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El peor libro de Roald Dahl

Leí los libros infantiles de Roald Dahl de pequeño. Pasé a sus antologías de relatos (tío Oswald incluido) en la adolescencia y, cuando cumplí los veinte, me hice con textos raros, como Los gremlins o recetarios, que sólo se consiguen por Internet. Tampoco me perdí sus biografías, ni las de su puño y letra ni las de otros. Todo para completar una biblioteca «roalddahliana» de diez.
Sin embargo, entre todos sus títulos, nunca había leído Charlie y el gran ascensor de cristal. Leo los más raros y olvido uno archiconocido. Quizá influyó el hecho de que la primera parte, La fábrica de chocolate, nunca fue mi favorita de niño (y la frustración de que la secuela no fuese para Las brujas, que es mucho mejor y la pide a gritos). Pero después de releerla recientemente, y descubrir matices y chistes que no podía apreciar con ocho, sentí una curiosidad inusitada por la continuación. Yo, que ya creía haberlo leído todo, viví el placer de una lectura restante, un libro que como si fuese un tesoro, quedó enterrado por el tiempo y no descubrí hasta mucho tiempo después. No todos los días se tiene un libro nuevo de Roald Dahl por leer. Aunque hayan pasado cuarenta años desde la primera edición. La lectura te provoca el mismo cosquilleo con un clásico que con el último de la mesa de novedades, no entiende de calendarios.
Repentinamente emocionado, salté sobre la única novela continuación de Roald Dahl y dejé que me sorprendiera. Primero comprobar que no la había leído antes. Después dejarme llevar por una historia completamente inédita.
Y lo que encontré fue el Roald Dahl más humano de todos. Un Roald Dahl torpe, sin gracia, sin demasiada imaginación. Tan malo que me creería que el libro lo escribió otra persona, aunque sé que no fue así. Una obra sin chicha, sin una trama como la de sus otros libros, y con un par de hilos argumentales bastante simplones. Lo peor, las escenas de los secundarios (el libro se publicó en Norteamérica tres años antes que en Reino Unido. Los editores de Dahl eran yankis y parece que él escriba para ellos, no para su público general), cuando he llegado a sentir escalofríos leyendo ciertos diálogos sin ningún tipo de gracia ni sustancia. Pero supongo que en eso consiste también ser un genio. En escribir libros peores, sino malos. Y me ha ocurrido con absolutamente todos los escritores que admiro. Roald Dahl, que siempre ha ido acompañado en este blog con la coletilla de «genio», se queda esta vez en humano.

El libro tiene virtudes, por supuesto, como la descripción más aproximada del infierno según su autor, algo por lo que merece la pena leer el libro. También contiene un poema muy divertido sobre políticos que os reproduzco a continuación, The Nurse's Song. Lo canta la niñera del presidente de los Estados Unidos:

This mighty man of whom I sing,
The greatest of them all,
Was once a teeny little thing,
Just eighteen inches tall.

I knew him as a tiny tot,
I nursed him on my knee.
I used to sit him on the pot
And wait for him to wee.

I always washed between his toes,
And cut his little nails.
I brushed his hair and wiped his nose
And weighed him on the scales. 

Through happy childhood days he strayed,
As all nice children should.
I smacked him when he disobeyed,
And stopped when he was good.

It soon began to dawn on me
He wasn't very bright,
Because when he was twenty-three
He couldn't read or write.

"What shall we do?" his parents sob.
"The boy has got the vapors!
He couldn't even get a job
Delivering the papers!"

"Ah-ha," I said, "this little clot
Could be a politician."
"Nanny," he cried, "Oh Nanny, what 
A super proposition!"

"Okay," I said, "let's learn and note
The art of politics.
Let's teach you how to miss the boat
And how to drop some bricks,
And how to win the people's vote
And lots of other tricks.

Let's learn to make a speech a day
Upon the T.V. screen,
In which you never never say
Exactly what you mean.
And most important, by the way,
In not to let your teeth decay,
And keep your fingers clean."

And now that I am eighty nine,
It's too late to repent.
The fault was mine the little swine
Became the President.

2 comentarios:

Naeshai dijo...

Roald Dahl es uno de mis autores favoritos, desde siempre. Creo que gracias a él me aficioné tanto a la lectura, y coincido contigo, este libro y su antecesor son los que menos me gustaron, me aburrieron.
Mis preferidos son "Las brujas" y "Matilda", aunque seguro que aún me queda alguno por leer y disfrutar con la misma ilusión que en la infancia :)

Sofía dijo...

Exactamente ESO me pasó con Charlie y el gran ascensor de cristal. Lo compré porque me había leído un montón de Dahl y Charlie y la fábrica de chocolate me gustó especialmente. Pero... ni siquiera he podido acabármelo. No me gustó nada de nada...