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Relato: La Incógnita de Polifemo

— Se trata de la grandeza. De la gloria. No se puede dejar de sentir ambición en esta vida. Ser recordado por alguien más que tus hijos.
El discurso era tan hermoso, tan sincero, que los invitados no pudieron sino elogiarle y sonreír, al tiempo que volvía a sentarse en su silla presidencial.
— Estoy seguro de que lo logrará, doctor.
— El mundo entero conocerá su nombre.
— Sus palabras son muy sinceras, doctor Herrera.
El anciano, que se había vestido con sus mejores galas para el banquete, respondía a todos con cumplidos y agradecimientos. El comedor de su casa había sido especialmente decorado para la ocasión y los doce comensales que le acompañaban podían considerarse las personas más influyentes y poderosas de la ciencia en el país. Una semana atrás todos ellos habían recibido una tarjeta de invitación para conocer el mayor descubrimiento de las matemáticas del último siglo. El ambiente era feliz y festivo, salvo por la otra persona que presidía la mesa, su esposa Penélope. Sólo él advirtió su semblante serio.
El servicio retiró los platos del postre, un sabroso coulant de chocolate, y se empezó a respirar la tensión del inminente hallazgo. El doctor Herrera no podía esperar ni un segundo más y pidió a su mayordomo que le trajese su pizarra.
— Estaremos más cómodos en la habitación contigua, donde podrán seguir la explicación desde los sillones.
Hombres y mujeres se levantaron con curiosidad y se dirigieron a la otra sala, donde esperaron impacientes. La vieja Penélope se quedó de pie, detrás de todos los demás, desde donde sólo podía verle su marido. Éste se arregló el nudo de la garganta, visiblemente nervioso. Tenía setenta y cinco años y sin embargo, aquella era la noche de su vida. Había tardado mucho en llegar y no iba a dejar pasar la ocasión por nada del mundo.
— ¿Y la tiza? La tenía hace un momento en la mano.
Todos rieron, divertidos. Penélope fue a ayudarle, encontrándola en el hueco de la pared y la pizarra.
— Si no fuese por mi esposa, no sé qué haría. Soy un auténtico despistado y ella está siempre sacándome de los apuros. Pero no han venido a conocer mis defectos sino mi mayor gloria, el descubrimiento que revolucionará la ciencia.
Se produjo una exclamación muda entre los presentes. La expectación era evidente.
— Desde que los matemáticos del siglo diecinueve se enfrentaron a la Incógnita de Polifemo, nos ha sido imposible avanzar en la compensación de los dos grados que hasta ahora considerábamos imposibles. Hemos padecido un retraso considerable por no encontrar la solución, y todos ustedes habrán sufrido en alguna ocasión de sus vidas el problema de esta laguna.
Muchos asintieron, sabiendo de lo que se hablaba. La Incógnita de Polifemo, como se le llamaba, era una traba numérica para que decenas de estudios vitales no pudiesen seguir su curso.
— Pero olvídense de los retrocesos, de las investigaciones inconclusas. Muchos años de trabajo me han llevado a descubrir el Teorema de Ulises: la respuesta exacta al dichoso Polifemo. Y están ustedes aquí, en mi casa, para presenciar la demostración.
— Doctor Herrera… ¿sabe usted lo que eso significa? La Incógnita de Polifemo no ha sido resuelta por nadie desde que se planteó hace más de dos siglos. Estaría cometiendo usted una imprudencia salvaje si se equivocase en su afirmación.
— No me equivoco, caballero. Y se lo voy a demostrar.
— Hágalo si puede —le dijo el profesor Pastelli—. De ser cierta su afirmación, pasará automáticamente a la historia de los matemáticos. Su triunfo será para siempre. Si no se equivoca… hasta el Nobel podría ser suyo.
La emoción crecía por segundos. El doctor Herrera intentaba disimular sus nervios, pero llevaba toda la vida esperando ese momento. Su esposa, sin embargo, le miraba con profunda tristeza.

Durante más de cuatro horas, el matemático escribió incansablemente en las pizarras que le iban trayendo sus criados, ante la atónita y nada perecedera mirada de los invitados. Consultaba furtivamente sus papeles, auténtico tesoro, para no olvidar ningún signo o número. Olía a humo de puro y las mujeres habían salido a hablar al salón, donde no molestaban. Todas salvo Penélope, que seguía clavada en la puerta, imperturbable.
Entonces alguien interrumpió al doctor:
— Me temo que ese cálculo no es correcto. Ha hecho una conclusión errónea, doctor Herrera.
— ¿Dónde? —preguntó preocupado el profesor.
El rector de la universidad se levantó y le señaló la última operación que había resuelto. No encajaba.
— Esto no puede ser un ocho —le dijo—. Es un seis. Y si es un seis, el resultado no puede ser trescientos ocho, me temo.
El anciano consultó en sus páginas, donde había escrito el Teorema de Ulises al completo. Sus números coincidían con los de la pizarra.
— No dicen lo mismo mis apuntes.
— Calcúlelo usted mismo si cree que me equivoco, doctor.
Extrañado, el doctor Herrera repitió la operación. Se desesperó al comprobar que efectivamente, había un error. Era un error de primaria y sin embargo, un error que echaba al traste el resto de la fórmula.
— ¡Pero es imposible! —lamentó—. ¡Habré comprobado el Teorema al menos cien veces antes de hacerles venir a mi casa!
Intentó corregir el error, pero cuanto más avanzaba más equivocaciones cometía. Era una escena desesperante, al ver cómo todo se venía abajo. Las eminencias invitadas se levantaron y salieron de la habitación.
— Vuelva a llamarnos si llega a resolver la Incógnita de Polifemo. Mientras tanto, esta sociedad tiene otros asuntos que requieren atención.
— ¡Escúchenme! —imploró como un niño de cuatro años—. ¡Les aseguro que el Teorema es real, funciona!
Pero no le escuchaban. Rápidamente, todos los científicos y sus parejas salieron de la casa y subieron a sus coches, alejándose a toda prisa por la calle. El servicio, que sospechaba la tormenta que se avecinaba, corrió a esconderse a la cocina. Penélope se quedó a solas con él.
— Mi vida… mi triunfo… vuelve a irse…
— No te tortures, querido. Si Dios lo ha querido así, será por algo.
— ¿Pero qué es la vida, sino un camino tortuoso al éxito?
— La vida también puede ser amor —le dijo al oído.
— Pero yo no quiero amor. Yo quiero la gloria.
El doctor Herrera se separó de los brazos de su mujer y corrió al despacho. Ordenó que nadie le molestase. Durante dos días, trabajó a marchas forzadas para resolver la incógnita. Cuando ya estaba cerca, una vez más, se fue a dormir. Estaba satisfecho de nuevo: sólo necesitaba llamar a la sociedad y podría demostrarles que efectivamente, su Teorema de Ulises estaba en lo cierto.
Pero cuando el doctor Herrera se acostó, sin dar las buenas noches siquiera, su esposa Penélope se levantó de la cama y fue hasta el estudio. Allí, como ya había hecho otras veces, buscó las últimas páginas de los apuntes de su marido. Y con borrador y lápiz reescribió los números, sin que pudiese advertirse la manipulación, para que el doctor creyese que el descuido había sido suyo.
Una vez completada la misión, Penélope volvió sigilosamente a la cama. La vida es éxito, es gloria. Pero antes de todo, la vida es amor. Y por nada del mundo iba a renunciar a ello.

15 comentarios:

Pruna dijo...

La relación entre Penélope y el Dr.Herrera me recuerda a la relación que tenia Einstein y su esposa.Muy acertado el nombre de Penélope lo que investigaba su marido de día lo deshacía ella de noche.

Anónimo dijo...

Muy ingenioso. Pero es absurdo, ella jamás lo tendrá porque él siempre volverá a su verdadera pasión. Un beso,

Cristina

P.D.: Y ella es mala.

Unknown dijo...

¡Me encantó el relato! Aunque eso es jugar con el detestable efecto mariposa.

Ahora mi pregunta es: ¿quién es más egoísta? ¿el Dr. Herrera por querer alcanzar la gloria? ¿o Penélope por querer mantener a su amor sin importarle romper grandes sueños de otra persona?

María dijo...

o.o Eres un puto genio!! La verdad es que este relato me ha dejado sin palabras. De todas formas, la mujer no me había caido muy bien desde el principio, aunque como ya he dicho , el final me ha dejado con la boca abierta.

Saludos
María

C. (@el_croni) dijo...

No será para tanto, María, pero gracias XD qué a feliz me iré hoy a dormir con tus palabras, jejeje. No querré creerlas.

Gracias a los que habéis comentado ;) y obviamente el nombre de Penélope no es casualidad.

Anónimo dijo...

por eso te dicen que hagas los examenes de matematicas fisica y quimica con boli y sin corrector, para que durante la correccion el profesor no pueda modificar el resultado;)

si te interesa la obsesion de los cientificos, y sobre todo de los matematicos por resolver teorias sin comprobar tienes que ver "L a habitacion de Fermat", y si quieres saber un pococ mas sobre las mujeres de los cientificos, en este caso quimicos, lee "Oxigeno" de carl djerassi y roald hoffman

por cierto, es un buen relato

ciao!!!!!!

mane dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Diamond Lion dijo...

diria tambien una mala palabra segun mi pais sino fuera porque lo insultos no los pongo por internet pero vamos al relaton, es dviertido como su fijacion (de ambos) por los que persiguen ella el amor para que el mantenga todo tranquilo y halla paz en su casa le arruina todo. Y el por su parte que esta tan metido en resolver eso que no nota esos detallitos que le pone la PEnelope de que ella es la traidora que le modifica todo....

Richardmuggle dijo...

Muy bonito el relato!!! sigue escribiendo sobre ciencia jeje. Me hubiera emocinado más si en lugar de Polifemo hubieras puesto la Hipótesis de Riemann :P

Richardmuggle dijo...

Por cierto, a pesar de que me encantó tu relato, solo por consejo te digo que los matemáticos no reciben premio nobel(aunque deberían ;))

Anónimo dijo...

A mi me parecio tedioso el Doctor y Penelope simplemente obsecionada con alguien que pues nada mas no.

Anónimo dijo...

Me encantó tu relato, en serio, tienes un gran futuro como escritor si seguís así.
La historia me dejó pensando...en cuales son las prioridades de algunas personas.

Anónimo dijo...

No he podido evitar la curiosidad de buscar si el teorema existía! vale... soy una ingenua...jeje. Me ha gustado mucho. El giro del final hace pensar en que no hay bueno ni malos... no tendrá nada que ver pero la mujer me ha recordado a Snape: en esa autojustificación por actuar por amor contradiciendo la propia manera de ser. La verdad que releyendo mis pensamientos no tiene mucho sentido pero no sé... a mi me ha venido eso a la cabeza.
Me encantan tus minirelatos!otro, otro!

Anónimo dijo...

La Penélope de tu relato no sabe lo que es el amor, pobre desdichada.

Anónimo dijo...

jo, me ha gustado mucho.¿tu escribes no?cuando publiques algo quiero leerlo porfa