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Relato corto - Irreverente en lo relevante

En el despacho del Padre Montgross el aire era pesado y olía a desinfectante. Un ventilador de tres aspas giraba en el techo, aburrido, provocando bailes de sombras con las dos únicas bombillas que alumbraban la habitación. El cura estaba sentado en una cómoda silla acolchada de terciopelo, y sus pies se entrelazaban debato de la mesa de Ikea, discordante con el resto del inmobiliario. Cambió el cartucho de la pluma con la que escribía (regalo personal del Obispo) y empezó a escribir una nota en una cuartilla con su nombre estampado cuando alguien llamó a la puerta.
- Padre, tiene una visita –dijo su secretaria al otro lado.
- Que pase. No estoy ocupado.
Dejó la nota a un lado del escritorio (apenas había tenido tiempo para escribir la fecha, “Miércoles de Ceniza ~ 2007”), cuando la puerta se abrió y apareció la silueta de una mujer alta y delgada. El despacho estaba a oscuras y la luz de afuera apenas le permitía distinguir sus rasgos. Le invitó a pasar y sentarse.
- ¿En qué puedo ayudarla? –dijo con su voz imponente y serena. En ese momento jugaba con la pluma entre los dedos, más concentrado en que no se le cayese que en la mujer que tenía en frente. No debía tener más de treinta y cinco años y poseía una particular belleza. Al sacerdote le incomodó el hecho de que llevase un escote discreto – un escote, a fin de cuentas. Su cabello castaño rizado caía libremente sobre sus hombros, y no llevaba maquillaje. Al menos, no se le notaba. El Padre Montgross no recordaba haber visto anteriormente a la mujer, pero como director de colegio estaba acostumbrado a ver rostros nuevos de padres cada día. No quitó su atención a la pluma que giraba audazmente entre sus dedos.
- Mire, soy la madre de Gabriel Martínez. Me llamo Isabel Martínez, y he leído con preocupación la nota que escribió a mi hijo en la agenda.
De repente ató cabos y dejó suavemente la pluma sobre la mesa. Miró a la mujer a los ojos, y avistó una grave preocupación. Recordaba la nota que había escrito, no más de tres días atrás: el niño, un graciosillo infernal de trece años, había causado un gran alboroto en la hora del recreo. Había reunido más de una veintena de compañeros a su alrededor (la mayoría de su edad, otros más pequeños pero los había incluso mayores) y había pedido que perdonasen a sus enemigos. Un profesor que vigilaba el patio se acercó a escuchar, y oyó con terror cómo el niño decía que su padre le había encomendado que traspasase su mensaje a los otros niños. El profesor era Don Andrés, tenía al crío en clase de Matemáticas y estaba al tanto de que no tenía padre. Se quedó extrañado escuchando, a una distancia prudencial, hasta que entendió que Gabriel Martínez insinuaba algo parecido a que su padre era Dios. Entonces deshizo la reunión, cogió al mequetrefe del brazo y lo arrastró hasta su despacho.
- Escribí esa nota porque estaba muy alarmado por su hijo, señora Martínez –explicó el cura con cierta altivez-. Me resulta escandaloso que en un colegio católico como este un alumno pueda decir semejantes blasfemias. Usted sabe qué educación damos, lo sabe. ¿Verdad que lo sabe? –la señora Martínez asintió, asustada-. El problema es que su hijo dijo una serie de barbaridades que no consentiré que repita.
- Le pido disculpas –dijo ella, excusándose con sinceridad. Apretaba con fuerza el bolso entre sus manos, en un amago de tranquilizar los nervios-. Es que mi hijo siempre ha hablado así, no me pregunte porqué, porque yo le he dado la mejor educación que he podido.
El Padre Montgross giró la pluma sobre la madera, produciendo un ligero chirrido. Miraba a la mujer con severidad.
- ¿Y su marido? ¿Le enseña esas cosas?
Isabel Martínez tragó saliva. El Padre sabía que no existía tal marido, pero era un asunto importante y debía llegar al quid de la cuestión.
- Tuve al hijo yo sola… cuando era joven. Lo he educado con ayuda de mis padres, aunque he puesto todo mi empeño.
El cura la miró de arriba abajo, como sopesando su nivel de promiscuidad. Ahora el modesto escote se le hacía todavía más provocador, y golpeó la mesa dos veces con la pluma para contener su enfado.
- Pues de algún sitio tiene que haber sacado Gabriel esas fantasías. No me importa de donde, apuesto que de los videojuegos, pero en este colegio no se repetirá. Si su hijo vuelve a decir algo semejante…
- Sí, lo entenderé –dijo con rapidez. En el rostro de Isabel se percibía lo aterrada que estaba.
- ¿Y ha reñido al chico? ¿Ha aprendido la lección? –sus ojos inquisidores se clavaron en la mujer, que estaba a punto de desmayarse.
- Le he reñido. Pero no atiende a razones. Dice que tiene una misión, y que…
Isabel Martínez irrumpió en un llanto. Emitía agudos alaridos y se sorbía la nariz con un pañuelo azul de encaje que había sacado estrepitosamente del bolso. El Padre Montgross ya se había enfrentado a madres sumidas en la histeria. Esta sólo era una más.
- Señora Martínez, usted no tiene la culpa de tener un hijo así –dijo a modo de consolación frustrada.
Por fin, conteniendo por un momento las lágrimas, la mujer pudo comenzar su historia:
- Si es que siempre ha sido así… yo no he hecho nada, pero tampoco he podido cambiarle. Desde pequeño que quería ir a misa, cuando los otros niños se salían a mitad homilía gritando. Pero Gabriel no, era distinto, incluso empezó a ir a la iglesia sin mí entre semana. Mis padres, que vivían con nosotros, decían que Gabriel iba para cura, pero a mí me parecía muy pronto para mostrar semejante inquietud –la señora Martínez se secó las lágrimas- pero lo acepté sin más preocupación. Y a veces, en casa, le sorprendía hablando solo. Yo le decía que cómo se llamaba su amigo invisible, pero él me decía que era Dios. Y que él era su hijo. Ahí me preocupé de veras. No lo sabe usted… -dijo regresando a los sollozos- No sabe usted lo que he sufrido con Gabriel…
- Según tengo entendido, no es de malas notas –dijo el Padre en un nuevo y desesperado intento de tranquilizarla.
- Pero si Gabriel es un trozo de pan… no solo no haría daño a nadie: es que sólo hace el bien a todos. Es un cielo, pero… Gabriel tiene ciertas rarezas que como madre me perturban. Mi madre le preguntó una vez si quería ser cura, hace un año. Se pasaba la mitad del día hablando con Dios y la otra mitad hablando de Él. Pero no, Gabriel no tenía ninguna motivación sacerdotal. Él dice que su misión es distinta, y más especial.
Aquello enfadó al Padre Montgross. ¿Quién se creía ese chico para fingir semejante historia? La primera culpable era la madre, indudablemente, que nunca había mantenido a raya a su hijo pecador. Pero la señora Martínez, ajena al enojo del cura, siguió con su historia:
- Gabriel es capaz de cosas… extrañas. Le asustaría si le viese, Padre. Y no es que no le quiera… pero a veces me asusta. En mi cumpleaños, hace cinco meses. Usted no lo imagina. Ni me va a creer. No, nunca me creerá. Pero se lo contaré igual.
- Cuéntelo, por favor –pidió perdiendo la paciencia.
- Estábamos en casa mis padres, mi hijo y yo. Todo cuanto teníamos para la celebración era un pedazo de pastel de chocolate que había sobrado del cumpleaños de mi padre una semana antes. Y Gabriel… no me tome por loca, pero le aseguro que así fue: Gabriel, sin saber nosotros cómo, hizo que hubiese cuatro pedazos de pasteles en vez de uno.
- Partió el trozo en cuatro partes pequeñas –dijo tenazmente-. Vaya milagro.
- ¡No, Padre! –y la señora Martínez parecía estar muy convencida de lo que decía-. De verdad que eran cuatro trozos completos, incluso más grandes que el original, y más sabrosos, apuesto. Gabriel dijo que no quería que el pastel echase la fiesta a perder.
- ¿Y no se le ocurrió preguntarle cómo lo hizo? –el Padre Montgross había recuperado la pluma y la giraba como una hélice en su mano derecha-. Posiblemente los robaría de alguna pastelería, o se los pediría a una vecina. No pretenderá decirme que pasó lo mismo que en las bodas de Canaán. No a su edad.
La señora Martínez estaba desconsolada. Se había sincerado y sin embargo, aquel hombre no creía una sola palabra de lo que decía. Con los ojos vidriosos, guardó su pañuelo en el bolso y lo cerró con un pequeño ‘clic’. Esperó a que el cura hablase. Ella ya había dicho todo lo que tenía que decir.
El Padre Montgross meditó durante un largo minuto. El silencio no le incomodaba, tampoco la respiración pesada de la mujer que tenía enfrente. Una vez tuvo las ideas claras, pulsó al botón que le comunicaba con su secretaria y habló:
- Toñi, búscame a Gabriel Martínez. Va a Primero de E.S.O. Si está dando clase, sácalo de todos modos y tráelo a mi despacho.
- Sí, Padre –respondió obediente al otro lado del aparato.
Menos de cinco minutos después, un chico de trece años, bastante menudo para su edad, llamaba a la puerta. El director le dio permiso para pasar y le mandó sentarse a la derecha de su madre. Gabriel Martínez tenía la piel un poco más blanca que su madre, y su cabello era rubio. Sus ojos, marrones, estaban pendientes de la boca del Padre Montgross para responder rápidamente a cada pregunta que le hiciese. Quería irse de allí cuanto antes.
- Habrás percibido –dijo el Padre, señalando con la cabeza a la Señora Martínez- lo preocupada que está tu madre. Y el motivo de todos sus disgustos eres precisamente tú.
Gabriel sabía que todavía no tenía que hablar. Aguardó el momento.
- Don Andrés, tu madre y unos cuantos compañeros tuyos repiten la misma versión: presumes ser, ni más ni menos, el Hijo de Dios.
Tampoco tenía que responder ahora, a pesar de que el sacerdote hizo una larga pausa para ver su reacción.
- Pensaba… creía… que en este colegio teníamos gran respeto hacia Dios Misericordioso. Pero tú has demostrado la más vulgar de las herejías –de repente, el cura gritó-: ¡SU HIJO, NADA MENOS! ¿¡ES QUE NO ES MÁS DIVERTIDO SER HIJO DE SATÁN, SI DE BLASFEMAR SE TRATA!? ¿¡QUIÉN TE HAS CREÍDO QUE ERES!?
Y el chico, con una naturalidad que desencajó al director, replicó:
- Soy el Hijo de Dios. Y he venido a cumplir la misión que mi Padre me ha encomendado.
El Padre Montgross golpeó con furia la mesa, asustando todavía más a la señora Martínez.
- NO ERES EL HIJO DE DIOS. Eres un miserable niñato bastardo que no tiene respeto a Dios.
La señora Martínez sollozaba con más intensidad que antes, pero ahora su hijo le abrazaba con cariño. Sin embargo, no apartaba la mirada del cura ni perdía cuenta de sus palabras.
- No dejaré de ser el Hijo de Dios porque usted lo diga, ni dejaré de cumplir la misión que Él me ha encomendado por el simple capricho de un cura que ya nada tiene que ver con las enseñanzas de mi Padre.
- ¡¡¡HEREJE!!!
El niño ayudó a su madre a levantarse y salieron juntos del despacho. Sabía que era su último día en ese colegio, pero no le importaba. Había empezado a pasar el Mensaje. Los que se habían molestado en escucharle no olvidarían sus palabras. Muchos años habían transcurrido desde su última visita, y aunque ya no había romanos, fariseos ni cruces con clavos, los enemigos a los que se enfrentaba ahora eran todavía peores. Sabía que esta vez sería más difícil completar su Misión y que sus miedos serían mayores. Conocía el final de su historia, cómo terminaría todo, dónde sería el Renacimiento. Y cuando cruzaba el vestíbulo del colegio y buscaba el coche de su madre, sólo lamentó que los que debían preservar el Mensaje desde su última visita, hoy se habían convertido en sus primeros detractores.

13 comentarios:

Anónimo dijo...

si supongo que hasta el vaticano se comportaría así...la hipocresía es su mayor defecto

Anónimo dijo...

la verdad es que en este realto tienes razon si ahora alguien dijera que es hijo de dios lo tacharian de hereje, y mas dentro de la iglesia,creo en dios pero desde luego me costaria creer que alguien es el mesias en estos tiempos

Nazaret dijo...

Me ha gustado ^^.
Yo no sé si la Iglesia lo trataría de hereje, creo que simplemente lo tacharían de loco y tratarían de quitarle peso al asunto. Dárselo sólo implicaría que la gente notara que hay preocupación por algo, y entonces la nos daríamos cuenta de que podría ser por algo importante.

Vuelta de tuerca. Demasiado Dan Brown XD

Helena dijo...

Wow Mola (estoy es lo que digo yo cuando algo me deja boca abierta :P)
Me gusta como escribes ^^ Quiero más :P

El argumento, bueno...¿acaso alguien esperaba otra cosa? Es decir, era obvio que no le iban a decir que era el nuevo mesías. Me pregunto que será del niño...

Adoro Dan Brown, pero a mi no me recordó xD Un poquillo el principio, pero luego ya no :P

C. (@el_croni) dijo...

no quiero ser dan brown ..... ni de lejos.

Paula dijo...

Siempre me he preguntado como reaccionaría yo en esa situación…sería como el cura, creo. De todas formas, como católica, considero que el chico no hizo nada extraño. Dijo ser hijo de Dios (como todo católico cree serlo) y tener una misión especial (como todo católico cree tenerla). Por eso creo que el cura está un poco desenfocado, aunque nunca faltan, a veces son tan humanos =).

Sobre Dan Brown…no me gusta como escritor, al menos literariamente. Aparte sus bases históricas son bastante incorrectas. Aunque hay que reconocer que logra atar tu atención al libro y entretener como pocos.

Que estés bien. Adiós.

Nazaret dijo...

Diccionario Naza-Croni, primera edición.

Me refería a mi disertación, no a tu relato. O sea, la vuelta de tuerca Browniana iba por mi, por aquello que puse de que pienso que no hay que darle importancia porque entonces todos se la darían y blablabla.

Anónimo dijo...

Ese cura esta desubicado totalmente. Como dijo paula los catolicos pensamos que somos los hijos de dios. Pero igual,la mayoria nos vemos reflejados en su recelo sobre la posibilidad de un mesias en nuestros tiempos.
Lamento hacer un aporte apocaliptico, pero no dejo de pensar que en cualquier momento vamos a sufrir una barrida.

Volviendo al tema. Me gusto mucho. Espero que nunca descuides tu lado de periodista/escritor

Anónimo dijo...

Te admiro, porque yo me bloqueo cuando quiero escribir algo, así que me quito el sombrero. Sin embargo, estoy un poco cansada de curas hipócritas y todo ese rollo, y creo que aun lo puedes hacer mejor. No era una mala idea, pero era compleja y le has dado, en mi opinión, la solución fácil. Me hubiera parecido más sorprendente si el cura sí le hubiera creído, pero no hubiera dicho nada porque sabía que a él le acusarían de herejía y le expulsarían o algo así... Saber que es verdad y callar. Me resulta más atractiva la cobardía, el miedo, la resignación, la culpa por callar la verdad que el simple odio y la negación. Quizás es porque yo sigo creyendo en las personas pero no en las instituciones, especialmente la jerarquía católica.

En cualquier caso, reitero mi felicitación. Además, la culpa de mi saturación no es tuya, es de los danbrownianos. Han invadido nuestro planeta.

marta

Pruna dijo...

Yo siempre he pensado que si Jesucristo resucitara, no sería católico, creo que una gran mayoría de los representantes de la Iglesia no creen en Dios.

Laín Coubert dijo...

Probablemente nadie llegue a leer este comentario ya que han pasado 2 años desde el artículo, pero quiero señalar que lo que pasó en las Bodas de Canaan fue la transformación de agua en vino, no ningún tipo de multiplicación, y si el cura no lo sabia no debía ser muy bueno... Vamos, que no me extraña que actúe tan intolerante...

Anónimo dijo...

Hola, muy interesante el post, saludos desde Argentina!

Anónimo dijo...

Interesante post, estoy de acuerdo contigo aunque no al 100%:)