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La demorrancia

Lo siento por los franquistas que no han visto el cambio de siglo: si llegan a vivir un poco más, hubiesen disfrutado con este regreso incontestable a la dictadura. La del final, esa que defiende el sector más blando; la del lecho de muerte.
La de Rajoy es una dictadura legal porque la Carta Magna no se hizo a prueba de gerifaltes. No hay constitución, ley, reglamento ni manual de piscina pública que comprometa a un político a lo más básico en cualquier pacto democrático: que cumpla su palabra. El programa electoral, vaya. Hemos confundido los sujetos: se creen que los elegimos a Ellos, cuando lo que votamos son las Ideas. Si aparecen sus nombres en las papeletas es porque llevan un proyecto bajo el brazo. Si quisiésemos carta blanca, votaríamos en blanco, no sus listas.
Nos hemos vuelto locos si aceptamos con naturalidad (y de esto hace mucho tiempo) que se salten sus promesas a la torera. Ni siquiera nos sorprende. Admitimos la mentira como trampolín a un cargo institucional, como si este lo pagase el tonto de un país vecino. Y ellos, todos, comparten el juego: a ninguno le conviene pedir que el otro rinda cuenta de su programa, porque hasta el que menos sabe que no es más que papel mojado para atizar a la oposición durante la campaña. Un brindis al sol, porque los proyectos de verdad salen a la luz cuando toman posesión y se sientan en sus butacas.
¿Quiénes se han creído que son? ¿Por qué creen, por qué les hemos dejado creer, que los elegidos son Ellos y no sus Ideas? Nos da igual si se pasan cuatro años contradiciendo cada promesa del programa, pero seríamos capaz de prender fuego al único político que cumpliese si pidiese una semana más de legislatura para llevar a cabo su última propuesta. Si no nos tomamos en serio a nosotros mismos como votantes, cómo nos van a tomar ellos. Entre las miles de promesas de los partidos, no hay una que garantice cumplir con lo dicho. Necesitamos urgentemente una ley que obligue a los partidos a cumplir con un mínimo de su programa, ¡sólo un poquito!, que es lo que pide un desesperado. Que el programa electoral, razón de gobierno, no sea un mero trámite, sino una exigencia a la que atenerse. Quien no pueda cumplir, que convoque elecciones. Y la ley del programa electoral (porque no nos conformamos con su palabra. ¡Hasta a eso hemos llegado!), la necesitamos más de lo que necesitamos un techo de déficit o un mínimo de mujeres u hombres en las listas: la exigencia del cumplimiento del programa es lo único que nos puede salvar de las dictaduras bisiestas, estas que se votan un día cada cuatro años, pero que desoyen al pueblo durante el resto del tiempo. El asunto es de extrema gravedad, de credibilidad democrática. Los españoles nos dimos por satisfechos cuando cayó el régimen y se abrieron las urnas. Pero mientras que cada materia ha tenido su progreso y evolución lógica durante casi cuatro décadas, los políticos que gobiernan no han hecho nada por mejorar la calidad de la democracia. Está en el mismo punto que al poco de morir Franco: ni la madurez del sistema ni los nuevos tiempos les han hecho pensar que la democracia también necesita sus arreglos y que podemos aspirar a una mucho mejor. Se dan por satisfechos con la que nos «dieron» en los setenta, pero esta está podrida y caducada. Si las leyes cambian constantemente ¿cómo han podido dejar que la democracia se quede en una fase estanca, sin abrir listas, sin comprometerse con lo que dicen, sin respetar los principios más básicos de la teoría? ¿Cómo nos conformamos con una democracia hecha para un país que todavía tenía al Generalísimo de cuerpo presente, una democracia pobre de país en transición? Que me digan una medida, sólo una, que se haya hecho por mejorar la democracia en todo este tiempo. ¡Ni una puñetera! Como si la de entonces fuese para contentarse.
Poco o nada nos distingue de la España que vio a Franco agonizar, contando las horas para que muera el líder. Los españolitos de entonces sólo podían confiar en que fuese pronto, mientras que nosotros sabemos que la muerte del presidentísimo será en la próxima cita electoral. Hasta entonces, atan y desatan a su antojo, en contra de nuestra voluntad. De la mía y de la de los peperos. Esto es una dictadura, por muy legítimos que hayan sido los medios para sentarse en el trono. Les importa un rábano lo que opinemos tú y yo. Uno no puede pedirle más a un dictador fascista, pero que un presunto demócrata llegue al poder con promesas que sabe irrealizables y que después desdiga hasta los apellidos es inaceptable. El poder legislativo está en manos de un régimen que no reconocen ni sus votantes. Si alguien siente nostalgia por aquella dictablanda, que le siente bien esta demorrancia.

9 comentarios:

Diva Chalada dijo...

Totalmente de acuerdo. O casi. Solo tengo algo que añadir...

Cro, por dios, que has estudiado derecho. Los medios por los que han llegado son legales, pero no tienen nada de legítimos. Por muy legal que sea lapidar a una mujer en Irán, pardiez que no es legítimo. Y la falta de ética con la que esta gente ha llegado a donde está, tampoco lo es.

Naro dijo...

El problema es que nos vamos acostumbrando, y hasta los justificamos "si se puede sacar tajada cualquiera haría lo mismo", cada día se descubre algo, una trama, corrupción, dinero negro, sobres... Y cada vez nos vamos sorprendiendo menos hasta el punto en que nos da igual, es el pan de cada día.
Y hasta que la situación no se haga insostenible nadie va a hacer nada.

Y olvidamos de que lo podemos cambiar, que podemos cambiar a nuestros representantes, la mayoría de la población no se sabe ni sus propios derechos.

Rocy dijo...

Cómo sabía que la primera entrada después de tu regreso sería de política. Acerté de lleno.

Príncipe Zafiro dijo...

Estoy radicalmente en contra: nos gobierna un hombre que ha faltado a su palabra, pero se está hipostasiando, adorando, el concepto de programa elecoral. Es como la Constitución: es muy importante respetarla, pero no hay pasarse y anteponerla al interés general.


En mi opinión Rajoy es legítimo: lo eligieron los electores de forma libre. Otra cosa es que sea buen presidente: no lo es en la medida en que promueve leyes malas o inadecuadas y recorta sin piedad. Éso si es reprobable.

También es reprobable la ley electoral, o sea, el sustento o el marco legal más práctico de la democracia. Sin embargo, tenemos democracia. Y hemos votado al PP (la sociedad española, en general). Tenemos lo que nos merecemos. Que maduren y espabilen para las próximas elecciones, o que la sociedad empiece a interesarse por la causa política. Así saldremos (así, y con menos paro y déficit, sobre todo lo primero).

Un saludo, Cronista.

Luisa Blanco dijo...

Bueno bueno. El tema no me ha podido llegar en cualquier momento. Precisamente en mi cuarto año de Filosofía he cursado un asignatura que se llama "Teorías de la Democracia" y he realizado un trabajo sobre el mecanismo de la democracia. Mi espíritu analista me anima a analizar todo lo que has dicho a partir de mi trabajo:
1- En primer lugar, criticas que los políticos no cumplan sus promesas. Precisamente Bernard Manin -ahora citaré a muchos teóricos de la democracia-dice en "Los principios del gobierno representativo" que los políticos no tienen que cumplir sus promesas. Si lees a Schumpeter y su controvertido "Capitalism, socialism and democracy", capítulo 12, 13 ó 14, no recuerdo, verás que éste afirma que las promesas no son la característica principal de los representantes políticos, sino su campaña electoral, sus eslóganes y la publicidad que éstos usan para captar el voto de los ciudadanos. Es más, la democracia es entendida en términos económicos, un mercado donde compradores -los votantes- van a adquirir un producto -los representantes y su programa electoral- que no sabrán si les saldrán rentable. Decir que la característica principal de los partidos políticos son los eslóganes y las campañas más que las promesas me parece muy acertado, precisamente por todo lo que está ocurriendo ahora, pero si lo llevamos al plano normativo, esto no puede quedarse así. Más que pedir que cumplan un mínimo de sus promesas, o pediría más bien un acercamiento por parte de los políticos a los diferentes grupos que representan diferentes intereses. Lo que importa al fin y al cabo es que seamos escuchados y respetados. Eso me lleva al segundo punto:
Si lees a Philippe Schmitter y obras como "Still the century of corporatism?" o "Democratic theory and neo-corporatism", verás cómo los diferentes grupos que cubren determinados intereses son bastante relevantes en las democracias modernas. Y cuando se pide una reformulación de la democracia, un cambio, creo que habría que empezar dando más importancia -que la tienen- a estos grupos, que son al cabo tan representativos -o incluso más que los partidos. Concuerdo que Schumpeter cuando dice que el ciudadano, solo, sin la adhesión a sin ningún tipo de grupo, sólo participa en la democracia a la hora de votar. Pero es que hay más formas de participar. Precisamente esto es lo que se debería de pedir a la hora de reformar la democracia: no una democracia participativa -que eso sólo se dio en Grecia y las condiciones no eran democráticas como ahora diríamos- sino una democracia representativa -en grupos de interés- que fomente la participación de la sociedad civil. Eso me lleva a la segunda parte de este punto.

Luisa Blanco dijo...

Sigo aquí porque me había pasado con el tope de palabras:
La educación. Uno de los grandes problemas de este país es la educación. Y el pasotismo que hay, como ha dicho Naro. Estamos tan acostumbrados a escuchar noticias sobre engaños, robos, gente enchufada, que cada vez nos alarmamos menos si nos alarmamos, nos aquietamos. Y si nos aquietamos, no hacemos nada -una obra interesante, por cierto, sobre la apatía del ciudadanos ante el sistema democrático y su justificación racional (en el sentido de la teoría económica) la encuentras en Dahl, en "A preface to democratic theory" o en Economic theory of democracy, de Downs. Lo que pasa es que parece que sólo existe la alternativa del voto eso ocurre porque no nos movemos, no nos educan para que tengamos esa curiosidad de explorar otras vías.
El último punto que me queda comentar, es sólo un apunte: En la Theory of democracy Revisited, precisamente Sarotri indica que, al hablar de democracia, es inevitable que se mezclen datos descriptivos -basados en hechos- y prescriptivos -basados en juicios de valor. Precisamente tu texto parte de un hecho para emitir juicios de valor. Sólo era un apunte.
Como ha apuntado Babilonia, por supuesto que no es legítimo lo que están haciendo: la legitimidad tiene que ver con el reconocimiento -o al menos así lo he estudiado yo en filosofía política- y desde luego nadie reconoce todo lo que se está haciendo como algo legítimo.
Bueno, ahí está todo mi aporte del día.
Luisa.

Enrique dijo...

Yo creo que si en principio no se protesta porque no cumplan su programa es porque la gran mayoría no nos los hemos leído en su totalidad y que sólo conocemos lo que han dicho por la tele. Reconozco que he intentado leerme alguno completo pero es imposible, ¡es muy aburrido!
Por otro lado, otro motivo para no protestar es que sabemos que no va a servir absolutamente para nada. Por mucho que salgamos a la calle a manifestarnos con una pancarta. No. Es un hecho, muy a mi pesar. Le doy la razón a un amigo mío que dice que la única solución a nuestros problemas es asaltar el Congreso y quemarlo, y así empezar de cero. Sin embargo, tampoco quiero ser tan radical, y pienso que igual deberíamos aplicarnos el cuento de que "si quieres algo has de hacerlo tu mismo". Es muy fácil protestar pero está claro que si queremos que se cambien las cosas no nos pueden gobernar algunos que no están a favor de ese cambio, ¿no?

Miguel dijo...

Me gustaban más esos artículos tuyos con un tono de relato. Has vuelto con un discurso en toda regla. Lo entiendo si crees que es necesario para que quienes te leen se comprometan. Pero estaría bien que no dejases tu lado más creativo. Me alegro de que estés de vuelta.

Guillermo G. Lapresa dijo...

Lista de problemas:

a) A un alto cargo del Gobierno no llega cualquiera. Se requiere dedicar toda una vida a la política y a nada más. Es decir, nunca se ha trabajado de verdad y nunca se ha abandonado el terreno de "o yo o ellos". Y el que llega a la cima es el que mejor sabe pasar por encima de los demás. Sin excepción.

b) Ser un alto cargo de lo que sea es un trabajo espantoso. Hablamos de jornadas de 12-14 horas de curro muy, muy jodido. Observa cómo envejecieron Zapatero y Obama en 4 años. Lo mismo puede decirse de directivos de empresa y banqueros. No es que justifique nada, pero es que este tipo de personas son muy, muy distintas a ti y a mí. Son gente extraña, y además no les gusta nada que les insulten continuamente después de todo el trabajo que se pegan. Insultos merecidos, pero ellos nos depreciarán por ello igual.

c) Toda persona tiene un número máximo de personas por las que puede sentir empatía real (unas 150 según los estudios). En el caso de los políticos, todas esas personas son gente como ellos -es decir, ricos, poderosos y propietarios. No encontrarás a ni un sólo político que haya currado en el macdonals (cosa que sí hay en Alemania). Piensan de nosotros como nosotros pensamos de la gente vestida de Bob Esponja en Sol: existen en la periferia de nuestra visión.

No somos personas para ellos. Sólo la Madre Teresa podría trabajar por los ciudadanos en esas condiciones y en ese ambiente, y por desgracia el sistema está diseñado para que alguien como la Madre Teresa nunca jamás llegue a ocupar un cargo importante.

In a nutshell.