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Una visita a mi Otro Colegio

Hace unos días recibí un e-mail del colegio donde estudié secundaria y bachillerato. En él, la «dircom» (parece una palabra sacada del diccionario de neolengua) me invitaba a mí y al basto de su base de datos a disfrutar del «lipdub» que habían realizado curas, alumnos y profesores. Un espectáculo audiovisual escolar, vaya, para el precalentamiento de los Óscar.
Lo primero que pensé fue en qué momento se me ocurrió darles mi dirección: tengo una alergia severa al correo no deseado. Lo siguiente que hice fue cerrar el e-mail y olvidar el asunto. El video me producía una curiosidad insana, pero más insana es mi empatía con el ridículo ajeno, y estaba convencido de que un «lipdub» escolar (algo parecido a un «flashmob», pero para gente con menos talento) me iba a dejar tocado. Esta alergia no es sólo para los demás; jamás he podido verme en un video durante más de dos segundos. Lo del «lipdub» es por extensión, que no se lo tomen como algo personal.
Sin embargo, J. me escribió unas horas después un e-mail colectivo con el mismo video como asunto, y un par de amigos respondieron a los pocos minutos comentando la pieza de arte. Ya no podía esquivar el tema a menos que me sacasen de la cadena, y ya he gastado el comodín de «eliminadme de aquí» con varios grupos de chat de WhatsApp en lo que va de año. Mi ogro tenía que morderse el labio y verlo si no quería que lo sacasen de la esfera social para siempre. Me armé de valor, eché los prejuicios fuera y le di a play.
La experiencia fue lo más parecido que he vivido a un viaje por universos paralelos: porque lo que veía en el video era mi colegio, sí, donde pasé tan buenos ratos. Pero el colegio ya es es colegio, sino  school, y la cámara se movía entre decenas y decenas de rostros completamente desconocidos. De pronto se cruzaba el bedel, figura insigne del colegio (ahora school) desde tiempos inmemoriales, o con algún profesor que sólo reconocía si congelaba la imagen, igual que un fantasma de Íker Jiménez, aunque la historia me recuerda más al de las navidades pasadas. Lo de los alumnos fue peor: tuve la sensación de ver el Otro Colegio, que está en la Otra Valencia (la de la realidad alternativa), porque esos chicos que van a mi colegio (ahora school) visten otro uniforme, llevan corbata (¡yo no sé ni hacerme el nudo!) y se parecían siniestramente a nosotros, pero sin ser nosotros. Más a mis amigos, porque yo, aquí y en los universos paralelos, me negaría a salir en «lipdub»; si mi yo alternativo se presta es que no soy yo, así que me quedo más tranquilo. Y lo peor de todo no fue el cambio de nombre, ni los rostros de la realidad alternativa. Si algo me convenció de que mi colegio ya no existe, es que ni siquiera es el mismo edificio. Se han mudado. Han cogido los bártulos y se han marchado a otro lugar, lejos del original, y ese en el que están ahora era como una película nueva para mí. Igual que si lo hubiesen reconstruido en un plató de cine sin ningún tipo de documentación. No, no y no. Cuando terminó el video, ya lo tenía completamente asumido: mi colegio (mi segundo colegio) ha desaparecido para siempre de la faz de la Tierra.
Sentí una nostalgia terrible. Adiós a las gradas donde charlábamos de tantos temas sin sentido. Adiós a las aulas sin calefacción, a los techos con goteras. Adiós a la tienda de Flora, al «pablo reina es idiota» en la pared y a la biblioteca que jamás abrió sus puertas (bien pensado, esto no es ninguna pérdida). Supongo que es un adiós a una parte de mi adolescencia. Nuestro recuerdo no vale nada (comprensiblemente) cuando se puede especular con los terrenos de un colegio y llevarlo a otra parte. Lo entiendo, pero no esperaba que un inocente «lipdub» me diese una bofetada de realidad detrás de otra.
Siempre que pasaba junto a mi guardería con G., mi amigo más antiguo, le decía que teníamos que visitarla. Hace unos años desapareció y la transformaron en una academia de idiomas. Supongo que los alumnos del curso Business English no habrán tenido a bien conservar los erizos de barro y goma que hicimos hace veintitrés años. No los culpo.
También conservo muchos recuerdos del colegio donde estudié primaria. Durante una época tuve tantas ganas de volver que desde entonces es mi sueño más repetido (y da igual que hayan pasado catorce años desde que me marché). Se conservaba bastante bien, pero S. me contó hace días que han cambiado el patio de infantil. Adiós al recreo en la azotea. Más cambios. Más distancia de nuestros recuerdos.
En realidad el «lipdub» no estuvo tan mal. No tenía nada que ver con el colegio donde estudié, pero era divertido y tenía a mis amigos para comentarlo. También está ahí G., para las historietas de la guardería. Y al resto de amigos para las anécdotas del colegio de primaria (y todavía nos reímos mucho con ellas, demasiado). Creo que me confundí al principio. El patrimonio de recuerdos no es algo material, algo que tenga que estar ahí para cuando quieras volver y recrearte en tu memoria, un cementerio para nostálgicos. Que las cosas cambien es lo más natural, aunque luego no las reconozcas. Por más que he comentado estos cambios con unos y otros, nadie se sorprendía demasiado. Y entonces, tonto de mí, comprendí que entre todo lo que podía conservar de estas tres épocas, de la guardería y de los dos colegios, me quedé con lo bueno. Lo hablaba con ellos y no caí hasta después que eran lo mejor que a uno le puede quedar a su paso por la vida: las personas. Los amigos con los que hablo hoy igual que cuando tenía cinco años, quince y veinticinco. Mis recuerdos de cada época no tienen que ver con muebles ni paredes, y tampoco tendrían ningún sentido sin ellos. Visto en perspectiva, no está tan mal. Qué idiota fui: de qué me servirá a mí que mi guardería siga siendo una guardería, o que mi colegio esté donde antes. Si puedo reírme de eso con mis amigos, que recuerdan cada detalle mucho mejor que yo, me doy por satisfecho. Aunque cada habitación se hubiese conservado hasta el más mínimo detalle, estaría vacía sin nosotros. Y nosotros ya no estamos para esas cosas.

5 comentarios:

Diva Chalada dijo...

Feliz cumpleaños, Cro. Espero que tengas un día maravilloso, que te regalen alguna cosita (y que te guste). Pero sobre todo, que el año nuevo que comienza en tu vida sea digno de recordar.

En cuanto al cole, es bonito que lo recuerdes con cariño. No son los edificios, sino lo que contienen. Y eso no va a cambiar.

Unknown dijo...

Hola Cronista, ¡feliz cumpleaños! lo del cole, bueno a mi me ha pasado igual, mi jardín de niños ya ni existe, mi colegio de primaria lo cambiaron a otro lado y donde alguna vez fue ahora no es más que un edificio de una aseguradora, frio y "moderno" con sus renovaciones, en nada se parece a la casa acogedora con un naranjo a la entrada en donde pasé cinco de mis mejores años de la niñez, y mi colegio de secundaria, hasta el nombre le han cambiado, han pintado y re pintado el edificio y cada vez que paso por en frente lo siento más lejano, sin vida, sin la vida que alguna vez le vi, es cierto, lo que valen son los recuerdos y la posibilidad de compartirlos con quienes los recuerden, lo mejor de los recuerdos es la nostalgia, pero es nostalgia de que alguna vez pasó y por ellos estamos donde estamos y somos quien somos.
Saludos! y perdón por la pastoral... :$

C. (@el_croni) dijo...

Muchas gracias, Babilonia ;)

Anónimo dijo...

La amamnesis si tiene su dosis material, requieres de ello para reconstruir tus recuerdos, si cambia o no influirá en gran manera en lo que selecciones para recordar, por supuesto esto último es un proceso inconsciente.
Lo visible, es completamente necesario para la memoria, he aquí la causa de los patrimonios nacionales et al. Son el sustento de la memoria.
Es lo mismo si se enfoca a un período de colegio, requiere de una imagen mental como unas paredes, sillas etc., para recordar que se vivió tal o tal experiencia. En fin, es solo una aclaración.
Es relativamente aguafiestas mi comentario, vale, lo siento.
Por lo visto te ha caído de lleno el peso de los años =D De aquí en adelante no empieces a contar.

María dijo...

Normalmente me resulta difícil estar tan de acuerdo contigo, la verdad. Pero en esto caso lo estoy.
No hace mucho que dejé el mi instituto, en el que he vivido grandes momentos tanto con compañeros como con profesores, pero hace unas semanas volví allí, por motivos de papeleo, y me encontré que, estando todo bastante igual, todo había cambiado. Ya no era "mi" instituto. Era "su" instituto.
Me deprimí bastante al principio, pero al final terminé por asumirlo, y llegué a la conclusión de que era algo normal. Y que "mi" instituto, como tú dices, sigue aún vivo en la memoria de todos los que compartimos aquellos momentos.
Supongo que todos los que guardamos recuerdos más o menos buenos de ese periodo nos sentimos así en algún momento.
Gracias por esta reflexión, Cronista :D.