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La ciudad bajo la ceniza

Visitar Roma está bien. Uno no pasea en vespa ni vive historias de amor para mocciacos (¿por desgracia?), pero tiene tantas cosas que ver que cualquier guía de viajes se queda corta en folletín. De hecho, es la sensación que transmite Roma: que tienen más patrimonio del que se pueden permitir. Están desbordados de tanta historia, de tanto arte.
Florencia resulta muy distinta a la capital y en sus calles no se respira menos cultura. Y qué voy a decir de Venecia, archirreproducida en todas las artes. No importa las veces que nos lo cuenten: hay pocas cosas comparables a pasear por la ciudad. Es una vivencia que ni las canciones, ni los libros ni tampoco los cuadros pueden transmitir con fidelidad.
Sin embargo, de todos los rincones que he conocido de Italia de Norte a Sur no hay ninguno que me sorprendiese tanto, y tan positivamente, como Pompeya. No es porque no tenga italianos, que os veo venir. Lo de la antigua urbe romana es algo superior. Mejor que cualquier recreación cinematográfica o parque temático de Benidorm. Pompeya es una maravilla, una oportunidad imprevista para que los de nuestro tiempo paseemos -de verdad, no es maquetas o decorados- por las calles y casas de una auténtica ciudad de la antigüedad.
Pompeya, que desapareció bajo las cenizas del Vesubio en el 79 después de Dios, está casi como la dejaron los que la disfrutaron entonces. Con sus panaderías y prostíbulos. Con sus «Cuidado con el perro» y hoteles Parador. Su vida pública y la doméstica, sin versiones edulcoradas que la quieran reinterpretar.
La ciudad momificada no es un simple envase fosilizado. Guarda además buen registro de todo lo que sucedió allí hasta un minuto antes del desastre, y nos revela con más fidelidad que muchas crónicas cómo era vivir en la Roma imperial. Pompeya, por ahora, sigue abierta a los turistas, y mientras los arqueólogos desentierran nuevos capítulos de su historia, nuestro tiempo, el mismo que la disfruta, la destruye con más fuerza que un volcán. Es su suerte.
Si podéis, no os perdáis Pompeya. En los últimos años se han destruido algunos muros que habían «rescatado» por culpa del viento. Si su maldición es que pisemos su suelo antes de convertirse en polvo para siempre, habrá que visitarla para que los dioses se salden de una vez por todas su deuda.
Después, nos quedará esta canción para imaginar lo que fue.

4 comentarios:

Naeshai dijo...

Estoy de Erasmus en Italia, y uno de mis viajes va a ser a Pompeya, me llamó la atención desde que supe su existencia. Aunque no creo que me guste tanto como Roma, ¡la verdad!

Merr Puckle dijo...

Tuve la suerte de ir a Pompeya hace unos meses, como viaje de fin de curso, con el departamento de clásicas de mi instituto. Estoy convencida de que siempre será uno de los viajes más bonitos que llegue a poder hacer: no hay palabras para explicar la sensación que te envuelve al encontrarte allí. Un lugar que todo el mundo debería visitar una vez en toda su vida.

Anónimo dijo...

No todos tenemos la suerte de viajar a Nueva York o a Italia en plena crisis...

C. (@el_croni) dijo...

Lo mismo digo. A Pompeya (y a Nueva York) fui hace años.