila al tipo gordo que se asfixia corriendo, pero sí hacer de porteador del tipo atlético que tiene incluso mejor forma física que nosotros. Ahí nos parece que está abusando de nuestra buena fé.

Anónimo dijo...

Supongo que hasta en lo malo, todo queremos ser los que tenemos más... Que si a mi me duele una malo al otro el duele todo el brazo...
Hay que saber aceptar que no solo nosotros padecemos dolor, sino que los que están a nuestro alrededor también sienten y padecen como nosotros, lo exterioricen mucho o no.
Aunque en el fondo creo que mucha gente se queja por vicio.

Rocy dijo...

Tienes mucha, pero que mucha razón.