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Compartir piso

Hace un año (esta viñeta sirve para recordarlo) me recorrí las calles de Madrid en busca de un piso compartido en el que poderme instalar. Lo recuerdo como algo horrible, porque tenía la presión de instalarme cuanto antes, pero sabía que la decisión no podía ser arbitraria. Un piso compartido es una experiencia en sí misma, y yo estaba tan asustado (y deseaba tanto que fuese bien) que estaba seguro de que las iba a pasar canutas con mis compañeros. Hoy, diez meses después de instalarme en una casa que no era la mía con personas que no conocía más que de un cartelito en la universidad, puedo decir que he vivido en un hogar, que he disfrutado muchísimo y que en mi casa nos lo podemos pasar tan bien o mejor que en Friends. Soy muy consciente de lo afortunado que fui y soy, no lo niego.
Recuerdo la primera vez que hablé con Bé, hoy una de las personas que más quiero. Llamé al teléfono de un cartel (curiosamente, el primero que vi) y dije que quería visitar el piso. Me dijo que nanay, que hasta septiembre nada, que se iban de vacaciones y que entendía que no pudiese esperar, así que suerte. Yo me tenía que instalar a final de agosto, de modo que ese piso que tenía tan buena pinta quedó rápidamente descartado. Seguí con una lista de decenas de posibilidades.
Un mes después volví a Madrid y visité la que creí que sería mi casa. Eran dos chicos y una chica, y cuando llamé después de verlo para confirmar que me interesaba, la chica decidió que tres chicos eran demasiado para ella y que yo no podía entrar. Me quedé con cara de idiota, sobre todo porque cada viaje a Madrid me costaba tiempo y dinero, y todo jugaba en mi contra. Ya no sabía qué buscar, de modo que regresé a la primera página de pisos, me acordé de ese que no enseñaban en verano y volví a llamar, a ver si por una de esas había suerte. De nuevo, una Bé desconocida me dijo que lo sentía pero que no iban a estar en Madrid hasta más tarde. Suerte con la búsqueda.
De modo que seguí buscando, pero unos días después, cuando regresaba de la firma de La guía secreta de Harry Potter en Dénia, me llamó Dé. Me dijo que Bé le había dado mi número y que iba a estar los próximos días en Madrid, por si quería pasarme por la casa. El caso es que me pasé, me gustó, y es ahora mismo el sitio desde donde escribo en este blog. Solo que en medio han ocurrido algo así como un millón de cosas, unidas a un trillón de casualidades que han contribuido a mi bienestar. Siempre creo que me voy a llevar mal con todo el mundo y al final suele ser al revés.
Los papeles cambian un año después. Bé y yo nos instalamos ahora en una nueva casa, cerca de la actual pero más barata, y nos toca a nosotros buscar al tercero que ocupe la habitación. Somos los que preparamos los carteles y los colgamos por ahí, que respondemos llamadas de "he visto que ofrecéis..." y atendemos visitas de interesados. Esos interesados pasan por lo mismo que yo viví: entran a una casa que no es la suya (porque lo nuestro no es un piso de estudiantes, de ninguna manera. Es un hogar) y supongo que nos estudiarán más a nosotros que las medidas del armario o la resistencia del somier. No es para broma: a fin de cuentas, seremos la familia de uno de ellos durante por lo menos un año. Tiene que existir afinidad y buen rollo desde nada más empezar.
Nosotros sí que nos lo tomamos con calma. Ya hemos dicho que no a alguno que otro que quería meterse en la casa porque no nos acababa de convencer. No es que fuesen malos, pero hay cosas como la edad o la filosofía de vida que nos separan como de Lima a Moscú. Lo tenemos claro: da igual tener la tercera habitación vacía seis meses, con tal de que al séptimo llegue alguien que nos complemente de verdad. Que las prisas por tener un tercero no nos hagan perder de vista que antes que un mueble humano en casa, queremos alguien con quien se pueda convivir. Alguien con quien, Dios mediante, podría surgir una amistad.

Todos nuestros monstruos

El que esté libre de monstruos que tire la primera piedra.

Uno tiene que preparar su muerte a conciencia (ii): mi epitafio

Lo dicho: si no quieres que hagan cualquier cosa contigo una vez muerto, deja claras tus intenciones. Yo ya las escribí en parte y hoy voy a por la segunda entrega, pero no menos importante: el epitafio.
Le he dado muchas vueltas al mío y ya he dado con uno. Pensé en cosas que me describiesen, como "Hasta su muerte fue votada" o "Valenciano más allá de la vida", pero me da que no suenan muy bien. Ya he pensado el que quiero, que es bastante menos pretencioso: "Procuró que le perdonasen sus pecados". Si no sirve como epitafio, lo hará como objetivo vital. No quiero morir con la sensación de que he hecho algún mal que no recibió perdón.

Madrid es metro

Mi visión de Madrid tiene mucho que ver con su metro: rápido, bien conectado y repleto de gente. No lo digo por decir: en muchos de los dibujos que he hecho desde que vivo en esta ciudad he incluido su símbolo emblemático. Para mí, el metro representa a la ciudad mucho más que la Cibeles, la Puerta de Alcalá, el oso y el madroño o las torres Kio. Quizá tenga que ver con que aunque viviendo en Madrid nunca veas unas cosas u otras, el metro siempre está presente. Y lo más probable es que no pase un día sin que lo utilices.
En Valencia, el metro es moderno y hay muchas paradas (algunas verdaderamente bonitas, como la de Alameda). El problema es que incluso a primera hora de la mañana, tienes que esperar un rato a que llegue el próximo tren. Lo menos que tarda en Valencia es lo más que tarda en Madrid y, claro, las comparaciones son odiosas. También que el metro de Madrid pertenece a toda la ciudad. El de Valencia, lo evitan unos cuantos, y se llena de otros un tanto peores. En fin. Que si el de la ciudad de los murciélagos era flojo, el de la del oso es sobresaliente, y a nadie le extraña que sea una de las cosas de la que los madrileños se sienten más orgullosos. Orgull-osos. Dios, se me acaba de ocurrir un lema que igual valdría para la próxima campaña de impuestos de Gallardón que para una carroza del orgullo gay. Hoy estoy rechisposo.
Tampoco es que utilice tanto el metro de Madrid. En general, lo cojo cuando voy con prisa o cuando voy acompañado por alguien, que si de mí se trata, voy andando a los sitios que están a una hora de distancia.  Pero aunque no sea usuario diario, sé lo importante que es el metro para la ciudad. Sé lo asqueroso que es privar a la ciudad del metro. Y la huelga absoluta y absolutista que han hecho en estos dos días merece un despido tras otro sin cansar el dedo. Es absolutamente repugnante que con la que está cayendo, algunos se atrevan a protestar por un 5%. Como si hay más trasfondo, me la metro: hay incumplido los servicios mínimos, que no están por nada. Aunque el caos hubiese sido mucho mayor si las clases no hubiesen terminado todavía, la cerdada es igual. Hoy no he podido reprimir musitar 'fill de puta' (lo digo en valenciano, que así nadie entiende que digo una palabrota) cada vez que he visto en la boca del metro el puñetero y huelguista cartel.