Deberes con Papá martes, 11 de marzo de 2008 Tweet

Creo que han pasado muchos años desde la última vez que mi padre me ayudó con los deberes. Éramos un desastre, el hambre con las ganas de comer: él que me tildaba de "inepto" y yo que no daba pie con bola. Nunca me hicieron los deberes, ni yo pedí que me los hicieran, porque cuando eres el cuarto hay cosas que ya ni te molestas en proponer: si tus hermanos no han tenido moto, tú ni lo preguntes. Si tus hermanos siempre han hecho los deberes sin ayuda, apechuga.
Recuerdo algún ejercicio de matemáticas con mi padre desesperado explicándome esa fórmula del "carrete", o como fuera, y que cuando algo no salía bien era culpa del profesor o del libro y nunca suya. Como eso significaba dar los deberes por terminados, yo me subía al carro e iba a clase abanderando el "¡ESTÁIS TODOS EQUIVOCADOS!", que luego me salía rana. El profesor o profesora de turno siempre encontraba una excusa para todo y al final me llevaba un cero por mi temeridad y sobre todo, por hacer caso a mi padre. Por eso hacía mucho tiempo que no le pedía ayuda con una duda, por muy experto que sea él en Derecho Civil. Hasta hoy.
Más bien ayer: me dijeron que la práctica integrada estaba relacionada con el trabajo de mi padre así que ni harto ni perezoso, se la envié por e-mail (vive en Dénia desde justo ahora cuatro años, qué cosas). No respondió.
Hoy le hago perdidas desde la universidad y nada. Al final, harto, le llamo al despacho.
— ¿Qué tal en Malta? —me pregunta una chica del despacho, que conocí el verano que estuve trabajando allí.
— ¿En Malta? —pregunto intrigado. No tardo en sospechar lo que pasa—. No, estuve en Túnez.
— Pero si tu padre me dijo que...
Es típico de él. A mí también me estuvo hablando siempre de Malta, por más que yo le corrigiese. Pero como Montse estuvo en Malta una vez, mi padre se la pasó pidiendo consejos para mí. Cuanto tiempo perdido.
Un minuto después me pasa con mi padre:
— Ya te lo he impreso.
— No, no tienes que imprimirla —como mi escáner-impresora-fax dio catapún hace tiempo, a veces le envío los documentos que necesito imprimir—. Es una práctica para clase... necesito que me ayudes.
— Pero la tienes que hacer tú —me dice muy serio.
— Ché, no te digo que me la hagas. Es solo que me "orientes" —vaya: si lo que quiero es que me la haga, para qué disimular.
— Pues la he leído y está mal. Faltan datos. Así no se puede resolver.
Ala, ya estamos. Regreso al pasado. Esto me recuerda al colegio. ¡Y cuando estudié la Guerra Civil, qué tiempos! Y haciendo honor a las circunstancias, me sumo al juego. Porque si con la excusa de que "está mal" puedo librarme de hacer la práctica, estoy dispuesto.
La lee punto a punto, todo por teléfono. Transcribo sus respuestas a la velocidad de la luz, mientras repito eso de "¡tienes toda la razón!". Pero cuando me despido y cuelgo, lo único que tengo en el papel son más preguntas y continuos "no tiene sentido". Pues bueno, el experto es él. Ya veré qué es lo que opina el profesor.