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La sensibilidad de los unos

Las monjitas del convento San Carlos Borromeo en Chicago están que trinan: acaba de abrir un local de striptease junto a su casa espiritual. Las hermanas, después de agotar las cuentas de los rosarios y encomendarse a Dios misericordioso para que acabe con semejante exhibición, se han entregado a los medios para denunciar el hecho y forzar, en virtud de esposas del Señor, el cierre del local prohibido. Hay cosas que no se pueden construir. Y si se construyen, que no se vean al salir al balcón.
Quizá el problema está en que las monjitas se creen con derecho sobre el lugar. Suyo no es el número diez de la calle: suya es la calle y la ciudad. Un convento necesita tranquilidad. No tienen suficiente con sus metros cuadrados, que ahora también quieren ordenar la vida de los demás. Una stripper hiere su sensibilidad. Me dirán cómo. Nos hemos vuelto locos si reconocemos el derecho a unas religiosas, fontaneros, abogados o editores a decidir qué negocios se construyen a su alrededor.
La sensibilidad es un tema peliagudo. Nadie puede cambiar lo que nos duele, pero nos equivocamos si pretendemos determinar a los demás en calidad a razón de nuestros sentimientos. No hace falta ir hasta Chicago para encontrar insensibles e insensibilizados: nuestro país está lleno de casos diarios. Empresarios que se hacen publicidad en medio de manifestaciones de parados. Diputados que no aplauden a muertos. Yernos que hablan de llegar a fin de mes mientras desvían fortunas a Belice. El último ataque a nuestro buena sensibilidad popular ha sido la posibilidad de elegir el 11 de marzo para convocar una manifestación contra la reforma laboral. Mientras los sindicatos se ponen de acuerdo, políticos y víctimas (algunos políticos y algunas víctimas) se echan las manos a la cabeza. «¡Insensibles! ¡El 11 de marzo es un día de mucho dolor!»
Por supuesto que lo es. A nadie se le escapa lo que significa la fecha, ni tampoco olvida su golpe mortal. Pero de ahí a bloquear el día para cualquier otro evento posible, aunque no tenga nada que ver, hay una línea que se llama sentido común. Los manifestantes no van a gritar a favor de Osama bin Laden ni solicitar responsabilidades para el que mandó desguazar cada vagón. Los manifestantes sólo quieren exigir lo que creen que es suyo, estén o no equivocados, y el 11 de marzo les parece un día tan apropiado para hacerlo como el 4 de marzo o el 1 de abril. Si las víctimas se sienten dolidas se siente, pero esa no es la intención. También les duele a las monjas el local de striptease, y le duele a la mayoría de habitantes de Lizarza que la bandera española ondee en la plaza mayor. El dolor es tan íntimo como controvertido.
El mundo no se viene abajo cuando la libertad gana a la emoción. A veces necesitamos un empujoncito para abrir los ojos y comprender que no es tanto dolor, que las rencillas y prejuicios tienen poco que ver con el sentido común. Muchos españolitos vieron la elección del 20 de noviembre para las elecciones (valga la redundancia), efeméride generalísima, como una maquiavélica provocación. Sin embargo, cuando ese día fuimos a votar a las urnas, nadie se acordó de semejante insensibilidad. Será que no era para tanto, como todo lo demás.

2 comentarios:

freshwater dijo...

Ciertamente, que los sindicatos se manifiesten cuando buenamente quieran. Pero al elegir el 11M, y con las declaraciones de alguno de los convocantes, se retratan ellos solos, y en mi opinión no quedan muy bien parados. Sí, también hirieron mi sensibilidad, pero les reconozco el derecho a convocarla cuando quieran (y también el del resto de país a criticar esa decisión).

Hugo G. dijo...

El problema no es la fecha (que cada cual salga a la calle cuando lo considere oportuno). El problema es que se afirme sin el menor empacho que la marcha de Madrid será un homenaje a las víctimas.

¿Quién puede tragar con eso? Como decía Freshwater, ellos mismos se retratan