CAPÍTULO X
AL OTRO LADO
Las dos jóvenes caminaban a tientas entre la lluvia, sintiendo la fuerza del agua sobre la tela del paraguas y andando de puntillas para no mojarse los tobillos. Avanzaron unos metros, sin saber bien qué dirección tomar.
—¿Tenemos idea de hacia dónde vamos? —preguntó Leticia a gritos para hacerse oír en medio de la tormenta.
—Sigamos andando. Es lo único que hemos hecho en la última semana.
—Espero que no hayamos salido de Ningún Lugar para que nos atropellen ahora.
—No seas gafe, Leticia.
Poco a poco, la lluvia se despejó. Cuando se detuvo por completo descubrieron que estaban en la puerta del colegio. Su colegio. Su mundo. Su lugar. Las dos contuvieron lágrimas de emoción.
—Pensé que nunca saldría de ese dichoso mundo —dijo Leticia con alegría—. ¡Já! Nunca más tendré que ver a ese gato sucio ni enfrentarme a tornados o meteoritos. Incluso si me ofreciesen un diamante ahora mismo lo rechazaría y saldría corriendo.
—Yo también me alegro de volver. Aunque tengo que reconocer que esta semana ha servido para que cambie mi opinión sobre ti.
—Gracias. Ojalá pudiese decir lo mismo —Leticia rió—. Es broma: por supuesto que ya no me pareces la mequetrefe de antes.
Sin proponérselo, se dieron un cálido abrazo y contuvieron el llanto. Entonces sonó el claxon de un vehículo y se les congeló la sangre. Miraron a la carretera y vieron el autobús del colegio que entraba al aparcamiento. Leticia y Marga se separaron al instante, dirigiéndose miradas recelosas. Inconscientemente revisaron la hora: sus relojes volvían a funcionar y marcaban las cinco de la tarde.
Al tiempo que la puerta del autobús se abría, la lluvia ya había cesado por completo. El primero en bajar fue el profesor don Domingo, que las miraba con rabia. No necesitaron saber más: los siete días que habían vivido en Ningún Lugar no habían significado más que unas horas en su mundo. Tampoco se sorprendieron. Simplemente se sintieron aliviadas, por las explicaciones que tendrían que haber dado en el caso contrario.
—¿Habéis tenido tiempo para meditar acerca de vuestra ridícula discusión de esta mañana? —preguntó el profesor a pocos metros de distancia. Los alumnos salieron detrás de él.
—Pues sí, la verdad —respondió Leticia con picardía, y aquello no pareció gustarle al maestro—. Más que tiempo suficiente, diría yo.
—Se podría decir que nos han cundido mucho las horas.
Alguien agarró a Leticia por el brazo. En seguido supo de quién se trataba.
—¡Menudo horror, Leticia Sopri! —exclamó su amiga Bárbara alterada. Leticia se alegró al ver que le había traído el bolso que había dejado olvidado en el autobús por la mañana—. La visita a Villa Seishuesos ha sido aburridísima, pero no quiero ni imaginar cómo puede ser un día con Margarita Marlot.
Jessica Feyxton rió entre dientes:
—¿No te habrá contagiado eza Inzignificante, verdad?
Leticia se giró de golpe para mirar a los ojos a la idiota de su pandilla:
—Ella será una Insignificante, pero vamos a tener que crear una categoría especial para ti: Miserable Inaguantable.
Jessica se quedó boquiabierta, al igual que Borja, Chema y Míriam. Bárbara contuvo la risa.
—Así que a partir de ahora demuestra más respeto hacia los Insignificantes porque tú no vales más que ellos, ¿has entendido?
—Pero zi tú ziempre…
—Marga será una empollona, y posiblemente la más fea del curso, pero pese a todo merece nuestro respeto. Grábate eso en la frente.
Jessica asintió, acobardada. Sus ganas de provocar a Leticia se acabaron para siempre. Se fue al baño corriendo, posiblemente a llorar. Míriam pensó en ir tras ella pero en seguida cambió de idea.
—Guau, Leticia. Has estado fabulosa. ¿Qué digo? Súper fabulosa. No creo que nadie se atreva a juzgar tu popularidad de ahora en adelante, criatura.
Leticia sonrió a Bárbara, orgullosa. Las dos marcharon a clase acompañadas por un séquito que ya no cuestionaba la autoridad de su líder. Mientras tanto, Marga caminaba sola por el pasillo. Estaba triste. Todo volvía a ser como antes.
—¿Cómo lo has hecho? —dijo Félix de Felipe a su lado.
Los latidos de su corazón se aceleraron. En una milésima de segundo, su rostro había cambiado de un pálido fantasmal a un rojo preocupante.
—¿Cómo he hecho el qué?
—Aguantar a Leticia un día entero —dijo entre risas—. Eso sí merece una Matrícula de Honor, y no el trabajo de moléculas que hiciste.
Marga rió, sonrojada. Quería evitar a toda costa que se notase su nerviosismo.
—Bueno, no ha sido tan horrible. Leticia no es mala chica. Simplemente tiene sus cosas. Es distinta a mí, eso es todo. Incluso diría que me he divertido en algunos momentos.
—Me alegro. —Sonaba sincero. Aquello puso más nerviosa todavía a Marga.
—¿Cómo ha ido la excursión? —se atrevió a preguntar.
—Oh, genial. Es una lástima que te hayas perdido la visita al museo de apicultura. Hemos visto un panal de abejas de verdad a través de un cristal. Gonzalo juraba que ha visto a la reina, pero lo dudo mucho. Aun así ha sido genial. Te habría gustado verlo.
—Bueno… Siempre puedes contármelo tú.
Marga le dedicó una sonrisa. Félix se la respondió.
—¡Señorita Marlot! —gritó don Domingo de repente—. ¿No se contenta con armar un escándalo deprimente en el autobús esta mañana que también quiere llevarse mi paraguas a casa?
Marga descubrió que todavía llevaba el paraguas negro en la mano. No se había dado ni cuenta. Después de una semana con él, ya se había convertido casi en un apéndice de su cuerpo.
—Disculpe, profesor. No era mi intención llevármelo.
—Me daría mucha pena perderlo, señorita. Es un paraguas muy muy viejo, pero resistente como un tanque. Perteneció a mi madre y según me decía ella, antes fue de mi abuelo Gael, aunque eso ya no me lo creo tanto. En unas familias se hereda un reloj, en otras el retrato del abuelo militar y en la mía tenemos un paraguas negro. Somos gente modesta.
—Pues nos ha sido muy útil, don Domingo. Gracias.
Cuando Leticia vio la limusina entrando a la calle, salió a su encuentro. Un chófer filipino le abrió la puerta, volvió al volante y arrancó:
—Señorita: su padre me ha pedido que le informe que está enfadado por no tener encendido el teléfono móvil.
Leticia corrió a mirar en el interior de su bolso: no estaba su teléfono. Entonces recordó: ¡lo había arrojado contra el suelo en Ningún Lugar! Aquello probaba que no había sido un sueño.
—Creo que me tendrá que comprar otro, porque el mío se ha estropeado.
—¿Ha pasado un buen día, señorita? Espero que la lluvia no haya inoportunado su excursión.
—No me quejaré de este día —respondió—. No me quejaré.
Cuando el coche ya se iba, vio a Marga esperando en el patio a que su madre la recogiese. Un día antes, habría sentido asco de dirigirle la mirada. Pero esa tarde, después de todo lo que habían pasado, sentía un enorme respeto. E incluso cariño. ¿Se estaba volviendo loca? No, no era eso. No sólo había descubierto algo especial en Marga: también lo había hecho en ella misma. Mientras el coche se marchaba por la calle hacia su mansión, en sus pensamientos le deseó lo mejor a su compañera.
—¡Detén el coche, Esberto! —exclamó desde el asiento de atrás.
El chófer frenó al instante. El coche que iba detrás pitó. Casi causan un accidente.
—Ahora vuelvo, Esberto. Tengo que hacer algo antes de ir a casa.
Leticia abrió la puerta de la limusina. Salió y vio a Marga a lo lejos, sentada en un banco absorta en sus pensamientos. No necesitaba saber qué tenía en la cabeza, porque era lo mismo que la preocupaba a ella. Lo de aquel día podía haberlo cambiado todo. Sus sueños para el futuro podían ser distintos, incluso ser otra persona nueva. Tenía la necesidad de decirle a Marga lo agradecida que estaba por haberle tendido la mano en Ningún Lugar. Tenían que ser amigas.
Leticia dio otro paso al frente, pero se detuvo. De repente, se enfrió. Dio media vuelta, alterada, sin saber a qué se debía semejante comportamiento. Entró al coche y dio un portazo. Mandó al chófer que le llevase pronto a casa. Marga era su compañera. Una buena compañera. Pero jamás su amiga.
Un gato llamado Varmus se movía inquieto por el desierto. Sus últimos huéspedes ya se habían marchado, y meditaba si se habían hecho de verdad amigas. Después de todo, Ningún Lugar les había permitido volver a su casa. ¿Había hecho bien su trabajo?
No, Marga y Leticia nunca serían amigas. Porque la amistad entre personas tan distintas y con deseos y sueños tan dispares era imposible. Pero sin embargo, habían aprendido a tolerarse, incluso podían sentir aprecio la una por la otra. Quizá ahí estaba el éxito. Varmus maulló de satisfacción, mientras esperaba la visita de unos nuevos litigantes.
4 comentarios:
Wow pensaba que al final se iban a hacer amigas...pero me gusta que ahora se respeten...me gusto mucho el final...de verdad muy buena historia cronista...creo que ya soy fan...XD esperando una nueva historia...y ojalá sea pronto...
Saludos desde Venezuela
Elinnor... :)
Te complacerá (o no) saber que me leí prácticamente toda la historia del tirón mientras estaba "estudiando" en la biblioteca. Hiciste esas horas mucho más amenas. Menos mal que no he tenido que esperar mucho para el final.
Me ha gustado mucho la historia. Sencilla, pero no creo que tuvieras más pretensiones. Original. Y el final es indiscutiblemente tuyo. Fiel a la persona que eres. En la ficción somos libres de hacer lo que queramos siempre que sea verosímil, pero es bonito estar presente en pequeños detalles de la historia.
Por último... Yo quiero ese paraguas. Tiene un elefante en el mango y no se rompe. Lo de viajar a Ningún Lugar es un plus, pero prescindible.
Si te surge la ocasión de publicarlo, te recomiendo que revises el estilo antes. Se te han colado un par de faltas gramaticales sin querer. Pero es lo único que puedo criticar.
Anímate y sube otra historia, anda. Has abierto la caja de Pandora, ahora queremos más. Un saludo!
Me ha ENCANTADO y me ha sabido a poco.
El final es muy coherente y realista en una historia increíblemente fantástica.
Enhorabuena.
Me ha gustado mucho la historia, me enganchaste desde el principio.
Un gran final, realista como pocos, y eso que es un libro medio de fantasía. Es muy original y tiene un estilo personal que la hace única...
Espero que publiques alguna otra pronto. Saludos =)
Ana
Hoping inspiration never leaves you...
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